Capítulo 11: Oscuridad

1

Los días habías pasado, el guardián me había empezado a enseñar otras cosas que podía hacer ahora con la marca del heraldo. Ahora en mi mano izquierda podía emanar un fuego de color negro, era como tener una sombra que sobresalía de esta. Me explico que era el fuego de la muerte, la destrucción y enfermedad. Era un fuego capaz de desmaterializar cualquier cosa que tocara como si de un poderoso acido se tratara, de robar el alma de las personas y también causar de causar un deterioro al organismo de las personas, una enfermedad tan potente e incurable que la persona fallecería en cuestión de minutos si así lo deseaba.

También podía usar telequinesis, una habilidad que solo algunos cazadores posesión. Podía materializar dagas de diferentes colores en sus hojas, aún no había aprendido a hacerlo, pero me dijo que estás me ayudaban a manifestar diferentes poderes. Igual me explico que el fuego negro no era el único, básicamente podía materializar cualquier tipo de fuego y otro especial pero nuevamente, no había sido capaz aún de hacerlo. De momento solo podía controlar el fuego negro y un poco la telequinesis.

Por más que me gustaba la idea, no se lo había dicho ni a Gabriela ni a Susana, que ya se habían vuelto buenas amigas. Las dos el día de mi cumpleaños me habían organizado una pequeña fiesta en la casa de Gabriela donde estuvieron nuestros amigos. Susana se había sentido incomodo en la fiesta, pero trato de convivir con los demás lo mejor que pudo.

También Susana y yo habíamos empezado a ir a la casa de Alexander todas las tardes, debido a que Mario nos entrenaba en artes marciales y antes de que empezaran sus clases, puesto que tenia más alumnos, nos ayudaba a mejorar y controlar mejor nuestras habilidades. Mario se mostraba ansioso por ver que arma me correspondía, pues me dijo que cada retornado tiene un arma asignada que llegaba a nosotros de forma natural cuando la necesitábamos. Pero en mi caso aún no la tenía.

Todo parecía normal, pero lo que no sabían es que desde que aquella marca se había manifestado, yo había empezado a sentirme diferente. Tenia de forma recurrente pensamientos más perversos, quería usar mis habilidades con cada mujer atractiva que veía para aprovecharme de ellas o incluso sentía la necesidad de asesinar. Era algo que estaba tratando de reprimir, pero conforme más lo reprimía más fuertes eran los sentimientos que tenía. Sí quisieras hubiera pedido ayuda a Alexander o Mario para entender porque estaba pasando eso, habría podido evitar lo que paso a partir del mes de mayo.

Eso me remonta al cinco de mayo del año 2019, era domingo. Ese día tenia una cita con Gabriela, acabábamos de cumplir un mes de novios y no habíamos podido estar juntos por lo que ese día, saldríamos solamente ella y yo. Recuerdo que me vestí con unos pantalones de mezclilla entubados color azul y una camisa blanca. Tenia una chaqueta de mezclilla también color azul y una pulsera que ella me había regalado.

Mis padres aún seguían bajo la sugestión que les había infundido cuando los controle el día que asesine a esos asaltantes, no me molestaba y me sentía con más libertad gracias a eso, por lo que no había intentado quitárselas hasta ese momento.

Cuando llegué a casa de Gabriela, esta iba vestida de un pantalón de mezclilla blanco con algunas marcas de desgaste en ellos, aunque así eran desde que los compro, una blusa color rosa y unos tenis converse. Tenía un pasador en el cabello con forma de rosa y un maquillaje en el rostro muy discreto a excepción de su labial que hacía que sus labios brillaran y me llamaban para besarlos. Gabriela era bella, no necesitaba ser una chica rubia de ojos azules para destacar.

—Te ves preciosa.

—Gracias, amor. Tu no te quedas atrás, te ves muy guapo

No estaba acostumbrado a recibir halagos y creo que ningún hombre lo está, pero a mi corta edad los únicos comentarios que recibía referente a mi físico era que parecía un zombi por mi color de piel. No es que fuera un albino, simplemente mi piel era de un blanco poco inusual y más en México. Toda mi infancia me instruyeron a cuidarme del sol debido a que mi piel era muy susceptible a dañarse por exponerme a este, así que él que ella me dijera eso me hacía sentir genial.

—¿Nos vamos?

—Claro —dijo extendiendo su mano, misma que tome y emprendimos el camino.

Nuestro plan era ir al centro histórico de la ciudad y pasear por la alameda, por lo que íbamos en el metro para llegar un poco más rápido a nuestro destino. Íbamos abrazados, aunque en silencio, estaba algo nervioso pues no sabía que hacer. Parecía que nunca había convivido con otro ser humano

—¿Escuchaste lo del suicidio de la mañana? —dijo ella para hacer platica.

—No, ¿dónde se suicidaron?

—En el centro, en la calle madero.

—¿De verdad? ¿Lo mencionas porque vamos a estar ahí?

—Sí, mis padres me dijeron que no estuviera cerca del lugar por si aún había algo. Aunque dudo que siga algo ahí.

Por alguna razón que desconocía, sentía interés por visitar el lugar donde se había suicidado aquella persona. Tenía la sensación de que necesitaba ver él lugar, como buscando algo o a alguien.

Esa tarde estaba yendo algo normal y tranquila, estábamos caminando por las calles de la ciudad tomados de la mano y haciendo platica de lo que veíamos y nos llamaba la atención. Dee vez en cuando salía a la luz platica sobre lo que había aprendido en las clases con Mario y sobre el uso de mis habilidades como Seacorroz.

Cuando empezamos a ir por la calle Madero, note que Gabriela se sentía un poco incomoda. Pero ya no había rastro de lo que ocurrió en ese lugar horas antes, al menos de lo que me había comentado ella. Esa era quizá una de las calles más transitadas en esa parte de la ciudad y muchos artistas callejeros hacían ahí sus actos. Había magos, personas haciendo cosplay para que te tomaras fotos con ellas; personas que te hacían un retrato dibujado o una caricatura, que fue a uno de los que visitamos para que nos dibujara.

Al pasar frente a una tienda de ropa, algo me llamo la atención. Ese era el lugar donde se había suicidado la persona que Gabriela había mencionado. No había algún rastro que mostrara eso, pero lo sabía. Gabriela se detuvo y creo que lo intuyo también.

—Creo que fue aquí —dijo ella con cierto temor en su voz.

—Sí, eso parece.

Yo me detuve a ver alrededor buscando lo que fuera que mi intuición me decía que buscara. Era como si el lugar se hubiera vuelto una atracción turística para mí solo por el hecho de que esa persona perdiera la vida en ese lugar.

Estaba por darme por vencido cuando lo vi, una silueta de un hombre con gabardina y sombrero. La sentía familiar, aunque nunca la había visto, o eso creía yo. No sabría explicarlo, pero a pesar de ser solo esa silueta, sabía que eso me estaba mirando. Hizo una reverencia y se marchó. No sabría decir porque, pero sonreí al ver eso.

—¿Ocurre algo? —me dijo Gabriela sacándome de mis pensamientos.

—Ah, no, amor, no ocurre nada.

Emprendimos nuevamente el camino, sea lo que sea que había ocurrido sabía que algo había empezado y sentía una felicidad extraña.

2

El cielo comenzó a pintarse de anaranjado dando a entender que se hacía tarde, el día se nos estaba terminando y me la había pasado muy bien junto a Gabriela. Habíamos ido a un museo que hacía referencia al holocausto, por alguna razón me sentía nostálgico de ver todo eso; descansamos un rato frente al palacio de bellas artes y nos tomamos una foto que posteriormente se volvió la foto de perfil de nuestras redes sociales y tras caminar por toda la alameda, decidimos que era hora de volver.

—¿Te la pasaste bien? —dije mirando a Gabriela mientras nos dirigíamos a la estación de metro más cercana.

—Sí, a tu lado todo ha sido magnifico.

Sonreí y la abracé tomándola por la cintura. Ni ella ni yo sospechábamos que iba a ser el ultimo momento real en mucho tiempo que pasaríamos siendo nosotros mismos, o al menos ella.

Antes de llegar a la estación de metro, había una persona encima de una patineta que mendigaba por monedas. Ya había visto a algunos así con anterioridad, eran personas que fingían una discapacidad y se aprovechaban de la gentilidad de muchas personas para poder sacar un beneficio de ello.

Verlo me hizo sentir repulsión hacía él, aquella persona no me había hecho nada, pero empecé a sentir rabia hacía él. Me separe un momento de Gabriela para acercarme a él. No se me hacía raro sentir ese tipo de cosas últimamente, y, aunque trataba de reprimir algunas veces esos sentimientos, muchas veces ni siquiera lo intentaba y dejaba que se manifestaran, pero nunca había hecho nada grave hasta ese día.

—Una moneda por favor —me dijo aquel hombre mientras estiraba un bote de metal con algunas monedas en su interior.

Tan pronto hizo eso, su mirada se perdió y bajo su brazo. Mario me había enseñado a usar mejor mis habilidades sin tocar a las personas, por lo que esta vez fue sencillo hacerlo sin que tuviera que estar sujetando a ese hombre.

—¿De verdad estás discapacitado?

—No —dijo de forma un tanto robótica.

—Lo supuse

Gabriela se acerco a mirar que estaba sucediendo.

—Javier, ¿qué haces? —me dijo con preocupación en su voz

—Le daré una lección a este estafador, escúchame bien —volví a dirigirme a él—, quiero que te levantes de esa patineta y camines hacia la avenida mientras están circulando los vehículos hasta que uno de estos te arrolle.

El hombre se levanto de su patineta y empezó a caminar hacia la avenida.

—¿Por qué hiciste eso? —me reclamo Gabriela.

—Porque no está bien que siga estafando a la gente así, si de verdad quiere ser un discapacitado eso obtendrá.

—Pero lo pueden matar —dijo ella con miedo mientras empezaba a caminar hacía aquel hombre.

—Espera.

Gabriela se detuvo en seco y al verla, pude ver que su mirada se había perdido. En efecto, la estaba controlando a ella ahora.

—El destino de ese hombre no te va a importar, es más, pensarás que era necesario, que era lo que merecía.

—Era lo que se merecía —dijo con voz adormilada.

Cuando volvió a la normalidad, me esbozó una sonrisa mientras se acercaba a mí.

—Me alegro que tendrá lo que se merecía —dijo dándome un beso en la mejilla.

Se aferro a mi brazo y volvimos a caminar hacia la entrada de la estación. Sabía que estaba mal controlarla a ella, pero no quería arruinar su día con eso. Antes de entrar a la estación pudimos ver cuando un auto envestía a aquel hombre, sonreí por lo que acababa de ver y baje continuamos bajando las escaleras que nos llevaban a la estación. Si vivió o no, era algo que no me interesaba, pero una escoria menos estaba ahora en el mundo, al menos eso pensé en ese momento.

Al salir de la estación, caminábamos por la calle ya oscura apenas iluminada por algunas lámparas en la calle. Sabía que quizá le contaría a Susana lo sucedido, debido a la amistad que habían forjado, por lo que necesitaba volver a controlarla para evitarlo. Me detuve un breve momento aprovechando la ausencia de gente en el lugar y nuevamente volví a controlar su mente.

—Gabriela, es necesario que lo que hice con aquel hombre no se lo cuentes a Susana y a nadie.

—No debo de contarlo —dijo con su mirada perdida.

Iba a sacarla del control cuando empecé a meditar, sentía que podía sacar un mayor provecho de tenerla bajo mi poder.

—Es más, desde ahora cada vez que te cuente acerca de que soy el heraldo y todo lo relacionado con eso nunca se lo dirás a nadie.

—No contaré que eres el heraldo.

—Te parecerá fantástico que lo sea y todo lo que haga.

—Es fantástico lo que eres y lo que haces.

—Cada vez que le de su merecido a una escoria, tu te llenarás de felicidad por eso.

—Me sentiré feliz porque elimines a las escorias.

—Nada de lo que haga será incorrecto para ti, pero si lo hacen otros si lo será.

—Nada de lo que tú haces es incorrecto.

—Que buena chica eres amor —dije sacándola del trance.

Ella pestañeo un par de veces, me miro y sonrió. Volvimos a emprender el camino para llegar a su casa. Estuvo mal haberle hecho eso y muchas cosas más a ella, pero mi mente en esos días pensaba con poca claridad y me dejaba llevar por impulsos que tarde o temprano, iban a traer consecuencias.

3

Mi cuerpo se encontraba caminando por las calles que hace poco había recorrido junto a Gabriela, pero esta vez estaban oscuras con apenas un poco de iluminación.

—Veo que empezaste con tu misión —dije, aunque no controlaba mi hablar.

Me encontraba exactamente donde aquel hombre se había suicidado o donde yo lo había intuido.

—Oh, mi señor. Me da gusto saber que le complace lo que hago —dijo alguien desde las sombras.

Nuevamente ahí estaba, aquella silueta de ese hombre con gabardina y sombrero, aunque no podía percibir su rostro.

—Vi que usted estuvo hace unas horas aquí

—Sí, el chico estuvo aquí con su novia. Vi que le hiciste una reverencia a pesar de no ser aún tu señor.

—Para mí, aunque aún no se convierta en lo que debe de ser, es mi señor.

—No debes de ser tan sumiso aún con él, pudiste arruinar el plan si él hubiera recordado algo. Quizá yo tenga el control, pero él lo percibe como sueños, cuesta mucha energía tener que borrarle esto para que no sospeche.

—Pido disculpas, no me castigue.

—No, no hay necesidad por ahora de castigarte. Has encontrado algún cuerpo para mi o mis hermanos.

—Para su hermana, mi señor.

—Perfecto, llévame a donde está ella.

Mis pies se separaron del suelo y empecé a volar. Sentía el aire mover mi cabello y como este me golpeaba el rostro como pequeñas navajas debido a lo frio que estaba.

No sé que tanto habrá pasado, pero me encontraba en una zona con casas bastaste lujosas. Escuchaba el ladrido de algunos perros que quizá se habrán alertado de mi presencia. Estaba mirando alrededor inspeccionando el lugar.

—Es en esa casa —escuche nuevamente aquella voz. Aquella silueta se manifestó detrás de un árbol de los tantos que había en medio de una acera que separa una gran avenida.

—¿Quién es?

—No es nadie importante en el poder si es lo que quiere saber, yo solo sigo las ordenes que se me dieron. Pero es adinerada y joven, perfecta para su hermana.

—Ya veo —dije en un tono serio mientras materializaba una daga que brillaba de color blanco—, llévala adentro, cuando pueda teletransportarme clávala en alguna parte para saber el momento en que deba hacerlo.

—Como ordene mi señor —dijo aquel ser mientras tomaba la daga.

Aquella figura avanzo hacía una casa con un zaguán plateados, la fachada estaba pintada de color blanco con una de las paredes llena de una especie de una enredadera.

Me encontraba mirando hacia aquella casa cuando sentí un pequeño hormigueo y calor en el pecho, de pronto ya me encontraba adentro del recinto. Estaba en una recamara adornada con figuras de porcelana en algunos estantes, había un buro a lado de una cama donde yacía una chica de aproximadamente unos treinta años. Las sabanas ocultaban más detalles de su cuerpo, pero tenia el pelo teñido de rubio, pues se le notaban las raíces de color negro en el centro de su cráneo.

—Bien, hermana, es tu momento de salir.

Me sentí un poco mareado y antes de caer me volví a incorporar, mirando confundido el cuarto donde me encontraba.

—Que mal gusto tiene —dije con un tono un poco afeminado—, pero es algo que puedo cambiar.

—Me da gusto que le pueda ser de utilidad, señorita Clepto.

—Oh, mi querida oscuridad. Haz hecho un gran trabajo, voy a necesitar más detalles de ese plan.

—Como usted ordene —dijo aquella silueta volviendo a hacer una referencia.

Sentí un calor en mi mano derecha, sabía que estaba brillando porque era la misma sensación cuando yo ocupaba mis habilidades. Empecé a sentir un dolor de cabeza y perdí la fuerza en las piernas. Caí al suelo y me sentía mareado.

Levante la vista y aquella chica se levantó, me miraba y posteriormente empezó a inspeccionar su cuerpo. Pude ver que llevaba una bata a modo de pijama.

—¿Funciono, hermana? —dije con agitación

—Sí —dijo con alegría la mujer—, oh mi voz. Para la edad que tiene no suena como señora. Extrañaba sentir mi feminidad otra vez. Bueno, no exactamente la mía, pero no estoy en el cuerpo de un hombre.

—Bueno, aún sigues atrapada en el cuerpo de este niño, pero ya es un avance.

—Te ves agotado

—Sí, parece que esto nos quito poder. Creo que tengo que volver o si no, el chico sospechará. Lacayo, ayuda a mi hermana en lo que necesite para acoplarse y seguir con el plan. Lo ultimo que queremos son sospechas.

—Sí, mi señor —dijo el ser que se encontraba entre las sombras en un rincón de la habitación.

—De verdad, te ves muy agotado creo deberías ya sabes, alimentar el cuerpo del chico —dijo la mujer.

—No es mala idea, voy a buscar a alguien. Creo había un vagabundo afuera en la avenida.

Empecé a caminar tambaleándome, esta vez salí de la casa como si esta fuera mía o si yo fuera un visitante. Al salir, mire en busca de aquel vagabundo, en efecto ahí estaba acostado encima de unos pedazos de cartón.

Me acerque a él y giro a verme.

—Tú, tú me servirás.

De mi mano empezó a emerger fuego de color negro, el vagabundo talló sus ojos tratando de dar crédito a lo que veía. Extendí mi mano y pude ver parte de la vida de aquel hombre mientras este daba un grito ahogado. Sentía como absorbía algo dentro de él, algo que era cálido y me volvía a dar fuerza.

Me levanté asustado, miré mi alrededor. Me encontraba acostado en mi cama y estaba sudando frio. Me pase la mano por la cara tratando de limpiarme un poco el sudor, una leve punzada se manifestó en mi cabeza. Poco a poco los recuerdos de aquel sueño se desvanecieron, al punto que solo estaba consciente de que había tenido una pesadilla, aunque por primera vez sentí miedo de algo a lo que mi mente no encontraba palabras.

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