22: Capítulo 21
"Me enfadé con mi amigo,
le confesé mi ira, y mi ira terminó.
Me enfadé con mi enemigo:
no se lo confesé, y mi ira creció"
WILLIAM BLAKE, Un árbol venenoso
Capítulo 21
Había algo extraño en aquella mañana. Algo estático, como si el tiempo se hubiera detenido; pero a la vez sentía un alboroto en el aire, o quizá en su propio interior. Algo inquietante que veía en los rostros a su alrededor. No sabía exactamente qué era, pero aquella mañana no pertenecía a la acostumbrada sensación de su rutina. Ni siquiera ella misma parecía ser la misma persona.
Sooz miró a sus compañeros, arremolinados en grupos por las mesas, y otros dispersados por la pradera. Los vio reír y bostezar, tan ajenos al cambio y a aquella inexorable sensación de que sus vidas, hoy, eran inevitablemente distintas.
Un grupo de personas que no pertenecían a la Academia estaban reunidas cerca de la mesa del profesor. Ash volvió a darles la espalda, un tanto azorada, y así fue cómo Sooz supo que venían de Pentace.
—Vienen a decirnos más mentiras. Tanto secretismo, tantas mentiras... ¿Para qué? Para impedir que otros conozcan la verdad de la que nosotros sí disfrutamos. Creo que engañar es el acto más egoísta de todos.
—No sé... —comenzó Ash, claramente no entendiendo que también se refería a ella—. A veces, creo que decir la verdad es aún más egoísta.
Sooz sacudió la cabeza.
—No —dijo con dureza—. Todos nos merecemos la verdad, sea cual sea; intentar decidir por otro es una equivocación siempre.
Ash volvió a enrojecer.
—Lo siento, debería haberte dicho lo de Driamma y Elek. Pero no quería destruir nuestra amistad.
Sooz se mordió el labio.
—Driamma no nos ha destruido diciendo la verdad. Lo hemos hecho nosotras, escondiéndole la verdad sobre su hermano. Es una lección que nunca olvidaré.
En silencio, salvaron la distancia que las separaba de los pupitres. Antes de tomar asiento divisó a Elek sentado a unos tres metros de ellas, rodeado de gente, como de costumbre. Al observarlo se dio cuenta de que el infierno personal que el chico llevaba dentro no era de envidiar. No estaba participando en la animada conversación del grupo. Tampoco se atrevía a elevar la mirada y enfrentarse a la suya, y eso debía de estarle matando. En el fondo sabía que la quería, y la idea de haberla perdido, incluso como amiga, parecía ser la tortura que lo hundía contra la silla y desfiguraba su rostro en una desoladora mueca de tristeza. Ese tipo de tristeza que cambia las facciones.
El frío de su interior desapareció, y Sooz supo que no quería odiarlo. Si su cerebro era capaz de quererlo, medio muerto como estaba en esos momentos, tenía un problema. Porque cuando volviera a ser ella misma, cuando volviera a ser fuerte, entonces lo querría con más fuerza.
Tomaron asiento en la segunda fila. Ash eligió sentarse tras un muchacho alto, probablemente con la intención de ocultarse de los visitantes de Pentace. Los cuales no habían acudido allí para decirles la verdad sobre Kaudalon, sino que inventaron una patraña sobre una lluvia de meteoritos para explicar por qué algunas de las funciones de Noé iban a verse afectadas de ahora en adelante. Retransmitieron el falso mensaje vía Facebook para el resto de ciudadanos.
Primev tuvo que golpear la mesa con fuerza para detener el murmullo de voces que precedió a la marcha de los visitantes. Cuando logró que el alboroto se redujera, comenzó su particular versión, desde el punto de vista económico, de lo que acababan de decirles.
—Estoy orgullosa de ti —le susurró Ash de repente.
Sooz la miró con cierta curiosidad.
—Eres testaruda, cabezota, inflexible, incluso algo egocéntrica...
—Por favor, para, no sigas halagándome o me voy a sonrojar —la interrumpió, logrando que la chica esbozara una sonrisa por primera vez ese día.
—Me refiero a que eres todo eso, pero me ha sorprendido tu reacción ante lo ocurrido con Driamma y Elek. Has sabido ver que detrás de una mala acción hay una historia triste; y has sabido perdonar y ver tu parte de culpa. No todo el mundo es capaz de eso.
También Sooz sonrió por primera vez en más de veinticuatro horas.
Entonces, una sombra se cernió sobre sus pupitres, y cuando giró el rostro para comprobar de qué se trataba, se encontró a una pálida Driamma, estática junto a su mesa, pero con la mirada perdida en el horizonte. Sus ojos se veían hinchados por el sueño o el llanto, o una combinación de ambos. Si no fuera porque se había detenido a su lado, la creería sonámbula o presa de un extraño trance.
También podía sentir los ojos de toda la clase sobre ellas, y en especial el peso de unos ojos verdes. Algunos de ellos, esperaban ver una escena.
Si dependía de ella, no la iban a tener; pero también dependía de Driamma que, a pesar de haberse detenido a su lado, aún no la miraba.
Sooz apartó su chaqueta del asiento contiguo al suyo y la depositó sobre su propio regazo. Driamma no se movió, y cuando ya parecía que no lo iba a hacer, se sentó junto a ellas en clase por primera vez en sus vidas. Ese mudo gesto significó para las tres mucho más que cualquier palabra.
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