Prólogo

Las calles de Little Whinging estaban bañadas de su habitual oscuridad aquella noche, interrumpida regularmente por las lámparas situadas en las esquinas de cada cuadra.
A las once de la noche la mayoría de las personas estaban durmiendo, a excepción de ellos.

Madre e hijo iban de camino a casa después de visitar a una amiga de la familia. Ambos caminaban en silencio como gatos escabulléndose en la oscuridad. Pero no estaban sólos. Dos figuras encapuchadas los seguían a una distancia prudente desde hacía quince minutos. La madre lo sabía, y varias veces había tratado de acelerar el paso para perderlos, pero no podía exigirle más a su pequeño hijo de seis años.

«Si nos adentramos en algún callejón seguro que los perdemos.»—Pensó la mujer y se apresuró a guiar al niño por un callejón lleno de latones de basura.

—Mamá, ¿por qué vamos por aquí?—preguntó el niño.

—Es un atajo, querido—le contestó su madre pasándole la mano por el cabello rubio alborotado—. Llegaremos más rápido si vamos por aquí.

Ella hubiera estado en lo correcto de no haberse topado con aquella imponente pared de ladrillos que les impedía el paso.

Ya no había a donde ir, sólo quedaba un camino, y ese implicaba tener que enfrentar a sus perseguidores.

—Cariño, ponte detrás de mí—la mujer sujetó la mano de su hijo y lo colocó detrás de ella—. Cuando te diga, corre.

Las dos figuras encapuchadas comenzaron a avanzar cautelosamente hacia los indefensos, uno de ellos llevaba una navaja.

—¿Qué crees que encontraremos hoy?—le preguntó el de la navaja a su compañero.

—¿Tú que crees? Dinero, joyas, y con un poco de suerte, algo más.—contestó el otro mirando acusadoramente a la mujer, que hacía de escudo protector entre su hijo y los dos desconocidos.

—¿Quieren dinero? Les doy todo lo que tengo—ofreció ella extendiendo en una mano su bolsa con todas sus cosas—, pero no nos hagan daño.

—Muy amable de tu parte—dijo el de la navaja y le arrebató la bolsa a la mujer de un tirón—, pero ya escuchaste que queremos algo más. Aunque, si cooperas tal vez dejemos en paz al niño.

—Está bien... Está bien—aceptó ella con voz temblorosa. El miedo comenzó a circularle por las venas a gran velocidad y el pulso se le aceleró—. Haré lo que quieran.

—Eso me gusta. Ven aquí.
Con un gesto brusco, el de la navaja desprendió a la madre de su hijo y la apretó con fuerza contra su cuerpo para evitar que escapara.

—¡Ayuda!—gritó el chico y corrió a meterse en un rincón, detrás de uno de los botes de basura.

—¡Chsst!

Con gran agilidad, el otro encapuchado corrió hasta donde estaba el chico y le tapó la boca. Él trató de liberarse del agarre que lo mantenía inmóvil, pero era inútil. A unos metros, su madre forcejeaba con el otro atacante. El encapuchado la lanzó al suelo en un ataque de furia y se quitó el cinturón.

—¿No vas a cooperar?—preguntó propinándole un fuerte latigazo en la espalda. ¿Cómo era posible que nadie escuchara lo que estaba pasando?

El chico mordió la mano del que lo sostenía y logró liberarse. Antes de que su madre recibiera otro latigazo él se puso en el medio, pero al encapuchado no le importó y le pegó un puñetazo en la cara.

—¡Basta!—gritó el muchacho, que ahora yacía en el piso mirando cómo golpeaban a su madre.

—¿Basta? Esto apenas comienza, niñito.

—¡No!—otro golpe alcanzó a la madre, esta vez en la cara.

Nick apretó los puños con fuerza y los botes de basura comenzaron a temblar haciendo un estrepitoso ruido. Uno de los atacantes sostenía la navaja en alto y estaba a punto de encajarla en la cara de la madre, pero algo lo hizo saltar por los aires dejando que el arma cayera al suelo. ¿Lo estaba causando él?
El otro encapuchado fue a reunirse con su compañero, que miraba horrorizado al chico. Nick se dispuso a lanzarlos por los aires otra vez, pero algo lo detuvo.

Una figura oscura se materializó frente a él y lo sujetó por los hombros.

—Espera, yo me encargo.

Era una mujer. Iba vestida como las brujas de las películas, con una larga túnica y un sombrero que acababa en un pico encorvado. La mujer sacó de debajo de la túnica una extraña varita de madera y apuntó a los dos encapuchados. Ambos ya se habían incorporado, y uno de ellos volvía a sostener la navaja.

—¡Expelliarmus!—exclamó la extraña mujer.

De la varita se desprendió un destello de luz roja y la navaja salió despedida de la mano de uno de los hombres.

—¡Desmaius! ¡Desmaius!—esta vez los destellos emitidos por la varita fueron verdes, y los dos encapuchados cayeron inconscientes al suelo. La madre del chico permaneció inmóvil, mirando estupefacta a la mujer que se alzaba frente a ella.

—Gracias.—dijo cuando logró recuperarse.

—No me agradezca, es mi deber.

La bruja se dirigió al muchacho, que había permanecido escondido, pero había presenciado todo lo ocurrido.

—¿C... Cómo hizo eso?—balbuceó.

—Soy una bruja—contestó la mujer con voz serena. Como di fuera lo más normal del mundo—, eso es lo que hago.

—¿Una... Una b... Bruja?

«No es posible. Las brujas sólo existen en los cuentos.»

—Creo que tú y tu madre tienen mucho de qué hablar—dijo y se giró hacia la otra mujer, que ya se había puesto de pie—. La señora Strech les proporcionará toda la información necesaria.

Con un silencioso «Puff», la bruja desapareció, dejando a madre e hijo solos en el callejón. La mujer se volvió hacia el chico y por un buen rato ninguno dijo nada.
No sabía por dónde empezar, había todo un mundo de magos y brujas ahí fuera del que él formaba parte. Pero, ¿cómo se le explica eso a un chico de seis años?

—Tenemos que hablar.—dijo finalmente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top