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Mi intención con este microrrelato, con estas últimas palabras, era confundir. Romper. Lograr que el lector imagine una escena concreta y que al final se descubra que los hechos no están sucediendo como pensaba, sino todo lo contrario. Y que vuelva a leer, ahora con esta nueva interpretación en mente: no es él quien está cometiendo el crimen —como pretendía hacer creer—; es ella la que empuña el cuchillo, respaldada por una historia pasada de violencia y maltrato que sí coincide en las dos posibles versiones de esta historia. Lo que sí se desconoce son los antecedentes inmediatos, el contexto último de este fatal desenlace. Dejo al lector el imaginar qué podría estar pasando justo antes de que mis letras capturaran este momento.

Y es que esa es la magia de las palabras (100, para ser exactos): crear más de lo que están contando.