Requisito 4: Mi familia no se debe enterar
El café me sabía a mierda, clara señal de que el fin de semana no sería algo excitante para nada.
Me había despertado muy temprano para mí gusto, además de tener una jaqueca del demonio; lo más seguro que por haber estado subiendo a las atracciones mecánicas de la feria. La cosa no mejoró una vez que me fui directo al baño a lavar mis dientes y se me cayó el cepillo en el inodoro. Hasta ese momento todo iba de mal en peor y ni hablar de que no me pude bañar decentemente porque el calentador de la ducha se había averiado.
Definitivamente este fin de semana no traería nada bueno.
Resignada a la derrota, dejé mi café a medio terminar encima del fregadero y me decanté por husmear un poco en mi celular. La casa estaba sola desde tempranas horas de la mañana debido a que mis padres habían ido con el carro a buscar a mis hermanos al terminal de autobuses.
Si, de hecho no soy hija única.
Suspiré, acostándome con mucha flojera en el sofá más grande de la sala. En las redes sociales solo tenía unos cuantos amigos cercanos, creo que la única persona famosa en mi celular era Killiam con sus miles de seguidores y con eso me bastaba y sobraba; no era muy fan de alardear sobre mi vida privada cada cinco minutos y tampoco creo que tenga algún contacto en mi lista que quiera saber sobre mis terribles mañanas. Lo que me hizo pensar en ese objeto en particular que había dejado en mi habitación esta mañana: El anillo de compromiso o mejor dicho el anillo del “pacto entre amigos”.
Conociendo la clase de chicas que se acercaban a Killiam todas estarían compartiendo la noticia del compromiso en las redes sociales pero yo desde mi posición ni siquiera sabía cómo comentarle a mis padres. Era algo de locos sin duda; me imaginaba mi pedida de mano muy diferente en todos los sentidos, algo así como una propuesta que no sonara a un agradecimiento sino más bien a un momento único, una ocasión deseable.
¡Pero vamos! Eso solo era algo que yo quería.
«En esta vida no se puede tener todo Teira» pensé, rodando los ojos un poco hastiada de tener que hablar estás cosas conmigo misma.
Me levanté del sofá y dejé el celular a un lado; debía dejar de tener lástima por mí y empecé a idear una manera correcta y clara de hacerles comprender a mis familiares que me iba a casar con mi mejor amigo que supuestamente no sabe que yo gusto de él. Mientras maquinaba todo esto en silencio, escuché la puerta principal de la casa abrirse de par en par, mostrando a mis tres singulares hermanos y mis padres más atrás de ellos.
Me quedé muy quieta al ver su cara de felicidad y asombró al mismo tiempo, siendo yo la sorprendida al escuchar lo que gritaron, a continuación:
—-¿¡Te vas a casar!?
De acuerdo, esto sí que no me lo esperaba.
💙💙💙💙💙💙💙
En la sala de mi casa se había realizado una junta de la cual no estaba enterada; cinco caras un poco parecidas a la mía, me observan desde cada una de las posiciones en la que se hallaban, logrando que me empezara a comer las uñas de la mortificación. Buscar la manera simple de explicarles no era para nada mi solución inmediata y dicho sea de paso no me salía ni una sola palabra de la boca.
Estaba hecha un lío así que me dediqué a verlos a cada uno de mis hermanos, en conjunto y por separado. En total la familia estaba compuesta por cuatro hermanos y dos padres maravillosos; mi mamá siempre contó la historia de amor de ella y papá como algo que sólo sucedía una vez cada dos siglos. Ambos se conocieron en un momento particular, justo en medio de una guerra en Afganistán; mi padre era un militar herido y mi madre una enfermera que se ocupaba de todos aquellos pobres soldados que llegaban maltrechos a la carpa de resguardo. En ese instante sus miradas se cruzaron y el universo les dio la oportunidad justa y necesaria para ser tan felices como lo eran hasta el día de hoy. De ahí luego llegaron sus hijos mayores, mis hermanos los mellizos idénticos pero al mismo tiempo completamente diferentes, Terrence y Troy.
La idea principal de mis padres siempre fue tener una familia grande y no contentos con tener dos calcomanías iguales, me trajeron a mí y luego a mi hermanita menor, Tammy. A diferencia de la extrovertida fashionista de mi hermana menor yo era la hermana del medio a la que nadie le hacía caso, hasta ese día en que alguien les había contado que me casaría con Killian Hasting, el futbolista americano de ensueño.
Todo un variopinto mundo de hijos que contenían cosas específicas de las personalidades de sus padres y ahora unos entrometidos a la espera de las buenas nuevas de su hermana para nada interesante.
—Teira, creo que no te das cuenta que estamos a la espera del cuento famoso en dónde Killiam te pide matrimonio tal príncipe de telenovela mexicana –pronuncia mi hermanita Tammy, con todo el glamour que le corresponde a su tono de voz.
Dejé de verlos en busca de mi propia explicación y sonreí con un solo propósito en mi mente: matar a Killian antes de siquiera pisar el altar.
—Bueno, creo que ya él les fue con el chisme, ¿Cierto? –murmuré, manteniendo la sonrisa fingida.
—¡Oh por Dios! —gritaron los gemelos.
—Nuestra hermanita se va a casar primero que nosotros.
¡Ahora sí que lo mataré!
La risa que emergió desde mi centro sonó demasiado nerviosa como para ser una risa normal, obviamente quería salir corriendo de aquella sala pero al detener mi vista en la de mis dos hermosos padres dejé de reírme para preocuparme.
—¡Bueno tropa, vayan todos a cambiarse, la familia Hastings nos espera para un almuerzo! —exclamó mi mamá, al ver mi cara apenada.
Automáticamente cuatro pares de ojos dejaron de verme para largarse a sus respectivas habitaciones, dejándome con el único par de ojos al que le debía una muy buena explicación. Ambos caminamos a la mesa del comedor y nos sentamos uno frente al otro, de repente me sentí como cuando tenía cinco años y en vez de este señor que tenía frente a la Teira adulta sentí que estaba frente al señor Templeton, quien en más de una oportunidad se tomó el tiempo de explicarme la clase de cretinos que en algún momento de mi vida me cruzaría.
—Siento que no estás muy feliz por la propuesta o simplemente son ideas mías —hablé primero, entrecerrando los ojos un poco, a la espera de una buena regañina que nunca llegó.
—Pues, me hubiese gustado enterarme contigo al lado de Killiam pero él se adelantó anoche cuando te vino a dejar. —me comentó de lo más tranquilo.
Abrí los ojos un poco asombrada por el atrevimiento de mi amigo, a quien todavía tenía ganas de asesinar.
—¿Qué te dijo exactamente? –pregunté, ahora alarmada porque a Killiam de seguro se le fue la boca con todo lo referente al “pacto de amigos”.
—Solo me contó sobre tu mudanza a Nueva York una vez realicen la ceremonia y me pidió tu mano de forma muy seria.
Aquello solo me dejó más intranquila de lo que ya estaba; el hecho irónico de Kill pidiendo mi mano a mi padre solo me hacía enojar. Meter a mi familia en este embrollo no estaba dentro de las cláusulas.
—Entonces…¿Estás de acuerdo? —Lo puse a prueba.
—Pequeña mía, lo único que me importa es tu felicidad. Mucho has postergado tu vida al regresar al pueblo para ayudar a los viejos de tus padres con sus problemas económicos. —recordó con pesar la realidad del asunto. —Es hora de que hagas tu propio mundo con la persona que se que va a acompañarte el resto de tus días, lo veo en sus ojos.
Asentí sin decir nada.
Aquellas afirmaciones solo me daban más miedo de lo que mi corazón podía albergar. Me odié por mentirle a mi papá que solo quería mi bienestar y odié a Killiam por hacerme pasar por toda esta vergonzosa situación con lo de la propuesta.
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