Capítulo XVIII: Rubia En Un Coma
No podría hacer como Roy Orbison y "conducir toda la noche" con tal de ver a Josephine; auto propio no tenía, y no me subiré a la chatarra de mi primo (e igual no creo que él me hubiera dejado usarla), pero jamás esperé llegar al punto en que al escuchar de mi amor (a pesar de todo, mi corazón me indicaba que lo seguía siendo) se encontraba en apuros, soltar todo y mandar al carajo a la humanidad con tal de ir a su encuentro.
No tenía mucho dinero en los bolsillos, pero tuve lo suficiente para pedir un taxi; demorarme un segundo extra esperando otra forma de transporte no era opción. En mi mente, todavía se encontraban flotando aquellas palabras de Dalia.
—Jo tuvo un accidente —me dijo en la línea—. Está en el hospital del centro.
Conocía tal lugar; era donde el padre de Dalia ejercía; no me supo decir qué pasó, si fuese por un accidente, una enfermedad o quizá... quizá una estupidez; del tipo de acciones tontas que uno toma con el aval de la depresión.
No... Jo no era ese tipo de chicas... ella era alegre, su felicidad era la mía, su luz iluminaba mis días... ella de seguro tuvo otro problema.
Me bajé del automóvil tras llegar a las periferias del hospital; el tráfico era pesado, sentí que me había tomado medio siglo en siquiera acercarme al lugar. Y ni siquiera iba a dejar al tipo tener algo de tiempo para orillarse.
—No puede bajarse de un vehículo en movimiento, señorita —me indicó, tras verme por el espejo retrovisor.
Notó mis intentos de abrir la puerta y salir; en todo caso, la idea de que ese auto se encontraba "en movimiento" en el tráfico del centro de Toronto era risible.
—Discúlpeme por lo que voy a hacer —respondí.
Porque, si eres parte de mi clan, la familia Milovic, el aprender a forzar cerraduras y seguros hasta que se abran es algo que viene en cada uno de nosotros; creo que lo añaden junto a nuestras actas de nacimiento.
Le aventé el dinero que había separado para pagar, y salté a la calle con más urgencia que precaución, mas debía seguir teniendo de esta; lo último que necesitaba era una persona más en tales problemas.
—¡Idiota! — escuché de un conductor tras apenas esquivar una embestida con un convertible.
Evadí el resto del tráfico, y alcancé la zona de la acera, y corrí hacía el hospital
—¡Harry, aquí! —noté a Dalia ondeando sus brazos a las afueras de este, en la zona de ambulancias, para llamar mi atención.
—¡¿Qué pasó?! —exclamé agitada, inclinándome un momento para tomar aire; un buen recordatorio de parte de mis pulmones que no me haría mal no fumar ciertas hierbas de dudosa procedencia.
—Jo está mal, está inconsciente.
—¿Qué fue? ¿Ataque? ¿Accidente?
—¡No lo sé! ¡Solo me enteré de último minuto!
—¿Dónde está?
—Planta baja, dormitorio A-11.
Ni siquiera noté si Dalia me dijo algo más; sólo salí corriendo, evadiendo guardias, médicos, pasantes, enfermos, lo que fuese que me estorbase en el camino: mi atención se enfocó casi de manera quirúrgica en encontrar la numeración indicada.
—A-9... A-10 —me dije en voz baja mientras corría—. ¡A-12!
Entré, y mis ojos corroboraron las noticias: Josephine se encontraba postrada en una cama, conectada a... ni siquiera sé cómo se llaman esas maquinas, y aún de saberlo, mi cabeza se sentía tan acelerada que no podría hallar la respuesta: todo lo que importaba, lo que me importaba, era el estado de salud de la rubia.
—¡Oiga, no puede entrar sin autorización! —me dijo una enfermera.
—¡Tranquila, tranquila señorita Larson! —escuché la voz de Dalia tras de mi—. Aquí tengo la autorización y...
—Oh, ¿eres la hija del doctor Aquino verdad?
—S-sí señorita.
—¿Ella viene contigo?
—Es... somos amigas.
—Vale, pero... bueno, las dejaré solas.
Escuché sus pasos hacía la salida de la habitación; Dalia tomó lugar a mi lado, y sentí el contacto de su mano por encima de mi hombro.
—¿Qué le ocurrió? ¿Cómo pasó, cómo terminó... así?
—De nuevo Harry, no tengo idea; sólo oí que la trajeron aquí y...
Dejé de oír a la morena tan pronto como noté algo en el rostro de Jo; ligeros movimientos, quizá espasmos, o quizá estaba reaccionando a mi voz.
Entonces, se abrieron sus ojos.
—¡Jo! ¡Santo cielo, Jo! —grité en una mezcla de júbilo y llanto, agradeciendo cualquier deidad que hizo el milagro de no quitarme a mi rubia—. ¡Qué dicha que estás bien!
Sin considerar demasiado su estado (no más que el mío, al menos, y lo sé: no fue lo más responsable, pero puta madre: si ya me conocen, ¿pues qué esperan de mí caramba?)
Como fuese, escuché un quejido.
—Lo siento —dije tras retirar mi humanidad de encima de su cuerpo—. Perdón Jo, es que me tenías preocupada.
—¿Quién es Jo?
Y de pronto, sentí un invierno en mi corazón.
—Eres... e-eres tú. Soy... ¿sabes quién soy, no? —le dije con lentitud, pero no más que con miedo en mi voz resquebrajada.
—¿Eres... mi hermana o... algo así?
Eso me dejará una imagen mental grotesca, y hubiera reaccionado más a ella, de no ser porque todo mi ser se encontraba ocupado volcándose a la desesperación.
—Vamos Jo, por favor, ¿de verdad... no me recuerdas? ¿No sabes quién soy? —presioné, acercándome de nuevo, y tomándola de sus antebrazos.
—Señorita, no sé quién sea, p-pero... por favor, ¡suélteme! ¡Me empieza a asustar!
—¡Jo, por el amor de Bog, no me hagas esto!
—¡No! ¡Suéltame! —gimió.
No pude más; verla con ese temor en los ojos me destrozó el alma, si es que todavía seguía ostentando de una. Caí de rodillas a lado de la cama, y empecé a sollozar.
—No puedes olvidarme Jo... simplemente no puedes —dije a mitad de mi insipiente llanto que, no sé cómo, controlé lo suficiente para de hecho unir unas ideas con otras de forma coherente—. No puedo olvidarte.... No puedes olvidar todo lo que pasamos. Cómo nos conocimos... cómo compartimos todo...
Sentí que me ahogaba; debía espaciar mis frases, pero pedirle calma al caos que sentía por dentro era como pedirle tranquilidad a un huracán.
—Esto fue mi culpa —me dije.
—Harriet, basta —Dal se inclinó y me dijo casi al oído—. No puedes culparte por esto.
—¡Sí, sí puedo! —grité—. ¡Puedo y lo haré! ¡Lo haré hasta que se agote mi aliento! ¡Lo haré hasta que el Sol no sea más que penumbras! ¡Lo haré hasta que vuelva a llover en el Sahara! ¡Lo haré hasta que hagan una película de videojuegos que no apesté! ¡Porque esto fue mi culpa!
—Harry, no; ni siquiera sabes qué pasó realmente.
No necesito saberlo; porque... al final, al repasar todo, ¿no lo fue? Si no hubiera sido tan caliente como para echarme al tipejo aquel en Nueva York, no hubiera pasado nada; tenía algo perfecto en casa, pero no: tuve que ir por una aventura, y ahora sufro una desaventura por eso. Pude ser honesta con ella, y decirle desde un principio, pero no: y es que, aunque pasó... ¡todo! Estaba más que lista para arrastrarme con tal de no verla así. Cambiaría lugares con ella en este mismo instante; que tenga mi vida, ¿qué buen uso le he dado en todo caso?
Empecé a susurrar a su lado, sintiendo que mi ser se partía en dos.
—Fuiste sincera donde yo no pude serlo: eso para siempre te va a colocar en una categoría completamente diferente porque... porque justo eso eres. Una clase única, irrepetible, y... no sé qué pase a partir de ahora —me alcé, y confronté a la rubia una vez más—. Quiero estar a tu lado, pero no puedo si es que no quieres que lo haga; si me das la oportunidad, me quedaré a tu lado: donde vayas, yo iré, y donde te quedes, junto a ti me quedaré: tu pueblo será mi pueblo, tu gente será mi gente, y tu Dios será mi Dios. Donde fallezcas, contigo permaneceré, y junto a ti me enterraran. Pero eso sólo puede ser... si es que me dejas estar y ser...
En el rostro de Jo, no había más que una mirada fría, distante y vacía.
—Así entonces tendrá que ser.
Me alejé de ella, dándole la espalda en su rostro a un futuro que ya no sé si algún día podría ser; me quedé, como aquel refrán, como la perra de las dos tortas. Y ahora que lo pienso con un poco más de detalle, en este contexto, "perra" y "tortas" agarran un significado inesperadamente apropiado para lo que estaba viviendo.
Igual, no sería el fin de mi vida, pero sí el fin de una vida que imaginé. Un futuro que caducó antes de siquiera ocurrir; el tratar de entrar en la misma universidad, y quizá si se pudiera, conseguir un mismo dormitorio. Pero incluso si no, buscar el modo de hacerlo funcionar. Graduarnos, mochilear por un tiempo por Europa, ver juntas París, Londres ,Roma, o para lo que alcance el presupuesto.
Y quizá, si me adentro un poco más a esos mañanas... no sé, verla vestida de blanco... o bueno, del color que hubiera querido o el que fuera necesario (porque blanco... ¡vamos!), pero entienden la idea, ¿no?
Entonces, sentí un agarre en mis dedos; una fuerza me detuvo: las delicadas manos de Josephine; volteó, y vi una sonrisa engalanando ese rostro perfecto.
—Caíste.
—¿Perdón? —pregunté.
—Ca-ís-te —deletreó.
Ni siquiera me fije si de verdad así se dividía tal vocablo; sólo sentí confusión: volteé a ver a Dalia: ella también estaba sonriendo; que va, ¡estaba en carcajadas!
Sentí un jalón más fuerte del brazo de Jo; casi me caigo, pero me llevó a verla cara a cara, con nuestros rostros separados apenas por un par de centímetros, o quizá ni eso.
—Estoy muy confundida así que, algo de contexto aquí me ayudaría un poco —le dije.
—No perdí la memoria, Harry —me contestó—. De hecho, ni siquiera me pasó nada.
—¿Eh? ¿No hubo accidente? ¿Ni intento de suicidio?
—¿Intento de suicidio? Harry, Harry, Harry: tienes una autoestima muy desarrollada si pensaste que iba a hacer eso por ti. No por lo menos tras ese momento, después de lo que descubrí...
Entonces, de hecho enfoque mi mente y mi atención en otras cosas aparte de Jo, como por ejemplo, el maldito lugar donde me encontraba.
—Este sitio luce extraño para ser una cama de hospital —dije, notando cuan llenó de equipo viejo y polvoriento, con la pintura añeja cayéndose de las paredes y una apariencia que nadie había limpiado el lugar en años, casi como mi habitación.
La máquina a la que ella estaba conectada, sólo parecía tener una línea de luz: sin pitido, ni otros sonidos o actividad de ningún tipo.
—Porque no lo es —la rubia contestó.
—¿Eh?
—Es una vieja bodega para equipo que ya no se usa —Dalia explicó.
—¿Pero...? ¿P-pero no había una enfermera?
—¿Ya le dijeron del truco? —precisamente aquella profesional de la salud dijo, regresando por la puerta de donde había salido—. ¿Me perdí de algo?
—¡Ahora no Lara! —Dalia le señaló la salida—. ¡Después, vuelve después! ¡Ya te ponemos al día de cómo queda esto!
—¡Bien! ¡Pero la cama la necesito en una hora! ¡Vamos a entrenar a algunos novatos!
La enfermera se fue, y casi sentí lo mismo con mi cordura.
—Muy bien... ¿qué pasa aquí? —pregunté.
—Bien, te lo diré; Dalia, ¿puedes dejarnos solas un momento?
—Va, aquí andaré si se les ofrece algo.
La morena cerró la puerta tras de sí.
—Así que... ¿también lo hiciste? —me dijo.
Me recosté a un lado de su cama.
—Levi y yo... mira... no me trae dicha decirlo, pero él y yo tuvimos algo. Tuvimos, en tiempo pasado, quiero aclarar.
—Es hipócrita de mi decir que me duele que hayas hecho esto, ¿verdad?
—Lo es.
—Pero... supongo que debes saber bien que en ocasiones, no se puede evitar lo que se siente, sin importar las inconsciencias morales al respecto.
—También es verdad.
Me tomó de la mano una vez más; mas no con fuerza, sino con benignidad.
—No estoy mal en lo físico —se pronunció—, pero en lo del corazón... sí, lo estoy.
—Lo comprendo bien.
—Pero... quería ver si te importaba nuestro amor. Y... y por eso... por eso armé este teatro.
—¿Para ver si vendría hacía ti? ¿Acaso lo dudas?
—¡Es que no lo sé Harry! ¡Contigo, ya no sé qué podría ocurrir! ¡Yo fui sincera contigo dónde tu ocultaste la verdad!
Sentí más firmeza en su toque, pero nunca al grado de hacerme pasar dolor; sólo el transmitirme cuánto de verdad había de sus emociones en sus palabras.
—¿Pero es que, qué esperabas que dijera? —contesté, en un intento patético y risible de medio generar una defensa para mi caso—. ¿Acaso es algo que uno desee presumir? "¡Oye amor! ¿Adivina qué? ¡No pude mantener mis bragas bien puestas! ¿Me perdonas?"
—No hubiera sido agradable de oír, pero ahora, es una por el hecho, y la otra por mentir.
—No mentí.
—El callar es una forma de mentir Harry, y lo sabes bien.
Debía aprovechar para al menos sincerarme mientras todavía me llamara por mi nombre de cariño.
—Bueno... pero... estoy aquí. A pesar de todo —dije.
—Y me alegra mucho; temía... que si hacía esto, que te tardaras, o peor aún: que no vinieras.
—Jo... eres mi vida; eres el mayor tesoro que he encontrado. No soy perfecta, cometo errores, pero nunca tienes que poner en duda mi amor por ti.
Ella resopló.
—Me gustaría decir que estamos en igualdad de condiciones —la rubia argumentó—, pero tengo la sensación que de nuestras dos infidelidades, tú de hecho disfrutaste la tuya.
—¡Oh, claro! ¡Mírame! ¡Salí casi atropellada porque mi novia fingió un accidente y eso para nada me tiene el corazón al borde de un infarto! ¡Me la paso bomba!
—Y a eso añade que la escuela ahora de seguro te considera una zorra.
—Odio esa palabra; sabes bien que es tan machista el concepto entero.
—Es verdad, ya, lo siento —Jo dijo a un ritmo apresurado—. No estoy pensando bien. Estoy... estoy tan enojada pero... como una idiota, no puedo decir que no siento algo por ti. Creo que eso es lo que odio más y... vaya, ahora por fin entiendo la película esa con Heath Ledger.
—¿Secreto En La Montaña?
—¡No estoy para chistes ahora, Harry!
—¿E-estás... estás llorando, Jo? —señalé notando un tono rojo cubriendo sus ojos.
—¡Tú también!
Unimos cabezas, y reímos; ella tomó mi mentón, y llevó mis labios a los suyos; acerqué mis labios a los de ella, y ella acercó los suyos y...
—Tardaré mucho en perdonarte —me dijo tras retirarlos.
Después, limpió su rostro con su muñeca. Yo hice igual.
—Está bien —contesté—, no tengo nada mejor que hacer en esta vida de todos modos. El conseguir que me disculpes por esto no es un mal camino de carrera.
Sonrió; podía hacer chistes y bromas con ella, hasta cierto punto. ¿Algo más? Ni idea; ¿eramos todavía mujer y mujer? No lo sé: una parte de mí decía que sí, pero eso puede ser más un deseo que una realidad. El de hecho preguntar quizá lo arruinaría todo, así que durante esos momentos, cerré mi hocico.
Salimos del hospital, juntas, en el mismo vehículo, y tomadas de la mano; no hablamos a lo largo del trayecto: la encaminé a su casa, quise despedirla de beso una vez más, pero un intento ese día fue suficiente; regresé a mi hogar, porque además todavía tenía pendiente algunos detalles sobre mi tarea, y si podía con el perverso juego mental que me hizo esa rubia, creo que puedo con un huevo con una carita mal dibujada.
Quizá, por primera vez en semanas, mi alma encontraría algo de paz.
Quizá.
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