Capítulo 1: El comienzo

1

¿Qué define una vida? O mejor dicho ¿Como definí mi vida? No sabría dar respuesta. Sí fueron mis acciones las que la definieron, diría que fue la vida de un granuja o de una persona sin escrúpulos que al final intento enmendar sus errores. Sí la definieron las personas que me amaron, diría que fue una gran vida al menos al inicio de esta y que poco a poco se fue extinguiendo. Parece no importar como la quiera definir, simplemente no encuentro una forma de decir que mi vida fue o será reconocida como la de alguien a quien reconocer.

Comienzo a escribir este diario a manera de recordatorio. Han sido tantas las vidas que he visto y tantos los posibles desenlaces, que no quiero olvidar como llegué aquí. Quiero tener presente cuál fue la razón inicial de todo esto y tener siempre claro cuál fue mi vida original. Recordar es algo duro y más cuando tienes un pasado que te atormenta por todas tus acciones. Pero es más difícil pensar en un futuro que sabes que ocurrirá y que, a pesar de todo lo que intentes hacer, no puedes evitarlo.

A este momento, en este preciso instante, podría decir que han trascurrido alrededor de nueve años según el calendario desde aquel día. Pero la realidad es que mi alma ha vivido más que eso, no podría decir con exactitud un lapso exacto, pues perdí esa noción de tiempo hace mucho. Mi cuerpo no ha envejecido tanto como para que parezca que eso sea verdad, pero mi alma y mi mente (sobre todo mi mente) han pasado, vivido y envejecido lo bastante para saber que eso es cierto. He visto y descubierto tantas cosas, que me aterra el hecho de aún recordar todo lo sucedido, aquel 21 de marzo del 2018, con la claridad de un recuerdo fresco.

Pero de que me sirve solo tener ese recuerdo, sino tengo claro cómo era todo antes, como fue que llegué a ese punto en donde todo cambio.

2

Mi infancia fue de lo más normal. Nací un 27 de abril del año 2003 durante la madrugada. Mi alumbramiento no fue televisado ni mucho menos anunciado a una ciudad entera como un acontecimiento importante. Simplemente nací como otros miles ese día y pasé a pertenecer a este mundo junto a miles de millones de personas. No es que diga que deba de ser reconocido, sino que si hubiera sido un anuncio importante habría sido titulado como "Nace la mayor pesadilla para la humanidad".

Una de mis tías, que creía en cosas esotéricas, dijo que en el momento que yo nací había habido luna nueva y que las constelaciones se alinearon de una forma especial. Durante la mayoría de mi niñez ella siempre me decía que iba a lograr cosas grandes, que sería alguien importante y que mi futuro estaba en la política o en la religión debido a que, según ella, miles de personas o incluso millones depositarían su fe en mí.

No puedo negar que esa idea me agradaba. Mi madre decía que no creyera tanto en eso, pero me era inevitable debido a mi poca experiencia. Hubo un pequeño periodo de mi vida, que cuando aprendí a leer, tenía la idea de volverme algún clérigo para algún día cumplir con ese futuro que mi tía decía estaba destinado a mí.

No pasaron ni tres meses cuando, por desgracias de la vida, mi tía falleció tras llevar un estilo de vida extrema. Era una persona que prácticamente vivía en la calle. La casa que tenía estaba embargada y tenía demasiadas deudas con algunos vecinos y otras personas que nunca llegamos a conocer. Todo esto debido a que, según ella, cuando ella nació las constelaciones revelaban que ella iba a volverse millonaria y pasó toda su vida esperando que eso se cumpliera. A todo el que le debía, le decía que ella era dueña de una gran fortuna que aún no le otorgaban, pero que apenas la tuviera, pagaría todo lo que debía.

Debo confesar que eso me desanimo bastante. Saber que lo que mi tía decía sobre lo que los astros decían, era falso. O eso pensé de niño, lo que no entendí es que ella se la pasó esperando algo sin trabajar en ello. Pero no lo comprendí hasta después, cuando todo aquel interés por intentar cumplir ese destino se había ido.

Hoy mientras escribo esto no puedo dejar de pensar que, quizá, lo que mi tía dijo que el destino me tenía preparado fue lo único que de verdad logró leer y predecir a medias.

3

Mi formación fue regular. Muchas de las cosas que llegué a saber, las aprendí más en mi hogar que en la escuela.

De lo que siempre les estaré agradecido a mis padres, es que me ayudaron y evitaron que me fuera por un mal camino en mi niñez, si quizá ellos hubieran sabido lo que pasaría tal vez se hubieran esforzado en enseñarme más sobre la moralidad, pero no los culpo ni quiero que parezca que la responsabilidad de mis actos fue por algo que no hicieron. Ellos siempre estuvieron al pendiente de mí y, aunque no me lo daban todo, me dieron lo que estuvo a su alcance.

Me acompañaron en aquella pequeña travesía que es la niñez; en donde mi curiosidad era tan grande que mis padres trataban siempre de responder mis preguntas. Estuvieron conmigo la primera vez que presencie la muerte, y no de una persona, sino de un pequeño perrito. Que había sido mi mascota por más de tres años. Fue la primera vez que vi la muerte en persona, ver el cuerpo de un ser vivo sin ninguna emoción, sin ninguna reacción era algo horrible. Recuerdo haber tenido pesadillas con la escena de mi mascota tumbada en aquella mesa de metal de la veterinaria y esos ojos, sin ningún rastro del animal alegre y juguetón que había sido.

Cuando crecí, supe que para muchos la muerte de un animal, no era la gran cosa y que incluso se divertían con ellas, pero al final se presencia el final de la vida de un ser vivo. El final que tarde o temprano llegará, sin importar quien hayas sido o lo que hayas hecho, siempre iba a llegar. Y eso fue lo que mis padres me explicaron acerca de la muerte. Que a pesar de que llega de diferentes formas, nunca se atrasará cuando sea el momento.

Igual me ayudaron a comprender la crueldad e injusticia de este mundo. Recuerdo que una vez mientras dábamos un paseo por un parque; ahí se encontraba un señor con la ropa demasiado rota y con bastante suciedad en ella.

Aquel señor ese día se acercó a mi padre estirando su mano y pidiéndole de favor "que le diera para un taco". Mi padre con una sonrisa en el rostro, le dijo a aquel hombre que nos siguiera y fuimos a un lugar en donde vendían comida. En ese establecimiento mi padre le dijo a aquel hombre que pidiera lo que quisiera, que él lo pagaba.

Nunca había visto, hasta ese momento, a un adulto llorar. Ingenuamente creí que algo le dolía a aquel hombre puesto que siempre que yo me caía y me pegaba comenzaba a llorar por el dolor que sentía.

Aquel sujeto tomó asiento junto a nosotros mientras, con lágrimas en los ojos, le daba las gracias a mi padre.

—¿Va a comer junto a nosotros ese señor? —pregunté a mi mamá a manera de susurro, sintiéndome incomodo pues el hombre desprendía un olor poco agradable.

—Así es, Javier. ¿Por qué?

—Es que huele mal.

—No seas grosero, Javier, el hombre no tiene la culpa de oler así —me reprocho mi madre mientras apretaba fuertemente mi mano.

No pude evitar soltar un "auch" y comencé a sobarme mi mano mientras fruncí mi boca a manera de puchero. En ese momento mi padre giro junto al señor, que estaba secándose las lágrimas.

—¿Qué sucede? —preguntó mi padre desconcertado por la escena.

—Javier me preguntaba algo personal sobre el señor. Pero le dije que hablábamos en la casa.

Cuando mi madre dijo eso, mi padre pareció comprender y no buscó otra explicación.

Comimos junto al señor, que devoró la comida como sí se la fueran a quitar en cualquier momento o como si fuera la última comida del planeta y era solo suya, y cuando termino nuevamente agradeció a mi padre y se despidió de los tres. Pero antes de que se retirara, mi padre le dio una pequeña cantidad de dinero y le dijo que "para las emergencias".

Ya en mi casa, mis padres me explicaron que aquel hombre era un vagabundo. Y que son personas que no tienen casa ni trabajo, ni mucho menos para comer. Me explicaron que la razón de su mal olor, era que para ellos es casi imposible bañarse o mudar de ropa, por lo que siempre están con la misma ropa bastante tiempo.

—Ese tipo de gente, Javier, son personas que no tienen nada. Y los que sí tenemos, las podemos ayudar para que al menos, puedan comer una vez al día —dijo mi padre—, quizás no sea nuestra obligación. Pero es una forma de ayudar al prójimo. Recuerda que, si tú ayudas a los demás, la vida se encargará que cuando tú necesites ayuda, otros te ayuden.

»Tal vez seas bastante joven para comprender, pero lo que sí quiero que tengas en cuenta, hijo mío, que cuando tengas la posibilidad, ayudes al menos con una moneda a quien no tiene nada.

»Nunca te lo podrán pagar económicamente, pero te estarán eternamente agradecidos porque los ayudaste cuando más lo necesitaban. Y eso, Javier, es el mejor pago que puedas recibir.

Aquel día también comprendí la razón del porqué muchos están en esas condiciones. No siempre estaban así porque lo deseaban, muchas veces estaban así porque la vida los trató mal. Porque la gente a su alrededor no los ayudo cuando lo necesitaban.

Pero también estaba la otra cara de la moneda y existían aquellos que se aprovechaban de la gentileza de las personas y fingían vivir en situación de calle o inventaban padecer enfermedades que necesitaban de una buena cantidad de dinero que ellos no tenían o cualquier pretexto para vivir de los demás. Esa era la razón por la que muchas personas que en verdad necesitaban ayuda a veces no la recibían.

La verdad es que mi padre me dijo que nunca puedes saber con exactitud quien necesita la ayuda y quien no, y eso recuerdo que de niño me molesto e incluso ahora me molesta. Pero siempre tuve la iniciativa de ayudar y no siempre de forma económica, pero sí de otras formas. Pues a veces lo que querían las personas no era dinero, sino comida, algún medicamento o cubrir alguna otra necesidad.

Nunca conté las personas a las que ayudé en esas condiciones, ni estoy contando a las que estoy ayudando en estos momentos, aunque ellos no lo vean así. Solo sé que, desde ese día, traté de seguir el consejo de mi padre tratando de ayudar a quienes podía, al menos eso hice hasta que llegue a los quince años.

4

Nunca fui perfecto, hay muchas cosas que tuve que aprender a las malas e incluso a golpes. Cuando uno es un niño, no tiene una concepción clara de lo que es bueno y malo hasta que nuestros padres y la sociedad nos lo inculcan.

Sí a un niño desde chico y durante su crecimiento, le enseñas que robar y mentir es bueno, pero decir la verdad es malo. Crecerá con esa idea errona y para él lo que haga será bueno, pero nunca será aceptado por la sociedad. Pero si, al contrario, lo que la sociedad dice que es correcto y lo que no, nunca tendrá problemas con la sociedad siempre y cuando siga las reglas.

Mis padres, mis vecinos y mis profesores; fueron los encargados en enseñarme esa diferencia entre lo bueno y lo malo.

Mis padres, cuando hacía algo malo, me llegaban a golpear. Dándome a entender que por hacer algo malo siempre y sin excepción había un castigo; pero que raramente por hacer lo correcto había un premio.

Comprendí que nuestra recompensa era ser aceptado por las demás personas. Era evitar ser señalado y tachado de ratero, asesino, drogadicto, inútil, etcétera. Adjetivos que, sí te describían, eras una persona horrible y que no encajaba. Pues siempre las personas intentaban alejarse de ti.

Todo parecía empezar a encajar. Todo lo que me habían enseñado me había servido para poder funcionar en la comunidad, para que las personas no se alejaran de mí y para no ser señalado por algo.

No necesitaba más explicaciones. Saber que para los demás funcionaba como miembro de una sociedad, era lo que parecía, el mejor premio de todos. El no estar solo porque de verdad, como duele la soledad y el rechazo.

5

Quería ser doctor y más desde aquel día que conocí al vagabundo que se desbordaba en llanto y agradecía tantas veces como podía que parecía que cada agradecimiento era una moneda con la que le pagaba a mi padre. Ese día supe que yo quería ser de aquellos médicos que van a comunidades pobres y ayudan a las personas de esos lugares para tratar sus enfermedades.

Mis padres habían sembrado en mí buenos valores y siempre se los agradeceré. Pero gracias a esos valores mis intereses profesionales estaban fijos en lo que ya he mencionado. No puedo decir que nunca logré cumplir mi sueño. Debo de aceptar que cuando lo logré fue la mejor vida que pude haber deseado, solo que yo no estaba destinado a esa vida.

Me gusta imaginar que parte del poder que obtuve, fue por la ambición que tenía por curar personas y ayudar a quienes más lo necesitaban. Aunque claramente se vale soñar. Quizá este de más decir que, aunque mis padres me inculcaron buenos valores, no tarde en echarlos a la basura y aunque logre recapacitar no cambiara el hecho de lo que hice. El poder corrompe a cualquiera y como alguna vez escuche "no le temas al poder, sino a la mano que lo controla".

6

Al momento que llego la adolescencia fue cuando algo en mí se despertó y no se calló hasta lo sucedido aquel 21 de marzo.

Por ese entonces mi vida era algo monótona, basada en una rutina como la de miles de personas en el mundo. Esta consistía en levantarme, desayunar, ir a la escuela, regresar a casa, realizar mis deberes, comer, hacer tarea, conectarme a internet para charlar con mis amigos, para después dormir y repetir la rutina una y otra vez. A grandes rasgos así era mi vida durante la mayor parte de la semana, no recuerdo cuantas veces deseé salir de esa estúpida rutina para hacer algo nuevo y, de cierta manera, lo obtuve, aunque no de la forma que esperaba.

El recuerdo de aquel día es tan nítido que podría escribir a lujo de detalle lo ocurrido sin errar. Recuerdo el olor que tenía el aire y la humedad que se sentía en este. El olor a fresas que desprendía el perfume de mi madre y el fuerte olor de la loción que mi padre se puso para ir a su búsqueda de trabajo.

Recuerdo perfectamente esa mañana en que desperté con el menor interés de asistir al colegio, como si algo en mí ese día me estuviera advirtiendo que no asistiera y me quedara en cama. Pero a fin de cuentas desperté y me levanté para iniciar ese día tan monótono que, pensaba, me estaba esperando. Claramente lo que hacía era como un gesto de gratitud hacia mis padres por ser una escuela de paga. Cuando tuve conocimiento de la situación financiera que teníamos en casa, insistí en salir de ella e ir a una pública, pero fue algo que a mis padres no les convenció y, a pesar de todo lo que estábamos pasando, no me cambiaron de instituto.

Aquel día me había alistado demasiado rápido a pesar de la pereza que tenía para ir a mi escuela así que, para no aburrirme más, decidí irme caminando. Era algo que hacía con regularidad cuando terminaba con tiempo de sobra. Además de que ayudaba a ahorrarme el dinero del bus.

Durante mi trayecto hacia la secundaria me encontré con uno de mis compañeros. Recuerdo perfectamente quien era, en algún punto de mi travesía se volvió alguien digno de recordar. Se llamaba Omar. Recuerdo que entablamos "amistad" debido a que era uno de los amigos de primaria de Alan. Siendo sinceros nunca nos llevamos muy bien. Fue de las primeras personas que empezó a llamarme fantasma y zombi (debido a que mi piel era clara), pero como Alan se hizo amigo mío él dejo de molestarme con esos apodos; aunque para mi mala suerte muchos me siguieron llamando así.

Mientras iba en mi caminata hacía la escuela, la voz de Omar me sacó de mis pensamientos y me hizo centrar mi atención en él. Pude ver como desde el otro lado de la avenida me esbozaba una sonrisa mientas agitaba su mano en señal de saludo.

—¡Hola, Javier! —Me saludó Omar casi gritando mientras cruzaba la avenida—, ¿a qué se debe el milagro de verte por aquí a estas horas? Y sobre todo caminando.

—Ja-ja-ja —dije en tono de burla—, que chistosito. No es tan raro cómo crees.

—Vale, vale. No te enfades. ¡Oye!, ¿hiciste la tarea de matemáticas?

«¡Mierda! ¡Es cierto, la tarea!» Pensé mientras ponía cara de preocupación.

—No, olvidé por completo que había tarea de matemáticas.

—A veces eres medio distraído. Le diré a Gabriela que no se te acerque, para que puedas concentrarte —dijo Omar mientras reía.

Oh Gabriela, como olvidar a la chica con la que alguna vez imagine todo mi futuro. Por desgracia nuestros caminos se separan bastante y todo por mi culpa. Si hoy pudiera cambiar algo, sin dudarlo sería el hecho de que me conociera, lo que hice con ella y el destino final que tuvo no era algo que merecía una chica como ella.

Ella era una chica muy linda, de cabello largo y castaño, su tez era de un moreno claro y poseía unos ojos bastantes bonitos de color café que al mirarlos te perdías en ellos. Gabriela fue la causa de muchos suspiros en mi secundaría e incluso de la muerte de muchos espermas también. Era una chica que casi por genética era esbelta y un poco bajita. No era una super modelo, pero tenía una personalidad que enamoraba.

Gabriela era mi amiga desde segundo de primaria aunque comenzó a gustarme durante el primer año en secundaría, pero me aterraba la idea de confesarle mis sentimientos y arruinar aquella amistad que habíamos logrado tener.

—¡Cállate! —dije molesto mientras me sonrojaba.

—¡Javier quiere a Gabriela!, ¡Javier quiere a Gabriela! —Se mofaba Omar de mí. Al día de hoy comprendo por qué lo hacía. Él tenía conocimiento de que yo también le atraía a Gabriela, pero en ese momento ninguno de los dos nos habíamos atrevido a confesar nuestros sentimientos por el mismo motivo que acabo de mencionar.

Continuamos charlando durante el camino hasta que llegamos a la escuela. Era una construcción bardeada con un gran zaguán de color verde. En su interior la escuela secundaria tenía doce salones de clase, contaba con tres oficinas pertenecientes a dirección y maestros, y con dos grandes explanadas. Caminamos hasta nuestro salón, que se encontraba hasta el fondo de la explanada principal de la escuela. Al entrar, buscamos lugares en los últimos asientos del aula, ya que no nos gustaba estar en los de adelante, pues para nosotros a esa edad "ahí se sentaban los ñoños".

«Además, Gabriela siempre se sienta en esta zona» Pensaba muy a menudo.

7

El día escolar fue más aburrido de lo normal que cualquier otro. Al salir de la escuela, me disponía a caminar por la acera con dirección a mi casa. Ya me encontraba en la esquina de la escuela cuando de pronto noté que Ricardo junto con Gabriela (que era su hermanastra) se acercaban hacía mi a gran velocidad.

—Oye, Javier —dijo Ricardo, al momento que me alcanzaba y recuperaba el aliento—. ¿Quieres ir con nosotros al cine la siguiente semana? Iremos Jessy, Alan, Mónica, Gabriela y yo.

Me quede pensativo, mis amigos sabían que me gustaba Gabriela, incluso su hermanastro. Y sabiendo que Jesica y Alan era pareja al igual que Mónica y Ricardo, pensaba que estaba tratando de hacer algo. No era raro salir los seis juntos, pero siempre era para ir a tareas escolares o a comer a la casa de alguno de ellos.

—No lo sé, ¿a qué hora sería?

—A las cinco. Anda, vamos —dijo Gabriela, mientras me miraba y me tomaba la mano—. Me sentiré incómoda en medio de dos parejas, y si tú nos acompañas seremos dos incómodos —sonrió y un hoyuelo se formó en su mejilla derecha.

—Está bien, iré con ustedes —contesté mientras le devolvía la sonrisa a Gabriela y me sonrojaba.

Me encontraba embobado en la mirada angelical que tenía Gabriela, pero un sonido hizo que apartara la mirada de ella.

Moví la cabeza para buscar el origen de dicho sonido y pude ver un auto que viajaba a gran velocidad, pero algo estaba ocurriendo. El auto había perdido el control evitando colisionar con otro vehículo que no había respetado una señalización. Este comenzó a derrapar, ladeándose de un lado a otro debido al intento del conductor por estabilizarlo y tratando de no chocar con nada, mientras el vehículo seguía su trayectoria y para nuestra desgracia, se dirigía rápidamente hacía donde estábamos nosotros.

Por impulso empujé a Ricardo y a Gabriela alejándolos del peligro, mientras intentaba hacerme a un lado lo más rápido que podía. Fue ahí cuando algo extraño sucedió, fue como si algo me jalara y evitara que me quitara de ahí y solo me dejo moverme escasos milímetros; incluso podría jurar que el auto había ajustado su ruta para chocar directamente hacia mí. Recibí toda la fuerza del auto que me lanzó con fuerza haciendo que me impactara contra la pared de la escuela. Sentí como algunos de mis huesos crujían en aquel impacto e igualmente un gran dolor empezó a recorrer toda mi columna vertebral y mi cráneo. Pude incluso escuchar el sonido hueco que se originó cuando me impacté contra la pared y el sonido de mi cuerpo cayendo y chocando contra el suelo. Sentí algunas partes de mi cuerpo elevar su calor y un pequeño líquido recorrer mi cabeza, de pronto ya no había nada solo oscuridad. Y aunque yo estaba seguro que ya había impactado contra el suelo, sentí que estaba cayendo en un vacío infinito.

Después de aquella sensación de caer interminablemente, desperté en un extraño lugar como se despierta de un sueño por esa misma sensación: con un vuelco en el estómago. Mi mirada estaba al ras del suelo y mi mejilla estaba pegada al frio y áspero suelo. Me pregunte qué había pasado, solo recordaba aquella plática y aquel vehículo acercarse lentamente hacia mí. Trate de expandir mi campo de visión y con los brazos apoyados al suelo me impulse para poder levantarme. Primero me coloqué de rodillas tratando de apreciar el sitio pero todo era bastante extraño. Aquel lugar estaba en una penumbra total con varias estrellas adornando el cielo, pero lo que más me llamó la atención, fue una aurora boreal que atravesaba todo el cielo como si de una nube se tratara. Me terminé de levantar poniéndome de pie y el sitio donde me encontraba estaba completamente desierto, podía visualizar una gran nada y el suelo estaba completamente lleno de una arena de color negro, como si fuera algo parecido a tierra mojada pero sin aquel aroma que comúnmente desprende.

Lo que en un primer momento, me pareció un haz de luz blanca siendo emanado de algún lugar o de algún objeto, pronto se volvió en un haz de luz que se movía libremente, como si tuviera conciencia propia. De la nada, este haz obtuvo la forma de una silueta resplandeciente de un extraño ser que empezó a apreciarse en la lejanía acercándose a mí, esto empezó a provocarme un cierto temor por lo raro que esto era, y más debido a lo solitario que estaba todo. Cuando se acercó más pude apreciar que aquella silueta tenía alas. ¿Alas? No, no eran alas más bien parecían algo similar a tentáculos de pura luz, mismos que salían de su espalda. Ese ser no tenía forma, era simplemente un haz de luz que parecía distorsionar su forma indefinida, como cuando juegas con un globo lleno de agua y hacer que el agua en su interior vaya de un lugar a otro, pero mucho más grande.

Llego hasta donde estaba y uno de esos tentáculos toco mi frente y empezó a cambiar de forma a algo más definido, empezó a adquirir una forma con rasgos más humanos y sus tentáculos esta vez sí se convirtieron en alas. Tenía alas de un color demasiado blanco y demasiado grandes, con unas plumas que al verlas parecían muy suaves y cálidas. En lo que eran sus cavidades oculares solo podría apreciar una luz de color blanca, aquella luz era tan intensa que cuando pestañeo, la luz penetraba su parpado. Su tez de aquel ser era extremadamente blanca que parecía trasparente, además de que era muy alto, aproximadamente media dos metros y medio, y su cabello era de un color dorado que me parecía igual brillaba como todo su ser. Era un brillo que no lastimaba al verlo, pero era intenso, era tan hermoso aquel brillo que al verlo te hipnotizaba. La vestimenta que llevaba era parecida a una túnica de color hueso. No pasó mucho tiempo y aquel ser me esbozo una sonrisa, una sonrisa que, en lugar de causarme paz o tranquilidad, hizo que una leve corriente eléctrica en forma de escalofrió me recorrió toda la espina dorsal.

—¿Tú debes de ser, Javier?

—Sí, soy yo —le respondí un poco confundió—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Eso no tiene importancia en este momento pequeño, solo sígueme —dijo mientras empezaba a regresar por el camino del que había llegado.

Lo comencé a seguir, aunque no comprendía nada.

—¿Qué es este lugar?

—Aquí es en donde vienen los que aún no debían morir, y se decide si tienen el derecho a regresar según los pergaminos y de haber alguna confusión, se juzga si se le da el derecho a regresar.

—¿Qué eres tú?

—Yo soy lo que ustedes llamarían un ángel, aunque mi apariencia cambia según las ideas de cada gente. Tu me tienes en un concepto de un ser alado e hice que tu mente nos perciba a todos de esa forma, ya que si tu mente ve demasiado nuestra forma verdadera se destruiría por completo tu alma y dejaría de existir.

Aunque comprendí un poco a lo que se refería, me quedé en duda, ¿cómo era eso de que si tenemos derecho a regresar?, y ¿Cómo que él era un ángel? fue algo que no comprendí del todo en ese momento, pero empezó a pasar por mi mente un solo pensamiento... ¡Estoy muerto!

No podía creerlo en aquel entonces. Era aún joven y no era justo; aún tenía cosas que hacer, cosas por vivir, aún no quería morir. El ángel parecía leer mis pensamientos porque escuché decirme:

—Pero lo querrás, Javier. Algún día lo querrás.

Quede paralizado, no podía ni pensar porque ese ser me escuchaba.

Seguí caminando con el hasta que llegué a un lugar donde había varias personas caminando, o al menos eso parecían, más bien dicho eran sombras, siluetas de personas que caminaban sin rumbo por aquel sitio. Aquel lugar parecía una ciudad, pero era una versión de una ciudad arrasada por alguna catástrofe natural o algo parecido. El suelo seguía cubierto de aquella arena, los edificios estaban hundidos e inclinados como la torre de pisa y la mayoría estaban ya a casi nivel del suelo. Pero a pesar de eso, dichos edificios seguían en condiciones normales, como si su construcción fuera así. Los ventanales de estos no estaban rotos y su estructura no se encontraba agrietada ni se le veía algún daño, y la pintura de algunos muros no se encontraba desgastada. Miré hacia el cielo que se encontraba en aquella ciudad y pude notar un ligero cambio. Aquella aurora que había visto estaba ahora casi imperceptible y en su lugar, un gran cuerpo celeste parecido a Saturno se podía apreciar en el cielo, aunque este parecía ser la luna que apreciaba todas las noches desde mi hogar; pero eso anillos me hacían dudar de que esta lo fuera.

Nos adentramos a la ciudad y caminamos hasta un edificio que estaba con una leve inclinación de, quizá, veinte grados. Que, a comparación con los otros, era el que más vertical estaba. Cuando estuvimos a escasos metros de aquel edificio, el ángel se giró a verme a mí con un rostro inexpresivo.

—Espera aquí. —Escuché decirme, aunque esta vez noté que sus labios no se movían cada vez que hablaba.

Obedeciéndolo, me quede esperando observando todo lo que me rodeaba. Era una ciudad bastante extraña, todo lo que mi vista alcanzaba a percibir estaba en una penumbra apenas iluminada por aquel astro y las estrellas que se podían ver. Aquellas sombras que se encontraban deambulando no parecían notar ninguna otra presencia, incluso podría jurar que vi a una de estas convertirse en un cuerpo de luz, que se elevó y se perdió en el cielo; como si fuera a formar parte de las miles de estrellas que habitaban el cielo.

Después de cinco minutos vi que otros tres seres, iguales al que me trajo, se acercaban desde el lugar donde habíamos llegado con tres personas. Esperaba que entre ellas no estuvieran ni Gabriela ni Ricardo, y para mi alivio eran otras personas. Cuando llegaron al mismo lugar en donde me encontraba, las hicieron esperar mientras estos seres se adentraban a aquel edificio. No pasó mucho tiempo cuando vi salir a un ser igual a los demás, pero este tenía una especie de armadura dorada y era más grande, de tres metros o quizá más. Para poder verle el rostro tenía que levantar mi cabeza casi los noventa grados ya que mi cara le llegaba a lo que era su cintura.

—Pero ¿qué tenemos aquí? —dijo, con un tono un poco intimidante y burlón.

Nos observó mientras los seres que nos habían traído se ponían detrás de cada uno, respectivamente.

—Me parece que solo dos de ustedes podrán regresar —siguió diciendo aquel ser con el mismo tono —. Pero la pregunta es: ¿¡Quiénes!? —Eso último lo dijo con una voz gruesa y rasposa, una voz que daba miedo.

Caminó y observo al primero de nosotros.

—Roberto, es un gusto que llegues aquí... aunque tú sabes que tenías que morir —le dijo mientras Roberto empezaba a gemir como si estuviera llorando—. Dime, ¿qué tal corta una navaja? Espero que lo suficiente para haber dejado así tu cuerpo mortal, como le dicen ustedes, hecho puré.

Cuando escuché esto lo primero que pensé era que el tipo se había suicidado. Aunque la verdad comencé a dudar debido a lo último que dijo.

—Es una pena, sí. Pero debiste de haber puesto más atención a lo que hacías. Pero no te preocupes, ya no tendrás que poner más atención a lo que haces —continuó diciendo al mismo momento que el ser detrás de Roberto sacaba una espada de su túnica y lo degollaba frente a nosotros, mientras una luz empezaba a emanar del cuerpo de Roberto para después volverse una sombra más de las que transitaban por aquel sitio.

Quedé pasmado y abrí mis ojos como si estos fueran a salirse de sus cuencas. Sentí como mi corazón latía a mil por hora y mi respiración se agitaba. No sabía si mi destino seria el mismo, pero no quería morir.

El ser miró al sujeto que estaba junto a Roberto, pero a este solo le dirigió una sonrisa y no dijo nada. Se dirigió al siguiente en la fila y aunque en un principio, parecía le iba a dirigir la palabra, se lo pensó mejor y tampoco dijo nada, solo mostró la misma sonrisa. Por ultimó llegó hasta mí. Me miró e hizo el mismo gesto, pero a mi si me dirigió la palabra.

—¡Oh, Javier!, tan joven —sentí un escalofrió cuando dijo estas palabras, sentía que en cualquier momento comenzaría a gemir y a llorar por el pavor que me causaba. No quería correr la misma suerte que Roberto—. El destino es muy cruel —esbozó una sonrisa en su rostro—, intentaste jugar al héroe y... aquí los héroes son bien recibidos —le hizo una señal al ser que me había traído hasta aquí y sentí como este se acercaba a mí.

Toda mi vida empezó a pasar a través de mis ojos. Sentía pánico y terror al recordad todos aquellos buenos momentos que había pasado. Sentí un vacío en mi interior, al igual que la necesidad de llorar. Pero no me dio tiempo, aquel ser me tomó del hombro y me giro para mirarlo de frente. Cuando mis ojos se toparon con la luz que desprendía de sus cavidades oculares, sentí que el corazón me iba a estallar (metafóricamente porque no tenía). Pensé que mirar a aquel hermoso resplandor me traería paz, pero solo me causaba impotencia, pensando en que, en cualquier momento, desenfundaría una espada y me asesinaría con esta. Me quede apreciándolo, esperando el siguiente movimiento.

—¡Felicidades!, vas a regresar

Escuchar aquello me tomó por sorpresa y, aunque en un principio sentí confusión, me alegré al haber escuchado esas palabras.

El ángel tomó mi mano y sacó un artilugio de uno de sus bolsillos, esta era de metal y estaba un poco oxidado y corroído, en el final de esta tenía una figura algo extraña, figura que a los pocos instantes sabría que era. La colocó en el dorso de mi mano derecha y está comenzó a arder de la nada. Empecé a sentir un gran dolor y no pude evitar gritar. Escuchaba como mi carne se quemaba mientras un leve humo blanco salía de mi mano; me estaba marcando como marcan a los animales en los mataderos. El dolor que me provocaba aquello hacía que intentara retorcer todo mi cuerpo para zafarme de ser marcado, pero era casi inútil pues el ángel me tenía bien sujeto de brazo. Solo pude mover el resto de mi cuerpo a causa de aquel dolor que era insoportable. Cuando la pieza terminó de arder mi mano temblaba de dolor y mi cuerpo estaba bañado en sudor. El humo aun salía de mi piel, y donde se originaba este pude ver una forma extraña. Parecía una especie de "v" pero al revés con un arco de varios picos sobre esta y con cuatro cráneos a los lados que tenían diferentes símbolos El primero tenía una flor de lis, el segundo una especie de ojos, el tercero una llave y el ultimo un reloj de arena.

Estaba apreciando mi piel chamuscada formando aquella marca, cuando de pronto sentí un gran dolor en el pecho como si una bala me hubiera atravesado. El aire me empezó a fallar en ese momento e intentaba tomar bocanadas de aire, aunque no sirvió de nada. Parecía que se me había olvidado como respirar.

—Ahora eres parte de este mundo —dijo aquel ser como si eso lo hiciera feliz—. Regresarás, pero no solo.

Vi acercarse a siete seres. No como él, estos parecían personas normales, el ángel frunció el ceño y me miró algo preocupado, como si verlos le causara descontento o molestia.

Tomó inmediatamente mi mamo y giró a ver el dorso de mi palma que no dejaba de temblar y al mirar aquella marca que me había hecho pude ver como su rostro reflejaba terror y quizá algo de lastima.

—Vivirás con ellos hasta el día que volvamos a vernos —dijo mientras que de su mano se generaba algo parecido a la electricidad de un rayo y seguido de esto me dio un fuerte golpe en el pecho—, y espero, por el bien de todos, que sea bastante pronto.

Al recibirlo noté que me alejaba rápido de ese lugar, como si hubiera salido volando a toda velocidad junto con esos siete seres que reían.

—Qué bueno es regresar —dijo uno de ellos, el que parecía ser el líder de los siete.

—Es hora de divertirnos un poco —exclamó otro de ellos y que al escuchar mejor su voz y al verlo, pude ver que era una mujer.

Al poco de salir de ahí caíamos cerca de un túnel con una gran luz demasiado intensa. Me quedé observando el túnel y aquella luz que parecía llamarme a su interior.

—Sé que costarrá trabajo, perro lo entenderrás. Hay mucha ggente ahí afuerra que te ayudarrá a comprenderr. —Me dijo uno de ellos mientras me sujetaba del hombro.

Él se notaba un poco joven, con la mirada pasiva y en su cara podía notar una pequeña barba. Miré aquel túnel con gran asombro y nerviosismo.

Ahorra vamos, tienes una segunda oportunidad. —Apenas me dijo eso, comenzó a empujarme hacia el túnel

—¿Para qué?

Parra "vivirr"

Empecé a caminar mientras ellos iban detrás mí. Llegué al fondo. La luz me cegaba y no sabía que estaba pasando, pero seguí caminando. Empecé a escuchar la voz de Gabriela gritándome ¡no te mueras!, sentí un tercer golpe en mi pecho y después hubo oscuridad nuevamente.

8

En aquel entonces, no sabía cómo había sido mi accidente o que ocurrió después. Incluso paso mucho tiempo antes de que pudiera conocer los detalles de este, ya que otras cosas ocurrieron cuando sentí aquel vehículo estamparse contra mí, pero ahora sé lo que sucedió porque pude verlo con mis propios ojos mucho después.

Todos los transeúntes que observaban y los que no, escucharon el sonido que ocasionó el impacto. El conductor apenas pudo detener el vehículo antes de que este también colisionara contra la pared. Ricardo y Gabriela se acercaron corriendo hacia donde yacía yo tirado, mientras el conductor salía del auto. Los chicos quedaron inmóviles al verme tirado en el suelo. Permanecía inmóvil con mi rostro completamente cubierto de sangre mientras esta iba formando un pequeño charco en el suelo. La parte delantera del automóvil se abolló por la fuerza con la que me había golpeado.

Ricardo empezó a gritar pidiendo por una ambulancia y el conductor le tendió a Ricardo un teléfono mientras este intentaba alejar a Gabriela para impedir que me moviera. Pues sabía que, si lo hacía, causaría un daño mayor. Pero apenas logró que Gabriela se limitara a arrodillarse junto a mí.

Gabriela solo era capaz de llorar al ver la escena. No sé qué pudo pensar, solo que para ella fui su héroe en ese tiempo, para ella yo me había sacrificado para salvarlos, pero no fue así, al menos no del todo.

A los pocos minutos llegó la policía, seguida de los paramédicos que de alguna manera parecían ya haber sido avisados con anterioridad; pues Ricardo apenas se estaba colocando el celular para marcar cuando estos llegaron. Para la mayoría de las personas que se encontraban ahí les causó confusión, pero no le dieron importancia. De la ambulancia bajaron dos paramédicos rápidamente para asistir mi cuerpo, que se encontraba en una posición algo incomoda.

Al notar la gravedad del accidente, uno de los paramédicos se acercó a mí para chequear mi pulso. Ágilmente puso sus dedos índice y medio sobre mi brazo para detectar pulso mientras acercaba su oído derecho a mi boca y nariz, al no detectar pulso o respiración de mi parte, este empezó a desabotonar mi camisa y con ayuda de su compañero, comenzaron a practicarme RCP. Hubo un punto en el que parecía que ya había respuesta de mi parte, pero aun así el paramédico que me hizo el RCP hizo señales a su compañero para que trajera algo.

El paramédico fue rápidamente a la ambulancia y con un aparato del que sobresalían dos cables (un desfibrilador externo automático). Pusieron estos en mi pecho que se encontraban en una especie de bolsa de aluminio, y a su vez, me colocaron algo parecido a unas gomas de gel en la misma zona.

Apartaron a Gabriela para poder reanimar mi corazón que en ese momento estaba latiendo, pero muy débilmente. Al encender el aparato, una pequeña descarga se dirigió a mi cuerpo haciendo que este moviera levemente pero no hubo respuesta, mi corazón al igual que mi respiración, seguían igual.. Otra descarga fue lanzada repitiendo el procedimiento y esta vez mi corazón tuvo una respuesta, pero solo por un momento.

―¡No te mueras por favor! ―Pedía Gabriela

Una tercera descarga fue dirigida hacia mi cuerpo y mi pulso y respiración comenzaron a ser estables. Esperaron unos cuantos segundos y después de verificar que mi corazón ya latía a un ritmo constante y mi respiración se estabilizaba, comenzaron a retirar los cables de mi cuerpo. Cuando terminaron de retirarme, mi cuerpo comenzó a moverse bruscamente: estaba convulsionándome y un intenso sangrado comenzó a brotar por la nariz.

―¿Qué sucede? ―preguntó Ricardo aterrado.

Los paramédicos rápidamente empezaron a alejar a todos y como si fueran a quebrarme con el más mínimo movimiento, mientras que uno de ellos le pedía a Gabriela su suéter para colocármelo como almohada. Cuando terminé de convulsionarme, mi cuerpo volvió a enderezarse boca arriba de manera automática y uno de los paramédicos se quedó observando como si esperara que algo ocurriera y vaya que ocurrió.

Las venas de mi mano derecha empezaron a cambiar. Logró ver una marca parecida a un tatuaje aparecer y desaparecer en un segundo, después de un brusco movimiento, en el que todo mi cuerpo se alzaba en forma de arco, mientras que de mi boca se escuchaba una aspiración de aire. Después de un breve momento mi cuerpo se calmó cayendo de forma brusca al suelo aunque, los paramédicos rápidamente volvieron a chequear mis signos vitales, y al ver que todo seguía normal, a excepción de mi temperatura corporal que comenzó a aumentar. Comenzaron de inmediato acomodarme en una camilla, poniéndome un collarín y un trapo humedecido en la frente mientras trataban de subirme rápidamente para atender mejor la fiebre.

Aquel paramédico que simplemente estaba esperando a que ocurriera esa escena, muy en su interior sabía que no necesitaría ninguna atención adicional pues para él ya me encontraba bien.

―¿A dónde lo llevarán? ―preguntaron Ricardo y Gabriela al mismo tiempo.

―Al hospital de balbuena

Me subieron a la ambulancia y partieron en seguida.

Ricardo y Gabriela vieron cómo se alejaba rápidamente la ambulancia, perdiéndose a la distancia. Decidieron avisar a mis padres lo que había sucedido para que fueran lo más pronto posible.

En la ambulancia el paramédico me observaba con cierta alegría y empezó a sentir a la nada mientras me acariciaba el dorso de la mano derecha, en el que una marca, distinta a la mía, se encontraba.

―Tu regreso fue muy brusco, pero estarás mejor.

Al día de hoy sigo pensando que eso fue una mentira que él algún día creyó era verdad. Una mentira que incluso yo quise creer en su momento pero que desgraciadamente no fue así.

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