Capítulo 11: Aquello que crees merecer

Siempre he creído que el tiempo es ingrato. Este se mueve rápido o lento, dependiendo de la percepción de cada individuo. Una semana a veces parece una eternidad y un mes puede dar la impresión de extinguirse en un parpadeo.

Esta es la manera en la que mejor se puede describir lo que ha acontecido en nuestras vidas desde aquella noche en el Street 69. Fue una combinación de sucesos. Se nos juntaron los ensayos para la próxima presentación en Drako's, mi trabajo cuidando a Emma —quien ya puede hablarme con más que monosílabos—, y los exámenes finales de Fede y Seb.

Hemos estado muy ocupados y no se ha podido continuar con la búsqueda de Tina Meyer. El acuerdo no firmado fue que, una vez los chicos aprobaran las materias de su octavo semestre universitario con notas satisfactorias y yo diera mi primer concierto, iríamos los tres a La marquesa a buscar al tal Mati.

El momento de la presentación por fin ha llegado, y siento como si fuese a devolver el estómago de solo admirar la cantidad de personas que se han aglomerado a vernos.

—Ya es momento de comenzar —dice Ian, y me coloca una mano en la espalda para darme un ligero empujón.

Trago saliva. No estoy lista, pese a que he ensayado con los chicos a diario y también repasado por mi cuenta en los momentos libres.

Aprieto los párpados con fuerza. Mi cuerpo no se mueve y ya es hora de salir.

Siento cómo alguien entrelaza su mano con la mía, lo que me obliga a dar un respingo. Abro los ojos y me topo con Ian. Mi rostro se sonroja. Él se da cuenta y, en vez de decir algo, sube las comisuras de los labios mientras me conduce hasta el escenario.

El lugar tiene la luz baja y de vez en cuando algunos reflejos neón iluminan al público. No quiero ver dónde se encuentran Fede y Seb, porque seguro devolveré los órganos por la boca. Me coloco en mi puesto, me aferro a la guitarra y tomo una gran bocanada de aire.

Las baquetas de Cris indican el momento en el que debo comenzar. Rasgo con los dedos las cuerdas de la guitarra y procuro concentrar la mirada en la nada. La rasposa voz de Ian provoca que los aplausos empiecen, lo que me hace confiar más en mi interpretación.

Tengo un micrófono también, por lo que canto el coro:

Dime cómo fue

Que me enamoraste

Dime en qué momento pasó

Que empecé a extrañarte

No sé si mi voz se pareció a la de un ratón, pero, al no escuchar abucheos, planto raíces en el escenario y me preparo para hacer llorar la guitarra.

Una vez la canción termina, el corazón se me vuelve a latir con normalidad. El aplauso del público me genera una sensación de júbilo. Incluso sonrío, porque ¡vaya!, echaba de menos que tantas personas alimentaran mi autoestima.

La última canción de la noche es una que yo misma elegí. Cris no estaba de acuerdo, ya que no es fan de La gusana Ciega. Sin embargo, Ian argumentó que somos un equipo y que todos debemos escoger al menos una pieza del repertorio que tocaremos.

Mis manos y pies continúan temblando; es una combinación mortal entre la adrenalina que ahora me corre por las venas y el estrés de poder cagarlo todo.

En el pequeño interludio que tenemos, Ian me hace una seña para que me le acerque.

—Te toca —dice apuntando su micrófono.

Abro los ojos con sorpresa.

Es una mala broma.

Niego con la cabeza.

Cris golpea el platillo con su baqueta, indicándonos que nos dejemos de tonterías.

Ian se mueve a mi puesto y, cuando pasa a mi lado, se acerca a mi oído y susurra:

—Lo harás mucho mejor que yo.

Observo al público. Están impacientes y me da la impresión de que pronto nos van a abuchear.

No quiero decepcionar a nadie y echar a perder el trabajo que nos ha costado mantener la noche en alto.

Paso los dedos por las cuerdas de la guitarra, comenzando con el primer estribillo. Ian y Cris me siguen el ritmo y llega el momento en el que me toca cantar. Intento imaginar que me encuentro sola en casa y que nadie más escucha cómo profiero esas primeras oraciones.

En el crepúsculo lunar

La gente sale a trabajar

Las luces se prenden y se apagan

Un aplauso del público me otorga de nuevo confianza, por lo que el siguiente estribillo en la guitarra me sale más furioso de lo planeado. Coordinar los dedos y la voz es mucho más complicado arriba de un escenario, pero, de nuevo, la validación del público pone en alto la inexistente autoestima que poseo y me hace entregarme en la interpretación.

Admito que mi parte favorita es el coro, porque es ahí donde me miro los pies y el cabello me cubre gran parte del rostro, protegiéndome de cualquier mala cara que pueda provocar mi inexperiencia en el escenario.

No quiero ser normal

Quiero ser especial

Quiero tenerte enamorado

Culmino la canción con una última nota. Alzo mi rostro perlado en sudor y me topo con una reacción positiva, lo que me hace sonreír en grande. Busco el sitio en donde se encuentran las personas que aguardan por mí. Seb está de pie, aplaudiéndome y Fede hace un megáfono con las manos y grita:

—¡Eres una diosa!

Mis ojos se anegan en lágrimas de felicidad. La forma en la que respiro es frenética, mi pecho sube y baja como las luces de esa noche en Drako's.

Es momento de marcharnos. Ian me toma de la mano y me ayuda a ir tras bambalinas. Una vez ahí, vuelvo a la realidad. Eso sí, no dejo de sonreír como si fuese una idiota. Tengo unos deseos enormes de gritar, saltar y revolcarme en mi cama mientras con una almohada me cubro el rostro sonrojado.

—¿Qué fue eso? —nos pregunta Cris a ambos cuando arribamos a los camerinos. Aunque estos ni siquiera llegan a eso: son solo una habitación con cuatro sillas, un espejo y un mueble con tres botellas de agua.

Ese comentario me hace bajar de la nube.

Ian se pone frente a mí. Está listo para comenzar un nada para amigable intercambio de puntos de vista.

—Ni puta idea de qué haya sido, pero háganlo con más frecuencia —dice con una sonrisa enorme. Es ahora cuando me doy cuenta de que está casi tan contento como yo.

Él se acerca a Ian y le da una palmada en el hombro, luego pasa de él, camina donde estoy y me otorga un abrazo que me incomoda por lo mecánicos que son sus movimientos.

—¿Qué dices, Cris? —Ian se sienta y toma una botella—. ¿Ella da el ancho para cantar o no? —Me observa y yo quiero aovillarme—. Nunca dudé de que lo haría excelente.

Le permito a mi cuerpo caerse en la silla.

—Es de sabios cambiar de opinión. —Cris se recarga en la pared.

—Dann, ¿te gustaría ser la voz principal? —me pregunta Ianwsus ojos negros veo una felicidad rebosante.

Niego con la cabeza. No seré la cantante, ya que estoy por conseguirle a esta banda un reemplazo que los llevará al estrellato.

—No tomemos esas decisiones ahora —atina a decir Cris—. Mejor vayamos a celebrar con unas cervezas.

Afuera están esperándome para felicitarme y llenarme de halagos, aunque me encuentro tan cansada que me esparzo en la silla.

—Dame unos minutos en lo que me recupero —digo. Miro al techo e intento calmar mis pensamientos.

—Ve pidiendo tres tarros bien fríos —apremia Ian. Se cansó al igual que yo.

—¡Par de huevones! —se queja Cris antes de marcharse y cerrar la puerta con un azote.

Ian y yo reímos a carcajadas. Ambos estamos mal sentados, sudorosos y compartiendo el mismo ardor en la garganta.

—Perdona por sorprenderte así, ni yo me esperaba que fueras a acceder —menciona él, y se incorpora en su asiento.

—¡Era eso o dejar morir el concierto! —Con mi cuerpo arrimo la silla para que quede más cerca de la suya.

—Te confesaré ahora que te había visto ensayar en mi casa sin que te dieras cuenta. Lo hacías cuando Emma veía caricaturas; a susurros y acordes tímidos.

Frunzo los labios y le enseño el dedo corazón. Me avergüenza que me haya observado mientras tomaba su guitarra y tarareaba.

Ian se levanta de su silla y sacude la cabeza, lo que hace que su melena se alborote. Camina hasta quedar frente a mí y me extiende la mano para ayudarme a incorporarme. Es la tercera vez en la noche que entrelazamos los dedos, pero las mariposas dentro de mi estómago continúan apareciendo cuando sucede.

Mi cuerpo se encuentra tan ligero que el leve tirón que me da hace que acabe pegada a su pecho. Huele a colonia y cigarros; no es una combinación que encuentre sensual, sin embargo, ahora hace que incluso aparezcan mariposas en el jardín. Coloco mi mano libre en su pecho. Él entrelaza sus dedos con los míos y baja su rostro a mi altura.

Respiro su aliento, rozo su nariz con la mía y pronto mis labios terminan besando los suyos.

Le sostengo la mejilla como primer reflejo, cierro los ojos y le permito que continúe, pero ahora con la lengua de por medio. No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que me pareció un cohete que voló a alta velocidad, que explotó en el jardín de mis entrañas y dejó una preciosa estela.

Acomoda las manos en mi cintura, rodeo su cuello con las mías y volvemos a besarnos con incluso más urgencia que antes. Es como si ambos hubiésemos estado aguardando por una oportunidad así durante semanas.

No entiendo cómo, pero terminamos arrinconados en una pared. Es en este momento en el cual me olvido de que debo ser juiciosa. No me alarma que después de un par de besos sus manos traviesas se hayan movido a mi espalda baja, cerca de mi trasero; por el contrario, lo disfruto. Doy un brinco, le rodeo la cintura con las piernas y permito que sus manos me aprieten los glúteos.

Él me besa la boca, deja una mordida ligera y pasa sus labios a mi cuello. Al traer una falda corta, soy capaz de sentir lo duro que se está poniendo. Soy ligera para él, así que me carga y me lleva al mueble en el que reposan las botellas de agua. Me acomoda ahí, haciendo que todas estas se caigan.

Posiciona sus manos en mis muslos, pero no las lleva más allá, aunque sabe que lo deseo. Mi rostro está a punto de estallar. Me separo y comienzo a desabrocharle los botones de la camisa. Me hago espacio en la orilla del mueble y abro laa piernas para que él se posicione entre ellas. Le acaricio el pecho con las palmas de laa manos y me sorprendo al caer en la cuenta de que no se encuentra marcado por el ejercicio como el de Noé.

«¡No pienses ahora en él, Danna!».

Retira el botón trasero de mi blusa, baja las mangas y la parte de enfrente. Comienza un recorrido con su boca que empieza en mi barbilla, va por mi cuello, pasa por mi clavícula, y, cuando se encuentra con el sostén, lo baja, dejando al descubierto mis pechos.

Trago saliva. La excitación del momento se está combinando con la vergüenza que me da estar haciendo esto con Ian tan pronto. Cierro los ojos. No es que me desagrade que me bese los pezones o que lleve sus dedos a mi entrepierna, sino porque los recuerdos horribles de la peor noche de mi vida vuelven a mí.

«¡No es momento para que te imagines lo que dirían Noé, Martín o sus amigos!».

Sin embargo, los reclamos internos dejan de atormentarme cuando me percato de que sus dedos están tocándome por encima de las bragas. Consigue colarse tras la tela y comienza a rozar mi botón. Tiro de sus cabellos con las manos y reprimo cualquier sonido que pueda escapárseme, pero me es imposible luego de que él meta un par de dedos dentro de mí y los mueva.

El golpeteo en la puerta nos saca a ambos de órbita. Miramos a la entrada, esperando a que la perilla se mueva.

—¡¿Van a salir o no?! —Es la voz de Cris—. Ya no sé qué pretexto que no sea comprometedor darles a tus amigos, Dann.

Aunque no lo confirma, es evidente que él sospecha lo que estamos haciendo. Abro los ojos con sorpresa. Quiero llorar, pero por vergüenza. Todas las cosas que Noé me dijo aquella última vez vuelven. Incluso imagino que ahora él y sus amigos están burlándose de lo que tienen sobre mí. Algo que obtuvieron porque hago este tipo de cosas a la primera con alguien en quien apenas confío y sin pensármelo dos veces.

Parece ser que no he aprendido la lección, que soy incorregible.

Empujo a Ian, salto del mueble y me vuelvo a acomodar la ropa. Estoy llorando como no lo he hecho desde esos días previos a mi mudanza.

—¿Dann? —Ian se coloca tras de mí.

Cuando siento de nuevo sus manos en mi cuerpo, me giro con violencia y lo vuelvo a apartar.

Ya no quiero que me toque. No porque no tenga deseos de que lo haga, sino por la voz dentro de mi cabeza que me recuerda las razones por las que me fui de casa en primer lugar.

—¡Ya voy! —exclamo, aunque me preocupa que note lo agitado que es mi tono.

—¿Hice algo mal? —pregunta al mismo tiempo que se abotona la camisa.

Niego montones de veces.

—Yo soy el problema. —Carraspeo.

Una vez junto a la puerta, tomo una gran bocanada de aire.

—Dann, cálmate. —Se acerca a mí, pero no lo suficiente para incomodarme—. A mí no me molestó nada de esto; al contrario, odio que nos hayan interrumpido así.

—Nos puede escuchar Cris —musito, y me limpio los ojos con el dorso de la mano.

Ian hace un mohín. Es evidente que no le interesa en lo más mínimo lo que su mejor amigo crea que haga. Quizá porque no soy distinta a las decenas de chicas con las que seguro hace lo mismo después de cada concierto.

—Fue fantástico, pero todo empezó muy rápido. No quiero que pienses mal de mí. —Me aovillo, esperando no sonar patética.

—Entonces, iremos a tu ritmo. —Se acomoda delante de mí, coloca las manos en mis hombros y me besa la frente, lo que me hace sentir protegida—. Me gustas mucho, ¿lo sabías? Y quisiera que sucediera de nuevo.

«Por dios, Danna, ¿lo mereces?».

Y la respuesta que me otorgo es un rotundo no.

Buenas noches... o madrugadas, lo que sea que esté aconteciendo en sus países. 

¿Qué opinan de la reacción de Dann?, ¿harían lo mismo que ella? 

Dejo vídeos de las canciones que salieron en este capítulo. 

https://youtu.be/o-a4qCx2wH4

https://youtu.be/MDlY336-M9E

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