Capítulo 22: Una Visita Inesperada


Había sido sólo un sueño. ¿Por qué debía de guiarse por algo así? Pero se sentía diferente a cualquier sueño que hubiese tenido antes, se sentía tan real.

«Debo asegurarme.»—Se dijo.

Se levantó de la cama y fue hacia el baúl. Cogió pergamino y pluma y comenzó a escribir una carta para sus amigas, contándoles el sueño y pidiéndoles noticias sobre la profesora. Cuando terminó sacó a Bella de su jaula y le amarró el mensaje en la pata.

—Debes entregarle esto a Sasha o a Angelina—le dijo a su lechuza—. Por favor, date prisa.

Como una exhalación, la lechuza alzó el vuelo y salió por la ventana, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Nick se preguntó cuánto tiempo tardaría Bella en llegar a Hogwarts y regresar.

—Te esperaré despierto, de todos modos no creo que pueda dormir.—dijo mientras observaba el cielo nocturno bañado de estrellas.

El tiempo no parecía pasar. Hacía una eternidad que Bella había partido, pero apenas eran las tres y veintiocho. Por decimocuarta vez se asomó a la ventana con la esperanza de ver a su lechuza acercándose a la casa, pero en su lugar vio algo aún más raro. Alguien se aproximaba montando una escoba. A lo lejos sólo era una figura borrosa, pero a medida que se fue acercando tomó la forma de un hombre. El extraño descendió cada vez más hasta que sus pies tocaron el suelo, luego dejó su escoba tirada y comenzó a caminar en dirección a la casa.

«¿Por qué una persona a la que no conozco vendría a mi casa a las tres y media de la mañana montada en una escoba»

El miedo se apoderó de él. Pero no era un miedo normal, como el que sentía cuando Niel lo golpeaba, o cuando entraba en el Bosque Prohibido. Era algo más, un presentimiento de que algo andaba mal.

Fue hacia su baúl y sacó la varita. No se le permitía hacer magia fuera del colegio, pero si alguien venía a su casa e intentaba atacarlo no dudaría en usarla. Aunque, ¿qué posibilidades tenía de enfrentarse a un mago experto y salir victorioso? Casi nulas.

Asustado, pero con decisión, bajó las escaleras. En un minuto estaba en la entrada de la casa. Al otro lado de la puerta lo esperaba el extraño.

«¿Debo abrir y atraparlo por sorpresa, o esperar a que él abra y defenderme?»

No tuvo tiempo para responderse, pues la puerta se abrió de par en par en un abrir y cerrar de ojos. Al otro lado una figura esbelta de cabello carmelita lo miraba fijamente con la varita en ristre.

«¿Por qué no me ataca?»

—Hola, chico—la voz del extraño era ronca, como si hubiese gritado de más—. He esperado mucho tiempo para conocerte.

—¿Quién es usted?—inquirió el chico, también con la varita lista para disparar— ¿Qué hace en mi casa a esta hora?

—Tranquilo—esta vez el hombre habló más bajo—, no te asustes. Mira, para que veas que soy de confianza voy a guardar mi varita.

Lentamente la varita del hombre fue descendiendo, hasta quedar completamente dentro del bolsillo de la túnica.

—¿Ves? No quiero hacerte daño. Sólo quiero hablar contigo.

Nick percibió la frialdad en la voz de aquella persona. Los pelos de la nuca se le erizaron, y en ese momento en su cabeza se estaba librando una batalla para decidir si confiar o no en aquel hombre.

—Está bien—aceptó el chico—, hablemos.

El extraño retrocedió cautelosamente unos metros, dejando la puerta libre para que Nick pudiera salir al exterior. El frío de la madrugada le abrazó la cara, haciendo que el chico cerrara los ojos unos segundos, cuando los abrió algunas lágrimas descendieron por sus mejillas.

—¿Quién es usted?—le preguntó al hombre, que ahora estaba sentado en el borde del portal.

—Me llamo Mario Byrne.—contestó el hombre mirando a Nick.

Gracias a la luz que provenía de una de las ventanas de la casa de la señora Strech, Nick pudo ver a medias el rostro de Mario. Sus cachetes estaban un poco inflados, si lo hubiera conocido en otras circunstancias a Nick le habría parecido gracioso. Los dos dientes centrales de la parte de arriba le sobresalían de la boca, dando el aspecto de un conejo.

—¿Y qué hace aquí?—volvió a preguntar Nick.

—Bueno, yo trabajo para el Ministerio de Magia. He venido hasta aquí para conocerte.

—¿Conocerme?—el muchacho levantó una ceja con incredulidad— ¿A mí? ¿A las tres y media de la mañana?

—Sí... Bueno... Es que...

Los balbuceos de Mario se vieron interrumpidos, pues una luz cegadora les bañó los ojos a ambos. Al otro lado de la calle, la puerta de la señora Strech estaba abierta de par en par. Una silueta, definitivamente de la mujer, apareció en el umbral. Luego un rayo de luz roja recorrió la calle y pego en el piso justo delante de Mario.
Instintivamente Nick corrió a esconderse detrás de uno de los arbustos del jardín, y mientras lo hacía vio que la señora Strech corría a toda velocidad hacia Mario con la varita en ristre.
Un rayo de luz salió de la varita del hombre en dirección a la señora Strech, pero la mujer fue bastante rápida y logró contraatacar.

—Así que el chico tenía una guardiana—Mario soltó una risita malévola—. Debí suponerlo. ¡Desmaius!

—¡Impedinenta!—el encantamiento de la señora Strech le rozó el hombro a Mario, haciéndole un pequeño corte— ¿Quién es usted?

—Eso no importa ahora—los ojos de Mario se dirigieron hacia el arbusto en el que Nick estaba escondido, y a través de las ramas el muchacho pudo percibir el macabro brillo en ellos—. ¡Incendio!

Nick se lanzó hacia atrás justo a tiempo para que el hechizo no lo golpeara, pero el objetivo no era él, sino el arbusto. Totalmente desprotegido, miró a su alrededor en busca de un nuevo refugio, pero no tuvo tiempo de pensarlo mucho. Mario corría en dirección a él, seguido de varios rayos de luz que le lanzaba la señora Strech. Las piernas del chico no quisieron responderle y de repente vio todo como si el mundo se hubiese puesto en cámara lenta. La mano de Mario estaba a punto de tocar su hombro, pero él no pudo correr, estaba paralizado por el miedo. Cerró los ojos y los apretó hasta que le dolieron, esperando que todo aquello desapareciera.

Escuchó la voz de la señora Strech gritando «Petrificus Totalus» y luego se produjo un ruido como el de un cuerpo cayendo al suelo. Al abrir los ojos se topó con Mario, que yacía inmóvil a sus pies. La señora Strech corría hacia él sujetándose un brazo con el otro.

—¿Se... Se encuentra bien?—le preguntó Nick, aún aturdido por lo que acababa de pasar.

—Uno de sus maleficios me ha alcanzado el brazo, pero estaré bien—la mirada de la mujer se posó en el cuerpo inmóvil de Mario—. ¿Tus padres no te han dicho que no debes hablar con extraños?

Nick abrió la boca para contestar, pero dio un brinco hacia atrás al ver que el cuerpo de Mario desaparecía con un «Puff»

—Sí que es extraño.—apuntó el chico.

—La aparición y desaparición es lo menos extraño, Nicholas—Nadie lo había llamado así nunca, excepto ella. Desde pequeño ella siempre lo llamaba por su nombre completo, decía que era una forma de guardarle respeto.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué ese hombre vino aquí? ¿Y por qué usted lo atacó? Él no me hizo nada, sólo estábamos hablando.

—Mira, no puedo explicarte nada ahora.

Nick le lanzó una mirada iracunda a la mujer. ¿Por qué nadie le decía nada? Estaba harto de que los adultos creyeran que él era demasiado pequeño para entender las cosas, quería saber la verdad. Algo definitivamente poco usual estaba ocurriendo a su alrededor, y necesitaba saber qué era.

—Todos los adultos son iguales.—dijo por fin, con un toque ofensivo.

—Sé que estás confuso, pero este no es el momento, ni yo soy la más adecuada para contarte nada. Ni siquiera sé quién es ese hombre. Supe que no era de fiar gracias a mi chivatoscopio, que no paraba de sonar indicando que había alguien peligroso cerca. En cuanto lo vi me di cuenta de que era él, pero no sé qué estaba haciendo aquí, así que vete a la cama y trata de no pensar en lo que acaba de ocurrir.

—Bien.

Indignado, Nick entró en la casa. Subió las escaleras como una exhalación, y al entrar en su habitación se tumbó en la cama a tratar de entender lo ocurrido.

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