Capítulo 1




Helaena miraba horrorizada a su hermano Aemond, sentía la bilis subir por su garganta pero contuvo las ganas de vomitar mientras un sonido sordo se hacía cada vez más fuerte a medida que los gritos de su hermano se mezclaban con los de su madre quien se movía histérica indicándole a Ser Harrold Westerling y Ser Criston Cole que llevarán a su hijo con el Maestre. Ella nunca había visto tanta sangre en su vida, y ver el rostro mutilado de su hermano menor mientras ponía su mano en su ojo gritando de dolor la hizo palidecer.

No supo cómo lo hizo, sus pies simplemente actuaron por si solos y se movieron siguiendo a su madre hasta el gran salón mientras los gritos de Aemond eran cada vez más fuertes llamando la atención de todas las personas en la Fortaleza de Driftmark. ¿Quién le había hecho eso a su hermano? ¿Quién o quiénes podían ser tan crueles y sanguinarios? Se obligó a mirar con atención su rostro, en busca de alguna señal de que Aemond se pondría mejor, pero sólo podía ver sangre por todas partes. Daliah, la criada de su madre, intentó tomarla de la mano, pero Helaena la rechazó rápidamente.

– Me lleva la mierda – dijo Aegon cuando apareció en la habitación parándose detrás de ella. Sus ojos se posicionaron en su hermano quien era sentado en una silla cercana a la chimenea – ¿Qué carajos le pasó en la cara?

– ¡¿Dónde está el Maestre?! – gritaba su madre una y otra vez mientras intentaba dejar de llorar. Los quejidos de Aemond volvían a llenar la habitación.

– ¿Dónde está el Rey cuando se lo necesita? – murmuró Ser Criston mientras sostenía con fuerza al príncipe Jacaerys y al príncipe Lucerys.

Helaena posó sus ojos en sus sobrinos. Nunca los había observado con detenimiento antes, no eran cercanos a pesar de que vivieron bastantes años juntos en la Fortaleza Roja, esto era especialmente porque a la Reina Alicent no le agradaba la idea de que su hija se juntara con niños que consideraba inferiores a su posición aunque ella no tenía nada en contra de ellos. Pero siempre hacía lo que decía su madre. Hace poco la familia de su hermana se había ido a Dragonstone lo que había hecho que tuviera aún menos contacto con ellos y solo los había vuelto a ver por el funeral de Laena Velaryon.

Pero ahí estaban ahora, llenos de sangre en sus rostros y manos mientras gritaban que los soltaran. Lucerys tenía su nariz rota y en su mano una daga llena de sangre. De la sangre de Aemond. Helaena dio un paso hacia atrás al ver eso y chocó su espalda con el pecho de su hermano mayor quien la sujetó por los hombros al notar la conmoción en la chica. ¿Qué era lo que habían hecho? ¿Qué habían hecho con su querido hermano? ¿A caso su madre tenía razón y esos chicos no eran más que unos salvajes sin escrúpulos?

Ser Arryk sostenía a sus primas Baela y Rhaena quienes gritaban que las soltaran o se las verían con su padre pero la Reina dio la orden de no soltarlas. Rhaena lloraba y maldecía a Aemond una y otra vez gritando que le había robado el dragón de su madre. Entonces Helaena lo supo.

Tendrás que cerrar un ojo.

Esa era la visión que había llegado a ella cuando su madre y Aemond hablaron sobre un dragón. Sabía que el precio que su hermano debía pagar por un dragón propio sería cerrar un ojo para siempre, pero nunca pensó que fuera literal. Sus visiones habían empezado hace poco, al inicio no las entendía y cuando habló con su septa de eso le dijo que no era más que su imaginación dejándose llevar. Ella pensó que quizás era algo más poético, una bendición de los Dioses, y nunca se había dado cuenta de que estas realmente se cumplirían al pie de la letra. No eran una bendición, eran una maldición. Su rostro palideció aún más y no pudo contener el vomito que rápidamente salió de su boca en dirección al suelo.

– ¡Princesa! – gritó Daliah mientras tomaba su cabello para evitar que este se ensuciara.

– Helaena – dijo Aegon con un tono de preocupación en su voz, pero no se acercó para ayudarla.

No le gustaba mostrar cercanía a su hermana, era extraña y callada, completamente opuesta a él, además hace poco su padre los habían comprometido a petición de su madre, una idea que disgustaba a ambos jóvenes. No es que él no la quisiera, simplemente eran opuestos y diferentes entre sí. Quizás por eso mismo él no quería casarse con ella, porque sabía que él podría llegar a destruirla, eran tan distintos entre sí, tenían visiones de la vida han diferentes, que juntarlos sólo podía terminar en tragedia. Aún así Aegon sabía que él daría su vida por ella, y ella daría su vida por él de ser necesario.

– Estoy bien, estoy bien – dijo Helaena mientras se incorporaba y alejaba a Daliah de ella.

– Mi dulce hijo – dijo su madre cuando el maestre llegó para revisar la herida de Aemond.

– Mi Reina, debe dejarme trabajar – dijo el hombre a su madre mientras intentaba alejarla.

Helaena miró el suelo lleno de su propio vomito mientras las criadas lo limpiaban, evitando mirar a su madre llorar. No le gustaba eso, pues no muchas veces lograba comprender los sentimientos de los demás, ni sabía cómo actuar ante estos. No es que no le importaran, simplemente se le dificultaba saber cómo reaccionar ante lo que los demás sentían.

Entonces las puertas del Gran Salón de Driftmark se abrieron dejando ver a su débil padre caminar bastante enojado acompañado de varios Guardias Reales. El Rey, quien al parecer desconocía a qué se vería enfrentado, casi pierde el equilibrio cuando vio a su hijo Aemond mutilado en el rostro y gritando mientras el Maestre lo curaba.

– ¿Qué ha ocurrido? – dijo enojado a la Guardia Real – ¿Quién ha tenido las agallas para atacar a mi hijo?

– Mi Rey – indicó Ser Harrold señalando a sus nietos quienes eran sostenidos por Criston Cole.

El Rey palideció al ver a sus nietos llenos de sangre, pensando que quizás también habían sido atacados. Pero cuando vio la daga en la mano del joven Lucerys Velaryon tuvo que sentarse en el Trono se Driftmark para no desvanecerse ahí mismo. ¿Cómo es que habían llegado a esto? Él siempre los educó para que crecieran como amigos, como hermanos incluso. ¿Cómo es que habían llegado a eso?

– Esos niños atacaron a mi hijo – dijo la Reina soltando lágrimas – Quiero que sean interrogados ahora mismo sobre sus acciones.

Los rostros de los cuatro demostraron miedo. Estaban solos. Sin sus progenitores para defenderlos o hablar por ellos. Nadie los podía proteger en ese momento y Jacaerys sintió como el agarré de Criston Cole se hizo más fuerte en ese mismo instante, lastimando su brazo.

– Alicent – dijo Viserys en advertencia.

– ¡No! – dijo ella en un grito – quiero que sean llevados al calabozo.

– ¿Niños pequeños Alicent? – dijo Viserys consternado – ¿Niños pequeños en un calabozo?

La Mano del Rey había llegado al lugar y luego de entender el contexto de la situación, prefirió mantenerse cauteloso y apartado de la escena, mientras esperaba que el Rey juzgara. Y los Dioses sabían que Otto Hightower rogaba porque estaba vez ese hombre que se hacía llamar Rey juzgará bien la situación y a su hija mayor.

– Suelten a los niños – ordenó a su Guardia Real.

Ser Erryk soltó de inmediato a las chicas que tenía sujetadas, sin embargo Ser Criston Cole se tardó un poco más, observando primero a la Reina como si esperara que ella dijeran algo. Dejó a los niños con brusquedad en el suelo y Jacaerys se acercó para inspeccionar la nariz de su hermano.

– ¿Cómo es que se permitió que esto pasara? – dijo el Rey enojado – Tendré respuestas.

– Se suponía que los príncipes estaban en cama, mi Rey – dijo Ser Harrold.

– ¿Quién tenía la guardia? – dijo el Rey enojado.

– El joven príncipe fue atacado por sus primos, Majestad – dijo Ser Criston dudoso si hablarle así o no al Rey. Pero Aemond había sido herido, y en gran parte era culpa de ese hombre por permitir que esos bastardos vivieran y compartirán los mismos espacios que los príncipes.

– Ustedes juraron proteger y defender a mi sangre – dijo avanzando lentamente hacia Cole.

– Lo siento mucho Majestad – dijo el Lord Comandante.

– La Guardia Real nunca ha defendido a príncipes de príncipe – dijo Cole bastante molesto con el monarca.

– ¡Esa no es una respuesta! – gritó Viserys enojado.

El silencio rondó la habitación. Incluso Aemond había cesado sus quejas y apretaba sus labios para no gritar de dolor mientras el Maestre daba puntadas para cerrar su herida. Aegon hizo una expresión de dolor al ver como la aguja entraba en la piel de su hermano menor y Helaena lo observó fijamente sintiéndose culpable. Quizás si ella hubiera entendido esa estúpida visión hubiera evitado todo eso, si ella pudiera comprender las visiones que llegaban a ella le hubiera dicho que no valía la pena reclamar a Vhagar. Si ella hubiera estado ahí con él quizás todo sería diferente.

– Va a sanar ¿no es cierto Maestre? – dijo su madre preocupada.

No, pensó Helaena. Es el precio que hay que pagar, cerrar un ojo te permitirá volar, pero te hará dejar de sentir. El niño ha muerto.

– La piel va a sanar, pero ha perdido el ojo Majestad – le explicó el hombre.

Un gran suspiro salió de la boca de la Reina mientras intentaba no llorar. Sin embargo, en un impulso se puso de pie y se acercó a su hijo mayor.

– ¿Dónde estabas? – exigió saber.

– ¿Yo? – dijo Aegon confundido.

La mano de su madre se estampó contra su mejilla haciendo que Aegon levantara sus manos para cubrir su rostro. Helaena sintió como el miedo recorría su cuerpo. Siempre tuvo una extraña relación con sus progenitores, era casi nula con su padre y compleja con su madre, puesto que la mujer la asustaba un poco.

– ¿Por qué fue eso? – dijo el joven confundido.

– No es nada comparado con el abuso que tu hermano sufrió mientras te ahogabas en copas, imbécil.

– ¿Qué significa esto? – Lord Corlys Velaryon y la princess Rhaenys habían llegado al lugar, sumamente confundidos por tanto alboroto y aún más consternados al ver sus cuatro nietos heridos.

La mujer abrazó a sus nietas mientras inspeccionaba sus heridas y Lord Corlys alzaba aún más la voz exigiendo saber quién habían dañado a sus nietos. Las puertas del salón se abrieron dejando entrar a la princesa Rhaenyra acompañada de su tío Daemon.

– ¿Jace? – dijo Rhaenyra ingresando a la habitación seguida de su tío Daemon – ¡Luke! – exclamó al ver al más pequeño con la nariz sangrando.

– Muéstrame – le dijo al niño – ¿Quién hizo esto? – exigió saber a la Guardia Real.

– ¡Ellos me atacaron! – gritó Aemond, hablando por primera vez.

– ¡Él atacó a Baela! - gritó Jacaerys, excusándose.

Helaena posó sus ojos en él y luego en su prima. Ambos golpeados, llenos de sangre y enojados. ¿Qué había pasado?

Aemond refutó la acusación de su sobrino y Jace volvió a responder, mientras Baela, Rhaena y Luke también comenzaban a contar sus versiones de la historia. La Reina y la princesa intentaban que todos se callaran, exigiendo que eran sus hijos quienes debían contar cómo ocurrieron los hechos.

– ¡Silencio! – gritó el Rey con todas sus fuerzas, tanto que todas las personas lo observaron, obedeciendo.

Helaena sintió como si le faltara el aire. Muy pocas veces había visto a su padre así de enojado. Y al mirarle la cara y sus ojos llenos de dolor y rabia, una visión llegó a ella.

El manto blanco lo arreglará.

¿A qué se refería eso? Su mano tembló por un momento al no saber cómo interpretar eso que se repetía una y otra vez en su mente. Un manto blanco, que sería unión. Aegon miró su mano por un momento y le susurró que se calmara.

– Nos llamó bastardos – le susurró Jacaerys a su madre y esta comprendió inmediatamente.

– Aemond, quiero la verdad de lo sucedido. Ahora. – exigió el Rey.

– ¿Qué más hay que oír? Tu hijo fue mutilado, su hijo es el responsable – dijo Alicent sintiéndose insultada porque su propio esposo pensara que su hijo tuviera la culpa en eso.

– Fue solo un accidente – intervino Rhaenyra.

– ¿Accidente? El príncipe Lucerys trajo una navaja a una emboscada, él pensaba matar a mi hijo.

– Son mis hijos los que fueron atacados y obligados a defenderse. Se mencionaron insultos repugnantes contra ellos.

– ¿Qué insultos? – Viserys frunció el ceño.

– La legitimidad del nacimiento de mis hijos fue puesta en duda – dijo Rhaenyra finalmente.

– ¿Qué? – el Rey parecía desconcertado.

– Él nos llamó bastardos – dijo Jacaerys al Rey, intentando mostrarse más valiente de lo que en realidad era.

– Mis hijos están en la línea para heredar el Trono de Hierro, Majestad. Esta es la más grande de las traiciones. El príncipe Aemond debe ser cuestionado para saber dónde escuchó esas calumnias.

– ¿Por un insulto? – dijo Alicent sorprendida – Mi hijo perdió un ojo.

– Dímelo hijo ¿dónde escuchaste esta mentira? – el Rey se acercó a Aemond.

– El insulto solo fue una broma de niños, no tiene importancia – dijo Alicent intentando intervenir por su hijo.

– Aemond, te hice una pregunta. Tu Rey demanda una respuesta ¿quién te dijo esas mentiras?

Helaena lo sabía. Y lo supo cuando la mirada se su hermano menor se posó en su madre. Ella siempre estaba cuestionando a los hijos de Rhaenyra, pero nunca lo hacía delante del Rey.

– Fue Aegon – dijo sin más.

– ¿Yo? – dijo notoriamente confundido.

El Rey observó al mayor de sus hijos varones con un claro enojo, y quizás con algo de asco en sus ojos. Camino, con dificultad, hasta él.

– Y tú... niño – lo miró severamente – ¿dónde oíste esas calumnias?

El chico no respondió.

– ¡Aegon! – gritó su padre – Dime la verdad.

– Se sabe, padre – susurró – todos lo saben – miró a sus sobrinos – solo míralos.

– Deben poner fin a estas luchas – gritó Viserys – Somos familia. Ahora, ofrezcan disculpas y muestren buena voluntad los unos a los otros. Su padre, su abuelo, su Rey lo demanda.

Alicent lo miro con lágrimas en los ojos.

– Eso no basta – dijo Alicent, al borde de las lágrimas por la impotencia de que su esposo no hiciera nada ante el abuso que su hijo sufrió – el daño de Aemond ha sido permanente. La buena voluntad no lo va a curar.

– Lo sé Alicent, pero no puedo que recobre el ojo.

– No, poque se lo arrancaron. Hay una deuda que debe ser pagada – dijo firme – con el ojo de uno de sus hijos.

Jace y Luke se empezaron a mover con miedo pero su madre los sujetó firme.

– Mi querida esposa, no dejes que sea tu talante el que guíe tu juicio.

– El es tu hijo Viserys – dijo a punto de llorar – tu sangre.

El Rey no respondió nada.

– Si el Rey no buscará justicia la reina lo hará – dijo decidida – Ser Criston, tráigame el ojo de Lucerys Velaryon.

El rostro del aludido palideció.

– Madre – dijo el niño asustado.

– Podrá elegir con qué ojo quedarse, un privilegio que no tuvo mi hijo.

– No harán tal cosa – dijo Rhaenyra.

– No se mueva Ser – ordenó el Rey, caso estando al borde del colapso con la situación que se estaba viviendo en su familia.

– ¡El es leal a mi! – gritó la reina.

Ser Criston la observó por un momento, y luego bajo su mirada. Entonces, Helaena se preguntó a qué se debía esa mirada de culpa. ¿Sólo se sentía culpable por no poder ayudar a su reina o había algo más?

– Como su protector mi reina – dijo Ser Criston.

– Alicent, este asunto ha terminado – dijo firmemente el Rey – ¿Me entiendes?

Las lágrimas de la Reina corrían por su rostro, pero no por la tristeza, sino por la rabia para con su esposo.

– A quien cuestione el nacimiento de los hijos de la Princesa le será cortada la lengua – anunció el Rey para luego empezar a retirarse del lugar.

Pero en ese momento la Reina corrió hasta él y tomó su daga de acero Valyrio que colgaba en su cintura.

– ¡Majestad!

– ¡Alicent! – gritó el Rey.

– ¡Quédense con el Rey!

La mujer estaba dispuesta a atacar al joven Lucerys, pero la princesa Rhaenyra fue más rápida y se interpuso, tomando su mano evitando que la atacara con la daga. Su tío Daemon se trató de aproximar hasta ellas pero Ser Criston lo detuvo y ambos se miraron desafiantes.

– Haz ido demasiado lejos – dijo Rhaenyra.

– ¿Yo? Solo he hecho lo que se espera de mi. – dijo la reina – Siempre protegiendo al reino, la familia, la ley. Mientras tu solo pisoteas todo ¿Dónde está el deber? ¿Dónde está el sacrificio?

– Suelta la daga Alicent – dijo Otto Hightower sabiendo que quizás eso empeoraría todo.

– Ahora le quitan en el ojo a mi hijo y hasta de eso crees tener derecho.

– Es agotador ¿no es cierto? Esconderse debajo del manto de honradez. – alejó la daga con más fuerza. – Pero ahora te ven por quien eres en verdad.

La reina emitió un grito y su daga cortó parte de la mano de la princesa, la cual rápidamente comenzó a gotear, y se alejaron la una de la otra.Lord Corlys sujeto a Rhaenyra para que esta no cayera y su tío Daemon llegó a su lado, mientras miraba su herida.

La Reina, asustada de lo que su propia acción había hecho dejó caer la daga al suelo, mientras tenía la mirada perdida. El Rey entonces se acercó a su esposa, mirando horrorizado como su primogénita sangraba a causa de la herida que su antigua amiga había hecha. Eso había llegado muy lejos, si no lo detenía ahora todo terminaría en tragedia, si no lo detenía ahora todos arderían.

– ¡He dicho que es suficiente! – gritó el Rey  enojado mientras golpeaba su bastón en el suelo llamando la atención de todos.

El viejo y enfermo Viserys Targaryen respiró con dificultad mientras todos lo miraban expectantes. Helaena bajó su cabeza un tanto asustada por la situación mientras su respiración se aceleraba a causa de la ansiedad que le causaba todo eso. Aegon movió su mano en dirección la suya apretándola con fuerza, ella trató de apartarla pero el chico apretó aún más susurrándole que respirara calmada. Internamente ella agradeció eso.

– ¡Somos una sola casa, una sola familia! – gritó el Rey con la voz bastante quebrada, dolido por la situación en la que todos sus seres queridos se encontraban. Y aún más dolido porque sabía que él era el gran culpable de eso.

Pero no dejaría que su familia y su legado se desmoronaran por sus errores de pasado y por unas tontas disputas de poder entre su esposa y su hija mayor. Tenía que haber algo que las dejara a ambas tranquilas sabiendo que su sangre perduraría. Tenía que haber algo que las pudiera unir en algún momento, algún fruto que fuera de ambas.

Y entonces, como si los Siete le enviaran una señal, a su mente vino aquel recuerdo.

Mi hijo Jacaerys heredará el trono después de mi, propongo casarlo con su hija Helaena. Dejemos que reinen juntos.

La voz de Rhaenyra resonó en su mente, recordando la antigua propuesta que había hecho para unir finalmente a las familias y la cual había rechazado solo para tener tranquila a su Reina. Posó sus ojos en su hija menor, quien se veía bastante consternada con la situación, y luego volteó su cabeza hacia su nieto mayor. Ahí estaba la clave, un Rey y una Reina de ambas familias, herederos de Alicent y Rhaenyra y nietos que inminentemente unirían a las mujeres en una causa común. O eso pensó Viserys.

A veces un Rey no podía mantenerlos felices a todos, pero si debía tomar las decisiones correctas aunque eso pudiera suponer el enojo de su Reina. El niño sería un buen esposo para su hija, y ella le daría hijos fuertes y sanos, fortaleciendo la sangre del dragón y su legado. Observó detenidamente a Helaena, nunca la había mirado tanto, era una chiquilla extraña si era sincero, no hablaba mucho y aún así Viserys sintió la seguridad de que sería una muy buena Reina.

Aclaró su garganta llamando la atención de todos, quienes aún esperaban expectantes el nuevo movimiento del Rey.

– Somos una sola familia – volvió a decir – La casa del dragón se debe mantener unida y fuerte por los próximos cien años, y no voy a tolerar que una pelea de niños arruine lo que mis ancestros construyeron.

– ¿Pelea de niños? – dijo Alicent consternada – Aemond ha sido mutilado.

– ¡Basta! – le ordenó gritando con todas las fuerzas que a penas tenía – Son estos enfrentamientos lo que terminaron con esta tragedia. Esto debe acabar, una casa, una familia, un solo legado.

Observó fijamente a su nieto mayor quien los miraba a todos desafiante, como si quisiera demostrar que era digno, que podía proteger a los suyos. Entonces el Rey tomó la decisión final.

– Helaena se casará con Jacaerys – anunció finalmente ante todos.

– ¿Qué? – la voz la chica fue bastante baja pero captada por su hermano Aegon quien la miró haciendo una mueca.

– Viserys – dijo Alicent en una súplica.

– Esto debe acabar, estos tontos pleitos, estos juegos de poder – dijo enojado, miró a su hija y a su nieto – Esta boda se hará, ambos Reinarán algún día, darán muchos herederos de la sangre del dragón y mantendrán mi legado.

Jacaerys no sabía qué decir. Siempre supo que en algún momento sería Rey y que debería buscar una Reina, pero no había pensado que le asignarían una prometida a tan corta edad. Observó a la platinada, que estaba con su mirada fija en el suelo, asustada. Y algo se removió en su interior. Lástima, quizás, o incluso miedo. No lo sabía. Su mirada se cruzó con la de su abuelo, y el hombre lo miró como si esperar algo de él. Entonces el niño asintió con la cabeza, aceptando lo que el hombre decía. ¿Qué se supone que debía hacer?

– Está hecho, cuando ambos tengan edad se casarán – dijo el Rey. – Quiero que todos muestren buena voluntad ante este compromiso.

– No puedes hacer esto esposo – dijo Alicent, sintiendo como su corazón se partía poco a poco. Su única hija, en garras de la inmoral de Rhaenyra, su única hija se casaría con ese bastardo. – No voy a tolerar que cases a mi hija con...

– ¿Tolerar? – dijo el Rey confundido – No tienes nada que tolerar, nadie tiene nada que opinar aquí ¡Yo demando, yo ordeno y los demás acatan! ¡ Exijo este compromiso porque soy el Rey, tu Rey!

– Viserys, por favor – los ojos de la Reina ya estaban llenos de lágrimas.

Helaena levantó su mirada al fin y observó fijamente a su padre. Su mirada dura se notaba en su demacrado rostro. El hombre estaba cansado y eso se notaba. Sus ojos se cruzaron con los de ella, sin embargo no le sostuvo la mirada por mucho tiempo ¿a caso ella no le importaba? Pensó Helaena.

– Este compromiso será el acto de unión de las familias, un legado en común – dijo finalmente – Es mi última palabra.

Cuando dijo eso lanzó una mirada a su pequeño hijo que aún estaba sentado siendo atendido por el Maestre, pero no le dijo nada. Helaena no lo podía creer. Se sentía realmente asqueada por su padre. ¿Pensaba que entregarla a ella a Rhaenyra y sus hijos era la mejor solución? ¿No pensaba como ella se sentiría con eso? ¿Se había preguntado alguna por un minuto si a ella siquiera le agradaba Jacaerys?

– Yo... – dijo Helaena en voz baja y nadie más que su hermano Aegon la escuchó – Yo... yo no quiero casarme con él – dijo un poco más fuerte y ahora si todos la miraron.

– ¿Qué? – dijo su padre sin entender lo qué decía ya que por lo general la princesa hablaba muy bajo.

Ella abrió su boca para volver a decir lo que quería pero las palabras no salieron de su boca. Observó a su madre que la miraba consternada, como si rogara que por favor volviera a decir lo que dijo, pensando que esa era la última oportunidad que tenían para que Viserys cambiara de parecer. Respiró profundamente, intentando calmar el temblor en su mano.

– He dicho... yo he dicho que no quiero casarme con él – dijo con una voz más fuerte.

Rhaenyra observó a su hermana menor con lastima, recordando lo que ella misma tuvo que pasar al no poder casarse con alguien que realmente quisiera. Pero Jace sería diferente, se decía a sí misma, Jace la trataría bien, Jace sería con caballero con ella, sería un buen esposo, cumpliría con su deber de todas la maneras posibles. De eso estaba segura, la haría feliz de algún modo u otro. Ella misma se encargaría de educarlo para que así fuera. Lamentablemente en ese juego se poder le convenía mucho tener a Heleaena en su bando, no solo significaba una Reina con apariencia Targaryen al lado de su hijo, sino que también significaba nietos von probable apariencia Targaryen y por supuesto un dragón más para su bando.

– ¿Crees que es tu decisión, niña? – le dijo el Rey enojado. Helaena retrocedió un poco. – ¡No he preguntado si alguno de ustedes quiere este compromiso, lo estoy exigiendo!

Helaena no respondió nada y mantuvo su mirada fija en el suelo, sintiéndose como una nulidad ante los ojos de su padre.

– Todos ustedes creen que pueden hacer lo que quieran, que pueden pasar por encima de la voluntad del Rey – dijo el hombre enojad golpeando su bastón en el suelo – ¡Soy su puto Rey! Yo demando, ustedes acatan. Mientras yo siga respirando y siga siendo el Rey dejarán estas jugarretas y harán lo que yo les diga. Te casarás con él, tendrán herederos y van a intentar ser lo suficientemente inteligentes para mantener el reino en paz ¿entendiste Helaena?

Ella no dijo nada. Simplemente asintió con la cabeza, asustada. Nunca había visto a su padre así. Si bien, no era un padre amoroso con ella, nunca había sido agresivo. Le regalaba vestidos y le decía a Alicent que la dejara estar con sus insectos restándole importancia a que eso no fuera el comportamiento de una dama. Nunca en sus antes lo había visto tan enojado, tan agresivo y tan decidido a algo. Y eso la asustaba.

Levantó su mirada y se obligó a mirar hacia su hermana mayor quien hizo una mueca con su boca, incómoda. Sus ojos entonces se encontrar con los de su ahora prometido. El chico la miraba confundido, casi tan anonadado como ella. Sin embargo, trató se sonreír en un intento fallido, ya que sólo logró hacer una mueca en su dirección.

No obstante, lo que más llamó la atención de la princesa fue ver la sangre en su rostro y en sus manos. La sangre de Aemond. Él y Luke habían sido capaces de dañar de esa manera a su hermano ¿cómo esperaban que ella pudiera casarse con él? Iba en contra de todo lo que le habían enseñado. Y ahora la vendían como mercancía para tratar de que Rhaenyra y sus hijos no se sintieran ofendidos. Era ella y su familia quienes debían recibir todas las disculpas. Entonces, como si de fuego se tratara, creció el rencor en el interior de la chica.

Mantuvo fija la mirada en los ojos marrones de su prometido y este rápidamente la apartó fijándola en el suelo, sintiéndose intimidado por aquellos ojos violetas que lo miraban con tanto enojo. ¿Qué haría él ahora? ¿Cómo se supone que arreglaría eso? Casarse con la hermana del chico que los insultaba, el que casi los mataba hace un momento. ¿Qué le decía que ella era diferente? Nunca vio a su tía maltratar a nadie y siempre fue cordial con ellos, pero ver su mirada ahora lo hacía sentirse intimidado.

– Jacaerys – dijo su abuelo llamando su atención haciendo que dejara de observar a la princesa – ¿Tienes alguna objeción?

El abrió la boca pero no dijo nada. ¿Tenía a caso algún poder de decisión en esto? Aún era un niño, un niño al que le habían cambiado su mundo para siempre. Había dejado Desembarco del Rey, Ser Harwin estaba muerto y ahora al parecer tenía una futura esposa. Observó a su madre y luego al hombre que estaba a su lado. Su tío Daemon. No lo conocía muy bien si era sincero y aún así el hombre le hizo un asentimiento de cabeza, lo cual Jace comprendió de inmediato como una señal de que debía obedecer al Rey.

– No, Majestad – dijo con la voz temblorosa.

– Se irán a Dragonstone por la mañana, todos ustedes – dijo y luego salió de la habitación ignorando el llanto de su esposa.

– ¿Eso significa que soy libre? – dijo Aegon algo entusiasta y siendo mirado mal por su madre – ¿Escuchaste Helaena? Soy libre por la mierda.

La mano de su madre estalló en su mejilla, haciendo que cualquier celebración o júbilo que el príncipe sintiera se detuviera de inmediato. Rhaenyra lo observó sintiendo lástima por su hermano, pero se recordó que no era su asunto así que salió lo más rápido que pudo del lugar con sus hijos.

Jacaerys lanzó una última mirada a su prometida, pero ella parecía perdida en sus pensamientos. Mirando el suelo mientras sus manos temblaban al escuchar como su madre le gritaba a su hermano mayor la basura que era.

No supo por qué, ni de dónde salió ese sentimiento, pero Jace pensó que si él y ella se tendrían que casar, se esforzaría por ser un buen esposo. Después de todo, la princesa ya lo pasaba lo suficientemente mal con su familia. Se merecía al menos un esposo respetuoso y amable.








A pesar de que el enojo del Rey había sido muy grande, cuando la Reina Alicent apareció en sus aposentos rogándole su perdón y que no la separara de su única hija aún, el corazón del Rey se ablandó un poco. Además, las atenciones de la Reina habían sido bastante buenas, compartiendo el lecho nuevamente después de años de no hacerlo. Si Alicent era sincera, había sido su experiencia más desagradable con Viserys, pero debía hacerlo, debía hacerlo para evitar que la separaran de Helaena.

– Esa niña hoy demostró tener agallas – le había dicho su padre – Siempre pensé que era retrasada, pero decirle al Rey que no desea el compromiso que arreglo para ella es tener valor.

Si Alicent lo pensaba, también le había sorprendido. No se hubiera imaginado a la dulce Helaena alzar la voz diciendo que algo le disgustaba.

– Sé penitente, haz lo que sea necesario para que el Rey te perdone. Dile que tú prepararas a Helaena para ser esposa, para ser Reina, y te prometo que haremos que esa niña sea la perdición de Rhaenyra y sus bastardos – le había dicho Otto antes de que ella acudiera con su esposo – Solo así podremos moldearla a nuestra conveniencia, si ella se marcha ahora con Rhaenyra, la perderemos para siempre.

Y Alicent usó todos sus esfuerzos con el Rey. Había sido horrible. Hace años que no compartían intimidad. Si bien, nunca se sintió bien, tampoco fue totalmente insoportable. Pero ahora el Rey estaba más viejo, más enfermo y más demacrado. Pero Alicent tenía un plan, y si eso era lo que necesitaba para ablandar a su esposo para que dejara a Helaena en el Desembarco del Rey un tiempo más, lo haría.

Y el Rey accedió. Así que por la mañana, tanto Viserys como Rhaenyra firmaron el acuerdo de compromiso, prometiendo que en unos años Helaena sería enviada a Dragonstone para casarse con Jacaerys y así ambos mantendrían la sangre del dragón pura. El Rey también ordenó que esa misma mañana salieran cientos de cuervos anunciando el compromiso a todos los rincones del Reino, dejándolo pactado ante todos y anticipándose a cualquier intento de algún Lord de tratar de buscar un compromiso con su hija o su nieto.

Helaena no sabía que pensar cuando su madre le anunció que podría volver a Desembarco del Rey con ellos. Una parte de ella se alivió, pero la otra sintió miedo. Porque su futuro era incierto y la noche anterior no había podido dejar de pensar en su prometido, cubierto con la sangre de su hermano. ¿Qué podía esperar de él? Cuando la prometieron con Aegon sabía que esperar, él era su hermano. Un idiota, si. Un adicto a la vida lujuriosa y al alcohol, si. Pero al menos sabía que esperar para su futuro. Con Jacaerys no lo sabía, y eso la asustaba.

Ahora estaba ahí, lista para embarcar mientras miraba a Dreamfyre volando en dirección a Desembarco del Rey. Le hubiera gustado ir volando, pero su madre rara vez se lo permitía, y eso la hacía sentir alejada de sus raíces como Targaryen. Centraba su atención más en los suelos que en el cielo, y a veces pensaba que su padre se decepcionaba de eso.

Suspiró pesadamente cuando Ser Criston Cole le indicó que subiera al barco.

– ¡Princesa Helaena! – una voz masculina llamó su atención antes de subir al barco de la llevaría desde vuelta a su hogar.

La chica se dio la vuelta mirando a quien la estaba llamando. Su decepción fue grande cuando vio a Jacaerys Velaryon corriendo de manera torpe hasta ella. Su padre, que estaba a su lado tomó su mano mientras sonreía viendo a su nieto.

El chico llegó hasta ella y respiró con dificultad intentando calmarse luego de correr, apoyó sus manos en sus rodillas mientras se recuperaba. La observó fijamente, pero ella se mantuvo seria, impenetrable.

– Yo... solo quería darle esto antes de que partiera – dijo extendiendo de manera torpe un trozo de pergamino sellado con un sello de la casa Velaryon.

Helaena lo observó por un momento, pero no lo tomó.

– Recibe el regalo de tu prometido – le indicó su padre.

Ella suspiró pesadamente y lo hizo, rozando levemente sus dedos con los de su sobrino, sintiendo sus manos frías y húmedas por el sudor que le provocaba el nerviosismo.

– Eh... – el chico no supo que decir y se volteó por un momento.

Rhaenyra Targaryen lo miraba fijamente, inspeccionando su trabajo. Con que eso era, pensó Helaena. Su madre lo estaba obligando a mostrarse bueno y amable. Entrecerró los ojos mirándolo.

– Eh, yo, espero que la pueda leer sola – sus mejillas se tornaron de un rojo al instante y miró a su abuelo – No quiero decir que diga algo indebido o que... no... lo que yo quería decir... yo... solo...

– Entiendo – dijo Helaena interrumpiéndolo.

Él sonrió por un momento, mientras la observaba.

– Espero que tenga buen retorno – le dijo haciendo una inclinación de cabeza – Majestad – dijo a su abuelo.

Posterior a eso intentó sonreírle se muevo a la chica, pero sólo logró una mueca incomodo y se giró para volver con su madre.

– No es tan malo ¿verdad? – dijo su padre intentando animarla – Me darán nietos hermosos y fuertes.

Ella pensó en la ironía de las palabras de su padre al saber de los rumores de quien era el verdadero padre de su prometido, pero no dijo nada. Simplemente se limitó a ignorarlo y subir al barco mientras se apoyaba para mirar el mar.

Jugó un momento con el pergamino, dudando si abrirlo o no. Pensando que podría decir. Se imaginó un montón de cosas, que le diría que era una fenómeno, que se alegraba de que Luke le hubiera quitado el ojo a Aemond o incluso que odiaba la idea de casarse con ella y se iría lejos con su dragón. Pero cuando finalmente abrió la carta, la realidad fue otra. Y Helaena no supo muy bien cómo sentirse.

Princesa Helaena,

Sé que como a mi le ha tomado por sorpresa que seamos comprometidos, pero le prometo que haré todo lo posible por ser una buena pareja para usted en un futuro.

Espero que su estancia en Desembarco del Rey sea grata y nos volvamos a ver pronto. Le prometo que le escribiré para estar en contacto y poder conocernos mejor. Créame que me gustaría saber más de usted y sus intereses.

Con cariño,
Jacaerys Velaryon.

La chica observó la carta una y otra vez mientras releía las palabras vacías que su sobrino había escrito para ella. Rodó sus ojos al leer su nombre escrito a modo de firma y acto seguido lanzó el pergamino al agua, viendo como este se desvanecía por completo. Jacaerys era un niño malo y tonto al igual que toda su familia, pensó. Lastimaba a su hermano menor, creía que podría tomarla como esposa sin importar las atrocidades que le había hecho a Aemond y además pensaba que sus tontas palabras vacías, las cuales seguramente Rhaenyra le había enseñado al pie de la letra y le había instruido que escribiera, servirían de algo con ella.

Todo el mundo la veía como una tonta. Todo el mundo la veía como la débil.

Observó a Dreamfyre sobrevolando el lugar, y cuando su dragona soltó fuego ella lo supo. No era débil. Era un princesa con la sangre del dragón, y nadie, ni siquiera un príncipe heredero con su familia, podían pasar por encima de ella.

Jacaerys Velaryon, más vale que te cuides de mi, pensó mientras veía como Driftmark se hacía cada vez más pequeño a medida que su barco se alejaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top