Capítulo 4: El Despacho de la Directora
Nick siguió con desánimo a los alumnos mayores hacia las mazmorras.
«No puedo creer que tenga que vivir bajo tierra», pensó el chico mirando cada rincón del oscuro pasadizo.
Cuando llegaron ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad, los alumnos se detuvieron y se escuchó una voz por encima de todas las demás.
—Escúchenme bien, la contraseña es Avada Kedavra—anunció una chica alta y rubia que lucía una insignia redonda con una «P» en el centro—. Cada semana tendremos una nueva contraseña para evitar que los de otras casas la descubran y entren sin permiso. Tienen que estar al tanto cada vez que se cambie, y esto va dirigido principalmente a los nuevos, porque si la olvidan o no están al corriente de los cambios tendrán que quedarse fuera y esperar a que otro alumno llegue para poder entrar. Cuando haya un cambio, los prefectos de séptimo, osea Jack y yo, se los anunciaremos.
Todos asintieron y luego la chica murmuró «Avada Kedavra» y se abrió una puerta de piedra disimulada en la pared.
—Y antes de que lo olvide—dijo el otro prefecto, Jack, captando la atención de todos—. Cuando digan la contraseña asegúrense de no tener la varita en la mano, no queremos que la maldición asesina alcance a alguien por accidente.
—¿Qué son los prefectos?—le preguntó Nick a un chico que caminaba a su lado. Lo recordaba de la Ceremonia de Selección, era Scott Brown. Y sí que hacía honor a su apellido, pues tenía el cabello color café al igual que los ojos, que en contraste con su piel blanca lo hacían lucir bastante atractivo.
—En quinto curso seleccionan a dos estudiantes por casa que se encargan de "guiar a los demás por el buen camino" y castigar a los que incumplan las reglas. Osea, unos chivatos—respondió el chico de mala gana—. Hay dos prefectos por año en cada casa.
—Ah.—asintió Nick.
—Pero, ¿cómo es que no sabes nada de eso? No serás un sangre sucia, ¿verdad?—Scott lo miró acusadoramente.
—¿Sangre qué?—preguntó Nick confundido.
—Hijo de muggles.
—Pues sí. Mi papá es médico y mi mamá es ama de casa.
—Bah.—Scott se alejó y se adentró en la sala común. Nick simplemente se dedicó a echarle un vistazo a la estancia.
Era una sala larga, semisubterránea, con los muros y el techo de piedra. Del techo colgaban varias lámparas de color verdoso sujetas por cadenas. Enfrente de él, se encontraba una chimenea, donde las llamas de una hoguera parecían batallar ferozmente.
Algunos alumnos mayores ya se habían instalado en sus dormitorios y ahora descansaban en las cómodas sillas colocadas estratégicamente alrededor de la hoguera para contar sus vivencias. Mientras tanto, los de primero iban hacia los dormitorios guiados por ambos prefectos.
—Estos son los dormitorios—dijo Jack Bones. Era un estudiante de séptimo, alto, moreno y con ojos saltones—. De más está decirles que los chicos no pueden entrar en el dormitorio de las chicas y viceversa, hay trampas para el que quiera intentarlo. Bien, descansen.
Sin pensarlo dos veces Nick corrió hacia la cama donde estaba ubicado su baúl. No había ni una sola ventana en aquel cuarto, y la humedad que desprendía el techo le hizo pensar a Nick que debían encontrarse bajo el lago. El chico abrió su baúl, se quitó la túnica y la cambió por un pijama. Luego se metió en la cama, que estaba cubierta con sábanas verdes y planteadas.
En el dormitorio habían tres camas más, pero sus ocupantes no aparecieron hasta después de media hora.
—... y dice que para Navidad me regalará una Nimbus 3000.—decía el que Nick reconoció como Scott. No le caía bien ese chico, lo había tratado con desprecio después de saber que era hijo de muggles. Al parecer eso tenía alguna importancia. Scott venía acompañado por otros dos.
—¿Tú eres Nicholas Carter?—le preguntó uno de los chicos. Éste, al igual que Nick, era rubio y de ojos azules.
—Sí, pero prefiero que me digan Nick.—contestó con amabilidad.
—Es bueno saberlo.
—Como sea—interrumpió Scott—, la directora quiere verte en su despacho en diez minutos.
—¿La directora?—se extrañó Nick.
—Sí, la directora—se burló el otro chico que los acompañaba. Era robusto y ligeramente más grande que Nick—. ¿Ya te metiste en problemas en tu primer día, sangre sucia?
—No le llames así, Víctor, por favor—intervino el rubio de antes—. Me llamo George Thomas, él es Víctor Volt—señaló al chico robusto que iba con ellos—,y él es Scott Brown. Cuando veníamos hacia aquí una chica nos ha dicho que la directora te espera en su despacho en diez minutos, pero no dijo nada más. Nosotros cumplimos con avisarte.
—Y ahora nos vamos—dijo Scott y giró sobre sí mismo en dirección a la puerta. Los demás lo siguieron.
Nick se quedó perplejo. ¿Para qué lo quería la directora?
Sin pensarlo cogió su varita mágica y salió del dormitorio.
Algunos alumnos todavía estaban en la sala común conversando animadamente. Cuando Nick salió de las mazmorras y se encontró en el recibidor del castillo reparó en una cosa: no tenía ni idea de dónde quedaba el despacho de la directora.
Guiado por su instinto comenzó a subir escaleras y a doblar por pasillos que en su vida había visto. Cuando iba por lo que él creía que era el cuarto piso, pasó por delante de la biblioteca y se encontró con Remulus Trech, el conserje. A penas lo vio el hombre le bloqueó el paso con expresión triunfal.
—¿Qué haces aquí?—refunfuñó— Está prohibido andar por los pasillos a estas horas, tendré que castigarte.
—La directora me mandó a buscar—se justificó el chico—, ¿me puede decir cómo llegar a su despacho?
—Ah, sí—dijo Remulus obviamente decepcionado por no poder castigar al muchacho—. Ya me había advertido. Camina por este corredor, luego sube las escaleras y llegarás a otro pasillo. Una vez ahí, dobla en la esquina y encontrarás una gárgola de piedra en la pared. Entonces dile la contraseña y ella te revelará una puerta que te llevará directo a la señora Stewart.
Luego de esa complicada explicación, Remulus dio la vuelta y se fue cojeando, dejando a Nick más confundido que antes.
«Camina por el pasillo y luego dobla en la esquina. ¿O era dobla en la esquina y luego camina por el pasillo?»
Comenzó a caminar. Subió las escaleras, dobló en una esquina y luego volvió a caminar por otro pasillo, pero al no ver ninguna gárgola regresó sobre sus pasos, y en lugar de doblar por la esquina siguió recto. Cuando al fin la encontró ya le dolía la cabeza.
—La contraseña. ¡Nadie me dijo la maldita contraseña!—gritó alterado.
Estuvo a punto de arrancarse los pelos, pero para su sorpresa la gárgola abrió la boca y escupió un pedazo de pergamino.
La contraseña es: «El niño que sobrevivió»
Nick dijo la contraseña en voz alta y enseguida la gárgola cobró vida, se hizo a un lado y la pared se abrió en dos dejando a la vista una escalera de caracol. Subió tratando de calmarse antes de ver a la directora. Entonces se topó con una puerta. Alzó el puño para tocar, pero antes de que pudiera hacerlo la puerta se abrió de par en par. La directora le sonreía desde el otro lado.
Otra vez, Nick tuvo la sensación de conocer a aquella mujer mayor de cabello oscuro alborotado.
—Llega tarde, señor Carter—le espetó ella.
—Es que...—intenó justificarse Nick, pero la mujer lo interrumpió.
—Se ha perdido, ya lo sé—Nick se quedó perplejo ante el acierto. ¿Cómo lo había sabido?—. Siéntese.
Nick se sentó en una silla delante del escritorio lleno de libros y pergaminos, y aprovechó el tiempo que demoró la mujer en ocupar su lugar del otro lado para inspeccionar el despacho. Era una habitación circular, con montones de libros por doquier, y en las paredes colgaban fotografías de magos y brujas que lo miraban con atención. Nick leyó lo que decía cada una y reparó en una en especial, la de un mago viejo con una enorme barba y gafas de media luna. Rezaba:
Albus Dumbledore: 1946—1995 / 1995—1996.
Ya Bill le había hablado de aquel mago, según él, el mejor director que jamás había tenido Hogwarts.
—Y bien—lo interrumpió la directora y el chico la miró a los ojos—. Supongo que sabrá por qué está aquí.
—Pues... La verdad es que no tengo idea.
—¿No me recuerda Nick?—preguntó la bruja sorprendida.
Nick hizo un esfuerzo. Miró sus ojos oscuros, sus pómulos semihuesudos, sus labios formando una línea recta; aquellos eran los rasgos de un rostro inexpresivo que yacía escondido en algún lugar de la mente del muchacho.
—Pues... Se me hace que la conozco de algún lado pero no puedo recordar de dónde.—confesó.
—¡Wow!—exclamó la profesora claramente ofendida— Pensé que después de haberle salvado de aquellos abusones jamás me olvidaría.
Automática e inconscientemente el cerebro de Nick comenzó a trabajar. Recordó aquel día, cinco años atrás, en el que una bruja los había ayudado a él y a su madre a librarse de unos encapuchados que los atacaban. La bruja había aparecido de la nada y se había deshecho de sus atacantes en cuestión de segundos. Aquella mujer... era ella.
—Supongo que ya me recuerda—dijo la directora y Nick asintió—. Señor Carter, yo soy Rosenda Stewart. No he olvidado a aquellos individuos encapuchados en el oscuro callejón, y pensé que igualmente usted me recordaría. Aunque no lo culpo, sólo tenía seis años.
—Le agradezco lo que hizo. De no haber sido por usted, quién sabe cómo habría terminado aquello.
—No hay nada que agradecer, es mi deber.
—¿Y va a explicarme cómo supo que estábamos en peligro?
—No es el mejor momento—le espetó Rosenda—. Lo llamé aquí para decirle que cuenta conmigo para cualquier cosa que necesite. Debe saber que siempre estaré aquí para usted, y que estoy dispuesta a ayudarlo con cualquier problema.
—Es bueno saberlo.—sonrió Nick.
«¿En serio?—se quejó para sus adentros— ¿No podía decirme eso mañana? ¿Tenía que sacarme de la cama a esta hora?»
Por un buen rato ninguno dijo nada más, así que Nick decidió que era hora de volver a dormir.
—Creo que debería regresar a la cama.—sugirió y se puso de pie para irse.
—Claro.—asintió la mujer.
—Adiós.—se despidió Nick.
—Adiós, señor Carter.
El muchacho cerró la puerta y se dirigió hacia las mazmorras.
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