3:Capítulo 2
Capítulo 2
—¿Estás segura de que no quieres quedarte hasta el lunes? —le preguntó a su hermana a las cuatro de la mañana, mientras esperaban a que llegara la cápsula.
—A las seis sale una nave para Pentace, y no sé cuándo será la siguiente.
—Salen naves para Pentace constantemente —aseguró Ash, aunque sabía que no era necesariamente cierto. Se resistía a la idea de dejarla ir. Era la primera vez que se separaban. La primera vez que se quedaba sola
—Ahora tienes una amiga —dijo Kara adivinando sus pensamientos—. Relaciónate, diviértete, toma el sol.
El áncora llegó y su hermana le dio un rápido abrazo.
—Ten cuidado con los chicos. Ve despacio y no dejes que te presionen para hacer algo que no quieres —le susurró.
—Tranquila, estoy totalmente a salvo. Mírame. Ya has visto a Sooz. Somos Jane y Cheetah.
Su hermana arrugó el entrecejo.
—Espero que esa chica te enseñe a confiar en ti misma.
Pobre de ella si tenía que coger confianza en sí misma a través de Barbie Complementos.
—Por cierto, tengo algo para ti —continuó Kara, sacándose un aparato de la pernera—. Es una tatuadora. Dame tu antebrazo.
Ash extendió la mano y su hermana presionó el objeto contra su piel. Después de treinta segundos lo retiró. Unas palabras en negro contrastaban con la blancura de su piel y el azul de sus venas.
«Si eres una joya extraordinaria, solo un experto puede valorarte. No esperes que cualquier ignorante sepa hacerlo»
—Es de un cuento argentino antiguo —dijo su hermana después de leerlo en voz alta—. El tatuaje está programado para durar seis meses. Espero que no necesites más tiempo para aprender la lección.
Kara le dio un beso en la frente y se apresuró en tomar la cápsula.
Cuando desapareció de su vista, volvió a entrar en el edificio y observó el vestíbulo por un momento, sin poder creer que después de dieciséis años fuera a tener un nuevo hogar.
Se acercó a las puertas de cristal que comunicaban con el jardín, vacío e impregnado de la paz de la mañana. ¿Qué otra oportunidad iba a tener de observarlo detenidamente, sin exponerse ella misma a miradas curiosas?
Deslizó la puerta con cuidado, casi con miedo a emitir un sonido brusco que incomodara el escenario. Avanzó por el camino de piedra, dejando que la paz del momento la inundara. El relajante sonido de agua cayendo la impulsó a avanzar, curiosa por descubrir su procedencia.
Continuó por la ruta que a lo lejos enlazaba con otra área de habitaciones, pero se detuvo buscando el sonido del agua. Y entonces divisó la cascada por encima de las copas de los árboles que se extendían a unos cincuenta metros a su derecha.
Pisó la hierba, agachándose para tocarla con ambas manos. Las finas hojas cosquillearon su palma.
Elevó la mirada, intentando abarcarlo todo de un solo golpe, pero sus ojos protestaron por el esfuerzo de mirar tan lejos. Se dio cuenta de que era la primera vez en su vida que miraba más allá de unas paredes.
Redujo la distancia que la separaba de los árboles, parándose delante de uno de ellos, y después se acercó al tronco rugoso y áspero, lleno de surcos e imperfecciones que nunca había imaginado. Pasó la mano por este, despacio, y de alguna manera notó que en su estática versión estaba vivo.
En ese momento le pareció divisar a una persona entre los árboles. Una chica, vestida con una chaqueta roja que facilitaba su visibilidad entre los arbustos. Parecía estar hablando con alguien más. De hecho, si escuchaba con atención, podía oír un murmullo de voces ahogadas por el ruido del agua. Y ella que había creído que a esas horas de un domingo todos dormían.
Avanzó un metro más entre los árboles, encontrándose con una explanada circular rodeada por la vegetación. A la cabeza de la explanada pudo ver la pequeña cascada que brotaba de una formidable piedra que se insertaba en una especie de invernadero, ligado al edificio principal. El agua proveniente de la cascada formaba un riachuelo que rodeaba el claro. Seis filas de pupitres daban la cara a la cascada y se orientaban a una mesa principal. Era un aula creada al aire libre, en un claro en mitad del bosque.
Volvió a atisbar la chaqueta roja entre los árboles. Recorrió el círculo, oculta entre la vegetación, hasta que empezó a escuchar las voces con más claridad. A diez metros pudo ver, entre las ramas, a la chica, apoyada en un árbol. Otro chico se inclinó sobre ella, apresándola contra el tronco mientras le besaba el cuello. Al hacerlo, algo en su muñeca brilló captando toda la atención de Ash, ya que nunca antes había visto un artefacto así. La chica alzó la mano para acariciar su brazo mientras él la besaba.
Entrecerró los ojos para vislumbrar la escena. No era que le gustara espiar a las parejas, pero aquel brazalete de luces de colores había logrado picar su curiosidad. También la chica lo llevaba, aunque en su caso brillaba con una luz distinta.
Dándose por vencida, comenzó a retroceder por donde había venido hasta que divisó a otro grupo de jóvenes a unos metros de la pareja. Éstos se acercaron a la cascada y treparon por la pierda hasta que los perdió de vista.
—¿Perdida?
Su corazón dio tal vuelco que por un instante solo pudo concentrarse en apaciguarlo. Cuando lo logró, dio la vuelta lentamente para encontrarse con un joven que la observaba con los brazos cruzados.
—¿Te has perdido? —repitió él ante su falta de respuesta. La miró de arriba abajo y pareció intrigado y confuso, como si no esperara encontrarse a alguien como ella por allí.
—No —murmuró sin encontrarse la voz. Ahora lo reconocía. Era el chico que jugaba con Tábata la noche anterior—. Solo estaba dando una vuelta.
Él se rascó la barbilla con el pulgar, de forma inconsciente. Como si fuera un gesto que necesitara hacer para pensar con claridad. Pero a Ash le bastó para ver la misteriosa pulsera en su muñeca.
—No quería interrumpir las actividades de tu secta —dijo, a pesar de que el joven no parecía corresponder al perfil de un sectario. Era rubio con el pelo rapado casi al cero en un lateral de su cabeza. La pequeña piedra de su Secbra, situada por encima de su sien, marcaba una línea por donde el pelo crecía más largo. Había algo corrupto en sus ojos, o quizá eran sus labios. Como si guardaran un secreto que podrían corromperla en menos de un segundo. Sus labios, incluso cerrados, mantenían una ligera curvatura como si algo le resultara divertido.
—¿Mi secta?
—Bueno. Un grupo de gente, a las cinco de la mañana, en un bosque, llevando el mismo artefacto —aclaró ella, señalando su pulsera—. ¿Qué clase de persona hace eso?
—¿Qué clase de persona los espía? —inquirió él, mirándola desde arriba con arrogancia.
Ash apretó los labios sin saber qué contestar.
—¿Qué es? —dijo, y señaló su muñeca de nuevo.
Sus labios volvieron a dibujar aquella perversa y casi imperceptible sonrisa que comenzaba a ponerla nerviosa. Se miró la muñeca sin descruzar los brazos.
—¿No sabes lo que es? —su voz denotaba incredulidad, pero sus ojos mostraron cierta diversión.
Ash dio un paso al frente para examinar el aparato más de cerca.
Se trataba de un brazalete ancho que le cubría la muñeca y parte de la mano. No resbalaba suelto por la muñeca, como un adorno, sino que se ajustaba a su hueso con un agarre firme. Contaba con una pequeña pantalla por la que, dedujo, salía la luz que había visto antes.
—¿Qué función tiene? —volvió a preguntar al no encontrar nada familiar en él.
El muchacho enarcó los ojos, atravesándola con la mirada como si intentara leerle la mente. Sus ojos oscuros encerraban una fuerza mística.
—¿Cuántos años tienes?
Ash intentó no temblar ante la superioridad de su voz. Era consciente de que su aspecto era deplorable. Llevaba su melena rebelde controlada en un moño sin gracia, y el uniforme de la Nasa le quedaba grande: Unos pantalones negros anchos y una enorme sudadera negra que le llegaba casi a las rodillas.
—¿Qué tiene que ver eso? —protestó ella, mirando hacia los lados, simplemente incapaz de mantener aquella mirada maquiavélica. Notó el calor del sonrojo extendiéndose por sus mejillas.
«Tranquila, no es tu tipo.»
—Porque no sé si puedes soportar la respuesta —se burló él, observándola minuciosamente. Se cruzó de brazos de nuevo, con altanería, como si fuera un portero de discoteca. Parecía complacido con su perturbación—. Mejor vuelve a la cama antes de que tu curiosidad sea satisfecha.
Aunque había sido dicho a modo de amenaza, Ash sintió una reacción poco usual ante una amenaza. Sintió como si sus piernas se hubieran vuelto de gelatina.
Tenía un programa para colarse en ciertos aparatos y se le ocurrió probarlo en ese momento. Segundos después, estaba dentro. Lo encendió para poder analizar el programa que utilizaba. Al parecer, era uno bastante sencillo y no pudo evitar sentirse decepcionada.
El joven, boquiabierto, se miró la muñeca al ver el artefacto encendido.
—Es un acumulador de energía, ¿verdad?— adivinó ella.
—¿Lo has encendido tú? —marcó cada palabra como si no pudiera creer que algo así fuera posible. Sus ojos la observaban como platos—. ¿Cómo has entrado tan rápido? ¿Con qué programa? ¿Quién eres?
Demasiadas preguntas para su gusto.
—Tengo que irme
—¿Cómo te llamas? ¿Cómo se llama el programa que has utilizado? —continuó él, haciendo caso omiso de su despedida.
Ash suspiró, dándose la vuelta para volver a su habitación.
—Es complicado de usar —se limitó a decir por encima de su hombro mientras se alejaba.
Al parecer, eso fue lo peor que podía haber dicho. El joven se movió con asombrosa rapidez, interponiéndose en su camino. Ash levantó los brazos al chocar contra él con muy poca gracia. Pero en cuanto se recuperó del susto, se dispuso a sortear el obstáculo para proseguir su camino. Y lo hubiera logrado de no ser porque él la agarró del brazo.
—¿Sabes quién soy, cría? Soy el mejor informático de la Academia.
Ash intentó no reír ante la indignación del muchacho por que alguien se hubiera atrevido a insinuar que un programa era demasiado complicado para él.
—Entonces, estoy segura de que conoces uno mejor.
Por un segundo, la expresión semi-permanente de autocontrol desapareció de su rostro y Ash intuyó que deseaba estrangularla.
Un silbido les llegó a través del bosque. Parecía provenir de la cascada, o al menos fue allí adonde miró él. Se giró hacia aquella dirección para contestar con otro agudo silbido y Ash aprovechó la oportunidad para aumentar la distancia entre ellos. Tampoco se giró para comprobar si él la seguía, sino que a toda prisa cruzó el jardín en dirección a su habitación.
Aunque sabía que si no la había alcanzado a esas alturas significaba que no la estaba siguiendo, una apremiante ansiedad la hizo recorrer la distancia en tiempo récord. Y no desapareció hasta que cerró la puerta de cristal tras ella.
Se quedó allí, parada y echada contra el cristal de su puerta durante varios minutos. Se sorprendió a sí misma al darse cuenta de dos cosas: una era que estaba apretando la mandíbula y los puños; y la otra, que estaba observando la parte de su brazo donde la mano de él la había sujetado, como si pudiera encontrar algo fascinante allí.
Sacudió la cabeza, notando que debía de estar muy cansada para comportarse de una forma tan extraña, y emprendió el camino de regreso a su cama. Aquélla era toda la cura que necesitaba.
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