Capítulo 12: Hay que ser valientes
El concierto de Dann ha sido la primera cita formal que he tenido con Fede, ya que los exámenes finales se nos atravesaron y se volvió imposible encontrar un espacio para continuar con lo que sea que hayamos acordado. Ahora esta salida rumbo a un criadero de truchas llamado La ciénega será la segunda.
Observo desde el asiento del copiloto los espesos pinos, las cabañas y el enorme lago, que se difuminan debido a la velocidad a la que vamos y se transforman en una pintura impresionista que me recuerda a mi casa; no el departamento en el que habito ahora, sino al espacio en mi pueblo que por mucho tiempo llamé hogar.
Fede tiene puesto el GPS y la música a buen volumen mientras mi hermana se encuentra acostada en los asientos de atrás. Se ha despojado de sus tenis y tiene los ojos cerrados, aunque no duerme. Me llama la atención que no haya proferido palabra alguna en el camino, pero quiero pensar que es porque se encuentra agotada por el concierto de anoche.
—Estamos a dos minutos de llegar. ¿Tenemos todo lo necesario para no vernos como locos? —les pregunto a los dos.
Me gusta el silencio, pero necesitaba interrumpirlo; quería que ambos me contasen el plan. Aceptaré formar parte de la aventura solo si puedo controlarla. Detesto todo aquello que se sale de mi burbuja.
Dann se mantiene en silencio. Miro hacia los asientos traseros y la encuentro con la mano en el corazón y los ojos concentrados en el techo del vehículo. Evoco la intensa charla que tuvimos luego de que Fede me besara y comienzo a creer que su estado tiene relación con aquello que no desea contarme.
Me preocupa saber que algo la daña a tal nivel y, sobre todo, no poder ayudarla como me gustaría.
—Hay que preguntar por Matías Carvajal. Una vez lo tengamos enfrente, le diremos que dimos con él gracias a Sun —responde Fede al mismo tiempo que se estaciona—. Después, lo interrogamos sobre la presentación en Drako's que dio una banda llamada Los icónicos, justo hace un mes con dos semanas y tres días. Por último, le pedimos que nos diga dónde encontrar a Tina Meyer, la chica que cantó para ellos.
Admiro con impresión a Fede a la vez que sonrío. Una de las cosas que aprendí este mes estando cerca de él fue que tiende a anotar todas las tareas o situaciones importantes en cualquier cuaderno que tenga a la mano. También escribe en la pizarra de su departamento las responsabilidades más críticas y va descartando espacios conforme las va cumpliendo.
Fede es el primero en bajar del coche. Corre hasta mi puerta y la abre antes que yo para que pueda salir. Aún me saben extrañas esas atenciones que tiene conmigo, aunque no me disgustan en lo absoluto. Dann emerge del auto en silencio, mete las manos en los bolsillos de su sudadera y camina detrás de nosotros.
La Ciénega es un criadero de truchas en medio del espeso bosque de pinos que es el parque nacional La Marquesa. Cuando pasamos al lado de las lagunas artificiales llenas de peces, mi imaginación evoca los oasis en el desierto.
Hay familias juntándose en la orilla para pescar, así como madres acercando a sus hijos a los cuerpos de agua.
Nuestro objetivo es buscar a algún encargado que nos pueda dar información de Matías, por lo que caminamos rumbo a la taquilla de visitantes. Ninguno de los tres emite sonido alguno, pero no nos hallamos en total silencio, ya que la algarabía de un fin de semana en familia hace su papel de banda sonora.
Siento cómo Fede acerca su mano a la mía. Tiene la intención de que andemos con los dedos entrelazados; sin embargo, la escondo en el bolsillo de mi chaqueta. Me pone mal pensar en que alguien pueda vernos y señalarnos. Me conozco, sé que debo evitar a toda costa llamar la atención.
Él frunce los labios, lo que me genera un revoltijo en el estómago. Sé que le molestó. Me ofusco, siento el sudor frío bajándome por la frente y hago lo único que se me ocurre para erradicar de mí esa sensación: correr hasta la taquilla.
Paso por entre las familias, golpeo con el hombro a un sujeto que intentaba pescar y brinco con agilidad un charco. Llego hasta mi objetivo con la respiración agitada y recargo parte de mi cuerpo en el mostrador. La persona tras este carraspea y me observa con severidad. Espera a que le comunique lo que deseo, pero la lengua y el cerebro se me han desconectado.
Por suerte, Dann se mete entre él y yo.
A pesar de su humor, continúa siendo quien me salva de estas situaciones.
—Buenas tardes —saluda con formalidad—. Disculpe, andamos buscando a un hombre llamado Matías Carvajal. Nos dijeron que trabaja aquí.
Fede se acomoda tras de mí. Veo en el reflejo del cristal de la taquilla cómo hace el ademán de colocar las manos en mis hombros, pero se detiene.
—¿Para qué lo buscan? —pregunta con hostilidad.
—Somos los hijos de su hermana y venimos a decirle algo importante —responde Fede.
Dann suspira de alivio y me siento afortunado de tenerlo de nuestro lado.
El empleado se da media vuelta y nos deja a los tres solos con una familia a la que le quitamos su puesto en la fila. Les sonrío con torpeza al mismo tiempo que me aovillo entre Dann y Fede.
Antes de que la tensión nos corte a todos, el hombre regresa. Abre la puerta que separa el exterior de las oficinas y nos permite la entrada a los tres, dejando anonadados a los que aguardaban por una caña de pescar y carnadas.
Por fuera la taquilla parecía ser una simple recepción. Sin embargo, dentro el sitio es amplio y predomina una sensación de humedad y el color verde en las paredes. Una vez pasamos los escritorios, encontramos una mesa con matraces, una pecera con truchas en un mueble pegado a la pared y una persona inspeccionando algo en un microscopio.
—Traje a tus sobrinos, Mati —informa el hombre.
Él alza el mentón y nos observa a los cuatro con estupor. Trago saliva. Espero que no nos delate.
—Déjanos solos, Serpiente. —Hace una seña con la mano, que se encuentra cubierta por un guante de látex—. ¿Y cómo se halla Antonieta?, ¿ya se recuperó de lo de la última vez? —Matías continúa analizando muestras. No sé si es un interrogatorio capcioso o en serio desea saber de la tal Antonieta.
—Bien; aunque quien nos mandó no fue ella, sino Black Sunrise. Quizá la conozcas mejor que nosotros —atina a decir Fede.
A veces no sé si lo suyo es valor o valemadrismo.
Matías deja lo que está haciendo, coloca las manos frente a él y frunce el entrecejo.
—¿Por qué ella los mandaría a ustedes? —Alza una ceja.
Dann, tal vez harta de los rodeos, se acomoda frente a Mati y azota las palmas en la mesa.
—¿Fuiste tú quien le pidió al gerente de Drako's que dejara tocar a una banda llamada Los icónicos hace un mes, dos semanas y tres días?
El hombre se retira un guante, se restriega la palma libre por el rostro y se mantiene pensativo.
—¿Sabes algo o no?
Hasta Fede da un paso atrás debido a la forma tan hostil en la que Dann se expresa.
—¡Ese concierto en el que se quedaron sin vocalista! —Mati chasquea los dedos.
Los tres asentimos.
—Cuéntalo todo —pide Dann. Sin preguntar, ocupa el asiento libre frente al científico.
—Conozco a Los icónicos, pero no es tan fácil como decirle a alguien que quieres que una banda que te gusta toque en su bar. —Encoge los hombros—. Ellos habían hecho casting y resultaron electos. Sin embargo, justo unas horas antes del concierto, a los idiotas se les ocurre pelearse.
—¿Y es ahí donde apareció Tina Meyer? —inquiere Fede, y se acomoda junto a mi hermana, dejándome atrás.
—La conozco como Martina Méndez —menciona Matías.
Aquella revelación hace que Danna y Fede se observen con sonrisas amplias.
Vuelvo a sentirme como en cada reunión a la que mi hermana me llevaba. Siempre acababa en un rincón, esperando el momento en el que ella quisiera irse.
—Yo le pedí que, por favor, por lo que más quería en esta vida, hiciera el sacrificio de reemplazar al vocalista por esa noche. —Junta las palmas y mira el techo, dándole dramatismo a su relato—. Ella aceptó, pero solo por esa exclusiva ocasión.
—¿Y dónde la encontramos? —Dann se levanta de la silla y se echa el cabello hacia atrás. Ha recuperado su espíritu.
—No se los voy a decir. —Se recarga en su asiento y coloca las manos detrás.
Formo puños. Estoy cansado de estar callado y de no abandonar mi posición de eterno espectador. Ese rol ya no me es cómodo, no cuando me impide participar en mi propia vida o apoyar a mi hermana en el momento en el que más me necesita.
—¿Y por qué chingados no? —suelto. Es vómito verbal.
Fede y Dann me contemplan con estupor. Ni yo me esperaba que aquello saliese así.
—Conocí a Martina en el Centro de Enseñanza de Lenguas, en unas clases de inglés. De eso hace más de seis años. Había pasado algún tiempo desde que decidió alejarse de los escenarios; pero, a pesar de eso, la reconocí. Aunque yo sí fui empático y no empecé a perseguirla para averiguar más de su vida.
Aquello fue una indirecta bien clavada a nosotros.
—¿Saben el motivo por el que se alejó de los escenarios? —interroga el científico.
Fede y yo negamos.
—Tengo entendido que tuvo diferencias con su agente —responde Dann, insegura.
—Y eso fue porque el tipo ese no estaba de acuerdo con que Martina fuera madre en su adolescencia.
Se forma un silencio aséptico en la habitación. Hemos llegado a un punto sin retorno en esta búsqueda.
—Ella decidió renunciar a su carrera y se refugió en la ciudad de Toluca, un sitio irrelevante que quiere ser una urbe pero se asimila más a un rancho grande. Ella lo describe así, y no puedo ofenderme, ya que es real. —Sonríe con amargura y por poco lo imito. Justo eso pienso de mi actual lugar de residencia—. Martina me hizo un favor porque somos amigos, pero eso trajo consecuencias, como una nota en algunos sitios de noticias y a fanáticos insoportables. —Nos señala al mismo tiempo que frunce los labios—. Por eso no puedo decirles dónde encontrarla, porque Martina no lo quiere.
Con premura me acerco a mi hermana; necesito consolarla, aunque sea con un escueto abrazo. Ella se recarga en mí y no llora, pero sé que se encuentra decepcionada, porque su intención es ajena a los deseos de la que un día fue Tina.
—Entiendo, y hablo por todos cuando afirmo que comprendemos tus motivos y los de ella. —Fede se coloca junto a nosotros, haciéndole frente a Mati—. Solo soy un pendejo que está aquí por amor. —Mi rostro se pone de mil colores y me muerdo el interior de la mejilla—. Este par —nos señala—, tiene una historia con Tina Meyer. Sonará patético, pero, cuando eran niños, una presentación suya les otorgó consuelo en un mal momento. No son unos acosadores, al menos no ahora. Ellos dos desean encontrarla para hablar con ella y quizá darle las gracias.
Desconozco si Dann se ha rendido con su plan de volverla la vocalista de El rincón gitano. No obstante, mi intención es reencontrar ese fragmento de mi vida en donde un musical que apenas entendía me devolvió la sonrisa.
Matías cruza los brazos y hace girar su silla. Se detiene a la tercera vuelta, saca su teléfono, teclea un par de cosas, sigue pensándolo y después suspira con pesadez.
—Les voy a dar su número y ya quedará de su lado. —Nos contempla, todavía pensativo—. Solo dos cosas: uno, no le digan que yo se los pasé; y dos, vayan a ver a Sun e infórmenle que no me hizo gracia que les dijera dónde encontrarme.
Fede y yo observamos a Dann luchando contra una trucha que no se quiere dejar atrapar y nos reímos por lo bajo cuando el pez se le escapa. Ambos estamos sentados en el pasto, dentro de un escondite en el claro del bosque que improvisamos.
Me calma que mi hermana recuperara su entereza, aunque no nos ha informado la forma en la que desea proseguir. Es evidente que Tina no aceptará cantar para la banda de Ian, por lo que nos queda aguardar su señal.
Tengo la cabeza de Fede en mis piernas y se halla acostado en el pasto, con los ojos cerrados. Miro a mi alrededor. Intento controlar los latidos de mi corazón, aunque, de vez en cuando, acaricio sus cabellos, haciendo que estos aumenten sus revoluciones. Todavía me da miedo empezar el contacto; el pensamiento invasivo de que no es correcto se pasea por los recovecos de mi mente.
Acerco mi mano a su rostro; quiero delinear con mis dedos su perfecto perfil. Me mantengo sigiloso, pero, aun así, Fede es capaz de atrapar mi muñeca. Tira de esta para que me agache, aprovecha mi desconcierto y busca mi boca con la suya.
Cierro los ojos, me permito disfrutar de ese beso y del contacto de sus dedos en mi espalda. No me acostumbro todavía, pero sé que, a estas alturas, si desaprovechara la oportunidad de besarlo, enloquecería.
—¿Ya te dije que me encanta la expresión que haces cuando te tomo de sorpresa? —menciona con una sonrisa socarrona.
Quiero desviar mi atención hacia Dann, pero Fede coloca la palma en mi rostro.
—Deberíamos ir a Valle de Bravo; mis padres tienen una casa ahí. O, ya sé, ¡mejor Cancún! Tengo un tío con un departamento frente al mar.
Dice esas cosas como si fuesen una nimiedad, no lo hace por presumir, es su normalidad, pero me descoloca, porque ni siquiera conozco la playa.
—A Dann le fascinaría ir —musito.
Fede frunce los labios.
—Me gustaría que fuéramos los dos solos. —Él se acomoda junto a mí y me abraza, lo que hace que me siente encima de él—. Adoro a Dann, pero hay cosas que quisiera que sucedieran cuando estemos los dos solos.
Entiendo la doble intención y agacho la cabeza.
Un nivel es el de besarnos, abrazarnos y acariciarnos, y otro... lo que hay más allá.
—Seb, ¿quieres ser mi novio? —pregunta de repente. Me pone un par de dedos en mi mentón, obligándome a mirarlo—. Es tu oportunidad de botarme lejos y hacer que jamás te vuelva a molestar.
Desconozco si hay una cantidad de citas recomendadas antes de dar ese paso o si existen reglas de por medio. Aún me da miedo lo que pueda ocurrir si alguien ajeno a Dann nos ve estando juntos; cómo reaccionaría mamá, nuestros compañeros de clase... O, peor aún, Armando. Hay un montón de situaciones que me atormentan. Sin embargo, cuando veo los ojos marrones de Fede iluminarse con el sol de esa tarde de junio, me convenzo de que no quiero que se aleje.
—Seamos novios.
¿Ustedes conocían las truchas?
Son unos peces que se crían en un parque nacional cercano a donde vivo. La gracia es ir a pescarlas y llevarlas a un restaurante de los que andan por el bosque a que te la preparen a tu gusto.
Más o menos así me imagino el sitio al que se fueron a pescar los chicos.
Nos vemos dentro de una semana o tal vez en menos tiempo.
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