Capítulo 9: Just be a Drag
Es la primera vez que contemplo los tatuajes que Ian tiene en los brazos, ya que siempre lo había visto usando mangas. Ahora me cuesta no enfocarme en el dragón escupiendo fuego que termina en su codo. Intento llevar mi atención a Emma, quien ve caricaturas en el televisor e ignora que su padre trajo a un par de desconocidos.
Ian y Cris charlan junto al comedor, no sé de qué, pero deduzco que están hablando sobre mí. Lo digo por la manera en la que el primero voltea de refilón hacia el sillón en el que estoy.
Quizás estén discutiendo sobre la demostración que les di hace rato tocando la guitarra eléctrica mientras cantaba. No sé si deseo quedarme, porque, aunque me parece emocionante la idea de cumplir la fantasía de formar una banda, no estoy segura de poder con un proyecto así de importante para ellos.
—Danna, ¿verdad? —me llama Cris. Cruza los brazos y me inspecciona de arriba abajo.
Asiento. Es ahora cuando pienso que no fue buena idea hacerme un par de chongos como si fuese una e-girl.
—¿Cuál fue la primera canción que aprendiste a tocar? —Cris recarga la espalda en la pared.
Ian se mantiene impasible a su lado. Me gustaría saber si todavía quiere que me les una.
Hago que mis recuerdos retrocedan a hace más de diez años y que se detengan en el momento en el que le dije a mamá que quería ir a clases de música para ser como «la bruja verde del musical». Fui a una academia pequeña del pueblo y comencé asistiendo a canto por unos años, hasta que conocí al que fue mi primer novio y me convencí de que quería tocar la guitarra como él.
—Lamento boliviano de Los enanitos verdes. —Recordarla me hace fruncir los labios de lo cansada que me tiene.
Cuando aprendes música por primera vez, debes repetir infinidad de veces una canción.
Ian suelta una risita.
—La mía fue Persiana Americana, tanto en guitarra como en bajo —dice, todavía risueño—. No es contra Soda Stereo, ellos son increíbles, pero esa canción la traigo aquí. —Se señala la sien.
—Vas a tener que acostumbrarte a tocar versiones de los clásicos del rock en español y tal vez en inglés —atina a decir el baterista.
—Mientras no sean de Maná, todo bien —vacilo.
—Algún día compondremos nuestras propias canciones. —Ian camina hasta donde me encuentro—. Y los tres seremos grandes. —Coloca sus manos encima de las mías.
Me quedo en un vahído, pero una vez hilvano los cabos, lo suelto.
—Es todo, Dann. Nos veremos aquí a diario a las siete a ensayar —menciona Ian, y da un paso atrás para alejarse de mí—. ¿Quieres que te acompañe a casa?
Todo ha sucedido tan rápido que parece salido de un sueño.
—¡Dejen la cursilería! —Cris pasa detrás de Ian y lo empuja.
—Mejor cuida a Emma en lo que acompaño a Dann a casa —dice con fastidio.
Necesito aire para procesar lo sucedido, por lo que salto del sillón y me dirijo con celeridad a la puerta. Una vez afuera, tomo una gran bocanada de aire. Está por caer la noche y debo alistarme, ya que hoy iremos a buscar a Black Sunrise al Street 69.
—¿Emocionada? —Ian se posiciona a mi lado.
—Decir que sí sería poco. —Empiezo a caminar.
Andamos por la acera sin emitir sonido alguno, solo oímos las voces de los vecinos a lo lejos.
—Por cierto, Dann, una disculpa por lo de la otra vez... —Ian no se detiene—. Se me olvidaba que Marina pasa por Emma a esa hora todos los días.
Doy un respingo. Había dejado atrás ese vergonzoso episodio.
—No te preocupes. —Bajo la cabeza y comienzo a patear un guijarro.
—Me quedo con Emma todas las mañanas y las tardes mientras Marina trabaja. No me molesta, de verdad que amo pasar tiempo con mi hija, pero si ella pudiese ir a la primaria, me conseguiría un empleo que no me ate a estar en casa para cuidarla, y dejaría esa porquería del call center.
Todavía no comprendo mucho la situación, aunque sí puedo empatizar con la impotencia que siente sobre los problemas de ansiedad social de Emma. La niña apenas me tolera a mí y con Cris puede convivir porque tal vez lo conozca hace años. Exponerla a un entorno en donde no reconoce a nadie y está lejos de sus padres representaría un trauma para ella.
Cuando Seb tenía esos problemas, Armando jamás se preocupó por el golpe emocional que le dejó. El primer día de clases le gritó y le dijo que actuara normal. La ventaja es que él me tenía a mí y por años cuidé que no se quedase solo.
—No la presiones; sé muy paciente. Mi hermano era igual y ahora, aunque no es el más sociable del mundo, es universitario y hace una vida como la de todos. —No sé si mi comentario fue el mejor, pero necesitaba expresarlo para evitar que otro padre cometiera los mismos errores que el mío—. Yo le tenía mucha paciencia. Cuando lo presentaba con mis amigos, nunca lo obligaba a hablar, primero buscaba que se sintiera cómodo.
Ian mira al cielo y después se enfoca en mí.
—¿Cuánto me cobrarías por cuidarla? —sugiere de repente.
Caigo en la cuenta de que ambos lo requerimos. Todavía no tengo trabajo y continúo sintiéndome inútil, y él lo necesita para mejorar su medio de subsistencia.
—Vendrás todos los días a ensayar. Podemos acostumbrarla juntos. Ya confía un poco en ti. Tal vez la pueda dejar a tu cargo —insiste, y se estira para acercar su cuerpo a mí—. ¿Qué dices?
—Te cobro trescientos cincuenta pesos al día —suelto, indecisa. Retrocedo porque la cercanía con su rostro me pone nerviosa.
—Incluye que le hagas de comer, ¿verdad?
—Sube a trescientos setenta y cinco si se agregan alimentos. —Imito la sonrisa perspicaz de Ian.
Él me proporciona un ligero golpe en el hombro y yo se lo devuelvo con más fuerza.
Una vez llegamos a la casa, Ian se detiene, saca el celular y, sin decirme nada, me lo entrega con la página principal de Instagram abierta.
—Pásame tu cuenta —apremia.
Mis dedos vacilan y mi mirada se clava en la pantalla del aparato. Hace semanas que no me meto a ninguna red; las di todas de baja antes de mudarme.
—No tengo —susurro, y mis ojos escuecen.
Él me mira como si hubiese dicho algo irreal.
Echo de menos mi cuenta de Instagram en la que publicaba fotos de los campos de mi pueblo, de su laguna y la plaza central. También ver memes en Facebook cuando tenía ratos muertos o leer discusiones inmensas en Twitter.
Me preparo para darle la misma excusa que le proporcioné a Fede cuando me preguntó si podía pasarle mi cuenta:
—¡Prefiero la interacción real!
Le regreso el teléfono a Ian.
—Qué alternativa —se mofa al mismo tiempo que recibe el aparato.
Es frívolo, pero quiero ponerme a llorar como lo hice la vez que Noé me llamó, amenazándome con publicar el video que sus amigos tomaron de mí.
—Danna, eres la chica más curiosa que he conocido en mucho tiempo. —Ian coloca las manos en mis hombros, lo que me espabila.
Si le tuviera más confianza, le pediría un abrazo que me otorgara consuelo.
Desconozco si mi maquillaje es excesivo, pero me fascina cómo me queda el delineado de colores con sombras brillosas. A pesar de llevar mis gafas, mis ojos son el centro de atención.
Detengo mi momento de vanidad cuando Fede estaciona el auto delante del bar en el que daremos nuestro siguiente paso en la búsqueda.
—¿Es la primera vez que vienes? —le pregunto a mi amigo.
—Vine cuando cumplí veintiuno. —Con un botón retira los seguros de la puerta—. El ambiente es el mejor, más a gusto que el de Drako's. Lástima que el aburrido de Seb se rajó.
Resoplo. Mi hermano se negó a acompañarnos porque tenía mucho trabajo, aunque tanto Fede como yo sabemos que fue un pretexto, pero no quisimos atosigarlo con interrogantes.
Ambos bajamos del vehículo y nos revolvemos con un grupo de personas que también van a entrar. Me encantan sus maquillajes, sus pelucas de colores y sus zapatos de plataforma. Desearía tener la mitad de esa confianza para vestir como se me dé la gana sin importarme la opinión externa.
Aunque me avergüence, dejo que Fede pague la cuota. Después, atravesamos el umbral que nos lleva a las mesas, que son iluminadas por una luz neón. Todo es color morado, azul, naranja, verde y rojo.
Me encuentro tan embelesada que Fede tiene que empujarme para que reaccione y vayamos a una mesa vacía.
—Black Sunrise dará su espectáculo en unos minutos. Imitará a Lady Gaga —menciona Fede. Me sorprende que haya investigado tanto.
Sé que estoy ahí en una misión, pero más vale aprovechar y tener un momento a gusto. Estiro el brazo y le pido al mesero un par de tragos. Los voy a pagar yo, ya que aún me queda dinero del que me dio mamá antes de partir. Además, pronto trabajaré cuidando a Emma.
Debo admitir que el ambiente es mucho más ligero que el de otros bares a los que he ido. Al menos los hombres no están rodeando a las mujeres sin que estas lo deseen. Además, el encargado del sonido tiene puesta una mezcla de reguetón con pop, por lo que pronto Fede siente deseos de pararse a bailar.
Pensaba que al ser un chico se sentiría más cohibido, pero se mueve con una seguridad que pocas veces había visto. Canta las letras y alza las manos. Cuando se da cuenta de que no me muevo, coloca los dedos en mi cintura, provocándome un ligero susto. Sin embargo, lo dejo continuar con sus manos ahí porque lo único que hace es ayudarme a mover las caderas.
—¡Que no parezca que tienes el culo pegado a la espalda!
Le propino un golpe en el hombro, aunque lo dejo continuar.
No hemos tomado más que un trago entero, pero para cuando anuncian la entrada de Black Sunrise, ya nos hallamos lo suficientemente prendidos. Nos olvidamos de la misión y nos emocionamos con la muchedumbre cuando Born this way de Lady Gaga comienza.
Brincamos como unos locos mientras observamos a la estrella hacer un perfecto lip sync e imitar las coreografías de las canciones. Ella utiliza unas plataformas que seguro me aplastarían el cráneo. También está ataviada en un vestido con miles de brillantes y en su prolija peluca rubia lleva un enorme moño rojo.
Durante el espectáculo me olvido de que no soy buena bailando, de que cambio algunas letras de las canciones y de todos mis problemas. Noé, Martín, el resto de sus amigos, lo que tienen sobre mí y mis motivos para escapar pasan a un tercer plano. Me enfoco en las luces de colores, en imitar su ritmo y en seguir a Fede, quien creo se sabe las coreografías de Lady Gaga de memoria.
Hacía tiempo que no me divertía de ese modo, y, sobre todo, tan segura en un ambiente tan similar a la de esa noche en la que cometí el peor error de mi vida.
Para cuando el espectáculo termina, ya me encuentro empapada en sudor y con la necesidad de beber algo más. Fede está por pedirle al mesero un trago, pero yo bajo su mano y le indico con una seña que debemos seguir a Black Sunrise.
Nos colamos entre la multitud que continúa prendida al espectáculo, chocamos con un par de personas e incluso le tiramos el vaso a alguien y nos ganamos un insulto. Tenemos la suficiente suerte de que nadie esté mirando, por lo que nos escabullimos a la parte de los camerinos y con celeridad vamos al único que tiene la luz prendida.
Fede hace el ademán de tocar la puerta. Sin embargo, tengo un ataque impulsivo y la abro.
La Drag Queen nos mira con impresión.
Fede se coloca detrás de mí y espera a que hable.
—Buenas noches. No somos ladrones.
Me quiero estampar la cara contra un muro.
—Tienen un minuto para explicarme por qué están aquí. —Cruza los brazos y nos fulmina a ambos con sus ojos artificialmente azules.
Mis manos tiemblan. Siempre he dicho que me gustan las aventuras, pero es ahora cuando me doy cuenta de que no soy tan valiente.
—Nos dijeron que usted se presentó en una ocasión en Drako's; y que un tal Matías la invitó, ¿cierto? —Opto por ser directa.
Cualquier forma de explicarme es un absurdo y cada excusa es peor que la verdad.
Ella suelta una carcajada gutural.
—¿Lo conoce o no? —insiste Fede.
—Le he visto hasta lo que no debería. —Se cubre la boca con la mano—. ¿Y qué quieren? No doy espectáculos Drag Queen para universitarios, si es lo que venían a preguntar.
Niego, tomo una gran bocanada de aire y me preparo. Debo seguir humillándome a mí misma.
—Solo queríamos saber si podría decirnos cómo encontrarlo o dónde —retomo.
Estoy comenzando a arrepentirme.
—Si él se entera de que ustedes vinieron a verme, seguro me bloqueará de todos lados. —Se coloca una mano debajo de la barbilla—. Aunque se los diré, no me importa. A Mati lo conozco como a mí, pero aún no sé dónde está su casa y tampoco me siento con la libertad de darles su teléfono. —Quiero zarandearla para que deje de jugar conmigo—. Pero sí sé en dónde pueden encontrarlo sin falta. Él trabaja en La marquesa, en un criadero de truchas llamado La Ciénega.
Fede y yo nos observamos emocionados. Obtuvimos la respuesta más rápido de lo que esperábamos.
—Y antes de que los saque, ¿podrían decirme para qué lo quieren? —Ella se levanta y se aproxima hacia mí. Me sorprende la parsimonia con la que se mueve en esas plataformas, aún después del espectáculo—. Me encanta el chisme.
—Estamos buscando a alguien, y tal vez Matías pueda decírnoslo —responde Fede, impasible.
—Cuéntenme cómo terminó su búsqueda cuando tengan noticias. Ya saben dónde encontrarme cada viernes. —Me extiende su mano; quizás espera que le dé un apretón. Hago lo que pide y estrecha la mía con fuerza, tanta que incluso me tengo que agachar—. Ahora váyanse antes de que alguien los vea.
Como ya tengo una copia de la llave de la casa, abro la puerta y le permito la entrada a Fede. Le dejaré pasar la noche con nosotros, ya que así de borracho no puede conducir hasta su casa. Ambos, luego de la charla con Sun, nos quedamos más tiempo disfrutando de ese fantástico bar.
Al encender la luz, casi nos da un infarto al ver la silueta de Seb. Mi hermano se encuentra sentado en uno de los sofás, con el pijama puesto y los brazos cruzados.
—¿Nos dejas hablar solos a Fede y a mí? —me pregunta.
No entiendo el motivo, pero obedezco. Aunque, en lugar de ir a las escaleras, me meto en la cocina. Quiero escuchar lo que van a decirse, por lo que me asomo un poco a través de la puerta.
Seb se levanta y se acerca a un ebrio Fede que se encuentra recargado en una pared.
—¿Por qué mi hermana? —le pregunta con insistencia—. ¿Por qué de todas las chicas que puedes tener, la eliges a ella?
—No entiendo de qué carajo hablas.
Llevaba rato pensando en que le gusto, pero no me había detenido en ello. Fede es un nuevo amigo al que estimo mucho; y mientras no me proponga algo más, yo no me atrevería a dar el siguiente paso.
—Es evidente que te gusta Danna. Tú mismo me lo contaste la otra vez en el parque.
Doy un respingo. No esperaba que él se sincerara con Seb sobre sus sentimientos hacia mí.
—¡Yo jamás dije eso!
—Solo deja de intentar ligarte a mi hermana, maldito lobo.
Fede se da una palmada en el rostro.
—En realidad, pretendo hacerlo con otra persona. —Se le acerca y lo toma por el cuello del pijama—. Pero creo que no te das cuenta de mis intentos.
—¡¿Qué es lo que buscas?! —inquiere Seb, asustado.
Estoy por intervenir; sin embargo, en lugar del golpe que Seb y yo esperamos, Fede lo eleva a la altura de su rostro. Acerca sus labios a los de mi hermano y pronto, entre sus bocas, ya no existe separación alguna.
¡Hola! Sé que esté capítulo era para ayer, pero sucedieron cosas y recién puedo publicarlo.
¿Qué piensan que pase después del beso entre Seb y Fede?, ¿tienen teorías sobre por qué Dann se vino a vivir con su hermano?
Les dejo vídeos con las canciones mencionadas en este capítulo.
https://youtu.be/Z3L5M7GHAkw
https://youtu.be/wV1FrqwZyKw
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