Capítulo 16: Clepto

1

No estaba consciente de lo que estaba sucediendo, hace poco había dejado de poder observar lo que sucedía. Me encontraba en una especie de sueño lucido en el que varias memorias se estaban proyectando en mi mente, memorias que no me pertenecían a mi sino a los seres que habitaban mi mente, una a una empezó a pasar como si de una película se tratara.

Al observar las primeras que inundaron mi mente, pude ver a una familia marginada. Estaban en una suerte de casa, toda la familia se encontraba congregada rodeando y asistiendo a una mujer que estaba dando a luz. Pronto los llantos de una bebé empezaron a hacer eco, era una niña.

La persona que recibió a la pequeña, la envolvió en una manta color hueso y cortó su cordón umbilical. No se veía para nada higiénica, pero era la más limpia que tenían. La acerco a la madre y está, bañada en llanto y sudor, vio a la pequeña que aún tenía parte de la sangre y placenta de la que había salido.

—Que bella eres —decía aquella mujer entre lágrimas—, ¿Cómo la llamaremos?

Un hombre que posiblemente se encontraba en sus cuarentas se acerco para mirar a la niña y a su mujer.

—Tal y como acordamos —dijo aquel hombre—, se llamará como tu hermana pequeña. Martha.

Las memorias avanzaron y ahora veía a una Martha de cinco años. Vestía una suerte de vestido que ya se encontraba bastante roído. La niña lucia un cabello castaño y lacio, aunque su cabello mostraba signos de no ser limpiado en bastantes días, lo mismo que el resto de su cara. La casa donde estaban estaba a las orillas de la ciudad de Castilla, era un hogar bastante humilde donde se notaba que la pobreza abundaba.

Niña y madre emprendieron camino a la ciudad, donde mendigaban por algo de dinero o comida. Sin embargo, eran ignorados por la mayoría quienes la miraban con desprecio o con cara de asco. Mucha gente las corría del lugar donde se postraban, eran indeseadas en aquel lugar.

La niña, cuando pasaron cerca de un puesto de venta de frutas, miraba una manzana como sí nunca fuera la primera vez que veía una. Se acerco con discreción al lugar y cuando el vendedor la noto, la corrió haciendo que la niña se alejará con temor mientras la madre pedía disculpas al haberse percatado de la situación.

Cuando cayó la noche, ambas mujeres regresaron a su hogar. Donde el marido las esperaba.

—Solo pude conseguir una pieza de pan —dijo dejando el pan en una mesa de madera que ya parecía podrida.

—Tendremos más suerte mañana —decía la mujer.

Aquella familia, aún en esa situación, mostraba felicidad. No porque así lo sintieran, sino para que su hija.

Nuevamente avanzaron los recuerdos, ahora veía a Martha en una edad más adulta. Seguía vistiendo ropa en harapos, se encontraba frente a su padre postrado en el suelo cubierto por mantas que apenas y lo cubrían lo suficiente. Aquel hombre, ya con canas, no paraba de toser.

Martha en un cucharon vertía un liquido de un frasco, al acercárselo a su padre este lo bebió y enfoco su mirada en ella.

—¿De dónde sacaste eso?

—Lo robe en el mercado esta tarde

—Sabes que no me gusta que robes; tu madre, en paz descanse, nunca te enseño eso y creo... —volvió a toser—, que yo tampoco.

Podía ver el remordimiento en la cara de Martha, su padre tomó las manos que aún sujetaban el cucharon.

—Perdónanos, por no haber podido darte una mejor vida.

Martha comenzó a llorar. Claramente no era una vida digna la que había tenido, pero no se mostraba molesta por eso, nunca pareció importarle la situación en la que había vivido.

Al poco tiempo entro un hombre a la misma casa. Está seguía con esos toques de pobreza, aunque tenía un poco más de recursos que la ultima vez. Al verlo lo reconocí de inmediato, no tenía la barba con la que lo recordaba, pero si aquel cabello. Era Mario.

—¿Cómo sigue tu padre? —pregunto Mario que vestía igualmente con ropa bastante vieja.

Martha no contesto, solo negó con la cabeza y se levantó. Mario se acerco al hombre acostado mientras Martha cocinaba algo en un caso.

—¿Cómo se encuentra? —Mario le preguntaba al hombre mientras este se ponía de rodillas para poder atenderlo.

—No, no voy a durar mucho —decía aquel hombre—, cuida de mi hija por favor.

Mario con un paño secaba la frente del hombre por la que recorrían gotas de sudor. Pude ver como Martha, concentrada en lo que hacía, solo lloraba al haber escuchado las palabras de su padre.

Al avanzar sus memorias, ahora veía a Martha y Mario mirando un lugar donde se notaba habían sacado tierra y habían regresado la misma para llenar un foso. Cuatro cruces hechas de madera se encontraban ahí. Martha lloraba descontroladamente mientras Mario la abrazaba.

Estaba claro que la vida no era la mejor, y aún así, estaban juntos tratando de salir delante de las adversidades que se presentaban.

2

Avance un poco más en las memorias, no sabría decir si fueron año o meses, pues Martha y Mario lucían casi iguales. Podía ver a los dos recorrer la ciudad mientras ambos robaban pequeñas cosas de algunos puestos. Sin embargo, pude notar que Martha se notaba pálida y algunas veces se detenía a toser, parecía su padre en sus últimos momentos, aunque ella era más joven.

Cuando regresaron a su hogar, Martha apenas y se sostenía en pie. Mario la recostó en el mismo sitio donde su padre había estado recostado. Quizá era donde dormían, una suerte de cama. Mario toco su frente y pude ver miedo en su rostro.

—Estás ardiendo —dijo y acto seguido fue a buscar un paño que humedeció con agua que tenían en un balde.

Mario empezó a recorrer aquel paño húmedo por el cuerpo de Martha quien temblaba. Martha giro a ver a Mario y le acaricio el rostro.

—Tengo miedo —dijo reflejando ese miedo en su tono de voz.

—No dejaré que te pase nada —dijo Mario quien coloco en el paño en su frente—, iré a buscar algo para que mejores.

Se levanto y salió de la casa. Martha se quedó recostada y cerró los ojos. Pronto aquella casa empezó a desmoronarse y un viento intenso empezó a soplar.

Cuando inspeccione mejor el lugar, estaba en el lugar de las almas. Martha se incorporo al ver su casa en ese estado. La casa ya no tenía techo y se podía apreciar aquel cielo llenó de estrellas, con una aurora recorriéndolo.

—Mario —preguntó asustada.

Salió de aquella casa

—¡Mario! —gritó.

No tenía respuesta, sin embargo, cayó en cuenta de que en aquel lugar había algunas sombras deambulando. Empezó a correr hacía la dirección donde se encontraba el centro de la ciudad, pero todo estaba en ruinas. Y más sombras recorrían la ciudad, incluso yo me sorprendí, nunca había visto tantas sombras concentradas en un solo lugar.

Un orbe de luz se empezó a acercar a ella, una luz bastante cegadora pero que daba en cierto modo, algo de paz. Aquel orbe de luz, del que emergían tentáculos de luz, se acerco y uno de sus tentáculos tocó su frente. Pronto estaba viendo a un ser de una tez tan blanca y con alas similares a las de una paloma, aunque blancas. Martha procedió a ponerse de rodillas mientras juntaba sus manos.

—Hola, Martha —dijo el ángel.

—Dios mío, ¿acaso he muerto?

—Sí —contesto aquel ángel.

—Perdóname mis pecados por favor, no quiero ir al infierno.

—Yo no puedo hacer eso, pero aún puede no ser tu final. Sígueme.

El ángel empezó a avanzar y Martha rápidamente empezó a seguirlo. Caminaron bastante tiempo y aquella ciudad empezó a parecerse a la que yo veía siempre, los edificios modernos destruidos y cayéndose a pedazos. El cielo ya mostraba aquella luna con anillos. Podía ver la cara de Martha, estaba desconcertada por ver este tipo de construcciones tan ajenas a las que veía cotidianamente.

Cuando llegaron al final de su destino, se encontraban frente al edificio del consejo. Donde salía el mismo ángel que me había enjuiciado a mí. Pronto, junto a Martha, llegaron otros seis ángeles con seis personas.

El ángel los inspecciono y devolvió a tres, uno de ellos era Martha. Aunque de los tres, uno iba a ser un cazador. A diferencia de Martha y el otro hombre, al que sería cazador los ángeles lo acompañaron a adentrarse al consejo. Martha fue marcada, pude escuchar un grito descomunal por parte de ella.

Cuando sus guardianes se acercaron, vi que eran cuatro. Martha salió disparada hacía el mismo túnel en el que yo había estado tiempo atrás, aunque en vez de ser siete, eran solo cuatro quienes volverían con ella.

Martha despertó en su hogar, donde Mario se encontraba llorando a lado de ella. Al verla abrir los ojos, estupefacto, Mario corrió hacía ella.

—Pensé que habías muerto —dijo con una voz temblorosa.

—Yo también —dijo ella abrazándolo.

Las memorias avanzaron, Martha se encontraba hablando con Mario hablando mientras ella emanaba un fuego de su mano. Un fuego de color negro. Ambos miraban atónitos. Ella se encontraba explicándole lo que había descubierto y lo que su guardián le había dicho sobre sus nuevas habilidades.

Mario no daba creencia a lo que veía y se notaba asustado por todo.

—¿Esto parece brujería?

—Pero fue algo dado por los ángeles, si es divino no debe de ser brujería.

Ambos parecían niños con juguete nuevo, al ver lo que Martha podía hacer con aquel fuego y con la telequinesis, estaban pensando en las posibilidades. También había descubierto la manipulación. Esa podía ser la respuesta a todos los problemas que tenían.

Esa tarde, fueron a la ciudad y usando su manipulación. Tomaban lo que querían, por primera vez en mucho tiempo, lograron comer hasta saciarse. Cambiar su vestimenta y un dibujante, hizo un retrato de Martha y uno Mario.

Las memorias avanzaban, la casa ya lucía distinta. Si bien aún estructuralmente lucía en decadencia, por dentro tenían cosas con más lujos.

—¿Podríamos obtener una nueva casa? —dijo ella mirando y apreciando que todos sus nuevos lujos no combinaban con el lugar.

—Pero podríamos levantar más sospechas, el santo oficio podría hacernos algo.

—Con este poder, ni el santo oficio será problema.

Martha salió de la casa y se dirigió a buscar una casa que creía conveniente para ella. Cuando la escogió, llamo a la puerta y manipuló a los dueños para que estos se la cedieran y ellos buscaran otra. Esa misma tarde, volvió con Mario para mudarse.

Parecía que su vida estaba resuelta, pero pronto los problemas llegaron tal y como Mario lo había dicho.

3

Una tarde, soldados fueron a tocar al hogar de Mario y Martha para apresarlos por cargos de brujería y herejía. Martha intento controlarlos, pero no lo logró. Uno de los soldados la golpeó con fuerza y la arrestaron para llevarla a un calabozo junto a Mario.

Martha no entendía que había pasado, pero de lo que no se había percatado es que los soldados portaban un sello que ayudaba a evitar que cayeran bajo la influencia de su poder.

Las memorias avanzaron y en ellos se encontraba a una Martha en una tabla atada por las manos y piernas con cuerdas mientras la interrogaban. Cada vez que ella negaba algo, un hombre daba vuelta a un mecanismo que hacía que aquellas cuerdas se tensaran más. Los gritos de agonía de Martha inundaban el lugar. Después de una tarde de tortura, la volvieron a encarcelar.

Cuando busco en la celda contigua a su amado, este no se encontraba. Martha lloraba, por el dolor físico que le habían causado, pero también de preocupación al no ver a Mario.

—Ya calla, bruja —dijo el verdugo que la había torturado.

—¿Dónde está mi esposo?

—Murió en la mesa de tortura hoy —dijo con tono de burla—, eso merecen los herejes como ustedes.

Algo se quebró dentro de Martha, podía sentirlo. Podía sentir ese coraje, ese dolor. Para aquel hombre no era perceptible, pero pude ver como aquella segunda marca emergía en su mano izquierda. De la mano de Martha emergió fuego negro y al tocar los barrotes de su celda, estos se hicieron polvo.

El verdugo no daba crédito a lo que estaba viendo. Martha se acerco a él y con el mismo fuego, hizo que aquel hombre empezará a secarse como si le chupará todo liquido de su interior. Cuando su carne quedo pegada a sus huesos no lo soltó, pronto la carne se descompuso tan rápido y empezó a hacerse cenizas.

Los guardias de la prisión llegaron para intentar abatirla, pero algo llegó desde la penumbra pasando por sus cuellos lo que los decapito en un instante. Era una guadaña con runas en su hoja. Martha tomó la guadaña y empezó a caminar a la salida de aquel lugar.

Todo aquel que se encontraba ante ella, era asesinado. No parecía ser consciente de lo que estaba haciendo. Era como si estuviera siendo controlada por alguien más. Cuando llegó a la salida, pudo ver a Mario quién se interponía ante ella.

—Martha, para por favor.

—¿Mario? —dijo ella y aquella guadaña desapareció de su mano y su fuego de apagó—, ¿Creí que... habías muerto?

—Y lo hice, pero también estuve en ese lugar que me contaste. Aunque volví con una misión diferente.

—Yo, no sé que me pasó. Algo me hizo hacer esto.

—Lo sé —dijo acercándose—, eres el heraldo de la vida y la muerte. O eso me explicaron en aquel lugar.

Martha comenzó a llorar. No daba crédito a la masacré que había hecho en ese sitio. Una voz empezó a resonar en su mente, pero no era la del guardián, era la suya.

«Él ya no es el Mario que conociste, él viene a matarte» le repetía aquella voz.

—¿Quieres matarme? —dijo ella con frialdad.

—No tengo opción, eres peligrosa.

Nuevamente aquel fuego volvió a surgir y con un movimiento de su mano, hizo que Mario saliera volando con fuerza. Aquella guadaña emergió nuevamente en su mano.

Martha no iba a dejar que la mataran, por lo que atacó a un Inexperto Mario que recibió el primer corte hecho por la guadaña. Este se retorció de dolor por la herida hecha.

Pronto otros cazadores llegaron al lugar para combatir contra el heraldo. Martha era inexperta en combate y eso se notó cuando el resto de cazadores la lograron someter. Ella estaba llena de irá, trataba de liberarse de sus atacantes, pero era inútil. Uno de los cazadores desenfundo un arma y la coloco a la altura de su cuello.

Antes de morir, miró a Mario con odio.

—¡Pudimos ser implacables los dos! —reclamó—, ¿por qué no me cuidaste hasta el final como se lo prometiste a mi padre?

Mario solo agachó la mirada mientras el cazador cortaba de un tajó su cabeza.

Lo ultimo de esas memorias, mostraban a un Mario destrozado llorando al lado del cuerpo de Martha.

—Perdóname por no haberte podido dar la vida que merecías —decía en medio del llanto.

Ella había tratado de tener la vida que quería, la que siempre deseo y nunca pudo tener. Una niebla inundo mi mente, ya no quedaban más recuerdos de Martha, y aunque sabía que ahora ella estaba tratando de hacer algo malo en esos momentos, no pude evitar sentir lastima por ella.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top