Capítulo 33: Siempre


Una vez en Hogwarts, los petrificados fueron llevados a la enfermería, y la señora Pomfrey puso manos a la obra para elaborar la poción que los despetrificaría. A Víctor Volt le fueron borrados todos los recuerdos referentes a Sebastian y Digna Pervell; ahora sólo los recordaba como su antiguo compañero de clases, que se mudó a Francia, y su ex-profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, que tuvo que dejar la escuela por problemas de salud. Los demás habían prometido no hablar con nadie sobre lo ocurrido en el bosque, y su palabra era suficiente para la directora Stewart.

La mujer estaba en su despacho ahora. Sostenía en sus manos una carta del Ministerio anunciando la visita de varios funcionarios con el objetivo de «aclarar algunos puntos». Aquello no la tomaba por sorpresa. En su escuela, y bajo su responsabilidad, se habían cometido actos de violencia, secuestro de varios estudiantes, robo de los vienes destinados a la práctica estudiantil, suplantación de identidad y mucho más. Todo frente a sus propias narices. Ella sabía perfectamente lo que aquella visita significaba. La iban a destituir del cargo de directora, la despedirían de Hogwarts y probablemente la enviarían a Azkaban. No le temía, por supuesto, a nada de aquello; porque sabía que tarde o temprano se probaría su inocencia y volvería a su vida anterior.

Sólo le faltaba una cosa por hacer, y era esa la razón por la que había mandado a llamar a Nick. El muchacho entró en el despacho con total naturalidad, había estado allí tantas veces aquel año que ya le parecía tan familiar como cualquiera de los pasillos de la escuela.

—Nick, cariño. Ven aquí y deja que te abrace—dijo ella, y se lanzó a su cuello—. Estuviste fantástico hoy, demostraste mucho valor.

—Muchas gracias—dijo Nick, y tomó asiento—, pero estoy seguro de que esa no es la razón por la que me mandó a llamar.

—Naturalmente no—respondió la mujer, y tras un largo silencio se aventuró a comenzar con su relato, sabiendo que no disponía de mucho tiempo—. Nick, ¿aún llevas contigo la piedra?

—Sí, aquí está.—contestó el chico, y colocó la piedra sobre la mesa.

—¿Podrías hacerla girar para mí? Quiero verla... Necesito verla una vez más.

Nick, sin entender mucho de lo que la directora Stewart decía, obedeció e hizo girar la piedra sobre su mano tres veces. Inmediatamente apareció delante de ambos la mujer de antes, la misma que había visto tantas veces en la esfera mortis familia, la misma que había aparecido la noche anterior alegando ser la madre de Nick. Al verla, la directora se puso de pie y corrió a abrazarla, pero la atravesó y la figura se desvaneció. Nick miraba la escena con total confusión, y cuando Rosenda Stewart se dio cuenta de aquello, prosiguió a explicarlo todo con detalle.

—Escúchame, Nick, no tenemos mucho tiempo. Sé que esto va a ser muy duro para ti, y créeme, también lo es para mí. Nick, tus padres... Ellos... No son tus verdaderos padres.

Ningún niño de once años habría enfrentado de manera racional aquella situación, ni siquiera Nick, que no era un niño normal. Por supuesto, en el fondo el ya lo sabía, pues la sensación de calidez que había experimentado aquella noche al hablar con esa mujer le decía que entre ellos dos había una conexión. Pero se negaba a aceptarlo.

Al principio creyó que la directora Stewart le estaba tomando el pelo, e incluso dejó escapar una risita nerviosa, pero cuando vio en los ojos de la mujer el reflejo de la seriedad, pasó de reírse a estar tan asustado que le comenzaron a temblar las manos.

—¡¿Q... Qué?! —tartamudeó.

—Nick, el Ministerio viene a por mí, probablemente deben venir en camino. Déjame explicarte, por favor —Nick todavía trataba de asimilar la información que había recibido, pero le preocupaba más la que no, así que asintió, y la directora comenzó a hablar atropellando las palabras—. Hace unos doce años Hogwarts tuvo el placer de contar con la presencia de una de las brujas más poderosas del país en el claustro de profesores. Su nombre era Kate Robinson, acabas de verla, y estoy seguro de que no es la primera vez. Había sido mi mejor alumna durante sus años de estudio, por lo que le tenía un aprecio especial, y ella a mí. Un día Kate vino a mí —su recuerdo está aún tan vívido— con un secreto que confesar. La pobre estaba tan asustada que no sabía por dónde comenzar. Me dijo que estaba enamorada, pero que su amor debía permanecer en secreto, pues el chico tenía una esposa. Llevaban varios meses viéndose a escondidas, y estaba esperando un hijo. Imagina mi sorpresa, querido, al saberlo. El brillo en sus ojos me dejó perpleja, tenía miedo de que todo el mundo lo supiera, pero amaba a ese bebé mucho más de lo que amaba a su padre. Cuando le pregunté quién era el padre no quiso responderme, pero yo la conocía bien, y sumando dos más dos deduje su identidad, pues había una persona que me había estado visitando muy a menudo durante los últimos meses: Draco Malfoy.

«Draco Malfoy»

Ese nombre le sonaba de algo, así que Nick trató de buscar por todos los rincones de su cerebro esperando encontrarlo. Entonces recordó haberse cruzado con él en las escaleras un día. Era un hombre alto, de cabello rubio casi blanco y ojos azul celeste.

«Me parezco mucho a él», pensó Nick, que ya estaba adivinando el rumbo de la historia.

»A la pobre le tembló la voz al admitir que lo amaba más de lo que podía expresar, pero que no debía saber que estaba embarazada.

—¿Qué voy a hacer? —me preguntó—. Él no debe saberlo, Rosenda, querrá quitármelo. Pero, ¿cómo voy a esconder mi embarazo?

Intenté tranquilizarla, y le dije que yo la ayudaría. Fueron unos meses difíciles, hasta que por fin dio a luz a un hermoso bebé de ojos azules: tú.

—¿Yo? Pero...

Unos golpes en la puerta sobresaltaron a Nick, y su corazón comenzó a acelerarse al pensar que la directora Stewart sería llevada a prisión antes de poder contarle el resto de la historia.

—Directora Stewart, abra la puerta. —la voz de Hermione Granger, Ministro de Magia, se escuchó desde el otro lado. No sonaba agresiva, sino más bien suplicante.

—Rápido, Nick, toma esto —la directora Stewart sacó dos frascos extraños con un líquido plateado en el interior de una gaveta secreta del escritorio—. Cuando me haya ido vierte el contenido en el pensadero que está en el armario. ¿Sabes lo que es un pensadero?

Nick asintió, aunque no tenía ni la más mínima idea, pero ese sería un problema para después. La directora Stewart lo alzó de la silla de un tirón y Nick tuvo que sostener con fuerza los frascos de cristal para que no se le cayeran de la sorpresa. No supo cuáles eran las intenciones de la mujer hasta que lo dirigió a una esquina del despacho y levantó su varita para pronunciar un encantamiento.

—¡Invisibilite!

Entonces la puerta del despacho de la directora se abrió y varios funcionarios del Ministerio entraron a toda carrera. Entre ellos estaban Harry Potter y Hermione Granger, acompañados de otras personas que Nick no supo identificar. Dos hombres se apresuraron a sostener las manos de la directora detrás de su espalda, mientras que Hermione la miraba con cierta lástima.

—Lo siento. —susurró Harry Potter, e hizo una señal a sus compañeros para que se llevaran a la directora, que antes de salir se giró hacia donde estaba Nick para formar una única palabra con sus labios: «Siempre»

Nick no lo entendió, así como tampoco entendió por qué ninguno de los funcionarios del Ministerio había reparado en su presencia allí, como si no existiera, como si fuera...

Invisible. Era invisible, y lo comprobó cuando intentó inútilmente encontrar sus propias manos. Poco a poco el efecto fue desapareciendo, y Nick se concentró en encontrar el maldito pensadero, sin siquiera saber qué aspecto tenía.

—Pensadero... Pensadero... Recuerdo haber escuchado sobre él antes... —pensaba en voz alta mientras registraba el armario de la directora—. Oh, claro.

Y allí estaba, con su aspecto antiguo y sumamente valioso, el famoso pensadero. Nick se apresuró a vertir el contenido de uno de los frascos en el agua que parecía brillar dentro del objeto, e inmediatamente el líquido plateado se disolvió formando una espiral de colores donde Nick sumergió la cabeza.

«Espero estar en lo correcto sobre esto», pensó al no poder distinguir si introducir la cabeza en el agua era el procedimiento correcto para usar el pensadero o el asustadero.

Lo que vio debajo del agua no fue más que el mismo despacho donde se encontraba en ese momento, pero con una distribución de los objetos completamente distinta, que sólo podía indicar que se encontraba presenciando un evento que había tenido lugar en el pasado. El pensadero ofrecía una visión completa del despacho desde arriba, como si Nick estuviera mirándolo todo a través de una ventana situada en el techo. Pero no fue así por mucho tiempo, porque una ligera inclinación provocó que el chico cayera de lleno dentro de la escena. Segundos después, cuando logró recuperarse, reparó en las dos personas presentes.

Una de ellas poseía un rostro que le resultaba demasiado familiar. Cabello castaño oscuro, ojos negros, pómulos semihuesudos, labios formando una línea recta; conocía perfectamente a aquella mujer: era la directora Stewart, sólo que un poco más joven.
La otra era una mujer de cabello negro, ojos azules y tez pálida que Nick estaba acostumbrado a ver a través de la esfera mortis familia. Por supuesto, era una sensación completamente distinta tenerla enfrente, ya que a pesar de parecer un poco triste, emanaba un aire tan familiar que atraía a Nick hacia ella con una fuerza que casi era imposible de resistir.

Parecían debatir un asunto bastante importante, y como Nick no quería parecer cotilla decidió hacer un sonido con la garganta para que ambas mujeres advirtieran su presencia. Ninguna de las dos le prestó atención, y Nick, tras repetir la misma acción durante cuatro veces osó interponerse entre la una y la otra, para obligarlas a mirarlo.

—Lo amo, Rosenda, pero no debe saber sobre este bebé. —dijo la mujer de ojos azules —la que a partir de ahora debía considerar como su madre—, ignorando por completo su existencia. Entonces Nick descubrió lo que estaba pasando: ellas no podían verlo, y lo comprobó agitando su mano varias veces frente al rostro de la directora Stewart sin obtener reacción alguna.

Una vez descubierto el hecho de que la única razón de su presencia allí era ser testigo, se dedicó a escuchar con atención lo que las dos mujeres tenían que decir.

—Pero, ¿por qué? Conozco a Draco, y sé que si le cuentas la verdad amará a ese niño. —cuestionó la directora.

—No lo conoces, Rosenda. Su orgullo lo es todo para él, y no podrá soportar que la gente sepa que va a tener un hijo fuera del matrimonio. Su reputación se mancharía. Esto lo hago para protegerlo de lo que la gente podría pensar, y para proteger a mi bebé de lo que él sería capaz de hacer si el nombre de su familia se ve amenazado.

—Kate... Mi querida Kate, ¿cómo has llegado hasta esto? —preguntó la directora con cierto pesar.

—Por amor, Rosenda. Por amor somos capaces de hacer cualquier cosa.

Y la imagen se desvaneció. De pronto Nick volvió a estar de pie junto al pensadero con el otro frasco de cristal aún en la mano. Se apresuró a vertir el contenido en el agua como había hecho la primera vez y se lanzó al interior sin titubear.

Otra vez se materializó el despacho con la misma distribución, excepto que esta vez los objetos del escritorio estaban desperdigados por el suelo, y en su lugar estaba la madre de Nick. La mujer hacía un increíble esfuerzo por dar a luz mientras la directora Stewart la asistía y le daba ánimos. La imagen, gracias a los gritos de dolor de la joven, era aterradora. Había sangre por todos lados, y los alaridos debían de escucharse por todo el castillo, a menos que hubiesen realizado el encantamiento Muffliato.

Un poco más, cariño... Ya casi está... —dijo la directora, y el llanto de un bebé ahogó sus siguientes palabras.

La joven sonrió con debilidad al escuchar llorar a su hijo, y Nick sintió una pequeña punzada de culpa al saber que ella había sufrido tanto sólo para traerlo al mundo. Porque no había duda, aquél bebé era Nick. Sus ojos y algo en sus mejillas lo delataba.

—Aquí está. —dijo con dulzura la directora Stewart, y acercó al bebé a su madre para entregárselo en sus brazos, pero eso nunca ocurrió.

La joven a penas podía mantener los ojos abiertos y su piel se encontraba mucho más pálida de lo que ya era por naturaleza. Había perdido demasiada sangre. La directora, horrorizada, intentó animarla dándole suaves goloecitos en las mejillas para evitar que se durmiera, pero era inútil.

La joven utilizó sus últimas fuerzas para sostener la mano de la directora y decir con una voz casi inaudible las siguientes palabras.

—Rosenda... Debes prometerme que lo cuidarás. Pase lo que pase, debes mantenerlo alejado de su padre. Él nunca... —tosió varias veces antes de recuperar la voz—. Solo prométeme que no lo abandonarás, prométeme que siempre estarás junto a él, pase lo que pase.

—Siempre. —respondió Rosenda, y antes de que la imagen se desvaneciera por completo Nick alcanzó a ver cómo varias lágrimas caían por las mejillas de la mujer.

Ahora todo cobraba sentido. Por eso la directora siempre había estado pendiente de él, mostrando un interés especial, incluso hasta cierto instinto maternal. Era su responsabilidad, siempre lo había sido. Había prometido mantenerlo a salvo, alejado de su padre —por una razón que ni siquiera él comprendía del todo—, y así lo había hecho.

Recordó la última palabra que había escuchado de ella antes de que los funcionarios del Ministerio de Magia se la llevaran de su lado: «Siempre».

Sólo entonces comprendió lo mucho que esa palabra valía, porque era un recordatorio de que a pesar de que ella no estuviese presente, siempre, siempre, encontraría la forma de velar por él.

Fin

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