Ecos de un umbral desconocido - PARTE 2
Parecía vivir el mismo infierno en carne propia, nadie tenía piedad de mí, pero, como un destello de esperanza, la puerta se abrió, dando paso a la claridad de la sala contigua. El niño horrendo había desaparecido, y fue mi oportunidad de incorporarme e intentar huir del lugar. El camino estaba libre para mi huida, alguien al fin se había apiadado de mí... o tal vez era un plan orquestado a la perfección para hacerme caer de nuevo en una trampa mortal. En verdad, no podía estar seguro, solo quería huir.
Salir a la intemperie lo único que hizo fue intensificar aquella música asquerosa que seguía su curso. El clima afuera era muy denso, una neblina muy espesa no permitía ver más allá de unos pocos metros de distancia. Con mis dedos cercenados, cojeando, y con los pocos suspiros de energía que me quedaban, me propuse transitar el camino que la tétrica canción me indicaba. Quería llegar al lugar de origen de aquella música espantosa. ¡¿Acaso nadie la escuchaba en este maldito vecindario?! ¿Acaso nadie me veía cojeando y sin dedos en mis pies y manos? ¿Tan asqueroso se había vuelto el mundo, que nadie corría a asistir a alguien que necesitaba ayuda urgente? No entendía qué le estaba pasando al mundo, todo se sentía muy extraño.
Creo que fue la intensa rabia acumulada la que me dio fuerzas para caminar hasta el lugar de provenía la música infernal, sino, me hubiese rendido a mitad de camino, dejándome caer al suelo y entregándome a la muerte de una vez por todas. No sé cuánta sangre he perdido... no obstante, sabía que si llegaba a perderme en algún lugar, podía seguir las huellas que mi sangre iba dejando en el derrotero.
La música se sentía cada vez más profunda... no sabría cómo describir la sensación que me producía, pero la sentía tan parte de mí, que podía sentir que brotaba de mí mismo. Por poco y la cantaba yo. De una forma extraña, me sentía felíz de ir acercándome cada vez más hacia la procedencia de esa maldita música... comencé a reir con descaro al imaginarme las mil formas en que mandaría al infierno a quien sea que estuviera cantando aquella puta canción. Mi risa era incontenible, no sé por qué, pero estaba felíz... hasta que vi un auto en llamas a mitad de la calle y decidí acercarme. Quedé petrificado del miedo al verme a mí mismo dentro del vehículo, inconsciente y envuelto en llamas. Pude sentir cómo mi carne se freía por completo. Mis carcajadas mutaron a un grito desgarrador en un minúsculo parpadeo.
Corrí lo más rápido que pude, aguantando el dolor y el ardor avasallante de las llamas que podía sentir consumiéndome por dentro. Tropecé incontables veces, no obstante, pude llegar al lugar de donde provenía aquella melodía oscura. Mis sentidos colapsaron al darme cuenta que la música se originaba dentro de mi propia casa. No podía entender lo que estaba pasando... sentí que estuve caminando en círculos todo este tiempo; que ya perdí por completo la conexión con la realidad; o que simplemente, estaba en una pesadilla lúcida interminable. ¡Quería que ya se detuviera! Esta tortura ya había llegado demasiado lejos. Si esto era un sueño, no quería volver a dormir jamás.
Las sorpresas no terminaron ahí, puesto que decidí entrar a mi casa, y al entrar, sentí un nuevo renacer. Observé mis manos; mis pies; toqué mi piel, y me sentía más liviano. Ya no tenía los dedos cercenados una vez que ingresé a mi propio hogar. Ya no había rastro de sufrimiento. Me miré al espejo contiguo a la entrada, y me vi reflejado en un niño. Pero éste no era cualquier niño... ¡lo pude reconocer, era mi propio hijo! No podía entender lo que estaba sucediendo, pero ya no era yo, sino, que estaba en la piel de mi pequeño Lucas. Ya no sentía un atisbo de dolor, pero sí de miedo, no sé de dónde provenía aquel temor, pero era una especie de mal augurio. Tal vez por la asquerosa música, o por la oscuridad que penetraba el hogar de forma galopante, tiñendo cada rincón gris en el hogar perfecto para las sombras. De afuera vi llegar un auto, y unas pisadas agresivas que se iban adentrando en la casa. Corrí con mis pequeños pies a esconderme en cualquier rincón, muerto del miedo y rezando porque aquel hombre no me encontrara. Estaba solo en casa, y podía entender que aquel tipo era una amenaza para mí. Cerré mis ojos con dureza, hasta que ya no podía arrugarlos más, y me dispuse a dar cuenta de los minúsculos pasos que podía sentir cada vez más cerca. No hacía más que temblar y desear que jamás me encontrara.
Aquel tipo arrasó con todas las puertas de la casa, a los objetos los hizo volar por los aires, y todo lo dejó hecho un escenario del absoluto caos. Mis sentidos quedaron aniquilados al oír su voz llamándome. Esa voz era... ¡yo mismo!
—Ven, Lucas. Papá te quiere dar un regalo. No le cuentes nada a mamá que vine a la casa, pero no podía aguantar las ganas de verlos. ¡Los extraño! Necesito que ayudes a papá con algo, yo sé que estás aquí. ¿Quieres jugar a las escondidas? Mala idea, eh. ¡Sabes que te encontraré!
Jamás me había dado cuenta que transmitía una diabólica frialdad en el tono de mi voz. Es difícil de explicar, pero en ese preciso instante, sentía mucho miedo de mí mismo. Era un pobre niño indefenso, escondiéndose de quien parecía ser un monstruo hambriento. Las penumbras eran mis aliadas en aquel momento, por lo que me pude escabullir con facilidad justo en el momento en que pensé que me encontraría temblando bajo la mesa. Aquel siniestro juego del gato y el ratón bajo el velo de la oscuridad, había comenzado. Un macabro juego a las escondidas, que no terminaría bien. Mi corazón quería escaparse del pecho y saltar por la ventana tanto o más de lo que yo pretendía, mas, para mi desgracia, todas las salidas estaban bloqueadas. Mis manitas apenas tenían fuerza para subirse arriba de una pequeña mesita e intentar abrir alguna ventana. Nadie me veía, y nadie podía escucharme, estaba desesperado y nublado por completo... Una de las mayores ventajas que el miedo tiene al poseerte, es que no te deja razonar lo que haces, y hay veces en que no pensar, podría costarte la vida.
Me caí en seco de la mesita cuando intenté forcejear la ventana sin éxito. En ese preciso instante, podía sentir su respiración gélida erizando cada partícula de mi piel. Percibía su presencia detrás de mí, y unos suspiros densos que impactaban contra mi nuca. Parecía un toro furioso a punto de atacarme si tan solo se me ocurriera mover un pequeño músculo de mi cuerpo. Jamás sentí tanto temor como el que estaba sintiendo en ese momento. Y para colmo... la música continuaba sonando: Tu autem illum, quid est tibi. Imploré por mi vida, estaba muy asustado y quería que se detuviera. Qué absurdo era todo esto, me estaba pidiendo a mí mismo que me detuviera.
—Luquitas, no llores. Ayuda a papá respondiendo una pregunta... ¿Mamá con quién está saliendo ahora mismo? Dime el nombre de ese tipo y ayuda a tu papá.
—¡No sé papi... suéltame por favor! —Le gritaba ahogándome en sollozos. Nunca me había dado cuenta que mis ojos se teñían de un rojo infernal cuando estaba furioso.
—¡Vamos, yo sé que sabes Lucas! —Me dijo apretando aún más mis frágiles brazos. Por primera vez, sentía miedo de mi propia voz, era demoníaca—. ¿Acaso la quieres más a mamá? Recuerda que ella nos separó. No le vayas a contar que vine a verte cuando aún no era mi turno. ¡Será otro de nuestros secretos, eh!
—¡Mamá... ayúdame! —Lloraba a cántaros, quería que se detuviera.
La intensidad de mis temores se acrecentó cuando me percaté de unas tenazas que sostenía en una de sus manos, sabía lo que me haría... para él sería fácil arrancarme mis pequeños dedos. Y así lo hizo. Él quería que hablara a toda costa, pero yo no sabía de qué me estaba hablando.
No pude recordar el momento en que perdí el conocimiento, debido al dolor tan extremo al que mi verdugo me sometió con tal de que le dijera un maldito nombre. Mi garganta quedó desgarrada por completo, en aquel intento infinito de pedir ayuda o un poco de compasión, y allí permanecía yo, tirado en el suelo, con un pie en el charco de sangre que me rodeaba, y otro muy lejos de aquí. La agonía era lenta, mis dedos estaban cercenados, pero mi papi regresó una vez más, arrepentido, para acabar con mi sufrimiento.
—¡Perdóname, hijo!
La puñalada que atravesó a mi corazón, apenas la pude sentir. A estas alturas, era el mejor regalo que podía darme. Mis sentidos para ese momento, ya no estaban en este plano. Pero aún así pude comprender lo que recitó la canción por última vez: Tú eres a él, lo que él es a ti. Cuanto daño le causé a mi propia familia, por culpa de mi obsesión enfermiza. Por no dejar ir cuando tenía que hacerlo, acabé con todo. Pero ya no había marcha atrás. Estando en su lugar comprendí lo perdido que estaba. Vi su dolor y su locura. Incluso pude atravesar su mente y saber con exactitud lo que pensaba. Y no... no era la mejor opción lo que estaba pensando, pero lo hizo, o mejor dicho... lo hice. Todo lo que he hecho, fue por amor. Inclusive, acabar con mi propia existencia, pero solo marcaría el principio de mi desgracia eterna.
...
Hoy me he despertado de nuevo con aquella maldita música... otra vez.
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