Capítulo 25: El Deseo de Marcus

Después de la comida Marcus llevó a Nick a dar un recorrido por los establos. La manada de thestrals ya no estaba galopando. Ahora algunos comían de unas pacas de paja dispuestas horizontalmente sobre el suelo, y otros descansaban tranquilamente echados en el suelo.

—Yo no los veo—dijo Marcus—, pero sé que están ahí. Mi padre los trajo hace muy poco, así que aún se están adaptando.

—Pues parecen encantados de estar aquí.—contestó Nick. Realmente parecían felices, como si toda su vida hubieran estado allí, como si formaran parte de ese ambiente.

Luego entraron a un pequeño granero. El techo tenía el mismo encantamiento que el del Gran Comedor de Hogwarts. Reflejaba un cielo despejado, un poco diferente al día nublado que hacía en el exterior. El suelo era de arena, pero no una normal como la de la playa, sino arena de desierto. También habían algunos arbustos pequeños y plantas espinosas. Un cálido viento sopló y Nick tubo que cerrar los ojos para que no se le llenaran de granos de arena. Cuando alzó la mirada reparó en algo a lo que no había prestado atención. Frente a ellos había una criatura muy parecida a un buey, aunque bastante más grande. Pero no era normal, tenía la piel dorada, como si lo hubiesen bañado con pintura.

—Éste—dijo Marcus, y extendió su brazo lo suficiente para posar su mano sobre el hocico de la criatura—, es un uro. Traído directamente desde Norteamérica, mi padre tuvo que hacer un gran esfuerzo para conseguirlo. Quien tome su sangre obtiene cierta fortaleza, así que...

—Son muy codiciados.—concluyó Nick.

—Éste espécimen ha sufrido mucho. Donde lo tenían le extraían la sangre en exceso, y luego lo hacían comer grandes cantidades de cosas que no eran saludables para él. Lo usaban como una fuente constante para proveerles fuerza. En cuanto mi padre lo supo movió unos cuantos hilos y logró traerlo aquí.

—Y tratan de recrear su hábitat natural—dijo Nick. Se acercó al animal, compadeciéndose de su dolor. Imitó el gesto de Marcus y depositó su mano sobre el hocico del uro. Éste emitió un suave sonido gutural, pero no se movió—. Con la arena, el viento cálido y el cielo despejado.

—Exacto.—contestó Marcus, y continuaron con el recorrido.

Al lado del granero donde estaba el uro había otro exactamente igual, al menos por fuera. El interior de éste reflejaba una sabana, con un corto pasto extendiéndose por ella. Dos rinocerontes corrieron hacia ellos en cuanto entraron en el lugar.

—Hola, Rupert. Hola, Emma—Marcus saludó a los dos animales, y ellos parecieron entenderlo, pues emitieron unos sonidos que Nick interpretó como sonrisas—. Éstos son dos erumpents, es otra especie muy amenazada.

—Déjame adivinar, originarios de África.—dijo Nick.

—¿Qué los delató. El hecho de que parezcan rinocerontes o la simulación de la sabana?

—Ambos.

—Entre los dos pesan casi tres toneladas.—explicó Marcus. Nick se sobresaltó. Eran dos espécimenes grandes, gigantes, de hecho; pero nunca imaginó que serían tan pesados.

—Sus cuernos, sus colas y sus fluidos explosivos se utilizan en pociones.—Marcus arrancó un poco de pasto del suelo y lo acercó a la boca de Rupert. Enseguida el animal lo masticó y tragó, como si aquello fuese la décima parte de lo que estaba acostumbrado a comer.

Después visitaron el invernadero. Habían diferentes espacios, separados por barreras de cristal, para evitar que las criaturas se mezclaran entre sí.

—Es un augurey.—había dicho Marcus, refiriéndose a un pájaro delgado con plumas que variaban entre negro y verde oscuro. Estaba descansando sobre un nido en forma de lágrima, y emitía un cántico quejumbroso que, según Marcus, indicaba que se acercaba la lluvia. Eso era bastante fácil de predecir, dada la cantidad de nubes oscuras que circulaban por encima de ellos en aquel momento.

También habían visto a los bowtruckles. Eran como unas pequeñas ramitas vivientes. Entonces Nick recordó aquello bajo su zapato antes de llegar, lo que le había parecido que tenía ojos, y se sintió un poco apenado. Se preguntó si el señor Tomps se daría cuenta de que una de sus criaturas había desaparecido.
En el recorrido Nick se encontró varias criaturas que ni pensaba que existían, y otras que estaba ansiando encontrar, como las doxys y los gnomos. Al final comenzó a llover y tuvieron que entrar en la casa.

—Sabes mucho sobre todos estos animales—comentó Nick mientras entraban en la cocina para beber agua—. ¿Piensas apuntarte en Cuidado de Criaturas Mágicas en tercer curso? Se te daría muy bien.

—No lo he pensado, pero supongo que sí.

—Mira.—una lechuza blanca atravesó la ventana abierta y se posó sobre la mesa. Nick la reconoció al instante, Edmund.

Es una carta de la tía Matilda—anunció Marcus mientras terminaba de desatar el mensaje de la pata de Edmund. El señor Tomps salió de la pequeña alacena, y Nick se preguntó por qué frecuentaba tanto aquel estrecho espacio —. Íbamos a visitarla esta semana, pero como la directora nos avisó que vendrías tuvimos que aplazar el viaje.

—Lo siento.—Se disculpó Nick. Le apenaba la idea de ser un lastre, una carga por la cual habían tenido que cancelar sus planes.

—No lo sientas—era la señora Tomps, que había aparecido en las escaleras con un plumero encantado en una mano y su varita mágica en la otra—. No es tu culpa.

—¿Qué dice la carta?—preguntó el señor Tomps.

—Que no hay problema, ya será otro día. Ya saben lo que dice: «Ayudar a los demás es prioridad. Debemos pensar en las otras personas antes que en nosotros mismos»

Es cierto.—asintió la señora Tomps y se encaminó a las habitaciones otra vez.

Ambos se dirigieron a su cuarto, que había sido organizado recientemente por la señora Tomps. Ambas camas estaban perfectamente hechas, sin una arruga, y la ropa estaba perfectamente doblada sobre ellas. El piso, de madera barnizada, estaba desprovisto de cualquier partícula de polvo. Daba la impresión de estar en un hotel recién abierto.

—¿Cómo lo hace?—le preguntó Nick a su amigo.

—¿Qué cosa?

—Dejar la habitación así de ordenada en tan poco tiempo.

—Ah, eso. Bueno, usa instrumentos mágicos de limpieza.

—Yo ordeno mi habitación por mi cuenta, y generalmente me toma unas cuantas horas, así que supongo que tienes suerte de haberte criado con magos.—comentó Nick, y por un momento pensó que había dicho algo malo, pues Marcus pareció incomodarse.

«Sí... Bueno... No tanta.»

La voz de Marcus retumbó dentro de su cabeza, y le produjo una sensación bastante conocida, una que no quería volver a repetir. Estaba ocurriendo otra vez.

—¿Qué? ¿A qué te refieres con «no tanta»?—preguntó Nick, y notó que su amigo se tensaba. Marcus lo miró e intentó abrir la boca para exigir una explicación, pero Nick lo interrumpió— Tienes una casa grandiosa con todo tipo de criaturas mágicas en el patio, muchas de las cuales yo desconocía; tus padres son magos con grandes conocimientos; eres inteligente y apuesto. Tienes todo lo que muchos, entre los que me incluyo, quisieran tener.

—Bueno... A veces... A veces quisiera ser... Ya sabes, normal.

—¿Normal?

—Sí. Quisiera saber cómo sería mi vida si fuera un muggle. Ir al parque, tener figuras de acción y carros de juguete, tomar el bus, ir a una escuela normal. Siempre he querido aprender a hacer fuego con dos piedras, ¿sabes? Pero claro, ¿quién lo necesita cuando puedes menear tu varita y tener todo lo que quieras? Yo no elegí esto, Nick—Marcus dejó que sus lágrimas se desataran, dejó que toda la presión que sentía saliera de su cuerpo mediante el llanto. Nunca le había contado a nadie acerca de sus deseos de ser normal, y en cierto modo se sentía liberado—. No pedí vivir en una granja, en el medio de un lago y rodeado de animales extraños. No pedí ser mago, ese derecho me fue arrebatado. Durante todos estos años he sentido que no pertenezco aquí; y créeme, si pudiera renunciar a mi magia lo haría sin pensarlo dos veces.

—No digas eso—Nick se acercó más a él y percibió que su pecho subía y bajaba con rapidez—, no vuelvas a decir algo así. A ti se te dio un don, uno que no todos pueden tener. Sí, eres un mago, pero eso no significa que no puedas aprender las costumbres muggles. Puedes ser las dos cosas, puedes ser lo que tú quieras, pero primero tienes que aceptarte tal y como eres. Renegar esa parte de ti no hará que desaparezca, así sólo conseguirás sentirte más vacío.

—¿Más vacío aún?—preguntó Marcus levantando una ceja.

—Sí, mucho más.

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