6: Capítulo 5

Capítulo 5

Sooz las guió por el mismo camino que Ash había seguido esa mañana. Solo que a esa hora todo lucía distinto a la madrugada. Parecía mucho más vivo y activo, y se preguntó si se debía a la intensidad del sol. Cruzaron el bosque hasta la cascada, confirmando sus sospechas de que aquello era el aula donde se impartían las clases. Era justo lo que necesitaba para no desperdiciar tantas horas en el interior de un aula. Les era posible porque en Noé nunca llovía, ni hacía frío, ni demasiado calor. Además, el sol del mediodía no les molestaría ya que los pupitres estaban prácticamente cobijados por la sombra de los árboles que los rodeaban, y la cascada refrescaba el ambiente.

Continuaron avanzando hasta pasar la cascada. Después de esta, lo único que alcanzaba la vista era más campo, kilómetros de este parecían extenderse hacia el horizonte.

—¿Adónde vamos? —Inquirió Driamma al ver que después de diez minutos andando, nada aparecía en la lejanía.

—A dar un paseo —contestó Sooz—. Me imagino que Ash no habrá dado un paseo en su vida.

—Mi hermana y yo solíamos pasear por Pentace, visitando las distintas zonas para matar el tiempo y estirar las piernas —explicó—. Pero esto es completamente distinto. ¿Todo esto pertenece a la Academia? —Preguntó, volviendo la vista atrás. El edificio no era más que una mancha en el horizonte.

—No —aclaró Sooz, oteando la sombra de un bosque en la lejanía—. Ya no estamos en la Academia.

Caminaron un poco más, tomándose su tiempo para disfrutar del paisaje. Podían divisar con más claridad el grupo de árboles que se amontonaban en el horizonte.        

—¿Qué es eso? —Exclamó Ash, frunciendo el ceño—. Ese temblor en el suelo. ¿No lo notáis?

            Era algo casi inexistente, pero que se hacía cada vez más fuerte. Miró a Sooz, turbada, y entonces la vio esbozar una sonrisa. Ahora el estremecimiento del suelo se transformó en ruido, algo chocando contra el suelo de forma unísona y cada vez más próxima. Driamma parecía tan confusa como ella. Ambas clavaron sus ojos interrogantes en Sooz. Pero ésta se limitó a sonreír con una expresión satisfecha.

—Parece que vamos a estar de suerte —dijo, y con tono solemne añadió—: Bienvenidas al Arca de Noé.

Lo que apareció delante de su vista respondió a todas las preguntas. Una manada de unos veinte caballos surgió de detrás de los árboles, trotando a toda velocidad.

Boquiabierta, escuchó el grito de incredulidad de Driamma a su lado. ¿O había sido ella misma?

De lo que sí estaba segura, era que sus ojos estaban empapados.

—No es posible. —Driamma negó con la cabeza, llevándose la mano a la boca—. No es posible, se extinguieron.

—Consiguieron salvar a unos pocos —respondió Sooz, despacio—. Antes que se extinguieran por completo, transportaron varios ejemplares al Arca.

Driamma se acercó despacio a uno de los caballos que se había detenido a pocos metros de ellas. Cuando hizo el ademán de tocarlo, el animal relinchó y retrocedió.

—¿Cuánto tiempo lleva este sitio aquí?

Dos de los caballos se habían acercado a ellas. Uno era completamente negro y brillante, y el otro marrón con la cola y las patas blancas. Sooz acarició el flanco del caballo marrón.

—El proyecto Noé empezó hace noventa años.

El caballo negro, que se había encabritado segundos antes, se acercó a Ash, dejándola totalmente paralizada. Estaba impactada por la magnitud del animal. Ya los había visto en grabaciones, pero contemplarlos en persona y tan de cerca, era algo muy distinto. Podía observar detalles del animal: como la textura del pelaje, el músculo tensado que unía el cuello con las patas, la fuerza con la que respiraba, el olor que desprendía. Era lo más real que había presenciado en su vida.

—¿Qué les ocurrió en la Tierra? —preguntó, sin atreverse a tocarlo aún.

—La humanidad —respondió Driamma quedamente, mientras acariciaba al caballo de Sooz—. ¿Podemos montar?

—No, no está permitido.

—¿Por qué no?

—Atenta contra nuestro principio Naturalista de «No uso de animales».

—Pero, ¿ni siquiera podemos montar para divertirnos?

Sooz se cruzó de brazos, observándolas con cierta reprobación, como si le disgustara que estuvieran tan poco educadas en los principios Naturalistas.

—No. Si te diviertes, alguien ve en esa diversión una oportunidad de negocio. El lucro lleva a la codicia, y ésta a la explotación. Porque el ser humano es incapaz de respetar el ciclo natural de los animales, y del planeta en general.

En ese momento uno de los caballos pareció desarrollar una fijación por Driamma. Empezó a acercarse a ella, primero despacio, y después de forma apremiante. Se asustó por la envergadura del animal y retrocedió sin mirar. Se tropezó con Ash y cayó al suelo.

—¿Queréis que os dejemos solos? —bromeó Sooz, extendiéndole la mano para ayudarla a levantarse. Las tres escucharon el sonido inequívoco de una tela al rasgarse.

Driamma se quedó paralizada por un momento, después giró el tronco para comprobar su el trasero.

―¡Mierda!— exclamó, disgustada.

El ruido había sido el pantalón de Driamma, rompiéndose a la altura de sus nalgas y dejando sus posaderas al descubierto. Al menos, el caballo pareció cansarse de ella y se dirigió hacia donde estaban los demás.

—¿Qué voy a hacer ahora?

Sooz se encogió de hombros.

—Lo superarás, esa relación no te convenía.

—Ja —dijo Driamma sin pizca de diversión—. Me refiero a que estoy medio desnuda.

—No entres en pánico. Volvemos a la Academia y te cambias.

—Primero: esto es lo único que tengo —protestó ella, malhumorada—. Segundo: ¿cómo voy a llegar hasta allí en este estado?

Sooz la observó por un instante, evaluando la situación. Después miró a Ash con los ojos entornados.

—Tu sudadera es lo suficientemente larga como para cubrirla.

Ash, sin pensarlo dos veces, se la sacó por encima de la cabeza y se la pasó.

Driamma la vistió y les dio la espalda para que lo corroboraran.

—Problema solucionado.

—¿Qué voy a hacer? No tengo ni una sola prenda de ropa aparte de estos pantalones rotos y la camiseta manchada de sangre.

—¿No se te ocurrió hacer las maletas antes de venir?

La joven apretó la mandíbula.

—No me dieron la oportunidad.

La curiosidad brilló en los ojos de Sooz.   

—Tenemos que ir a la ciudad, entonces —razonó—. Y conseguirte un vestuario.

—No tengo mucho ahorrado —confesó, preocupada.

—Oh, vamos. Eres profesora en la Academia de Noé —exclamó Sooz con dramatismo y aspavientos—. Vas a nadar en dinero.

Eso no pareció convencerla, pero tampoco podía vivir desnuda. Finalmente se volvió hacia Ash.

—Gracias por la su... ¡Vaya! —Exclamó con los ojos clavados en su camiseta—. Menuda sorpresa tenías ahí escondida.

—¿Qué? —Preguntó, mirándose a su vez, un tanto desconcertada—. ¿De qué estás hablando?

Ambas chicas le miraron el escote dejando claro a qué se referían.

—Tienes suerte —le aseguró Sooz—. A mí dejaron de crecerme al día siguiente de que empezaran a crecer.

Driamma rió y le puso una mano en el hombro a Ash.

—Úsalas con sabiduría —bromeó con tono ceremonioso.

—¿Usarlas?

Sooz se cruzó de brazos e intercambió una mirada con Driamma.

—Ya se dará cuenta.

Cruzaron el campo de vuelta hasta llegar al jardín. Se sentía un tanto decepcionada. Le hubiera gustado atravesar aquel espeso bosque y proseguir más allá, ver otros animales y otros paisajes. Según su padre, el Arca estaba dividida en zonas geográficas que reproducían una miniatura de los distintos ecosistemas de la Tierra. Había selvas tropicales, tundras, taigas, y la pradera que acababan de ver. Pero lo que más deseaba ver era la sabana africana. Disfrutaba como nadie de los documentales de animales. Para Kara y ella, verlos era una tradición, una manera de estar un poco más cerca de la Tierra y de la naturaleza, cuando en realidad estaban tan lejos.

Le explicó a Driamma cómo barreras invisible mantenían la temperatura de cada zona del Arca y no permitían que los animales se alejaran de su área.

—¿Cómo sabes tanto de esto? —le preguntó Sooz.

—Mi padre es biólogo y ha participado en la creación de Noé. Así que he escuchado todos los detalles millones de veces.

—¿De dónde son tus padres?

Se tensó al oír la pregunta. Sobre todo porque acababan de cruzarse a un grupo de alumnos que podían escuchar su conversación. Su familia era inglesa. El origen de su madre era pakistaní, aunque nacida y criada en Inglaterra. Tanto Ash como Kara no habían heredado el color de piel de su madre, sino que su irritante genética había escogido la piel lechosa de su padre. De su hermosa madre solo poseía unos enormes ojos rodeados de densas pestañas y ligeramente alargados. Era lo único que a Ash le gustaba de sí misma. La mezcla de colores, entre los azules de su padre y los mil colores de su madre, le había dado un color violeta poco común que todo el mundo admiraba. También había heredado de su madre las ondulaciones rebeldes de su cabello, en lugar del lacio y manejable pelo anglosajón de su padre. Ash no podía creer que un genetista profesional hubiera seleccionado los mejores genes de sus progenitores al hacerla. Más bien le daba la impresión de que habían hecho lo opuesto. El padre de Ash era completamente inglés, incluso en apariencia. De él había heredado el color rojizo de su pelo, la palidez de su piel y sus pecas.

—¿Ash? —la llamó Sooz al ver que no contestaba—. ¿De dónde son tus padres?

—Son ingleses —soltó al fin, observando el rostro de la muchacha, esperando que cambiara, preso del prejuicio. Para su sorpresa, Sooz esgrimió una amplia sonrisa.

—Mis padres también son europeos —aseguró—. De Hungría, aunque se mudaron a Canadá antes de que yo naciera.

Respiró aliviada. A pesar de la respetabilidad de sus padres, había presenciado muchas veces comportamientos racistas hacia su procedencia. Y no era un secreto que habían tenido que luchar el doble para llegar a donde estaban debido a sus orígenes. Muchas puertas se les habían cerrado única y exclusivamente por esa razón.

—¿No hay muchos europeos por aquí? —preguntó Driamma al ver la escena de hermandad entre las chicas.

—Claro que no —respondió Sooz—. ¿Cuántos crees que podrían costearse una plaza en Noé?

—Semyon Lozis, el director de la Academia, es ruso, ¿verdad?

—Lituano —corrigió Sooz—. Somos pocos pero bien ubicados. Mi padre es el Ministro de Medio Ambiente.

—Eso explica por qué conservas a tu gato —dijo Ash.

A los habitantes de Noé no se les había permitido llevar a sus mascotas tras la evacuación. Conocía a Tibor Benedek, el padre de Sooz. Lo había visto en infinidad de ocasiones en Pentace, adonde acudía a menudo por asuntos de Estado.

Cuando llegaron a la entrada de la academia, aguardaron varios minutos a la espera de la siguiente cápsula. La puerta se abrió y dos chicos salieron al exterior.

Ash se tensó de inmediato. Uno de ellos era el novio de Sooz, y al otro jamás lo había visto antes. Tenía la piel muy bronceada y un cabello negro y espeso. Su rostro era muy agradable, con labios que le llamaron la atención enseguida. Sus ojos eran la única muestra de su ascendencia asiática, aunque eran mucho más grandes que los tradicionales ojos asiáticos. Claramente, era mestizo.

Apartó la mirada al ser descubierta por el dueño de los rasgos que analizaba con tanto interés. Se sintió realmente violenta. La había pillado in fraganti. ¿No deduciría de ello que le gustaba? No estaba segura. Pero en las películas siempre había muchas miraditas involucradas.

—Sooz, al fin has seguido mi consejo y te has comprado amigas —canturreó su novio al verlas allí paradas.

—Mil cuatrocientos cuarenta minutos en un día, y tienes que coger la misma cápsula que yo —se lamentó ella, más para sí misma.

—¿Adónde vais? —Preguntó el chico mestizo.

—Al centro comercial —le contestó Sooz, con un tono mucho más amistoso del que había usado con su propio novio.

—¿Vas a devolverlas? ¿No funcionan bien? —Inquirió el rubio. Ash tuvo la extraña sensación de que clavó los ojos en ella al hacer la última pregunta—. Deberías devolver a la pequeña y cambiarla por pilas para la otra.

Las palabras penetraron poco a poco en su cerebro, como pequeñas descargas eléctricas que la herían por separado, pero incrementando la tortura a medida que la frase tomaba sentido en su mente. Había valorado a Driamma por encima de ella.

—Supongo que tú sigues aquí porque no darían nada por ti, ¿verdad? —le espetó Driamma con una sonrisa letal, en respuesta.

El chico rió, más complacido que ofendido.

—Definitivamente, quédate con ésta —le dijo a Sooz, sin molestarse en responderle.

—Gábor, deberías mantener la boca cerrada a la vera de los raíles —le aconsejó Sooz—. A una se le ocurren ideas.

Contempló la escena delante de sí como si se tratara del acto de una obra de teatro. Sus oídos habían comenzado a zumbar de forma agónica desde que la humillación del comentario de Gábor la golpeara la cabeza con su propia sangre. Se preguntaba cómo había podido convertirse tan rápido en el hazmerreír que tanto había temido.

Se miró el tatuaje del antebrazo: «Si eres una joya extraordinaria, solo un experto puede valorarte; no esperes que cualquier ignorante sepa hacerlo»

En ese momento no logró hacerla sentir mejor, o quizá solo un poco. Si apenas la conocía, ¿cómo se atrevía a menospreciarla así?

―Soy Taly Zhu ―se presentó el mestizo.

—Driamma Sandova.

Taly se volvió hacia Ash con interés y expectación.

—Ashling Barrott.

Los ojos del muchacho se paralizaron al instante, y sus pupilas se fijaron en la nada. La estaba buscando en Facebook, cosa que no parecía haber hecho al escuchar el nombre de Driamma.

Incómoda, como si le estuviera viendo hacer algo privado y comprometedor, apartó la vista de él y, por accidente, la posó sobre Gábor. Las pupilas de este también se habían endurecido. Sin duda, en ese mismo instante estaba revisando el Facebook de Driamma, que tanto le había gustado.

Pero algo extraño ocurrió. Gábor frunció el entrecejo, aún mirando al infinito, con la atención en alguna imagen de su pantalla mental, y enseguida sus ojos regresaron al lugar presente para clavarse en ella con mirada confusa.

Ash entreabrió los labios con incredulidad al darse cuenta de que era a ella a quien estaba buscando en el ordenador de su cabeza, y ahora la observaba con curiosidad al no haber encontrado su nombre.

No sabía si existía, de verdad, una Ashling Barrott en algún lugar del mundo. Tampoco importaba. Ninguno de ellos encontraría a la verdadera Ashling Barrott, a no ser que ésta se encontrara en un radio de distancia de menos de cincuenta metros en el momento de la búsqueda. Era una de las formas que Facebook tenía de proteger la privacidad de los ciudadanos. E incluso si entrabas en el perfil de una persona, una vez que esa persona se alejaba de tu radio, a no ser que fuera tu contacto, se perdía el acceso a su perfil.

—Perdona, ¿has dicho Ashling Barrott? —preguntó Taly, al encontrarse con el mismo problema que Gábor.

Enrojeció ante la pregunta. ¿Ni siquiera iba a disimular?

—Ash es miembro de La Liga Anti-Facebook —explicó Sooz con orgullo—. No os molestéis en buscarla.

—¿Qué? —Intervino Gábor, con indignación—. ¿A su edad?

—Hay gente prodigiosa que… —Sooz se detuvo y sacudió la cabeza—. Déjalo Gábor, no lo entenderías.

La cápsula llegó al fin. Al tomarla, contempló disgustada cómo los dos muchachos se sentaban de cara a ella. Afortunadamente, Gábor la ignoraba como si, de repente, fuera invisible.

La cápsula se elevó al nivel del suelo y se detuvo en el hospital de Noé, y Ash se inclinó hacia delante para atisbar lo máximo posible. Una mujer bloqueó su vista durante los segundos que tardó en subirse a la cápsula, y la odió por ello. El cristal lateral descendió y la voz del áncora anunció que partirían de inmediato. Se inclinó un poco más, intentando ver más allá del maravilloso jardín de colores que se extendía ante ellos. Un delgado camino comenzaba en la misma puerta y cruzaba el jardín hasta un edificio enorme.

En cuanto el paisaje dejó de distraerla, empezó la acuciante sensación de que alguien la estaba observando. Discretamente desplazó la vista hacia la fila de enfrente y descubrió a Taly, observando azorado su escote, que al inclinarse hacia delante se había potenciado considerablemente.

El chico pestañeó al ser descubierto y, enrojeciendo ligeramente, miró hacia otro lugar.

Pasó su atención a Gábor, quien la había tildado de insignificante, para comprobar si también a él podía afectarlo. Pero si éste había notado la generosidad de su escote, no dio muestras de ello. No pudo evitar sentir una punzada de decepción.

El áncora apenas se había movido cuando se detuvo y retrocedió a la parada del hospital de Noé. Volvió a abrir sus puertas, y un joven se subió. Driamma y Sooz lo observaron con avidez, incluso después de que éste ocupara el único asiento libre que quedaba. Ella también lo observó. Al principio, no entendió qué habían visto las chicas en él. Llevaba el pelo largo; lo que, acababa de descubrir, no era de su agrado. Por ello no se había molestado en observar su rostro, que era bastante bonito.

—¿Pak? —exclamó Gábor, mirando al recién llegado.

El chico sonrió al verle y chocaron codos, un gesto que Ash nunca había visto antes.

—Bara, no te veía desde aquel último partido que perdimos.

—Me lesioné en ese partido —explicó Gábor, torciendo la muñeca donde llevaba el brazalete, y acariciándose el pecho con la otra de forma inconsciente—, por eso perdimos.

El estómago de Ash dio un vuelco sin razón. Una sensación cálida le acarició el pecho. ¿Qué significaba aquello?

Volvió a centrar su atención en Gábor, ya que la sensación había aparecido mientras lo observaba, intentando discernir a qué se debía. Su cabeza le jugó una mala pasada cuando sus ojos se deslizaron sobre su camiseta en el centro del pecho, y una imagen con la palma de su mano sobre este cruzó por su mente.

Gábor rio con algún comentario de su amigo, y esa sonrisa le aceleró los latidos del corazón a Ash.

«No. Él no», le ordenó a su cuerpo.

 Aquel indeseable la había maltratado desde que la viera por primera vez y, además, era el novio de su nueva amiga. Rogó por que fuera una equivocación. Pero en cuanto volvió a posar los ojos en él, algo en su sonrisa, en la forma en la que movía los brazos, en la forma en la que su pecho parecía retumbar con los latidos de su corazón, llamándola, instándola a acurrucarse allí; la sacudió por completo y de forma inequívoca.

Se lamentó mentalmente. Nunca hubiera pensado que su maldito cuerpo traidor fuera a elegir sin su consentimiento ni su aprobación. Ni jamás hubiera sospechado que fuera a elegir tan mal.

           

            

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