EPÍLOGO

Las campanas tocaron anunciando que era el momento de guardar el ataúd.

Luffy suspiró agotado escondiendo la cara en el pecho de su novio. Mientras éste le acariciaba la cabeza, rozando de vez en cuando la venda que cubría la frente del menor.

Había tenido suerte, mucha suerte, de que el golpe no fuera lo suficientemente grave como para mandarlo al otro barrio. Aunque sí lo había dejado algo atontado por tres días enteros.

Ahora solo podía sollozar en los brazos de su novio mientras escuchaba vagamente el sermón del párroco.

-- ¿Por qué se fue, Torao? ¿Qué he hecho mal para que me pase esto?

-- No digas tonterías Luffy, no has hecho nada. La vida es simplemente así. Unos deben morir para que otros puedan vivir.

-- ¿Pero por qué?

-- Porque es la ley de la vida. La injusta y triste ley de la vida.

Sonrió con tristeza acariciando su pelo a la par que hacía círculos en su espalda para calmarlo.

-- Tú no me dejarás. ¿Verdad?

-- Si todo va bien, no deberías siquiera preocuparte por eso.

Permanecieron un rato en silencio. Ya no había nada más que decir en esos momentos. Poco a poco el menor empezó a notar el sueño que lo embargaba, y a pesar de que no quería dormirse, no pudo remediarlo.

Law suspiró al notar el doble peso y sonrió con ternura al ver al chiquillo con esa carita de ángel que tenía al dormir.

-- Mi pequeño, cuanto te queda todavía por aprender de la vida. El mundo es cruel, y la vida, una vez se marchita, es peor. -- Lo abrazó atralléndolo más hacia sí para apoyar su barbilla sobre la cabeza del chico. -- Tienes que aprender a luchar por lo que quieres y dejar atrás lo que ya pierdes. Pero necesito que vuelvas a sonreír como solo tú sabes. ¿Lo harías por mi?

La respuesta le vino simple y sencilla a pesar de ser recitada en sueños.

-- Sí.

Y mostró una pequeña sonrisa que cautivó aun más el corazón del mayor.

-- Gracias por aparecer en mi vida Luffy. Te prometo que te ayudaré a superar todos los baches. Mi Pequeño Desastre.

FIN

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