112. Noticia insalubre

Camino al cuarto y veo al guardia que está frente a la puerta.

―Aparta ―digo dominante y este me da el paso.

A penas entro, tengo un lienzo pintado ante mí, la diosa griega observa a la ventana, sentada a un costado de la cama, parece pérdida en sus pensamientos, pero esto no opaca su belleza, la amplifica.

―Te traje la comida ―Sonrío y levanto el plato que tengo en la mano.

―No tengo hambre.

―¿Por qué? ¿No me vas a tirar el almohadón? ¿Dónde está tu espíritu de lucha? ―Me río.

Rueda los ojos.

―Ya cállate, imbécil.

Apoyo el plato en el mueble y me acerco hasta ella, sentándome a su lado.

―Vine a decirte algo, pero ya que estás en ese estado, mejor lo dejaré para mañana ―expreso tranquilamente.

―Tengo... un mal presentimiento... ―pronuncia pensativa y se toca el vientre ―de esos, que raras veces me aparecen.

Quizás sí deba decirle.

No sé.

―¿Y de qué van esos?

Se mira la panza.

―¿No ves? Evan está bien. Hasta puedo molestarlo ―Mueve sus dedos tocando su barriga y provoca una sonrisa cuando siente la patadita del bebé, pero que luego esta se borra ―¿Ves? Es un presentimiento de madre, que no existe.

―Piénsalo otra vez ―rectifico.

Frunce el ceño.

―No, eso no es posible ―Mueve la cabeza en negación.

―Lo siento, no he podido hacer nada.

Me mira directo a los ojos y me agarra de la chaqueta con furia.

―Dime qué estás bromeando ―amenaza.

―No, fueron por Katerina ―exclamo seriamente y sin ningún rastro de sonrisa en mi rostro.

Toma aire de manera profunda.

―Mientes.

―No, no lo hago. Nunca he sido más sincero en mi vida.

Se levanta de la cama y camina hasta la puerta.

―Ábreme ―exige.

Niego con la cabeza.

―No puedo, está el guardia, una cosa es que yo entre y otra muy distinta es que tú salgas, podrían matarte.

―¡Maldita seas, tengo que hablar con ese viejo! ―grita nerviosa y me levanto acercándome.

―Tranquilízate, te hará mal.

―¡No me importa! Se supone que esa niña, tiene que estar con su padre ¡No secuestrada por un montón de mafiosos corruptos! ―Se marea y la atajo ―por Dios David, sólo tiene ocho años.

―Lo sé, pero debes tranquilizarte.

―Se supone que la aleje de mí para que fuera feliz, no para que yo venga y le arruine la existencia ―Sus ojos se humedecen ―tú no entiendes... lo que he intentado... alejarla de mí ―Sus lágrimas caen ―y la pequeña mocosa no me odia ¡Esto no es un juego, esto es peligroso! ―Tiene otro mareo ―Ay ―Se toca el vientre.

―¿Te duele? ―digo preocupado y la levanto apoyándola nuevamente en la cama ―Quédate aquí, traeré a un médico ―Me giro pero me detiene agarrándome la manga de la chaqueta.

―No dejes que le hagan daño.

―Nunca ―Le beso la mano y salgo fuera del cuarto ―¡Rápido, consígueme un médico! ―le grito al guardia y este sale corriendo.

Maldita sea, padre se pasó de la raya. Pero esta me las paga.

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