Capítulo 44: Por fin pude verte...

Yaoyorozu dejó caer el cuchillo al suelo y no dudó ni un solo segundo en dirigirse hacia Jirou lo más rápido que pudo.

La atrajo hacia sí en un fuerte y cálido abrazo mientras sollozaba pidiendo perdón una y otra vez y prometiendo que nunca más la iba a abandonar. Que se iba a quedar a su lado pasase lo que pasase. Que nunca más iba a estar sola.

Kyouka rompió en llanto junto a ella diciéndole que no importaba. Que todo estaba bien. Que no debía de llorar.

Mitsuki se limitó a observar aquel enternecedor momento mientras una triste sonrisa se formaba en su rostro.

[...]

—Tienes que irte —la voz de la madre de Yaoyorozu llamó la atención a las jóvenes que permanecían abrazadas.

—La ejecución tiene que continuar —informó Endeavor; al parecer, todas las personas que rodeaban aquel lugar se habían tranquilizado y lo único que les importaba era que Mitsuki Bakugou fuese ejecutada.

—Ve con Kyouka y no regreses —ordenó la señora de clase alta dispuesta a seguir viendo lo que le ocurriría a Mitsuki.

Jirou se giró levemente para ver a dicha mujer. Le dolía ver a la madre de Katsuki en ese estado. Se sentía culpable; pero no podía hacer nada.

Lo último que vio de Mitsuki, antes de ir con Momo a su nuevo hogar, fue una pequeña sonrisa que le dirigió con una mirada llena de sinceridad. Era como si le incitase a seguir viviendo lo que ella ya no podría.

"Lo siento."

Lo único que podía hacer era aceptarlo y alejarse mientras las voces y abucheos de la gente resonaban en sus oídos.

Junto a Yaoyorozu, Jirou comenzaría una nueva vida.

[...]

Hace más de tres años...

Bakugou nunca había tenido problemas económicos.

Su padre tenía un buen trabajo y cubría todos los gastos que hiciesen falta. Su madre se encargaba de todo lo relacionado con las tareas del hogar aunque, en realidad, ella era la que tenía el carácter fuerte y dominante.

Asistía a la escuela que solo podía permitírselo gente con dinero y siempre había sido halagado por sus buenas calificaciones. Los demás niños lo tenían en lo alto; lo consideraban el mejor.

Y con el paso del tiempo... se acostumbró.

En la escuela su fama cada vez comenzaba a crecer más hasta el punto de que ya no hubiese solo personas que lo admirasen; algunos estaban comenzando a sentir envidia. Tenían celos de cómo era tratado y cómo había comenzado a considerarse el mejor, de cómo su ego subía cada vez más.

Cuando llegó a la adolescencia, todo empezó a empeorar. Su carácter había cambiado para mal y se limitaba a mirar por encima a todo el que osase acercarse a él. Se había acostumbrado a algo que no debía.

—¡Katsuki! ¿Tienes personas importantes? —inquiría cierto joven que se pasaba todo el día detrás de él, haciéndole cumplidos solo para ganarse el hecho de poder caminar a su lado.

Bakugou se quedó pensando un rato la respuesta. Le daba absolutamente igual. Él sabía perfectamente que todos eran unos falsos.

—¿Qué mierda te importa? —respondió de mala gana levantándose y a punto de irse de la clase.

—¡Es por curiosidad! No sé, seguro que, por ejemplo... ¿tus padres? —prosiguió aquel chico mientras iba detrás de Katsuki siguiéndole como si no tuviera nada mejor que hacer; como un simple perro faldero.

—Supongo —chasqueó la lengua frunciendo el ceño con rabia; aquel tipo le caía bastante mal—. Y ahora lárgate —añadió mirando con asco al joven que había ocultaba su rostro dejando solo ver una leve sonrisa.

Estaba comenzando a ser odiado.

Como era habitual, regresó a su hogar seguido por un grupo de compañeros de su clase que lo único que les interesaba era la fama que tenía Katsuki. La monotonía de todo le estaba comenzando a hartar. Se estaba empezando a cansar de toda la mierda que le rodeaba. No era feliz.

Quizás lo fue cuando era pequeño.
Cuando jugaba con sus padres.
Cuando conoció a cierto niño del que ya no recordaba absolutamente nada; solo el hecho de que una vez jugaron juntos en el bosque. Ni siquiera su rostro, mucho menos su nombre. Lo había olvidado y, desde que empezó a asistir a la escuela, todo le empezó a resultar más aburrido.

La monotonía le daba asco, pero... Si Bakugou tuviera que haber elegido entre seguir viviendo así o perder a su padre, sin dudarlo, preferiría seguir en su día a día común.

—Katsuki —su madre le estaba esperando dentro de su casa; parecía bastante seria—. Tenemos que hablar —añadió con cierto dolor en sus ojos.

Bakugou no comprendía nada, solo se limitaba a mirar con enfado a aquella mujer sin entender el motivo.

Aún así, él sabía perfectamente que no eran buenas noticias.

—Tu padre... —empezó dicha mujer mientras fruncía el ceño y apretaba con rabia ambos puños—. Masaru ha muerto.

Katsuki no lo podía comprender.

—Dicen que tuvo un accidente en el trabajo —prosiguió su madre cada vez con más dolor en sus palabras.

Katsuki no lo podía aceptar.

—No mientas... —sentenció con rabia dejando ver la desesperación en sus ojos.

Le costaba asimilarlo. Era una información demasiado repentina. Lo negaba. No era cierto. Su padre seguía vivo. Todo era una mentira. Todas las personas le mentían. Estaba siendo engañado de nuevo.

—¡Katsuki! —gritó Mitsuki al ver cómo su hijo pasaba de largo ignorando todo y dirigiéndose hacia su habitación.

Permaneció encerrado y se negó a asistir a la escuela. No iría hasta que su padre hubiera regresado de trabajar.

Pero, muy en el fondo, Bakugou sabía perfectamente que no iba a volver. Sabía que aquel hombre se había ido para siempre. Sabía que, pronto, empezarían más problemas.

Su madre había comenzado a llegar bastante tarde a casa y él ya no asistía a la escuela.

Porque Mitsuki conocía las leyes y sabía que tenían que retribuir los impuestos mensuales. Que Masaru, el único con trabajo, ya no estuviera, significaba que ella tenía que hacerse responsable. Aún así, ningún trabajo era suficiente para que pudiese conseguir el dinero necesario. Ninguno a excepción de lo más bajo que había y que, si su hijo llegaba a enterarse, probablemente terminaría en desastre.

"Lo hago por mi hijo."

Ofrecer su cuerpo a desconocidos para conseguir un sueldo con el que poder pagar los impuestos era lo único que podía hacer. Mitsuki no quería que su hijo se convirtiera en schiavu. Ella haría lo que hiciera falta con tal de seguir viviendo junto a él. Después de todo, para Mitsuki, Katsuki era la persona más importante de su vida.

Pero Bakugou comenzó a sospechar. Su madre simplemente le decía que había conseguido un trabajo en una tienda, pero él sabía que no era así. Por eso, una noche, la siguió y pudo entenderlo perfectamente; su madre estaba vendiendo su cuerpo por dinero.

"Asqueroso..."


La rabia y el odio que comenzó a sentir en aquel momento fue indescriptible. Sentía ganas de matar a quien fuese que hubiera tenido a su madre así. Quería entrar en aquel local y asesinar a todos esos bastardos. Lo aborrecía; detestaba aquel acto.

"Asqueroso..."


Se limitó a esperar afuera de aquel lugar para ver a su madre salir... y así fue.

—Katsuki... —murmuró al notar cómo, al parecer, su hijo parecía más enfadado de lo normal.

—Maldita vieja asquerosa... —sentenció mirándole con odio a los ojos—. Prefería haberme vuelto una escoria a esto.

—Tenía que hacerlo —respondió Mitsuki acercándose hacia su hijo para apoyar una mano en su hombro.

—¡NO TE ACERQUES! —gritó negando a su madre y alejándose de ella—. Me das asco —finalizó pasando por su costado, dispuesto a largarse y no regresar a casa nunca más.

Mitsuki sintió cómo se le oprimía el pecho. Era doloroso. Ya podían haber utilizado su cuerpo, ya podían haberla hecho caer en lo más bajo, pero que su propio hijo pronunciase aquellas palabras, que su hijo le dijera algo así... dolía demasiado.

Sentía que había fracasado como madre. Que no había servido de nada. Que todo lo que había sacrificado había sido en vano.

Desde aquella noche, su hijo no regresó a su hogar. Katsuki se había independizado.

[...]

A lo mejor no tuvo que haber oído aquellas palabras.
A lo mejor tuvo que haberse quedado en la casa de Izuku.

—¡Rápido, la ejecución de Bakugou Mitsuki va a proseguir! —la voz de cierto niño hizo que Katsuki se detuviera y se girase hacia donde la gente acudía.

Quizás le estaban volviendo a engañar. Estaban mintiendo de nuevo... o, al menos, eso era lo único que él podía pensar.

—¿Otra mentira más...? —murmuró con rabia mientras apretaba los dientes sintiéndose asqueado por toda la situación.

No tuvo que haberse dejado llevar.

Sin detenerse ni percatarse de lo que hacía, se estaba dirigiendo hacia la plaza central del pueblo en el que casi toda la gente se había reunido.

Las voces y abucheos, las repeticiones del nombre "Mitsuki" y el cómo parecía haber una persona en el centro, le desesperaba cada vez más. Insultaba empujando a las personas que le impedían ver lo que fuese que estuviera sucediendo en aquel sitio.

Porque se negaba a aceptarlo.
Negaba la realidad.
Pero no podía seguir pensando que todo era otra mentira más. Mucho menos cuando se abrió paso entre la multitud y pudo contemplar con claridad a su madre.

Esa mujer que había negado y despreciado hace más de tres años. Esa mujer que había hecho todo lo que estaba en sus manos para poder mantenerle. Esa mujer que tanto había llegado a odiar y que, a la vez, seguía importándole.

Porque, para Bakugou, su madre seguía siendo una de las personas más importantes de su vida. Aunque no lo admitiera, a diario siempre pensaba en cómo estaría ella. Si seguiría viva. Si le podría perdonar.

Ahora no podía hacer absolutamente nada. El tiempo se había terminado. Ni siquiera podría despedirse adecuadamente; ni siquiera podría decirle que la quería.

Sus ojos se abrieron como platos al visualizar la situación en la que ella estaba.

Atada en una gran estaca de madera y a tan solo pocos segundos de que el encargado de la ejecución se acercase con la antorcha y cumpliera su cometido.

Le costaba asimilarlo; mucho más cuando Mitsuki alzó su rostro y los ojos de ambos, madre e hijo, se encontraron.

Pudo ver sus lágrimas de felicidad; su sonrisa de que, por fin, había cumplido el único deseo que le quedaba.

—Katsuki... —murmuró con una voz rota y dolorosa, casi inaudible pero que Bakugou pudo leer en sus labios—. Por fin pude verte —sonrió con tristeza.

Ni un solo segundo más.

El hombre encargado de la ejecución había dirigido la antorcha a la mujer cubierta por aquel líquido inflamable.

Lo único que se escuchaba eran los gritos de alegría de la gente mezclados con los de dolor de Mitsuki.

Aquella mujer estaba siendo quemada viva y Katsuki lo estaba viendo con sus propios ojos.

POV Bakugou Katsuki

No podía expresar lo que estaba sintiendo en aquellos momentos. Era la primera vez que odiaba tanto algo. La opresión que sentí en el pecho al ver cómo las llamas consumían el cuerpo de mi madre y le hacían gritar de dolor era repugnante.

—¡Kacchan!

Ese bastardo me había detenido.

No tenía pensado quedarme quieto mirando cómo la asquerosa gente y los desgraciados reyes festejaban lo que le estaban haciendo a mi madre. Iba a matarlos a todos. No dejaría a nadie con vida. Me daba absolutamente igual lo que me hicieran.

—¡SUÉLTAME! —grité al sentir la presión que aquel tipo había ejercido en mi muñeca izquierda.

"Mi madre está..."


—¡No puedes! —volvió a retenerme sujetándome por ambos brazos e impidiéndome ir—. ¡Si lo haces todo empeorará!

POV Narradora

Bakugou no podía avanzar. A pesar de estar utilizando toda su fuerza para librarse de Midoriya, no lo consiguió. Porque Katsuki no era consciente de que estaba llorando y que todo su cuerpo le empezaba a pesar. Sus ojos llenos de desesperación solo miraban cómo el fuego acababa lentamente con la vida de su madre; cómo no podía salvarla.

—¡SUÉLTAME! —gritaba una y otra vez, cada vez perdiendo más fuerza y tratando de aferrarse a lo imposible—. ¡Ella...!

Porque Izuku sabía perfectamente que si alguien cualquiera se interponía en una ejecución, la posibilidad de que también fuese condenado era demasiado alta. Aquel joven no quería perder a Katsuki.

—Suéltame... —repetía cada vez cesando el tono de su voz rota y llena de dolor mientras lo único que podía hacer era ver su vista nublada por las incontables lágrimas que no cesaban.

Se podía notar el terror en sus ojos al ver el cuerpo quemado de su madre a la que nunca pudo decirle lo que de verdad sentía.

Dejó de resistirse y se dejó caer al suelo de rodillas a la vez que Izuku seguía abrazándolo por detrás para no dejarle ir.

Lo único que se pudo escuchar en la plaza fue el fuerte grito prolongado de dolor de Katsuki mezclado con los vitoreos de la gente.

[...]

•◇◆◇◇◆◇•◇◆◇◇◆◇•


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