Capítulo 4: El silencio que nos separa
La conversación entre Fede y Dann impide que me concentre en el trabajo de Redes que debo presentar mañana. Por momentos los observo de soslayo, ríen y gesticulan cada vez que se emocionan. Este escenario me hace recordar a la escuela primaria, cuando mi hermana, durante el receso, llevaba a sus amistades a la banca en la que almorzábamos. Ella se divertía mientras yo me concentraba en mis alimentos. Me costaba integrarme a la conversación: había momentos en los que se me ocurría el modo de hacerlo, pero la lengua dejaba de funcionarme y me corroía el terror de decir algo nefasto. Por eso nunca supe hacerme de compañía sin su ayuda.
Lo peor es que ahora Dann me detesta y no me dirige la palabra, ya que cometí el gravísimo error de negarla. Más que actuar así por la ebriedad, lo hice porque no quería que alguien como ese lobo conociese más sobre mí. Nadie en la universidad sabe de mí más allá de lo académico. Pero ya no es así, porque ahora Fede y mi hermana se han vuelto amigos. Es más, él la ha metido en el campus para pasar juntos la hora libre.
—Vayamos a clase, Seb. —Fede coloca las manos sobre la mesa y se yergue—. Tenemos que entregar ese trabajo de Electricidad que te dejó vomitando en el suelo.
Cierro la computadora y lo miro con molestia. No necesito que me recuerde que llegué en calidad de bulto a casa la noche anterior por su culpa. Todavía me duele la cabeza, tengo el estómago revuelto y cada vez que recuerdo que me ayudó a vomitar, me surgen deseos de efectuarlo de nuevo.
Dann también se levanta, hace su cabello hacia atrás, no se digna a mirarme y se vuelve hacia Fede. Lo peor es que, aunque me odie, ella se despertó temprano a prepararme el desayuno y limpió el basurero que era la casa.
Necesito pedirle una disculpa, pero no sé cómo hacerlo.
Cuando veo que Fede se despide de mi hermana con un beso en la mejilla, pienso en arrojarle la computadora a la cabeza para que se aleje de ella. Sin embargo, como el cobarde que siempre he sido, me limito a quedarme atrás viendo a mi hermana marcharse.
Fede me coloca una mano en la espalda y me empuja para que camine más a prisa. Las gafas se me descolocan y abrazo la computadora contra mi pecho mientras me muevo a la salida de la cafetería. Una vez emergemos al exterior, el viento de abril sacude nuestros cabellos. El sol se encuentra en su punto, pero el aire continúa siendo frío.
—Me agrada tu hermana —menciona mi compañero al mismo tiempo que se da media vuelta. Anda de espaldas, con las manos detrás de la nuca.
—¿Qué pasó en el bar después de que vomité? —Trago saliva. No me siento preparado para la respuesta, pero necesito saber qué hubo entre los dos.
El lobo se rasca la barbilla.
—Dann me dijo que le prestara dinero para un taxi, aunque no iba a dejar que se fuera sola contigo en calidad de bulto. —Da un salto, mira de nuevo al frente y se coloca a mi lado, tapándome el sol—. Así que les di un aventón a su casa. Tu hermana quería que los dejara en la entrada, y como es chiquita —acomoda la mano en su pecho, marcando el sitio aproximado en el que mi hermana le llegaría—, la ayudé a llevarte a tu cuarto.
Mi rostro se pinta de carmín de nada más imaginar que Fede me vio dormido.
—De ahí me invitó a tomar café y la ayudé a limpiar tu casa. Por cierto, no te hubiese hecho mal barrer el suelo de vez en cuando. —Me da un leve puñetazo en el hombro.
—¿Y no pasó nada más? —Resoplo.
Fede y yo entramos en el edificio de las aulas. Una buena cantidad de lobos se acercan a saludar a su capitán; todos son igual o más altos que mi compañero, poseen musculaturas considerables y siempre vienen acompañados de alguna chica.
Lo que menos deseo es que Dann forme parte de ese grupo.
—¿Qué más creías? —me responde Fede una vez se despide de sus compañeros.
Nos quedamos recargados en la jardinera a esperar que el salón termine de vaciarse.
Fede se estira, coloca su rostro delante de mí y me dedica una sonrisa ladina.
—Maldito Seb, ¡eres un mal pensado! —profiere con sorna—. A ver... Dann es guapa, pero ella tiene los ojos en alguien más; y aunque pueda hacer mi lucha, es todavía muy pronto para cualquier cosa que hayas imaginado.
Agacho la cabeza y formo un puño con la mano libre. Estos días no he hecho más que demostrarme a mí mismo que mi padre tenía razón cuando me decía que era un débil perdedor.
Antes de que Fede haga otro comentario asqueroso, me muevo hasta el salón. Coloco mis cosas en la silla que queda justo frente al profesor y me dispongo a olvidar esos asuntos personales para enfocarme en electrones y magnetismo.
Fede no tarda en entrar junto con el resto de las personas que tomarán clase con nosotros. Se sienta en el extremo opuesto al mío y conecta su teléfono al enchufe de junto.
Nota que lo miro, por lo que me saca la lengua.
«Sebastián Hernández, lo empeoraste todo», me regaño mentalmente al mismo tiempo que estampo la frente en la paleta de la banca.
Durante las tres horas de clases, no hago más que mirar de refilón a Fede, quien juguetea con una pluma y mueve con ansiedad el pie. Parece que trae la mente en todo menos en los cálculos que debemos hacer. Su comportamiento me enfurece porque tiene excelentes notas, a pesar de que siempre se encuentra disperso y falta a menudo a las clases por los torneos y los entrenamientos.
En cambio, para mantener la beca, yo he tenido que desvelarme por días enteros y saltarme comidas. Cada vez que llego de mi trabajo en la heladería, tengo fuertes deseos de tirarme a dormir, pero siempre me doy un par de palmadas y me obligo a continuar.
Para nuestra fortuna, el profesor de Electricidad olvida que dejó un proyecto y nos libera sin ver los avances. A estas alturas, creo que Fede me engañó y que solo utilizó eso como un pretexto para sacarme de casa una noche, pero, ¿cuál era su maldito objetivo?
Mi mente se mueve por distintas posibilidades; pienso que quizá se trató de una broma, que me grabó durmiendo y que se ríe con el resto de los lobos de mí, aunque aquello se me hace una auténtica tontería porque ya no somos adolescentes. Entonces formulo la teoría de que encontró mi perfil de Facebook, que llegó así al de Dann y se enteró de que ella vendría a vivir conmigo, por lo que diseñó esa mentira para verla. Sin embargo, eso tampoco tiene sentido, ya que mi hermana eliminó sus redes días antes de venir aquí.
Además, Fede me hubiese pedido que llevara a Dann conmigo, no que fuéramos los dos nada más.
Todo me hace sospechar, por lo que salgo de clase con la intención de reflexionar al respecto en el viaje en camión que haré hasta el trabajo. Mi jornada laboral es de dos de la tarde a seis y media; tengo suerte de caerle bien a los dueños, ya que me permiten acomodarme a los horarios de la universidad.
Dejo la mochila y la computadora en el casillero. Llevar el aparato conmigo en el camión es una manera de atraer potenciales atracadores. Nunca me han asaltado, pero siempre voy preparado para que lo peor suceda.
Camino con las manos dentro de los bolsillos por un sendero rodeado de árboles de pino. En los jardines, las bancas de colores se encuentran llenas de estudiantes que están disfrutando del sol en sus ratos libres. Cuando tengo que atravesar el estacionamiento para por fin llegar a la salida del campus, me encuentro con que Fede está cargando dos maletas deportivas: una es la que la universidad le dio como regalo de bienvenida al equipo, y la otra, una rosada que sé que le pertenece a Dann.
Mi hermana se encuentra junto a Fede. Usa pantalones de yoga, tenis deportivos, una chaqueta rompevientos color morado y lleva el cabello amarrado en una coleta alta.
—¿Qué hacen juntos? —les pregunto, y me posiciono entre los dos.
—Voy con Dann al gimnasio —contesta Fede con una fingida inocencia.
Ella pone los ojos en blanco y camina hasta que queda frente a mí.
—Deja de actuar como si yo te interesara —espeta al mismo tiempo que me da un empujón.
—No te conviene acercarte a él —susurro. No quiero que el lobo me escuche, pero sí que mi hermana lo haga.
—Al menos Fede se ha esforzado en hacerme sentir bienvenida, no como tú. —Cruza los brazos y frunce los labios—. Además, te recuerdo que aquí y delante de tus amigos no somos hermanos.
—Danna, yo... ¡Es que tú no lo entiendes! —Quiero pedirle perdón, pero no puedo, se me vuelve a trabar la lengua.
—Déjalo así, Sebastián.
Ella se aleja de mí, regresa a donde está Fede y ambos se van juntos. Entretanto, bajo la cabeza y me trago, como siempre, todo lo que quiero y no puedo expresar.
¡Holi!
Espero hayan disfrutado este capítulo cortito, pero necesario para comprender lo que se cuece dentro de la mente de Seb.
¿Cuál creen que haya sido el objetivo de Fede al engañar a Seb sobre el trabajo?
¡Nos vemos la siguiente semana!
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