Capítulo 2: El Expreso de Hogwarts

A la mañana siguiente Nick estaba tan ansioso que despertó una hora antes. Luego de caminar durante largo rato de un lado a otro de la habitación escuchó ruidos al otro lado de la puerta y supo que sus padres se habían despertado. Cuando estuvieron todos listos pusieron rumbo a la estación de King's Cross, desde donde partiría el tren.

Durante el trayecto Nick le formulaba preguntas a sus padres que ellos no sabían cómo responder, preguntas del tipo «¿Dolerá atravesar la barrera mágica?» «¿Cuánto tiempo creen que demorará el expreso de Hogwarts en llegar a la escuela?» «¿Esta ropa será adecuada para un lugar lleno de magos y brujas?» Los señores Carter estuvieron a punto de volverse locos, de no haber sido por la repentina aparición de la estación en su campo visual. A toda prisa, pues faltaban sólo quince minutos para las once, se dirigieron hacia los andenes nueve y diez.
—Aquí dice que tengo que coger el tren en el andén nueve y tres cuartos—dijo el muchacho analizando su billete—. Y según Bill, debo atravesar la barrera justo aquí.—se detuvo enfrente de un muro que se situaba en el medio de los andenes nueve y diez.
—¿Estás seguro?—dudó su padre.

—Completamente.—Nick tomó el carrito con sus cosas y empujando con todas sus fuerzas comenzó a trotar en dirección a la pared. En cuestión de segundos se desvaneció.

Se hallaba en un andén repleto de magos y brujas. Nick sólo había visto semejante cantidad de personas en su visita al callejón Diagon. A unos metros de él se encontraba el imponente expreso de Hogwarts: un tren de color escarlata que al instante captó toda la atención de Nick.
Momentos después aparecieron sus padres, la señora Carter todavía no podía creer que acabara de atravesar una sólida pared de ladrillos así sin más.
—¡Es hermoso!—chilló la madre cuando se percató de la presencia del expreso.
—Verdaderamente magnífico.—concordó su marido rodeándola con su brazo.
—Hola, Nick—detrás de ellos se escuchó la voz de Sasha.
Nick había estado deseando ver a la chica después de recibir su carta. Ciertamente, él había pensado que ella seguramente había conocido personas más interesantes aquél día como para recordarlo a él, pero recibir una carta suya lo hizo sentirse especial. Al darse la vuelta y ver que la chica le sonreía con alegría a la vez que caminaba hacia él para abrazarlo, Nick se dió cuenta de que haría todo lo posible porque su amistad durara para siempre.
—Estoy tan feliz de verte.—le dijo la chica como si fueran amigos de toda la vida que no se veían desde hacía años. Segundos después Nick se vio rodeado por la melena castaña que era el cabello de Sasha, y le devolvió el abrazo con dulzura.
—Y yo a ti.—respondió el muchacho y saludó cortésmente a la madre, que acababa de llegar a donde estaban ellos.

Luego de que los padres se saludaran, y sin que los chicos tuvieran tiempo para ponerse al corriente de lo que había hecho cada uno en las vacaciones, se escuchó el silbido del tren, que anunciaba que faltaba poco para la partida.

—Espero que no descuides tus estudios—le dijo su padre poniéndole una mano en el hombro—, recuerda que de eso dependerá tu futuro.
—Pero, por supuesto—interrumpió la madre—, no olvides disfrutar y hacer amigos.
—Creo que ya tienes que irte.—el señor Carter apuntó hacia los demás muchachos que comenzaban a subir al tren, luego abrazó a su hijo.
—Te vamos a extrañar.—su madre había apartado a su padre y ahora estaba besando al chico en la frente.
—Yo también a ustedes. Ahora... Creo que... Debo irme.
Sintiendo un extraño vacío en el estómago por tener que alejarse de sus padres, Nick se apresuró a subirse al tren, acompañado por Sasha. Y como si el expreso de Hogwarts estuviera esperando que ellos montaran, comenzó a moverse y a alejarse de King's Cross hasta que la estación se perdió de la vista.
—Y bien,—suspiró la chica antes de dirigirse a su amigo—¿qué hacemos ahora?
—Pues...—el muchacho dudó— Creo que deberíamos buscar un compartimiento vacío donde podamos dejar nuestras cosas. ¿No?

—Es una buena idea. ¿Por aquí o por allá?—preguntó Sasha señalando a ambos lados del camino.
—Donde quieras.—dijo el chico y siguió a su amiga hacia la parte delantera.
Pasó un buen rato antes de que pudieran encontrar un compartimiento vacío, la mayoría ya estaban ocupados. En uno de ellos se encontraron a una muchacha bastante regordeta que trataba de hacerle un hechizo de levitación a su sapo. En otro vieron a dos chicos que hablaban misteriosamente. En otro había un olor muy desagradable, como si hubieran esparcido huevos podridos por todas partes. Por fin, después de varios intentos fallidos lograron hacerse con un lugar sólo para ellos.

—¡Al fin!—exclamó Sasha dejando el baúl en la parte donde se ponía el equipaje— Creí que tendríamos que regresar a sentarnos con la chica del sapo.
—¿Viste cómo le salía el hechizo de levitación?—Nick se dirigió a su amiga y luego se sentó frente a ella, al lado de la ventana—Yo he estado practicando algunos encantamientos en casa, creo que no soy tan mal mago después de todo.
—¿Por qué dices eso?
—Creí... Ya sabes... Pensé que por ser hijo de muggles tendría menos habilidad para la magia.—confesó el muchacho y bajó la cabeza como si se sintiera avergonzado por pensar aquellas cosas.

—Eso no tiene nada que ver—le aseguró su amiga. Eso lo animó un poco—. Mi madre es bruja, y yo soy malísima con los encantamientos, aunque tampoco es que haya mirado mucho los libros.
—Mira esto—le dijo Nick a Sasha y sacó su varita mágica del bolsillo interior de la chaqueta.

A continuación apuntó a la jaula de su lechuza, agitó la varita y exclamó: ¡Wingardium Leviosa!
La jaula de Bella comenzó a elevarse en el aire y la lechuza chilló en señal de desaprobación, pero no le quedó más remedio que resignarse.
—Lo siento, amiga—se disculpó el chico dejando la jaula en su lugar. Bella lo miró con evidente odio y luego gruñó.
—Es increíble—lo felicitó su amiga una vez terminada la demostración—. Yo, además de Baúl Locomotor, solamente he aprendido éste.

Sasha apuntó con la varita al pomo de la puerta del compartimento y dijo: Alohomora. Entonces la puerta mágicamente de abrió.
—Sí, también...

El muchacho iba a decir que también había practicado ese hechizo, pero su voz se vio interrumpida por la repentina irrupción en el compartimento de una extraña persona. Llevaba una túnica completamente negra y una capucha escondía prácticamente toda su cara. De no haber sido por un largo mechón de cabello rubio que salió de la capucha cuando pasó por su lado, Nick no hubiera sabido que se trataba de una mujer. La extraña mujer se sentó a su lado, sin saludar y sin siquiera preguntar si podía sentarse.
Al cabo de unos minutos la figura encapuchada permanecía inmóvil. No había dado señales de vida desde su llegada, así que el chico se atrevió a susurrarle a su amiga:
—¿No te parece rara?
—¿Cómo sabes que es una mujer?—le preguntó Sasha, también con voz queda.
—Porque he visto un mechón de cabello largo que le salía de la capucha.—respondió Nick.
Ninguno de los dos dijo nada más, principalmente porque la figura encapuchada que permanecía inmóvil a su lado inspiraba verdadero terror. Ni siquiera se atrevieron a moverse cuando pasó la señora del carrito, de modo que se perdieron las grageas de todos los sabores y las ranas de chocolate
Unas horas después, cuando el Sol comenzó a ponerse, el tren aminoró la marcha y los muchachos dedujeron que debían estar cerca; así que prosiguieron a ponerse las túnicas y esperaron impacientes hasta que por fin el expreso se detuvo completamente.
Los pasillos eran una locura total. Muchos estudiantes corrían de un lado para otro con entusiasmo. Mientras tanto, algunos resagados terminaban de ponerse las túnicas. Nick y Sasha bajaron del tren deseosos de ver la escuela, pero por allí no había ninguna señal de un gran colegio de magia.
—¿Dónde está Hogwarts?—preguntó confundido Nick mientras miraba hacia todas las direcciones buscando el impresionante castillo. Estaban en un pequeño andén. A su alrededor prácticamente no se veía nada, pues la oscuridad de la noche hacía su trabajo impidiéndoles divisar cualquier objeto a más de dos metros.
—Tal vez tenga algún encantamiento para que sólo lo puedan ver los estudiantes—especuló Sasha—, y como nosotros todavía no somos estudiantes oficialmente, seguramente por eso no lo vemos.
No muy lejos de ellos se escuchó una voz que se alzaba por encima de los murmullos de los estudiantes.
—Los de primer año, síganme. Primer año, por aquí.
Un mago de cabello negro (no muy viejo, pero sí un poco regordete) sostenía una lámpara y guiaba a los confundidos e inexpertos alumnos de primer año hacia un sendero. Nick y Sasha siguieron a aquel hombre, que deducían que era un profesor.
—Soy el profesor Longbottom—dijo al fin el hombre que iba a la cabeza de una enorme fila—, y me encargaré de llevarlos a todos al castillo en los tradicionales botes.
—Profesor—dijo una chica un poco más adelante de donde estaban Nick y Sasha—. ¿Dónde está el castillo?

—Justo ahí.—respondió el profesor emocionado señalando hacia las montañas que tenían delante.
El sendero los había llevado al borde de un enorme lago, donde se encontraban algunos botes. Al otro lado del lago, en la cima de una montaña, se erguía majestuosamente un enorme castillo. La luz que venía de las ventanas—muchas ventanas—deslumbró a los muchachos, que miraban asombrados la que sería su escuela durante siete años, probablemente los mejores de sus vidas.
—Sólo pueden montar cuatro por cada bote.—anunció el profesor y se apresuró a organizar a los estudiantes en cuartetos.

Sasha y Nick, que eran los últimos en la fila, tuvieron que ir en el bote del profesor junto a otro chico de cabello muy negro y ojos también oscuros. Mientras el profesor remaba los muchachos se dedicaron a observar el paisaje. Los árboles, las montañas, el cielo estrellado, el gran lago, el castillo; todo parecía perfecto. A lo lejos, surcando los cielos, Nick divisó unos hermosos carruajes que transportaban a los alumnos de cursos superiores. Durante un rato reparó en los extraños caballos negros con alas de murciélagos que tiraban de ellos. El chico quiso preguntar qué eran, pero su bote ya había llegado a la otra orilla. Cada pensamiento que tenía se esfumó de su cabeza dando paso a los nervios y a la inseguridad, pues sabía a lo que se tendría que enfrentar en cuanto pusiera un pie dentro del castillo.
—Vamos, la Ceremonia de Selección los espera.

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