Capítulo 32: Game Over
—Muy astuta, Rosie—dijo la profesora Lends, o Digna, refiriéndose a la directora, y luego le lanzó una mirada cargada de desprecio a George—. Y tú, traidor, después de todo lo que hemos hecho por ti.
—No has hecho más que utilizarme.—respondió George con decisión. Todavía mantenía su varita sobre la nuca de Víctor.
—¡Basta!—gritó Digna, y un rayo de luz iluminó el lugar, seguido de varias explosiones.
Todos corrieron en busca de un lugar para cubrirse. Nick dejó caer la piedra en su bolsillo, donde estaría más segura, y se escondió detrás de un árbol. A su izquierda, a unos quince metros estaba George, protegiéndose detrás de un pequeño montículo de tierra. El chico le lanzó una sonrisa y Nick asintió, se entendían. La directora Stewart había desaparecido, al igual que Digna. Nick se asomó en busca de alguna señal de ellas, pero un rayo de luz pasó tan cerca de él que casi pudo sentir como le rozaba la oreja, obligándolo a cubrirse; aunque le pareció ver en la distancia destellos rojos y verdes.
Otro rayo dio unos centímetros a la derecha de su pie, y levantó una ola de polvo.
—¡Serpensortia!—gritó Nick, y una serpiente de cascabel salió desde su varita en dirección a sus oponentes. Mientras conjuraba el hechizo, Nick tuvo tiempo de ver a sus amigos, aún inconscientes, y sintió que debía sacarlos de allí. Habían quedado atrapados en un fuego cruzado, y en cualquier momento un hechizo podía alcanzarlos.
—Es inútil—dijo George, justo después de que la serpiente conjurada por Nick fuera destruida por Víctor—, prueba algo más fuerte. ¡Incendio!
—Necesito sacar a mis amigos de allí. Cúbreme.
George hizo lo que Nick le pidió, y lanzó varios rayos hacia el terreno justo donde Nick iba caminando, levantando cortinas de polvo y humo que le permitieron llegar ileso a donde sus amigos estaban tumbados.
—¡Mobilicorpus!—conjuró, y los cuerpos de sus amigos comenzaron a moverse en dirección al montículo donde estaba George. Varios hechizos pasaron alarmantemente cerca de Nick, pero ninguno lo alcanzó.
Cuando los chicos estuvieron a salvo fue tiempo de regresar. Dio un paso atrás, pero Víctor Volt había salido de su escondite, y entre el polvo y el humo Nick pudo ver que le apuntaba con su varita.
—Adiós, Carter—dijo—. ¡Desm...
—¡Expelliarmus! ¡Desmaius! ¡Petrificus Totalus!—una ráfaga de rayos pasó junto a Nick y golpeó a Víctor. Su varita voló por los aires y él cayó al suelo, rígido como un tronco. Era George, había salido de detrás del montículo y avanzado hasta donde estaba Nick.
—Gracias—dijo Nick, volviéndose hacia él—. Te debo una.
—¡Frigidus!—la voz de Digna Peverell surgió de la nada, acompañada de un rayo azul casi cegador. Nick se lanzó para tratar de apartar a George, pero fue demasiado tarde.
El hechizo lo golpeó, y al principio pareció que no había surtido ningún efecto, pero luego, poco a poco, el cuerpo de George comenzó a congelarse, hasta convertirse en una verdadera estatua de hielo. Nick miró alternativamente a su compañero congelado y a Digna, que lo miraba con una sonrisa malévola.
—¡Tú!—exclamó enfadado, y sujetó la varita con mucha más fuerza.
—Entrégame la piedra—ordenó—. ¡Imperio!
Nick no tuvo tiempo de reaccionar, y la maldición lo golpeó justo en el centro del pecho, derribándolo.
—Veamos si sigues tan fiel a tus ideales después de eso—escuchó a Digna—. Entrégame la piedra, Carter, ahora.
En su cabeza comenzó una lucha por el control. Una parte seguía pensando que era mala idea, pero, extrañamente, otra parte quería obedecer la orden de ella. Lamentablemente, la parte dominante no fue la que él hubiese esperado.
Se puso de pie, se llevó la mano al bolsillo y sacó la piedra. Mientras avanzaba hacia su desgracia pasaron por su mente todo tipo de pensamientos malignos y morbosos, y extrañamente, le resultó normal. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero a la vez tenía una profunda sensación de que estaba haciendo lo correcto.
«No. ¿Qué estoy haciendo? Debo resistir», pensó de repente, cuando pudo reaccionar, y se detuvo.
—Continúa—ordenó Digna, y otra vez su cuerpo se vio arrastrado por una incipiente necesidad de entregarle la piedra a aquella mujer, como si nada en el mundo importara más que eso.
Continuó avanzando con paso firme, y cuando estaba a menos de dos metros de Digna una voz apareció en lo profundo de su cabeza.
«Sé fuerte, Nick. Tú eres más que esto»
Era su propia voz. Y entonces volvió a reaccionar. Verse allí, tan cerca de Digna, a punto de entregarle la piedra, fue como si le hubieran arrojado un balde de agua helada.
Y como si el destino le hubiera sonreído, detrás de unos árboles vio a la directora Stewart. Sólo una mirada bastó para que cada uno descubriera las intenciones del otro, y en segundos la quietud del ambiente se convirtió en caos cuando hechizos volaron por aquí y por allá.
Entre tanta confusión Nick había terminado en el suelo, con Sebastian encima y sin su varita. El de cabello castaño golpeó a Nick hasta que le hizo sangrar, y sólo entonces el rubio logró reaccionar. Giró sobre sí mismo y logró invertir las posiciones, ahora era él quien estaba encima. Con la cara de Sebastian contra el suelo, y sus manos inmovilizadas tenía la pelea ganada. O no.
Un rayo de luz roja pasó justo a su lado, lo suficientemente cerca como para provocarle un corte en el brazo que hizo que soltara a Sebastian de su agarre. Nick se puso de pie tambaleándose mientras se hacía presión en el reciente corte, que había comenzado a sangrar, pero inmediatamente volvió a caer al suelo.
Esta vez Sevastian sí había conseguido su varita, y ahora se erguía delante de Nick como un gigante que está próximo a aplastar a una diminuta e indefensa hormiga.
—Hasta aquí llegaste, Carter. Aunque, te felicito, diste una buena batalla. ¡Avada...—Y Nick no pudo evitar sentir cierta ventaja, aunque en realidad tenía todas las de perder, porque él sabía algo que Sebastian no: la maldición asesina no podía matarlo. En realidad, había sobrevivido a ella antes, pero nada le garantizaba que lo haría otra vez.
Y entonces, en otro de esos inesperados giros del destino, Nick se dio cuenta de que a menos de un metro y medio de él se hallaba su varita. Todo sucedió tan rápido que ni siquiera él supo exactamente cómo lo había hecho, pero rodó hacia un lado y logró alcanzarla.
El dolor del corte del brazo y del resto de sus heridas casi había desaparecido, pero en su interior aún quedaba mucho sufrimiento que nada tenía que ver con lo físico. Pensó en aquella vez en la sala común de Slytherin cuando Sebastian le había empapado los libros, pensó en todo lo que él y su madre le habían hecho a la pobre Jennifer Zabini, pensó en sus amigos inconscientes, en los verdaderos Cornelia Lends y Scott Brown, y en George. No pudo evitar sentir menos que repugnancia y desprecio, aunque no eran los únicos sentimientos negativos que tenía dentro.
Recordó las palabras de Digna, una vez, durante una de sus clases.
«Es un hechizo muy útil cuando nos enfrentamos a enemigos no humanos, como centauros, escregutos de cola explosiva, hipogrifos, hombres lobo y todo tipo de criaturas que puedan atacarnos ahí fuera. Usarlo en humanos es algo arriesgado, pues si el hechizo se lanza con la suficiente potencia puede causar ceguera para siempre. Así que les sugiero que pongan cualquier emoción negativa fuera de sus cabezas»
Sabía cómo terminaría todo, pero ya no podía parar, igual que no se puede parar a un tren a toda velocidad aunque se sepa que está a punto de caer por un precipicio y destruirse para siempre. Y eso era exactamente lo que estaba a punto de ocurrirle a él.
—¡Caecare!—gritó, y sintió cómo el dulce sabor de una venganza bien ejecutada corría por su brazo como fuego helado, salía por la varita y golpeaba a Sebastian en la frente.
El de cabello castaño cayó al suelo por el impacto del encantamiento cegador, y el rubio se quedó mirándolo; ya no con deseos de venganza, sino con una pizca de culpa y arrepentimiento.
—Oh, Dios mío—dejó salir las palabras en un susurro casi inaudible—. ¿Qué he hecho?
—¿Que qué has hecho? Me has dejado ciego, imbécil, eso has hecho.—Sebastian ya se había recuperado, y ahora se tocaba los ojos con una expresión de furia y espanto.
—Pue... Puedo deshacerlo. Lo... sé. Debe... Debe haber una forma—dijo, con la voz temblorosa, y un sentimiento de remordimiento azotando cada rincón de su interior—. ¡Videre!—gritó— ¡Videre! ¡Videre! ¡Videre!
Ya no había nada que hacer, pero siguió gritando el contrahechizo hasta que se le quebró la voz y se echó a llorar.
—Sebastian. Yo... Lo siento... No pretendía.—dijo ente sollozos, pero el otro lo detuvo enseguida.
—¡No te atrevas a disculparte!—espetó Sebastian— Aprende a enfrentar las consecuencias de tus actos. Llora, grita, muerde a alguien si quieres, pero nunca te arrepientas de las cosas que hagas. Porque son nuestras decisiones de aller las que nos han llevado a ser quienes somos hoy, y esas mismas decisiones definirán en quién nos vamos a convertir mañana.
—¡Wow!— exclamó Nick, y por primera vez desde que conocía a Sebastian intercambió con él algo más que una mirada ladina de desprecio mutuo— Toda una lección de filosofía.
—No sólo te lo estaba diciendo a ti—contestó el otro—, también me estaba convenciendo a mí mismo de lo que estoy a punto de hacer.—y se puso de pie, tomó su varita y se apuntó a su propia cabeza.
—¡Sebastian! ¿Qué estás haciendo? ¡Suelta esa varita!—gritó Nick, horrorizado por lo que sabía que estaba a punto de hacer el otro. Digna había dejado de lado la batalla con la directora por el momento, y se acercó a su hijo.
—Sebastian. No cometas una locura.
—¿Locura? Todo esto es una locura, mamá. ¿Recuerdas? Nuestras decisiones de hoy definen quiénes vamos a ser mañana. Y yo estoy seguro de que no quiero ser un ciego del que todos tengan lástima, prefiero la muerte.
—Pero...
—¡Avada Kedavra!
Y ahí quedó. Sebastian cayó al suelo, y Nick apartó la vista. No se creía capaz de soportar una muerte en su conciencia. ¿Qué pensarían sus amigos?
Digna ni siquiera derramó una lágrima, pero fulminó a Nick con la mirada, culpándolo, con toda razón, por la muerte de su hijo.
—¿Vas a rendirte ahora o vas a dejar que tu hijo haya muerto en vano?—le preguntó la directora Stewart.
—¡No hables de mi hijo!—gritó, pero enseguida recuperó la compostura— Él tomó su decisión, eligió la solución de los cobardes, pero yo no.
Y corrió. Nick y la directora la seguían de cerca. Atravesó unos matorrales lanzando hechizos a diestra y siniestra, hasta que algo la detuvo. La directora y el chico no pudieron ver de qué se trataba hasta que estuvieron bien cerca.
—¡Es él!—exclamó una de las criaturas que rodeaban a Digna, impidiendo que escapara.
Nick había leído sobre aquellos seres antes. Centauros. Mitad hombre y mitad caballo. Daban miedo, la verdad, sobretodo por la forma en que uno de ellos había señalado a Nick como «él»
El que parecía el líder avanzó hacia el frente, y habló con una imponente voz de tenor.
—Uno de mis centauros me dice que has luchado incansablemente en contra de esta mujer que tanta destrucción ha causado a nuestro bosque. ¿Eso es verdad?
Nick no pudo más que asentir.
—Te lo agradecemos. Llevamos mucho tiempo vigilándola, pero nunca habíamos logrado atraparla, hasta ahora. Gracias a ti.
—Perdona, criatura, pero yo no he hecho nada malo.—se defendió Digna, con su cinismo habitual.
—Mira a tu alrededor, bruja. Árboles completamente quemados, flores y arbustos destruidos, aves arrancadas de sus nidos. ¿Qué acto consideras peor que el dañar la naturaleza?
—Disculpa, pero, ¿a quién le importa la naturaleza?
—Llévensela.—ordenó el líder, y los demás procedieron a cargar a Digna y se la llevaron hacia lo más profundo del bosque, entre patadas y palabrotas.
El líder de los centauros se acercó a Nick y a la directora.
—Directora Stewart, debo decirle que tiene usted a un estudiante muy valiente a su lado. Sin dudas, un Gryffindor. No cualquiera haría lo que él hizo hoy. Y debo agradecerles una vez más, a ambos, por ayudarnos con esa destructora. Nos encargaremos de que jamás vuelva a hacer daño a nada ni a nadie.
—Oh, Fleurien, no me caben dudas de que le darán su merecido. En cuanto a Nick, sí, es todo un Gryffindor. Estoy muy orgullosa de él.
Luego de que se despidieran, y de que Nick le prometiera a Fleurien que vendría a visitarlo de vez en cuando, la directora y el chico emprendieron el camino de regreso al castillo; no sin antes recoger a Sasha, Marcus, Angelina, Víctor, que estaba petrificado y George, que seguía congelado.
Cuando Hogwarts apareció a la vista, y ya habían dejado atrás el bosque, Nick no pudo evitar sonreír al pensar que todo había terminado. Al fin. La profesora Lends, o Digna Peverell, quienquiera que fuese, ya no volvería a herir a nadie más en su afán por borrar a los sangre sucia del mapa. Eso era un alivio. Pero todavía estaba el tema de Sebastian. ¿Cómo se suponía que debía lidiar con eso por el resto de su vida? ¿Cómo le explicaría a los demás lo ocurrido? ¿Cómo iba a justificar que por su culpa Sebastian se había suicidado?
Definitivamente eso era algo para lo que no estaba preparado.
La directora se dio cuenta de que Nick estaba absorto en sus pensamientos, y le puso la mano en el hombro, gesto que relajó mucho al chico. Le alegraba saber que no estaba solo, que siempre tendría gente que lo apoyaría, sin importar lo que pasara.
—No te preocupes, todo va a estar bien.
Y de pronto todo se volvió trivial. Lo que pasaría después nadie lo sabía, porque el futuro es tan incierto como el pasado que no hemos conocido o el presente que no queremos conocer, pero esas palabras se quedaron grabadas a fuego en la mente de Nick.
«Todo va a estar bien»
Holaaaaaa. Me gustaría tomarme un momento para agradecerle a ItsSxmmm de la editorial DarkKnights- por esta increíble portada, nunca la voy a cambiar. Y de paso los invito a pasarse por el perfil de esta increíble editora, de verdad, no se van a arrepentir, es la mejor de Wattpad. Bye.
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