Ouija.
Nueva Jersey, 1934
— ¡Gerard Way, ven acá!
Gerard jadeaba, huyendo de la voz dueña de esas palabras, sus piernas adoloridas corrían por prisa hacia el segundo piso de la casa y luego en las escaleras hacia las pequeñas habitaciones del tercer piso, ahí estaba su habitación. Entró al cuarto, antes había dejado a su hermanito ahí, pero ya no estaba por ningún lado.
Los pasos se acercaban por el pasillo, haciendo temblar la madera y al mismo Gerard.
— ¡Ven acá, no huyas mocoso de mierda!
Gerard se sentó detrás del armario, en una de las esquinas de su cuarto, cubrió su cabeza con sus manos, intentando ir a su lugar feliz, dejando atrás todos esos malos pensamientos, malos recuerdos y las pésimas imágenes de lo que se venía.
Gerard Way era el hijo mayor de un matrimonio que alguna vez tuvo todo, pero con la gran depresión del 1929 perdió gran parte de su fortuna. Habían intentado cubrir la adicción al alcohol del padre vendiendo las decoraciones de la casa, las pinturas, despidiendo al servicio, pero cinco años después no era suficiente.
Hacía un año habían comenzado a vender las joyas y vestidos de la madre, entonces ella decidió marcharse. El padre quedó solo con sus hijos de dieciséis y trece años. Era difícil.
— ¡Gerard!
La puerta se sacudió en sus goznes, papá estaba cerca. Gerard tenía el rostro cubierto de lágrimas y varios hematomas comenzando a borrarse, cada vez que se movía su cuerpo dolía, tenía dos costillas quebradas, podía jurar que estaban lastimando sus pulmones.
Las lágrimas seguían cayendo por su rostro.
— ¡Gerard!
Largo silencio.
La puerta se abrió.
Y Donald gritó.
Gerard, su hijo mayor estaba colgado en las cortinas, un nudo en torno a su cuello, su rostro pasando al morado. Corrió y como pudo lo bajó de ahí, empezó con la reanimación, pero nada funcionó.
Gerard se había quitado la vida.
Nueva Jersey, 2013
Para cualquier chico de catorce años era ya la hora de dormir, pero Frank Iero no era cualquier chico, porque estaba de cumpleaños y desde hacía una hora y treinta y cinco minutos —mientras sus amigos no miraban los había contado— que tenía quince años.
Ahora podía dormir tarde si quería, o no dormir en lo absoluto.
Sus amigos habían llevado cervezas y cigarrillos, se habían burlado de las cornetitas y gorritos, globos y el pastel, que su madre había comprado para ellos. Eran chicos grandes, un cumpleaños así era para alguien que cumplía 14, no quince.
Y mucho menos cuando tu cumpleaños es en el maldito día de Halloween.
Frank se había sorprendido al ver llegar a Raymond, Bob, Brian, incluso estaba Mike, un chico de dieciséis años, eso había aumentado el pedigrí a su fiesta, claro, si hubiesen chicas ahí. Pero su madre tenía una regla, nada de chicas y chicos juntos en la misma habitación. Pero claro, podían llenar el pasillo con humo de cigarrillos sin problemas.
— Esto es peor que el cumpleaños de mi primo de seis años.
— ¿El de la fiesta de Barney?
— No, ese era el cumpleaños de mi hermana, el de mi primo tenía motivo de Spiderman.
— Oh... pero el mago estuvo genial esa vez.
Bob hizo una mueca ante la respuesta de Raymond y luego se echaron a reír, era también común que entre risas se atoraran con el humo del cigarro y terminaran tosiendo y lagrimeando; después de todo ninguno sabía fumar.
— Deberíamos aprovechar que es Halloween e invocar algunos demonios —intentó Mike, dedicándole una sonrisa maliciosa a esos niñatos un año menor, por lo tanto, un año más estúpidos que él.
— No creo que a mamá le guste —masculló Frank frotando su frente, desvió la mirada al sentir la de sus amigos encima. Pero realmente a su mamá no le gustaría eso, ella era demasiado devota y sus domingos por la mañana en la iglesia daban cuenta de aquello.
— ¿Quieres crecer o no? —Mike alzó una ceja, lanzó el cigarrillo al piso y lo aplastó con su zapatilla, Frank tragó saliva y asintió— Brian ¿Andas con el tablero de ouija?
Brian aclaró su garganta dándose importancia y fue a tomar su mochila, del interior sacó un rectángulo de madera con cosas grabadas en él, lo había tomado de la casa de su tía, pero juró regresarlo en cuanto Halloween terminara. Regresó al grupo y se puso de rodillas en el piso, los chicos se le unieron, Frank miró una última vez a la puerta y se unió también.
— ¿Qué hay que hacer?
Brian tomó una especie de pluma de guitarra con un círculo en el interior, era un poco más grande y de metal, la dejó sobre la tabla. Entonces Frank la miró, había letras ahí, un abecedario, también un "Sí" y un "No", junto con símbolos que parecían satánicos.
Hubiese sido mejor idea pasar su cumpleaños besando chicas en la casa de Jamia. Quizá y hasta hubiese podido besar a Jamia. Qué lástima, de seguro ella había besado a alguien más mientras él jugaba a invocar fantasmas en su jodida habitación.
— ¿Quién tiene los huevos? —Brian alzó sus cejas, Bob se ofreció y ambos posaron los dedos en la pluma, se mordió los labios hasta sacarse trocitos de piel, podía ver como el sudor corría por el rostro de Bob, pero dos minutos después supieron que nada pasaría.
— ¿Murió alguien en tu casa? —Mike preguntó, ofuscado. Bob estaba moviendo sus dedos, al parecer se le habían dormido. Frank negó— Debiste haberlo dicho antes, idiota. Es imposible hacer esto sin un fantasma.
— Podemos jugar al Jóker —aventuró Ray, los chicos lo miraron curiosos, incluso Mike, el alzó sus cejas y con una sonrisa agregó— ¿Jamás han jugado?
Todos negaron, también Mike quien parecía el más curioso de todos aunque intentara ocultarlo. Ray sonrío y se acomodó en el piso, aclaró su voz y comenzó.
— Necesitamos velas blancas y rojas, un jóker de un mazo de cartas, y sangre de la persona más seria acá. Entonces nos tomamos de las manos y repetimos al mismo tiempo "Baila Jóker, baila" si él baila, y alguien se ríe, está muerto. Saldrá de la carta y te seguirá hasta conseguir tu alma, entonces tú serás el siguiente jóker. Si nadie ríe mientras él baila el jóker será tu puta y hará lo que tú quieras.
Ray disfrutó ver el rostro conmocionado de sus amigos y volvió a erguirse, dejando a una de sus manos acomodar su esponjoso cabello. Mike río.
— Esos son juegos de niños.
— Entonces inténtalo —lo retó Ray.
— Hagámoslo.
Unos minutos después Frank regresaba a la habitación con las velas, no sabía dónde su mamá había conseguido velas rojas pero esperaba que no se diera cuenta de que ya no estaban. Los chicos ya habían conseguido las cartas y una pequeña navaja, Mike la sostenía en su mano, listo para sangrar sobre la carta.
— ¿Están seguros de esto? —preguntó Frank, él no lo estaba.
— No seas gallina, Iero —gruñó Brian.
Frank suspiró y posó cada una de las velas con sus recipientes en un círculo en torno a un espacio suficiente como para dejar la carta, entonces Ray tomó su encendedor.
— Es muy importante encenderlas en dirección a las agujas del reloj —informó encendiendo la primera, entonces miró a Mike— ¿Listo?
Mike hizo una mueca, como si le estuvieran preguntando algo realmente estúpido y se hizo un corte cerca de la palma, un par de gotas de sangre cayeron sobre la carta y la dejó al interior del círculo de velas, los chicos se tomaron de las manos, a Frank le tocó una mano de Bob y una mano de Brian. Sus ojos no querían mirar pero se obligó a hacerlo.
"No te rías, no te rías" Se repitió mil veces mentalmente hasta que los chicos comenzaron a recitar las palabras, entonces él lo hizo también.
— Baila jóker baila...
Frank pudo haber jurado que algo se movió en la carta, pero posiblemente era el reflejo de las velas y la sangre, sí, era eso.
— Baila jóker baila...
Las luces parpadearon, Frank tuvo frío.
— Baila jóker, baila...
Alzó la mirada, todos los chicos lucían asustados, miró la carta, no sucedía nada, se sintió levemente decepcionado. Un par de veces más repitieron esto pero nada pasó, entonces Ray se dio por vencido.
— ¿Y si jugamos a Bloody Mary?
— ¿Bloody Mary? —preguntó Frank. En cuanto sus amigos se fueran visitaría blogs en internet para no quedarse atrás en cuanto a leyendas urbanas. Ahora fue Bob quien resopló, de seguro ya se había aburrido y cuando eso pasaba se ponía de mal humor.
— Tienes que ir al baño, mirar al espejo, con todo a oscuras, entonces repites tres veces esa mierda y la tipa se aparece a quitarte los ojos.
— ¿Por qué habría de hacer eso? —preguntó Frank una vez más, conteniendo el aliento. Bob se encogió de hombros.
— Son juegos Frank, vamos, no seas marica —río Mike, Frank tragó saliva.
No era difícil, además su mamá estaba durmiendo y era imposible que eso pasara. Asintió quedamente y se puso de pie.
— Tienes que decirlo fuerte para que te creamos —dijo Ray, Frank asintió una vez más.
Con paso torpe llegó al pasillo, estaba bastante oscuro pero no le importó, buscó la puerta junto a la suya y entró, entonces encendió la luz pero luego recordó que tenía que ser con la luz apagada.
— Blo...
— ¡Más fuerte! —gritó alguien, probablemente Mike desde su habitación.
— Bloody Mary. Bloody Mary.
Suspiró fuertemente, parpadeó un par de veces, sólo se podía ver a sí mismo en el espejo, nada raro. Escuchó un rumor afuera pero no le dio mayor importancia.
— Bloody Mary.
Esperó.
Golpes, muchos golpes en la pared y gritó, gritó porque estaba a punto de orinarse de miedo. Los golpes en la pared aumentaron cuando intentó abrir la puerta, alguien estaba bloqueando el pomo. Frank quiso llorar.
Y luego risas.
Detrás de las risas la voz de su madre.
— ¿Qué demonios está pasando aquí? —chilló con sus bucles en el cabello, los chicos seguían riendo.
Frank estaba rojo de la vergüenza y miedo y por haber gritado como niña. Pero al menos estaba bien, y su mamá estaba ahí. Suspiró. Aceptó cada reto de su madre y diez minutos después estuvo solo en su habitación, la pijamada se había cancelado y ahora cada quien estaba en su cama.
Se acostó mirando al techo. Tenía quince años...
Entonces una piedra chocó contra su ventana, miró y eran sus amigos.
— ¡Iremos a jugar ouija a la casa Way!
Era la enorme casa abandonada tres calles al sur, todos decían que ahí habitaba el fantasma del hijo mayor de la familia, él se había suicidado casi ochenta años atrás, y todo el mundo sabe que Halloween es el momento perfecto para jugar con fantasmas. Frank miró por sobre su hombro, su madre había vuelto a dormir y si llegaba antes del amanecer nadie se daría cuenta.
Tomó su chaqueta y se lanzó por el ducto de la cañería.
Podía jugar con fantasmas, ahora tenía quince años.
Afuera hacía más frío del que esperaba, pero los chicos tenían cervezas y más cigarrillos, tomó sólo un cigarrillo y lo fumó con calma mientras caminaban. Era raro, el cielo estaba despejado pero aun así hacía frío, las casas estaban a oscuras y silenciosas a excepción de un par que al parecer tenían fiestas celebrándose.
Frank se preguntó que estarían haciendo en esas casas, sin duda era menos peligroso que irse a meter a una vieja mansión abandonada. Luego de un rato notó como Mike, Brian y Bob se enfrascaban en una conversación, Ray estaba leyendo la etiqueta de su cerveza. Ninguno tenía mucha resistencia al alcohol. Después de todo sólo tenían quince y dieciséis años.
— ¿Tienes miedo? —preguntó Frank, Ray tardó un poco en notar que le estaba hablando a él y se giró, sonrío, apuntó a los chicos delante de ellos y luego asintió.
Sí... todos estaban ahí para verse más genial frente a los otros, incluso él, y eso era una mierda. Su cama era mucho más atractiva que esa mierda Y todavía no se recuperaba del susto después de jugar Bloody Mary.
Frank estaba pateando piedras cuando llegaron a la enorme mansión, Brian movió la reja y esta lanzó un feo chirrido cuando la arrastró contra el cemento, todos entraron en fila y se plantaron ante la puerta principal, Frank miró hacia arriba, fácilmente medía dos metros y medio. Eran jodidamente grandes y pesadas.
— ¿Y dónde está el candado? —preguntó Bob, Frank miró hacia dónde debería ir. Sólo había una cadena cortada a la mitad colgando sobre sí misma, alguien había forzado la entrada, pero a juzgar por el color de la cadena, hacía mucho tiempo que eso había pasado.
— ¿Vienen o no?
Brian se adelantó, con su hombro empujó la puerta y Frank pudo ver como la manzana de adán del cuello de Mike se movía en su lugar; tenía miedo. Pero de igual modo encaminó la marcha, Brian logró abrir lo suficiente para los cinco.
Cuando Frank dejó de sentir el frío y en lugar de eso sintió un olor a humedad, abrió los ojos.
El lugar era enorme, mucho más grande que el museo de la ciudad, pero no tanto como el centro comercial. Se aventuró a pasar la mirada por las paredes con largas ventanas parchadas con madera, la pintura descascarada y enormes grafitis con escrituras obscenas. En el techo había un soporte, posiblemente cuando la casa vio mejores tiempos hubo un enorme candil de cristal, pero ahora no quedaba nada y era bastante triste.
Las escaleras eran anchas y con la escasa luz de las luminarias de la calle y la luna alcanzaba a mirar el detalle tallado en madera del pasamanos, al fondo, detrás de unos ventanales sin vidrio, había un pasillo y luego más habitaciones. Frank miró hacia arriba, había una especie de terraza interior, más allá se veían más escaleras que daban al tercer piso, Frank sintió un escalofrío.
— ¡Woohoo! —gritó Ray, su eco resonó en toda la propiedad, los chicos rieron, Frank deseo regresar a casa.
— ¿Vienen o qué? —Mike sonaba molesto, luego de su segunda cerveza había alcanzo algo de valía y ahora nuevamente estaba encaminando la marcha, los chicos lo siguieron escaleras arriba.
El segundo piso olía a mierda, pensó Frank. Y las escaleras crujían bajo su peso, se imaginó que tan corroída estaba la madera y cuantas ratas aparecerían si rompían algo por accidente. Cuando llegaron arriba vio que estaba igual de sucio y desolado que el piso anterior, Mike caminó hasta llegar a una especie de salón, ahí no había madera en los marcos de las ventanas, hacía algo de frío.
— ¿Qué haremos? —preguntó Frank. Los chicos lo miraron como si se tratara de un pobre diablo.
— ¿No conoces la leyenda de esta casa? —intervino Ray, a Frank le recordó a Gerald, de Hey Arnold. Contuvo la risa—. Fue durante la primera guerra mundial...
— La segunda —lo corrigió Brian.
— Nada de eso, fue durante la gran depresión —Bob chasqueó la lengua. Mike seguía en su cerveza.
— Oh cierto, fue durante la gran depresión —asintió Ray y luego continuó— aquí vivía una familia de cuatro con muchos criados y muchos lujos. El padre era dueño de una gran compañía, la madre era una mujer de la alta sociedad y los hijos eran dos tipos normales, tenían 13 y 16 cuando sucedió.
— ¿Sucedió qué? —intervino Frank, en algún momento había adoptado una cómoda posición abrazando sus rodillas y mordiéndose la uña de pulgar, Ray lo miró fastidiado.
— Durante la gran depresión el padre perdió todas sus empresas, toda su fortuna. La madre no pudo soportarlo y lo dejó, pero se fue sin sus hijos. El padre tuvo que despedir al servicio y vender muchas cosas de la casa, los chicos estaban muy mal. Pero eso no era todo, el padre comenzó a beber y cuando bebía los golpeaba. Todos los vecinos decían escuchar los lastimeros quejidos del mayor de los hijos. Fue una agonía que terminó un día como hoy.
— ¿Cómo terminó? —Frank notó que era el más concentrado en la historia, quizá los demás la conocían o la encontraban tonta, pero él sintió una gran empatía con el hijo mayor de la familia Way, y no es que estuviera pasando por eso, sino que sintió mucha lástima por él.
Ray no dijo nada, en lugar de eso deslizó el pulgar por su cuello y luego cerró el puño, haciendo una mueca como si de un ahorcado se tratarse.
— ¿Se suicidó?
— Sí, con las cortinas de su habitación. Cuando el padre lo encontró el chico ya estaba muerto, entonces, para que no lo culparan tomó al hijo menor y se fue lejos. Nadie más volvió a verlo, al hijo mayor lo enterraron en el mausoleo familiar. Y la casa ha estado abandonada desde entonces.
Frank se quedó en silencio entonces, sus ojos volvieron a pasear por el lugar, tratando de imaginarse cuál era la habitación del muchacho. Era demasiado triste.
— Bueno... ya que terminaron con la teleserie ¿Podemos jugar? —Brian alzó sus cejas, tomando el tablero desde el interior de su mochila— Mike, trae tu encendedor para ver alguna mierda.
Los chicos volvieron a acomodarse en torno a la tabla, Frank quedó junto a Brian quien le miró divertido, ambos moverían la pluma sobre el tablero. Frank sintió sus manos sudar y las secó, los chicos estaban concentrados, incuso Mike estaba mirando atento y bajó la mirada, Brian ya había posado sus dedos ahí, entonces lo imitó.
— No tienes que empujar, tienes que dejar que esto avance solo —dijo Brian, Frank asintió. Pero era imposible que avanzara por sí mismo, después de todo sólo ellos dos tenían sus dedos ahí.
— ¿Quién comenzará con las preguntas? —Bob habló por primera vez en mucho tiempo, su voz se escuchaba pastosa, posiblemente por las tres o cuatro cervezas que traía encima.
Ray aclaró la voz y avanzó un poco, los chicos le dieron el habla y él comenzó— ¿Hay un fantasma aquí?
Esperaron.
Entonces Frank sintió un leve empujón en sus dedos, miró a Brian pero él estaba sonriendo, quizá era él, quizá no. No, claro que era él. ¿Quién sino?
La plumilla se detuvo en la casilla "Sí"
Todos soltaron una especie de jadeo de expectación, estaban mucho más juntos ahora, tanto que dificultaban la labor de Mike para encender la luz sobre el tablero. Pero el fantasma dijo que estaba ahí. Entonces Ray preguntó de nuevo.
— ¿Pertenecías a la familia Way?
Esperaron.
La plumilla avanzó hacia arriba y luego regresó a la casilla "Sí"
Frank temblaba de pies a cabeza, miró a los chicos, estaban pálidos. Pero sabía que si admitía tener miedo lo molestarían y le dirían gallina. Decidió contenerse. Ray decidió que era suficiente, después de todo era el único Way que había muerto ahí, entonces cambió la pregunta, ya no quería "Sí"
— ¿Cómo estás?
Esperaron.
Frank miró a Brian, esperando ver su sonrisa cuando a plumilla comenzó a escribir una palabra, pero no sonreía, a decir verdad, jamás lo había visto tan pálido. Una S, una O, una L, una I, una T, una A, una R, una I, una O...
— Solitario —murmuró Frank, su voz estaba contraída, Ray asintió.
Estaban demasiado callados, asustados, concentrados, Frank podía descifrar de quien era cada una de las respiraciones, pero los pasos en el piso superior claramente no eran de ninguno de ellos.
Vio el momento exacto en que cada par de ojos se abrió dolorosamente, como el encendedor y las cervezas volaron, como se pelearon para ir a la puerta y luego escaleras abajo, iba él último en la fila porque se había caído, su pie dolía y los gritos de los chicos tanto como los suyos seguían resonando en la vieja casa. Como pudo avanzó hacia el pasillo, los chicos estaban ya en el vestíbulo y supo que no iban a esperarlos.
Giró para dirigirse a la escalera, y entonces vio algo, alguien aproximándose.
No se veía mucho mayor que él, tenía la piel en torno a los ojos algo oscura que contrastaba mucho con lo pálido de su piel, su nariz era bastante respingada y el cabello de un negro increíblemente oscuro. Sus ropas eran lo más vistoso. Traía un traje completo, la chaqueta tenía unas solapas increíblemente enormes que lo hacían lucir más ancho de lo que posiblemente era, el cuello de la camisa era corto y no traía corbata, su pantalón era corto y los zapatos se veían como los de su abuelo.
Era un buen disfraz de Halloween.
— ¿Me puedes ayudar? Mis amigos se fueron y el pie me duele como la mierda —pidió Frank, apoyando su espalda contra la pared.
El chico lo miró extrañado y luego miró detrás de sí mismo, luego lo volvió a mirar y se apuntó. Frank asintió ¿Quién más sino? El chico avanzó entonces hacia él y le tendió una mano.
— Mi nombre es Gerard —dijo con un tono de voz gracioso, remarcaba demasiado cada sílaba, como si tuviera a alguien detrás diciéndole que debía hablar correctamente, seguramente no era de la zona.
— Yo soy Frank —contestó de pura cortesía, haciendo una mueca de dolor. Al parecer había tenido un esguince o algo—. ¿Puedes...?
Gerard asintió y dejó que la mano de Frank se deslizara por sobre sus hombros, Frank notó que su aroma era extraño, como a polvo y madera, y que su piel era aún más pálida de cerca, pero se dejó guiar hacia la sala dónde antes habían estado y Gerard lo bajó hasta el piso, ambos se sentaron frente a frente.
— ¿Qué haces acá? —preguntó Frank doblando la pierna para subir sus jeans y ver su tobillo, Gerard se mantenía completamente erguido, nuevamente parecía de acciones demasiado correctas, Frank pensó que quizá había estado en uno de esos internados donde educan a los muchachos para que actúen como muchachos del siglo pasado, y volvió a mirarlo— Sí, te hablo a ti.
— Pues... —comenzó, alargando la S, sus ojos revolotearon por la habitación y luego los posó en el pie de Frank— estaba yo con unos amigos en la planta superior cuando escuchamos unos infames gritos desde la planta inferior, entonces decidí bajar a ver qué sucedía, y me encontré contigo y tu posible esguince.
— Oh... —asintió Frank, esos habían sido los pasos que los habían alarmado tanto, aunque sólo habían escuchado un par de pies ¿Dónde estaban los demás?— ¿Y tus amigos?
Gerard titubeó nuevamente. — Posiblemente ya se marcharon, ellos se asustaron mucho cuando los oyeron gritar.
Frank frunció el entrecejo, no había visto bajar a nadie más, pero posiblemente estaba tan concentrado en su dolor que no los vio, alzó la mirada y le sonrío, Gerard tardó, pero sonrío de vuelta. Lucía extraño, como si nunca antes hubiese sonreído ante un desconocido.
El tobillo de Frank estaba inflamado, menuda forma de pasar tu quinceavo cumpleaños.
— ¿Me permitirías ver el estado de tu tobillo? —preguntó Gerard, Frank asintió con una nueva mueca cuando sus frías manos tocaron su piel desnuda, Gerard observó con fijeza y luego alzó la vista hacia él— Con una venda estará bien y podrás caminar. ¿Quieres que vayamos a buscar una a mi cua... al tercer piso?
Se había corregido casi al instante, Frank logró ver un sonrojo en sus mejillas pero lucía extraño no como cuando él se sonrojaba, sino que como si pusieras más tonos sobre un gris pálido, más no supo a qué se debía aquello, entonces simplemente se dejó hacer.
Casi diez minutos después lograron llegar al tercer piso, Gerard lo guío a la habitación del final del pasillo, Frank miró a todos lados, no había nada fuera de lugar aparte del hecho de ser un lugar jodidamente viejo, pero no había rastros de que ahí habían estado unos chicos sólo minutos atrás. Esperaba ver un desastre, botellas de cerveza u olor a cigarrillo. Pero no había nada. Aunque su dolor era tanto que no le prestó atención.
La habitación estaba casi igual de desolada que el resto de la casa, lo único diferente que había acá era una cama con colchón desnudo, las largas cortinas en la ventana y un mueble antiguo en la pared contraria. Frank miró la ventana, llegaba hasta el piso y una franja blanquecina de luz llenaba el lugar.
Gerard lo dejó sentado al borde de la cama y se retiró hacia el mueble, regresó luego con un trozo de tela bastante sucio y gastado, y medio sonrío.
— ¿Qué hacían aquí? —preguntó para distraer la atención mientras ponía la venda en el hinchado pie de Frank.
Frank jadeó.
— Estábamos en mi casa, pero mis amigos quisieron venir a este lugar, dicen que está embrujado o una mierda así, entonces se pusieron jugar a la ouija y luego escuchamos pasos arriba...
— Oh... ¿Embrujado dijiste?
Frank asintió.
— Según dijo mi amigo aquí se suicidó un chico de diez y tantos años porque tenía una gran depresión o algo así —dijo desordenando su cabello, no le gustaba la historia y tampoco era bueno prestando atención— como sea, se supone que su fantasma está atrapado aquí. Pero son...
— Patrañas —murmuró Gerard cuando terminaba de ponerla, luego tomó el calcetín de Frank y lo puso en su lugar para sostener el vendaje— Listo.
— Patrañas, exacto —dijo Frank, bajando la mirada a su pie, lo movió levemente y se arrepintió al instante. Seguía doliendo, aunque ahora no tanto, o quería creer eso— Gracias, viejo.
Pasaron el siguiente cuarto de hora hablando de lo asquerosa que era la casa, Frank se había resignado a que sus amigos no irían por él y esperaba a que su nuevo amigo decidiera irse a casa para pedirle un empujón. No sabía cómo demonios bajaría tres pisos con su pobre pie en ese estado, pero no era una preocupación inmediata.
Gerard era agradable. Sonreía poco pero le gustaba su aroma, y aunque parecía estar hecho en tono de grises era guapo, Frank se imaginó que tan pálido era a la luz del sol o cual era su verdadero color de ojos. Con la oscuridad era difícil descifrarlo, pero seguía siendo guapo.
Guapo... era una palabra rara, antes sólo Billie Joe Armstrong había sido guapo y es que era él. Pero Gerard también lo era, de hecho, si Gerard quería besarlo no se negaría.
— ¿Fumas? —preguntó Gerard luego de un rato, Frank asintió enérgicamente y recibió gustoso el cilindro, Gerard le ofreció una mano luego y Frank lo miró extrañado más la aceptó, el mayor lo abrazó contra su cuerpo, Frank nuevamente notó lo frío que estaba y luego se dejó guiar hacia la enorme ventana, Gerard lo ayudó a sentarse en el piso y encendió su cigarrillo.
— Es una muy bonita vista —dijo Frank luego de darle una calada a su cigarrillo, se preguntó si podría ver su casa desde ahí.
— Después de un tiempo se vuelve monótona —repuso Gerard, apoyó su barbilla sobre su mano, Frank lo miró de reojo. Se veía aún más pálido cuando estaba directo contra la luz de luna.
— ¿Vienes a menudo? —preguntó Frank, frunciendo levemente el entrecejo, él ni loco iría a un lugar como ese, menos solo. No era suicida ni mucho menos.
— Algo así... me gusta pensar, y mirar a las personas —dijo simplemente, fumando una vez más, sus ojos se posaron sobre los de Frank y sostuvieron la mirada por un largo instante, Frank sintió ese cosquilleo en el estómago. Quizá tenía hambre. Pero el sonrojo en sus mejillas definitivamente no era producto del hambre. Entonces se empujó hacia delante. Gerard lo hizo también. Frank se acercó un poco más.
Y rosaron sus labios.
Gerard se empujó un poco más y los besó debidamente.
Frank sintió extraño, como si el cosquilleo de su estómago decidiera recorrer cada parte de su cuerpo y asentarse en sus labios. Luego notó qué había hecho y abrió sus ojos.
Había besado a alguien que apenas y conocía.
Pero era lindo.
— ¿Eso fue...?
— Un...
— Beso —finiquitó Frank, ambos se miraron sorprendidos.
Frank fumó el resto de su cigarrillo en silencio, aunque había decidido quedarse junto a Gerard, él también se acercó a Frank y dejó que este apoyara la cabeza en su hombro. Se sentía bien no estar solo. Se sentía bien dar el primer beso.
Lo último que Frank recordaba es que le había vuelto a doler su pie, se quejó, lloró, entonces Gerard lo abrazó y comenzó a cantar algo que no logró reconocer, cerró sus párpados y cuando los abrió el sol estaba comenzando a salir.
Al recobrar la conciencia obtuvo también un feo dolor de espalda, un estupor que lo mantuvo unos instantes sin recordar en dónde demonios estaba y el malestar punzante de su malogrado pie. Aunque ahora no dolía tanto. De hecho pudo ponerse de pie.
Buscó en sus bolsillos, pero no traía teléfono celular, de seguro lo había perdido en algún lugar de la casa, magnífico... aunque a juzgar por el color del cielo estaba pronto a amanecer. Todavía podía ejecutar el crimen perfecto, se iba lo más rápido que podía a casa, entraba por la puerta de la cocina y se escabullía a su cuarto, estaría ahí para cuando su madre se fuera al trabajo y todos felices.
Como pudo se puso de pie y subí el cierre de su hoodie, hacía mucho frío a esa hora y el lugar se veía aún más desolado que antes. Notó también que las largas cortinas estaban ahí, las miró por un instante. ¿De verdad alguien se había quitado la vida con ellas o había sido en otro cuarto?
Ahora que aclaraba tuvo valía para investigar la casa, pero era tarde y realmente tenía que volver a su propio hogar antes de recibir el primer castigo de sus quince años. Eso no era nada genial.
Cuando recordó por completo lo que lo había llevado a ese lugar miró a su alrededor, Gerard... ¿Dónde estaba el chico pálido? Observó el piso, la cama y el resto de la habitación. No había ni rastros de él y era jodido, porque se suponía que lo ayudaría a ir a casa. Y que no estuviera ahí quería decir que se había ido antes, sin siquiera despedirse. Pero qué cruel había sido al dejarlo durmiendo solo en la casa embrujada.
¡Podría haber aparecido un fantasma!
— ¿Gerard?
Su voz hizo eco, qué puto miedo.
Se asomó al pasillo más no vio nada, y sosteniéndose de la pared comenzó a avanzar para no hacer tanta fuerza en su pie lastimado, se había tenido que poner la zapatilla encima a duras penas, su pie estaba realmente inflamado. Los imbéciles de sus amigos le debían una grande.
Bajar las escaleras fue jodidamente difícil, más cuando llegó a las del primer piso y notó que había varios escalones quebrados. Pero logró hacerse paso hasta terminar las escaleras, sólo le quedaba cruzar un enorme salón y usar sus dos manos para correr la pesada puerta.
Sucedió cuando estaba llegando a destino, fue extraño, de pronto el aire se puso muy frío, podía ver su aliento y entonces Gerard se materializó ante él. Fue eso, apareció de pronto, no entró por la puerta o corrió realmente rápido. Se materializó, partícula a partícula.
Frank dio un paso atrás y forzó su pie, mordió sus labios para no jadear por el dolor.
— ¿Qué haces? —preguntó Gerard, Frank alzó una ceja ¿Acaso no era obvio?
— Me voy a casa. ¿Dónde te metiste? —preguntó de vuelta, sabía que había algo raro con Gerard, más no podía descifrarlo.
— No puedes irte —dijo Gerard, y en lugar de pedírselo pareció ser una orden. Se quedó ante la puerta, Frank enarcó una ceja.
— Claro que tengo que irme, mamá enloquecerá si despierta y no me encuentra en mi cuarto —respondió, el daba algo de vergüenza decir que tenía una madre tan protectora, pero la situación lo ameritaba. Quizá Gerard era un secuestrador y al saber que tenía una madre esperando por él se amedrentaría y lo dejaría ir.
— No puedes irte, me quedaré solo —dijo una vez más, se acercó a Frank, más no parecía como si estuviera caminando sino que fue como si se hubiese deslizado, Frank frunció el entrecejo. El dolor estaba afectando su cabeza, de seguro era eso.
— No seas tonto si quieres puedo acompañarte a tu casa —murmuró Frank, necesitaba algo de qué aferrarse o caería. Gerard negó.
— No puedes irte, Frank. No puedes dejarme solo, nos besamos. Frank. Nos besamos, tenemos que estar juntos para siempre ¿Entiendes?
Frank dejó caer la mandíbula, no sabía si reír o gritar que tenía a un loco frente a él. O correr, sí, podía correr. Pero su pie dolía como la mierda y daría tres pasos, Gerard o agarraría y entonces todo se pondría realmente feo.
Se alejó como pudo de él, quería llegar a la puerta, Gerard se volvió a acercar a ella, Frank lo empujo para abrirla, pero Gerard se lanzó contra él y de alguna manera, de alguna manera lo atravesó.
Como si estuviera hecho de aire.
— ¡NO TE IRÁS! —gritó Gerard, a juzgar por su voz se estaba alejando, o dispersando.
Frank abrió sus ojos, Gerard ya no estaba ahí, intentó abrir la puerta con todas sus fuerzas pero parecía estar sellada, y el grito de Gerard seguía resonando en sus oídos. Se empujó hacia atrás, tenía que esconderse. Quizá podía encontrar su teléfono y llamar a los chicos o a su madre o a la policía.
Subió como pudo las escaleras, cada puerta estaba cerrada a su paso, todo estaba oscuro. Entonces subió más, buscando algo por dónde escapar, no quería llorar pero sus ojos estaban inundados en lágrimas.
Tenía mucho miedo.
Y no podía entender... ¿Qué era Gerard?
Cuando llegó al tercer piso vio una puerta, la única abierta y entró. Era la habitación en dónde habían pasado la noche, escuchó unos pasos acercarse y por instinto se escondió entre las cortinas.
Las cortinas... Gerard... la casa... la leyenda.
¿Gerard era el fantasma?
Eso no era posible, no. Se habían besado.
¿En serio se había dado su primer beso con un fantasma?
Vaya... eres un semental, Frank Iero.
Sacudió la cabeza, necesitaba centrarse. Por entre las cortinas vio a Gerard entrar, no lucía tan molesto como antes, lucía triste, cansado... Frank deseó abrazarlo. Pero Gerard era un fantasma. Aunque, ¿Realmente creería la historia de Ray?
Pero no, lo había visto hacer esas cosas raras.
Sin dudas era un fantasma.
— Frank —dijo cuándo se detuvo ante las cortinas, Frank salió de su escondite, Gerard lo miró— no quería asustarte. Pero es que no hay castigo más grande que estar solo...
Frank mordió su labio inferior y lo abrazó, ahora no lo atravesó, era raro. Decidió concentrarse en las sensaciones, llegaba casi hasta la nariz de Gerard cuando ambos estaban de pie y ya no le dolía tanto el tobillo. Su corazón aun galopaba con fuerza, pero abrazar a Gerard era terapéutico.
Y sintió unas lágrimas frías sobre su hombro.
— Gerard... —susurró alejándose lo suficiente para ver su rostro, lo sostuvo con sus manos y sonrío para él— no te dejaré solo.
— ¿Lo juras?
— Lo juro —y lo besó una vez más.
Fue una semana después, cuando los amigos de Frank Iero se atrevieron a hablar que la policía se dirigió a la mansión abandonada. Llevaban siete días buscando al menor desaparecido de quince años, habían inspeccionado gran parte del lugar pero nadie había ido a esa mansión. Estaba cayéndose a pedazos, además muchos decían escuchar pasos, voces y llantos desde el interior.
Cuando la policía entró a la casa comenzó a inspeccionar cuarto a cuarto, encontraron un teléfono celular abandonado, sin duda era el de Frank, pero estaba apagado, quizá se había descargado después de tantos días.
Un nauseabundo aroma los guío al tercer piso, la habitación del final del pasillo, la única con cortinas los esperaba con una sorpresa. En ellas, de la misma manera en que Gerard Way se había quitado la vida tantos años atrás estaba el menor desaparecido, Frank Iero pendía varios metros por sobre el nivel del suelo, su cuello enrollado en las cortinas.
Era físicamente imposible que hubiese subido por sí mismo a ese lugar.
¿Quién lo había hecho por él?
Nadie lo sabe... pero por lo menos, Gerard Way ya no está solo.
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