Kissing you goodbye (Gerbert)

Una débil capa de nieve caía lentamente desde el cielo gris. No parecía adecuado  que algo tan puro y hermoso cayera de esa grotesca manera por todas partes, especialmente en un cementerio.

 La nieve seguía abriéndose paso por el frío ambiente para caer sobre las lápidas, mientras Gerard Way de 26 años, caminaba a través de ellas. Su cabello negro y graso estaba húmedo debido al ambiente de invierno y se mantenía aferrado a su rostro pálido y huesudo.

 Caminaba en silencio, sus botas de negro cuero eran la única fuente de ruido, aplastando la tierra blanda de manera rítmica. Luego de unos minutos llegó a una parte del cementerio donde, en lugar de lápidas encerradas para siempre, habían pequeños trozos de mármol tallado, marcando cada tumba.

 Se cruzó de brazos, deteniéndose en una en particular.

Sus ojos se cerraron fuertemente, no podía llevar su suave y verde mirada hacia el nombre grabado en la piedra caliza. Un suave suspiro salió de sus labios, ahora miraba la tierra fresca y las flores muertas que decoraban la tumba. Finalmente levantó la mirada, y leyó la inscripción en la tumba.


Robert Edward McCracken

1987 — 2012

R.I.P.

 

Gerard se mantuvo con el gesto imperturbable, y con la mirada fija. Decenas de diferentes emociones luchaban entre sí para tomar el control de su mente. Y después de lo que pareció una eternidad, cayó de rodillas.

 — Bert... —sollozó.

 La agonía se apoderó de su cuerpo, aferrándose fuerte a cada pequeño resquicio de calma en él. No podía respirar, sus copiosas lágrimas caían por sus mejillas y se adentraban intrusas en sus labios entreabiertos. Hizo caso omiso de la nueve fría que quemaba contra la piel de sus rodillas, la delgada tela de los jeans no hacía absolutamente nada para protegerlo del clima externo.

 El dolor no era nada nuevo para él...

Dolor físico era lo que necesitaba, lo que quería.

 Se sentó, sollozando el nombre de su amante, impreso en su subconsciente.

 — Bert... —se quejó nuevamente, los recuerdos inundaban su mente— ¿Por qué tuviste que dejarme? —preguntó entre sollozos.

 La imagen de un hombre delgado, tirado sobre las baldosas grises de un baño, con los ojos congelados y un frasco vacío de somníferos cerca de su cabeza,  le hizo llorar más fuerte. No podía dejar de imaginar el rostro de Bert, su forma oval, cuya barbilla siempre parecía estar cubierta de paja, incluso esa noche... Cuando le encontró muerto.

Se veía casi normal.

 Gerard recordó haber visto sus labios color rosa claro recogidos en una sonrisa, y sus rasgos marcados con una mínima expresión de alivio, no habían rasgos de su tristeza habitual.

 Sus dedos se cerraron en torno a un puñado de nieve al recordar sus últimos días, Bert siempre andaba cabizbajo, deprimido, cansado, sus sonrisas o sus frases estúpidas eran un mito junto al reciente él. Incluso había descuidado su negro y artificial cabello, una raíz de casi dos centímetros coronaba su cabeza, dándole un aspecto mucho más avejentado para su corta edad.

 Más lágrimas bajaron por sus mejillas y lanzó la nieve sobre su lápida.


 El sudor cubría ambos cuerpos, los dos patéticamente pálidos y delgados, Gerard suspiró fuertemente cuando Bert abandonó su interior y se recostó a su lado, pasando un brazo por detrás de su cuello.

 — Pero qué vitalidad —bromeó abrazando el torso de Bert. Ambos sonrieron y los labios de éste último depositaron un beso sobre la frente del mayor.

 — ¿Has visto como te mueves? Creo que hemos quemado otras 3.000 calorías sólo en la última media hora —sus risas volvieron a expandirse por el vacío apartamento, la sábana que los cubría parecía ser suficiente.

 Se besaron una vez más en los labios antes de dormir.

 

 Efectivamente, si hacía un recuento, era como si el Bert de los últimos meses y el Bert con el que había empezado a salir, dos años atrás, fuesen personas completamente diferentes.

 Gerard solía culpar a sus adicciones cada vez que mencionaba esto. Bert se ponía inmediatamente a la defensiva. Aunque ambos estaban de acuerdo, en silencio, que antes de que Bert fuera abriéndose paso desde la marihuana, cocaína y luego a drogas inyectables, era una persona llena de sueños y vitalidad.

 — ¿Por qué?

 La gran pregunta quedó flotando en el aire. Eran muchas las cosas que le recriminaba, le culpaba por haber caído en ese agujero, y más que nada, por haberlo dejado completamente solo en el mundo.


 La luz del baño estaba encendida, eran cerca de las seis de la madrugada, pero Bert había abandonado la cama y estaba en el baño. Adormilado y con paso torpe, fue hasta donde su pareja, sonrío cariñosamente al verlo por el reflejo del espejo frente al lavabo, Bert le sonrío también.

 Tenía cubierto desde la barbilla hasta los pómulos con crema de afeitar y la pequeña máquina era estrangulada por sus dedos casi inexpertos para esa labor. Habían pasado meses desde la última vez que Bert se había afeitado, su barba y mostacho, rubios por la genética, acompañaban celosos a sus suaves labios y le picaban el rostro a Gerard cada vez que se besaban.

 — ¿Por qué —un bostezo le interrumpió— te estás afeitando?

 Bert bufó, terminando de pasar la afeitadora por la parte derecha de su rostro y luego habló, mirándolo por el reflejo del espejo.

 — Extrañaba mi aspecto, ya sabes, ese donde no parezco un vago —rió— Además quería besarte sin que hicieras una mueca de desagrado.

 Gerard suspiró y se quedó con la cabeza recargada en el marco de la puerta, observándolo en silencio.

 

 Sacudió su cabeza lentamente, se estaba formando una pequeña pila de nieve en la cima de su cabello, sus mejillas estaban surcadas por delgadas líneas que momentos antes, habían sido habitadas por lágrimas.

 — Idiota egoísta —susurró ente dientes, más no se escuchaba molesto.

 Sus dedos temblaban cuando los introdujo en el bolsillo del abrigo en busca de cigarrillos, tras unos cuantos intentos logró encender uno e inhaló fuertemente el humo antes de exhalar.

 — Egoísta... —repitió, enjugándose las lágrimas con el dorso de su mano.


 Ambos estaban en el baño nuevamente, vistiendo camisetas holgadas y viejas junto a ropa interior solamente. Con las manos enguantadas y un bowl con tintura en sus manos, Gerard pintándole el cabello de negro a Bert y Bert, pintándoselo de un rojo eléctrico a Gerard.

 — Cuidado con mancharme el cuello —se quejó Gerard cuando sintió sus dedos tocar cerca de la oreja.

 Bert sonrío malicioso. Deslizándose lentamente le trazó una línea desde la oreja hasta la barbilla. Gerard entrecerró los ojos y se manchó los dedos de negro, pintándole la nariz y parte de la mejilla.

 Minutos después ambos tenían el cuello y las partes visibles de los brazos con manchas en rojo y negro. Recostados sobre el suelo del baño, mirando el techo sin hacer nada más.

 — Te amo —suspiró Bert, Gerard se sobresaltó.

 Ninguno de los dos acostumbraba a decir mucho aquella frase, aunque lo sintiesen en serio dentro de ellos. Lo habían prometido al comienzo, por temor a desgastar la frase y quedarse sin más cosas que decir.

 — Te amo —contestó Gerard, manchándose los dedos con tintura roja y trazando un pequeño corazón en el antebrazo de Bert. Corazón que, un par de semanas después, sería tatuado en aquel mismo lugar, una muestra  de amor... para la eternidad.


 Su sonrisa se transformó en una mueca y luego, sin saber bien porqué, comenzó a llorar nuevamente. El cigarrillo cayó de sus labios y se apagó inmediatamente al hacer contacto con la nieve, evocando una tenue estela de humo. Uno de sus puños se fue a su cabeza y tomó una hebra del cabello ahora negro, su otra mano buscó en los bolsillos del abrigo, encontrando de inmediato un papel arrugado, leído una y mil veces.

 La tinta estaba desvanecida producto de las lágrimas, tanto de quien la había escrito, como de quien la había leído mil veces en busca de una respuesta que jamás sería dada verbalmente.

 — ¿Sabes? —sonrío, las lágrimas seguían bajando por sus mejillas.  Dejó que el silencio tomara lugar y luego volvió a abrir la boca— Te amé tanto... incluso en los últimos días, cuando tus ojos estaban apagados y tu sonrisa desvanecida... incluso luego de que vendieras nuestros anillos de compromiso y la televisión que habíamos comprado con mi paga por las pinturas... no importaba nada, yo... yo te amaba.

 Una brisa revolvió sus cabellos, sintió el aroma a tabaco y perfume de madera de Bert inundar sus sentidos. Suspiró nuevamente.

 — Y cuando leí esta carta... cuando... te vi muerto... cuando sacaron tu cuerpo y supe que jamás volvería a escuchar tu voz... me quebré, de hecho, aun lo estoy... estoy roto por dentro pero... tengo que ser fuerte —tuvo que secarse las lágrimas nuevamente, su mirada se nublaba.

 Levantó la mirada, aclaró su garganta y desdobló el trozo de papel. Sus ojos se pasearon por sobre el trozo de mármol antes de comenzar a leer.


 "Gerard,

Siento que tengo que terminar con todo esto,  eres tú el único que me hace sentir vivo, pero tu bien sabes que yo no estoy vivo... Quiero dejar de complicarte la vida, quiero dejar de ser una molestia. Quiero que estés tranquilo y no tengas que preocuparte más por mí, por eso estoy acabando con mi vida, para liberar la tuya. Soy un adicto, primero fui adicto a ti y luego me volví adicto a esto.

 Para ser sincero no creo que vaya a conocer a Dios, pero si a donde voy veo a tu abuela, le enviaré saludos de tu parte. Tienes que saber que no te estoy dejando. Que esto no es un hasta nunca, más bien es un hasta pronto. Y por eso no quise darte aquel beso de despedida, el beso del adiós. Porque espero volver a besarte alguna vez y no dejar de hacerlo nunca más.

 Sin ti no soy nada, por mi mismo soy un desastre y ambos lo sabemos. No quiero lágrimas, no quiero odio. Simplemente tienes que ver esto como las nubes negras de la lluvia, yéndose muy lejos y ahora... ahora podrás ver los rayos del sol nuevamente.

Te amo y por eso escogí este final de nuestra historia. El cadáver en quien me había convertido sonríe ahora, me siento vivo... pero eso no será por mucho.

 Cuando leas esto yo ya me habré ido.

Recuérdame con una sonrisa, recuérdame con un 'te amo' aflorando de mis labios, recuérdame como aquel loco que no se cansaba de hacerte el amor.

 Hasta pronto,

Bert."              


Se apoyó sobre una de sus palmas para alcanzar la altura exacta del trozo de mármol en el suelo, ayudándose de una piedra, afirmó la nota de despedida sobre el nombre de Bert, le dedicó una última sonrisa a su recuerdo y se marchó, encendiendo un nuevo cigarrillo para que le hiciese compañía en el camino al nuevo capitulo de su historia.


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