Life Sucks
Estaba de pie en medio de su habitación, sin saber qué demonios había que hacer ahora. Nunca había hecho nada como lo que acababa de hacer y estaba un poco confundido acerca del qué lo había llevado a hacerlo. Todo lo que sabía es que le gustaba la sensación, le había ayudado a aliviar todas las emociones reprimidas. Vio la sangre crear caminos a través de su antebrazo y realmente no estaba seguro de qué debía hacer. Cogió un pañuelo de papel y lo apretó contra la herida inflamada que seguía sangrando. Luego dejó caer su arma, un clip desenrollado, para proceder a buscar una curita y cubrir cuidadosamente el corte.
Suspiró fuertemente al recordar que estaba en clases, ajustándose a su realidad actual. Era como si no pudiera dejar de pensar en aquella primera vez. Había pensado que sería cosa de una vez para luego cambiar y no hacerlo más. Probar que tal se sentía y adiós. Pero ahora ni siquiera podía usar mangas cortas o pantalones cortos, por que tenía miedo a que sus muchas cicatrices conocieran la luz.
Se encuentra con medicación constante para la depresión, medicación que ni siquiera funciona y todavía mantiene todos esos sentimientos reprimidos adentro. Usa una capa de base todos los días, pensando que así nadie se dará cuenta de su desastre interior, pero desesperadamente espera que alguien lo note. Sin embargo, nadie lo ve. Nadie se molesta en hablar con él o simplemente se detiene a mirarlo. Es lo que se merece de todos modos, se dice. Convenciéndose de que cuando muera, nadie irá a su funeral.
Camina por los pasillos ruidosos y llenos de gente, pero para él parece estar en silencio. Desde hace un tiempo se encerró en el interior de su cabeza, donde sólo se pueden escuchar sus gritos de auxilio. El pan de cada día es contemplar el suicidio cómo única salvación a su estado actual.
— A nadie le importo de todos modos —se dice en voz alta para sí mismo.
Se sienta al final de la clase, se pone los auriculares para ahogar la voz plana del maestro y comienza a tallar en su muñeca con la punta del lapicero. Las lágrimas empiezan a bajar lentamente por sus mejillas, pero nadie lo ve.
Por fin llega a casa desde la escuela y entra a través de la desvencijada puerta. Tan pronto está en el interior logra escuchar los gritos de su madre hacia su hermano pequeño por que perdió la goma de borrar y no hay dinero para comprar otra. Se dirige directamente hacia su cuarto, ignorando la mirada suplicante de su hermano y los gritos sin cesar de su madre, cierra la puerta a sus espaldas. Diferentes posters cubren sus paredes y la ropa está por todo el piso. Se acuesta en su cama y alcanza el cuaderno que esconde debajo del colchón. Toma un lápiz y comienza a escribir:
"Se siente como si no tuviera nada por qué vivir. No me interesa ver a mi madre o hermano nunca más, me da igual que pase con ellos. No tengo a nadie con quien hablar, a quien contar mis secretos, así que supongo que lo voy a escribir. Esta es la primera vez que lo admito, y nunca se lo he dicho a nadie, ni siquiera a mi mismo. Pero... quiero ser como los otros chicos de 15 años."
Se detiene en seco, abrumado por lo que acaba de escribir. Mira alrededor de su habitación, buscando sus hojas de afeitar y curitas. Extiende su brazo frente a sus ojos, dejando al descubierto todas sus cicatrices. Pasa su dedo por las cicatrices moradas y rosáceas, llenas de baches hasta encontrar la de hoy, la que se hizo con el lápiz, el corte no es tan profundo como el resto; pero duele. Pensando que su día había sido terrible como todos, se recostó sobre su cama, deseando soñar con que todo estaría mejor.
Despertó a la mañana siguiente, se giró sobre la cama y miró su reloj. Ya eran las 8.30 am y la escuela comenzaba a las 8.00 am
— Mierda... da igual —dice en un murmullo.
Se preparó lentamente, tratando de tardar lo más posible, por que hoy estaría en una clase nueva. No le gusta conocer gente nueva, en realidad le asusta bastante. Por fin empieza a caminar hacia la escuela, usando lo 'habitual' como lo llama su madre, una camiseta holgada, un polerón, jeans con agujeros y converse. Todo negro.
Llega a su primera clase, sentándose perezosamente en su lugar. El maestro le llama la atención por llegar tarde.
— Gerard Way ¿Cierto?
— Um... sí.
— Gerard ¿Te importaría decirnos por qué llegaste tarde? —le preguntó.
Unas cuantas personas se dieron vuelta a mirarlo, uno de ellos era Frank Iero. Gerard no podía dejar de mirar como su cabello castaño contrastaba contra su piel y el brillo en sus ojos pardos. Gerard pensó que su corazón se detenía.
— Yo... sólo... yo... —tartamudeó, tratando de apartar los ojos de Frank.
Gerard ha estado enamorado de Frank durante los últimos meses y demonios, ¡Frank estaba mirándolo directamente! Sabe que no debe emocionarse demasiado ante eso, pero no puede evitarlo. El jamás lo mira. Su corazón late con fuerza y no ayuda el hecho que Frank le esté sonriendo. Se voltea para saber si está sonriéndole a alguien más, pero él está en la última fila de pupitres. Frank se voltea hacia el frente y Gerard suspira tranquilo, por que ahora su cara está de un rojo brillante. Frank no volvió a mirarlo durante el resto de la clase, pero Gerard no puede dejar de mirar la parte posterior de su cabeza, con la esperanza de que se voltee una vez más.
De pronto suena el timbre y Gerard se da cuenta de que no tomó ni un solo apunte. Pero entonces un pensamiento cruza su mente. Quizá no le interesa a Frank, es sólo una cruel broma de su subconsciente. Él solo sonrío por que pensó que la escena del maestro llamándole la atención era algo gracioso. Eso es lo que pasa. Se creó tontas esperanzas solo para aplastarlas luego. Ahora no se preocupa por nada, a pesar de que tiene todavía dos clases más, empieza a caminar lentamente a casa mientras se pierde en la música, parpadeando varias veces para contener las lágrimas. Llegó a su casa intentando no hacer ruido y volvió a derramar sus emociones en el las hojas de papel.
"Ojala hoy no hubiera salido de casa. La vida está llena de falsas esperanzas. Finjo que no me importa lo que piensa la gente de mí, pero en secreto, solo quiero ser aceptado. Tal vez sea capaz de dejar de... hacer... esas cosas. Pero haga lo que haga a nadie le importa ¿Por qué debería importarles? Tal vez estaría mejor muerto."
Lanza el cuaderno hacia la pared contraria, rompiendo el espejo. Bueno, no le gusta verse en él de todos modos. Se metió en la cama, abrazándose a si mismo y luego de un rato extendió una mano hacia la mesita de noche para comenzar a tallar en su muñeca una vez más.
A la mañana siguiente, cuando el despertador sonó, se lanzó fuera de la cama de inmediato. Rápidamente se dirigió al baño y agarró las pastillas que quería. Las llevó hacia su habitación dejándolas en el interior de su closet. Había estado pensando en eso toda la noche.
Se mojó la cara y con la misma ropa del día anterior cogió su mochila para dirigirse a la escuela. Las nubes aparecieron en el cielo y la lluvia torrencial comenzó a caer sobre él. Aunque no le importaba. La lluvia empapó su ropa y le pegó el largo cabello a la cara. Seguía sin importarle.
Una vez llegó a la escuela, ni siquiera se molestó en ir a su casillero. Se fue directo a su primera clase y se sentó en su lugar, sin siquiera molestarse en buscar para ver si Frank está hoy. Se puso los auriculares perdiéndose del mundo. Frank lanza miradas furtivas por sobre el hombro hacia Gerard esperando que este lo mire de vuelta, pero él no lo hace, no se da cuenta.
Gerard continúa con su día en la escuela, encerrado dentro de su cabeza y por primera vez en mucho tiempo, se siente feliz. No hay gritos de auxilio, sólo calma. Él ha tomado una decisión. Flota a través de su día y antes de darse cuenta, está de vuelta en su habitación.
Ahí están las pastillas, al interior de su closet justo donde las dejó en la mañana. Camina por la habitación, con toda la calma que puede. Regresa a su cama y se sienta en el borde, con las píldoras fuertemente agarradas en la mano derecha. Abre el puño, fácilmente hay unas 20 píldoras diferentes, las da vueltas entre sus dedos, está listo para hacerlo.
Su cuerpo está temblando con fuerza y los recuerdos empiezan a inundar su cabeza. Los recuerdos de su padre muerto, de los problemas con su madre, de su hermano casi invisible a sus ojos, de la mierda en la escuela. Nada de eso importa. A nadie le importa. Nadie le echará de menos.
Pronto los recuerdos se desvanecen. Está dispuesto a morir. Se lleva la mano a la boca y la manga cae hasta su codo, dejando sus cicatrices expuestas. Se siente feliz de verlos, todas sus luchas, sabiendo que no tendrá que luchar más.
— Adiós... —susurra en su silenciosa habitación.
Saborea las píldoras y las traga todas. Al cabo de dos horas, él ya se ha ido.
Su madre lo encuentra a la mañana siguiente, su cuerpo frío está en una posición incomoda sobre la cama. Ella se sienta a su lado, le sostiene la mano, con lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas. Preguntándose si todo esto es culpa de ella. Marca al 911 y dentro de unos minutos hay policías fuera de su casa. Entre dos de ellos intentan alejarla del cuerpo de su hijo mayor mientras el menor se pregunta por que hay tanto revuelo en casa ¿Acaso mamá y Gee están discutiendo? Ella nunca ha sentido tanto dolor. Se lamenta todo lo que le ha hecho pasar mientras abraza a su hijo menor que no para de llorar. Su hermano, su héroe silencioso no va a despertar jamás.
En la escuela el rector anuncia que él ha muerto. El consejero les ofrece su oficina a los alumnos, pero nadie quiere hablar. Cuando Frank Iero escucha lo que Gerard ha hecho se pone a llorar. Frank había planeado invitar a Gerard a una cita ese mismo día. Con lágrimas rodando por sus mejillas desde sus ojos inyectados en sangre estruja la hoja de papel que tendría como destinatario al callado chico de la última fila, el de los ojos verdes y facciones delicadas, Gerard. En ella se lee "¿Quieres salir conmigo?" Con un corazón en grafito en la parte inferior.
Nadie sabe que hacer. La escuela tuvo una asamblea sobre la prevención del suicidio y todos los estudiantes vestían de negro en señal de duelo. Todos murmuran lo bueno que era Gerard dibujando, lo tranquilo y alejado de los pleitos que era, el por que nunca lo invitaron a sentarse con ellos en la cafetería. Poco a poco los estudiantes vuelven a su vida diaria. Pero con Frank es diferente, su corazón nunca se curará. Sus recuerdos nunca se desvanecerán. Él nunca va a dejar de extrañar a esos hermosos ojos color esmeralda...
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