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❝Muchos humanos son monstruosos,
y muchos monstruos saben jugar a ser humanos❞
━━V. A. Vale
Desde pequeño sentía una fascinación hacía el mar, como si algo lo llamara. Y Lee YongBok desde que nadó por primera vez, en las cosas de una playa, no pudo erradicar el sentimiento de volver a sentir el agua contra su piel, queriendo descubrir las maravillas del mundo marino.
Así fue que decidió convertirse en biólogo, e investigador marino, para calmar esa insaciable necesidad de saber más sobre lo que ocultaba aquella masa de agua gigante.
A sus 18 años, fue la primera vez que buceo a una profundidad considerable. A los 19 buceo con delfines. Con 21 años fue que se mantuvo dentro de una jaula para poder estar cerca de los tiburones. A los 22 tocó una ballena por primera vez, esa misma ocasión atreviéndose a bucear a metros de ellas.
Ante sus hazañas pronto su nombre fue conocido en el mundo, siendo llamado para enfrentarse a los peligros del mar: en rescate de marinos, bucear a una considerable profundidad que nadie se enfrentaría. Hacer investigaciones marítimas en los lugares más recóndito; como lo hizo entre los glaciares de Alaska, recuerda el ataque de hipotermia que le dió, pero si se lo pidieran, lo volvería ha realizar.
A pesar de todo, YongBok sabía que había algo más en el mar, cosas que nadie había descubierto; o que al descubrir una pequeña parte, los humanos se aterrorizaban.
Él quería saber que era, y lo descubriría sin importar lo que costara.
Sus botas emitían un leve ruido mientras subía a ese magnífico barco equipado con la tecnología más avanzada en cuando a tratar en el mar. Los jóvenes cadetes de la fuerza marítima de Corea del Sur y Japón le saludaron mostrando sus respetos.
Los dos países previamente mencionados habían hecho una alianza para saber que era lo ocurrido, decidiendo solicitar los servicios de Lee YongBok, pagando millones de euros —que era lo que cobraba el Lee—, para saber que era lo que aterrorizaba a las poblaciones de ambos países.
YongBok solo hizo un gesto con la cabeza cuando abordó. Jamás había estado en el ejército aún cuando sus padres eran coreanos; no debió hacer servicio militar al ser nacido en Australia; no obstante, el respeto que le brindaban era por sus logros en el mar.
Había hecho lo que muchos no se atrevieron.
—Bienvenido al destructor 3 del ejército de Corea del Sur, doctor Lee YongBok
—Es un gusto estar aquí, y trabajar en las investigaciones en el mar del diablo. Aunque en lo que a mí respecta el nombre es algo...absurdo.
—¿Por qué lo dice?—inquirió uno de los soldados de mayor rango— Los aldeanos cercanos juran que el Diablo toca esas aguas, que nada en ellas y, mata para calmar su sed de sangre.
—Desde mi punto de vista científico, no es nada de esas creencias religiosas pueblerinas. Lo que está en ese mar pueden ser dos cosas: una zona de tormentas, o una zona de ballenas.
—¿Está seguro?
—Sí, e incluso pueden ser las dos, las tormentas envuelven los barcos destrozando estos, y ante la continua muerte de marinos, pescadores en gran cantidad, las ballenas se alimentan de estos.
—¿Y sólo dejan los esqueletos que devuelven con los restos de barcos como advirtiendo?
—Creencias patéticas. El mar del diablo es igual al triángulo de las bermudas en donde ya he buceado, y lo único considerable que tenía este eran las profundidades extensas y su zona de tormentas.
—Entonces será un placer decubrir lo que oculta este lugar. Dentro en el segundo nivel está su camarote y el área asignada para las investigaciones que necesite realizar. Tenemos equipo de toda clase hasta tinas de cristal de 5 pulgadas de espesor.
Felix asintió y sin decir más nada se encaminó hacia su dormitorio, para ir a ver el laboratorio que le habían asignado dentro del barco.
Era algo más pequeño al que él mismo tenía en su casa pero funcionaría. Y mientras estaba apoyado en una de las tinas, el barco empezó a moverse para ir a su destino. El triángulo que desaparecía barcos, en el mar del diablo.
Felix estaba apoyado en una de las barandillas de cubierta, mirando la extraña neblina que había impedido que continuarán con la velocidad a la que iban.
Dos días habían pasado ya en mar, y desde hace 13 horas, la velocidad había disminuido ante la falta de visión. No sabían si podían haber rocas que los hicieran encallar y por lo tanto preferían el cuidado.
Extendió su mano para poder rozar la neblina, y luego bajó su mirada al mar. El agua era de un fuerte color negro. Se veían profundas, demasiado profundas.
Pero eso a él no le daba miedo, algo similar había visto en el triángulo de las Bermudas.
Volvió al interior del barco y busco su equipo de buceo, tomó un tanque de oxígeno y salió.
—¿Qué hace doctor Lee?—preguntó alarmado uno de los jóvenes soldados mirando como estaba equipado para bucear.
—Iré a tomar muestras del agua—respondió sin vacilar. En su cintura llevaba el cinturón con diferentes tubos de ensayo.
—Doctor no podemos permitir que algo le pase—respondió otro de los soldados, a lo que Felix les dió una mirada de reproche.
—Entonces conecten una soga a mi traje, bajaré con o sin su permiso.
La noticia de que el Lee iba a bucear en esas desconocidas aguas, se filtró por todo el barco, y los superiores trataron de persuadir al rubio que siguió acomodando su equipo.
—Doctor Lee, tendrá 20 minutos en el agua, sino responde en esos minutos lo traeremos de vuelta al barco, ¿comprende?—dijo el capitán al mando, al saber que no podría persuadir al joven hombre.
—Sí—y después de estar bien asegurado, descendió hasta el agua, en donde se sumergió con suavidad. Y solamente hizo una señal de estar bien, antes de por fin hundirse.
En su mente estaba encender la lámpara que llevaba consigo en la cintura, pero no fue necesario.
El agua no era de ese extraño color negro. Era azul, ¡no! Turquesa. El agua era de un turquesa claro, como se veían en las costas de Tailandia. Cristalina, y pura.
El asombro llenó el cuerpo del rubio, que parpadeó repetidamente sin creer lo que veía.
¿Acaso estaba alucinando?
Empezó a nadar asombrado por lo que veía; incluso los rayos del sol se filtraban por encima de su cabeza. Era como si hubiera entrado en otro mundo. Vio la flora marina en brillantes colores, con cardúmenes nadando en ellos. Notó las anémonas en todos morados brillantes ocultando a los peces payaso.
Todo era brillante y lleno de vida. Incluso las formaciones rocosas, parecían estar pintadas por expertos, con detalles dorados y neones en sus deformaciones. Tocó una roca cercana y sin creerlo volvió a golpearla. Era oro puro.
Miró entre las formaciones rocosas y lo que observó, lo hizo inclinarse y tomar una de las pequeñas rocas blancas que allí habían. Era una perla; una blanca, hermosa y extraña perla.
La guardó en uno de los tubos de ensayo que llevaba en su cinturón. A los otros los llenó con muestras de la flora e incluso las rocas. Era un bastó ecosistema lleno de riquezas.
Tanta era su ensoñación que no se dió cuenta que no había hablado, y de pronto fue jalado hacia atrás. Hacía la superficie.
Trató de luchar, pero fue en vano. Sus ojos volvieron a ver la superficie. Enojado se quitó la máscara y el respirador.
—¡¿Por qué me sacaron?!
—Doctor Lee, está empezando una tormenta, será mejor permanecer dentro del barco.
Y aun cuando Felix no quería salir, lo hizo con ayuda de varios soldados.
Le quitaron el tanque de oxígeno y antes de ir a su laboratorio, pidió un muestra del agua, que serviría para llenar una de las inmensas tinas que estaban dentro. Felix estaba dispuesto a saber que había en ese extraño triángulo marino.
Lo que ninguno notó fue los esqueletos que flotaban a la izquierda del navío, en donde ninguno había mirado.
La noche había caído, y la tormenta cesado; el barco iba a una velocidad demasiado suave, casi imperceptible. Algunos soldados estaban cerca de las barandillas con linternas apuntando al frente, y es que habían entrado a una zona algo rocosa.
Y entonces un tarareo empezó a sonar. Un muy sutil tarareo.
—¿Qué es eso?—preguntó uno de los soldados mirando a su compañero que no le devolvió el gesto; parecía estar en un trance.
Y cuando trató de tocarlo, este se subió a la barandilla, para saltar sobre las filosas rocas que estaban bordeando en barco.
Las cuales minutos antes no se encontraban.
—¡Kim!—gritó sin poder creer lo que había visto. Usó su linterna para alumbrar hacia las rocas y notó el cuerpo empalado de su compañero.
Una filosa roca atravesaba su vientre; cosa que provocó que apartara la vista, al la roca implantar tanto daño, que las vísceras eran visibles.
¿Qué había pasado? ¿Por qué se había lanzado? Y cuando estaba dispuesto a dar la noticia, escuchó un chapoteo que le hizo asomarse encima de la barandilla, alumbrando a todas partes.
Y esta vez no se escuchó un tarareo, sino una melodiosa voz femenina, que le invitaba a ir con su portadora.
Subió a la barandilla, y se lanzó al agua. Cosa que no pasó, cuando su cuerpo quedó incrustado en las rocas.
Murió, cuando la filosa punta atravesó su cráneo, destrozando el cerebro a su paso, cosa que hizo que el ocular izquierdo se rompiese, la sangre escapando por sus labios, al otra roca pasar por su garganta, destrozando la tráquea a su paso.
Los demás soldados, pronto estaban siendo seducidos por otras dulces voces, tirándose del barco.
Felix estaba tratando de analizar las muestras del agua, pero aunque todo salía normal, había algo que mantenía su duda. Se tambaleó cuando el barco pareció chocar contra algo.
Confundido salió, aún llevando su cinturón con toda clase de químicos, en el pasillo notó el caos, soldados de aquí para allá, trató de detener ha alguno, pero ninguno hacía caso, y luego escuchó aquella melodía.
Sus pasos lo guiaron afuera, y como si estuviera poseído por una fuerza extraña, fue hacía una de las barandillas, y cuando estuvo a nada de tirarse, el cañón fue disparado, y el ruido producido, junto al pitido por la explosión tan cercana, que además de mandarlo al suelo, le hizo perder la concentración en aquella melodía.
Algo aturdido se levantó, escuchando todo de forma distorsionada, y fue donde los vio, en el momento en que se apoyó en la baranda.
Criaturas marinas parecidas a los humanos en la parte del rostro y torso, en la inferior tenían una cola de pez.
Sirenas. Eran sirenas.
No lo pudo creer, eso siempre había sido mitología, pero sus ojos lo estaban presenciando.
—¡Abajo doctor Lee!—gritó uno de los soldados apartando al rubio que se tiró al suelo, justo cuando el disparo resonó, en donde segundos antes estaba su cabeza.
Una de las criaturas que habían salido del agua, fue quien recibió un disparo en el pecho que le envío de vuelta al mar, en donde cayó muerta. Otras sirenas se acercaron al fallecido cuerpo de su compañera, y pronto volvían a cantar de manera fuerte, llena de rabia.
—¡No las escuchen!—gritó Felix, y para callar los sonidos de las voces, empezaron a disparar el cañón central.
Al ver que su fatídica canción no funcionaba del todo, muchos se aproximaron al borde del barco empujando con todas sus fuerzas. No eran un grupo pequeño, eran más de cien.
—¡Hay que girar a estribor para regresar!—gritó uno de los superiores— ¡Nos tratan de hundir!
Felix tomó una de las armas que estaban en el suelo, y ayudó a los soldados a disparar contra las criaturas.
Y cuando la última bala fue disparada, un chillido demasiado agudo se escuchó. En el agua estaba una criatura de pálida piel, cabellos blancos, y una cola azul, con toques turquesa. En su hombro estaba una herida que filtraba demasiada sangre.
Felix había herido a ese ser. Una de las sirenas se aproximó a la criatura herida, antes de mirar con furia al rubio. Ambos tanto el herido como la sirena se acercaron al borde del barco para empujar con tanta fuerza, que esté se choco contra las rocas, haciendo tambalear a la tripulación, que aún así siguió su ataque contra los residentes del mar.
Felix se aproximó a la barandilla, y sacó un cuchillo que había en su cinturón, para de forma hábil cortar el cuello de la sirena, sorprendiendo al herido joven que alzó su mirada sin creer lo que había visto, pero justo en ese momento un líquido cayó sobre él.
Era cloroformo.
Se tambaleó, soltando su agarre del metal del barco, pero su brazo fue sujetado. Hubiera podido luchar, pero sus ojos se cerraban contra su voluntad, y su cuerpo se volvió ligero. Fue arrastrado a la inconsciencia, siendo sostenido por el rubio.
Felix no sabía la razón, y no la entendería jamás. No en esos momentos, en que tomó al tritón en sus brazos, subiéndolo al barco.
Los soldados lo miraron confundidos.
—¡Salgamos de aquí!—ordenó y mientras los disparos y el sonido de los cañones, junto a los chillidos de las sirenas y tritones, pero a Felix no le importaba más. No cuando el barco empezó a retroceder.
Llevó al interior del barco a la bella criatura, y al estar en el pasillo fue hacía su laboratorio, dejando el frágil cuerpo herido en una de las tinas con las muestras que estudiaba.
Tocó cada detalle de la criatura que se veía tan frágil en ese estado. Sus labios eran rosados, su pálida piel era como la de una perla. Las escamas de su cintura que llevaban de ese cuerpo humano a una cola de pez, eran de distintos tonos azulados.
Un monstruo que lucía patéticamente parecido a un humano, pero que jamás lo sería.
No obstante, ese supuesto monstruo había caído en manos humanas. En las manos de una criatura peor, que la que todos los cuentos de fantasía podían describir.
Porque en algo tenía su padre razón, los humanos destruían todo lo que tocaban.
Que capítulo
tan feo ಥ‿ಥ
¿Qué les
pareció?
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