KILL ALL YOUR FRIENDS
Beep, beep, beep.
Con un golpe de la mano silenció al maldito despertador, la dejó colgando unos instantes mientras su cerebro procesaba que, de hecho, tenía que hacer funcionar a los setenta y tantos kilos a su cargo o volver a apagarse para darle un par de horas más de descanso.
— ¡Gerard, llegarás tarde!
Era su madre, quien luego de azotar la puerta con su puño, había bajado las escaleras con esos molestos tacos aguja que tanto amaba usar, aun a pesar de las feas várices en sus delgadas y pálidas piernas, palidez que sus dos hijos heredaron, por desgracia.
Terminó de empujarse a sí mismo al frío suelo de madera. 'Maldito otoño', escupió entre dientes mientras se quitaba el pijamas para ponerse ropa limpia. El atuendo era simple, una hoodie de color negro, un poco desteñida a estas alturas, jeans gastados y calzado deportivo del mismo negro. Su melena azabache caía casi hasta sus hombros, contrastando con la pálida piel de su rostro de suaves rasgos.
Cuando terminó de vestirse fue a lavar sus los dientes, aún tenía los ojos inyectados en sangre, consecuencia del maldito insomnio, su rostro lucía un par de moretones, cortesía de un par de idiotas en Química. Adoraba ir a la escuela.
Mikey, su hermano tres años menor lo esperaba en la puerta principal, cuando Gerard llegó con su mochila colgando, le dedicó una falsa sonrisa y ambos emprendieron el rumbo a la escuela. Habían perdido el autobús porque ambos odiaban despertar temprano.
— ¿Ya tienes pareja para el baile? —preguntó el menor, detrás de sus anteojos, lucía emocionado.
— ¿Debería? —Gerard alzó una ceja, dándole un mordisco a su manzana, luego negó resoplando por lo bajo— nadie querría ir conmigo, Mikey.
En eso tenía razón, ninguna chica, chico, experimento de laboratorio o siquiera una maestra solitaria querría ir con él. El muchacho era demasiado callado, nunca había tenido un amigo, ni siquiera se esforzaba en hacer amistades o crear lazos con quienes venía compartiendo desde hace casi ocho años. Era un extraño, en un grupo de personas que él consideraba extrañas. Simplemente Gerard Way no encajaba ahí.
— ¿Con quién irás al baile de graduación? —preguntó nuevamente el menor. Desde que le había echado el ojo a Alicia, una chica un año mayor que él, se había comenzado a interesar en esas cosas.
— No iré, ni siquiera sé si me graduaré este año. Estoy reprobando tres materias —dijo lastimeramente, a lo lejos veía la escuela, dejó salir un suspiro. Realmente odiaba ese lugar.
— Tienes que madurar Gerard, intentar encajar en la escuela —le aconsejó su hermanito menor antes de alejarse de él para encontrarse, en la entrada de la escuela, con su grupo de amigos.
Gerard no entendía como su hermano menor, que en primaria había sido incluso más arisco que él a las relaciones sociales, de un día para otro, había cambiado, convirtiéndose en algo así como el mejor amigo de todo el mundo. No lo entendía. Él era... incluso popular, en contraste con su deprimente hermano mayor.
El camino a su casillero era simple. Escuchaba comentarios sobre lo gordo que era su trasero, el mucho espacio que su estúpida existencia ocupaba en la escuela y el cómo su desempeño escolar mantenía sin alimento a los niños en África. Y cuando llegaba al casillero se encontraba con la mejor parte ¡Bromas pesadas!
Ese día había encontrado, maravillado, como alguien le había pegado goma de mascar a todo el borde de su casillero, entre la puerta y el cuerpo del mismo. Era increíble. Suspiró pesado, sacó un par de hojas de papel y procedió a limpiar el desastre. Luego tomó un par de cuadernos y se encaminó al salón 102, le tocaba Historia.
— Como adoro este lugar... —dijo en un murmullo cargado de sarcasmo, recorriendo las paredes con la mirada. Era como el 4 de Julio, pero con el doble de decoración. Esa gente realmente adoraba el Halloween, quizá por eso le dedicaran un baile, aun cuando el 31 cayera día miércoles.
Llego veinte minutos tarde a la clase, lo que le ocasionó dar una explicación frente a todos sus estúpidos compañeros de clase —a quienes el anciano profesor Palvin seguía llamándoles 'amiguitos'—. Aquel día les correspondía aprender acerca de la guerra fría, materia que venía extendiéndose desde hacía tres clases, quizá, supuso Gerard, porque el hombre había vivido en carne propia todo aquello que contaba como fiel espectador.
Gerard miraba, mientras las palabras de su hermano menor resonaban en su cabeza, como todos los idiotas les pedían a las chicas que fueran su cita y ellas, sin rechistar siquiera, aceptaban. Sus ojos viajaron luego a una chica en el fondo de la sala, quien parecía ignorar como varios de los muchachos intentaban llamar su atención, incluido Gerard.
Su nombre era Eliza, había llegado a la escuela ese año, con sus botas de cuero y cadenas, faldas demasiado cortas y camisetas de bandas de rock que mostraban su busto en desarrollo, traía el cabello plateado, sobre los hombros y demasiado liso como para ser cabello real. Sus ojos eran increíbles, al igual que sus demás facciones.
A Gerard le había gustado desde el primer momento. Pero era obvio que ella no saldría con alguien como él.
— ¡Hey, miren acá! —de pronto al voz de Scott, uno de los fortachones del equipo de Rugby, se alzó entre todas las demás. Era un tipo realmente enorme, con una voz gruesa y brazos temibles. Su bobalicona sonrisa la producía Gerard y su fija mirada a las piernas de Eliza— ¡El maricón se hizo hombre!
De inmediato, ante la sola mención, los rostros se voltearon hacia él, reían a carcajadas luego de notar la línea de la mirada de Gerard, Eliza también lo había notado y no parecía contenta. Gerard se encontró en medio de todo, con todas estas caras desfiguradas por la risa rodeándolo, reventando sus tímpanos, acabando con sus nervios. Se mordió fuertemente los labios mientras intentaba guardar sus cosas para salir corriendo de ahí, su rostro completamente rojo.
Empujó a un par de idiotas para hacerse un espacio hasta la puerta, su mirada fija en el suelo, un par de lágrimas cayendo por el puente de su respingada nariz, pero al llegar a la puerta vio a las benditas botas ante él, lentamente alzó la mirada, las piernas que le hacían perder el aliento estaban ahí, junto al resto del cuerpo y un rostro que lucía realmente cabreado.
— ¿Crees que vas a mirarme las piernas así nada más, gordo de mierda? —gritó la chica. La clase, quien se había mantenido en silencio, expectante, rompió en carcajadas. El profesor manteniéndose a raya, dudaba poder controlar a todos esos adolescentes— ¡Pídeme disculpas, idiota!
Gerard aclaró su garganta, podía ver por el rabillo del ojo a los demás chicos, Scott unos pasos adelante, sus brazos cruzados sobre su regazo, mirando con suficiencia la escena. Eliza mirándolo cruelmente, una sonrisa dibujada en sus labios.
— Lo siento, yo... —comenzó, pero sus palabras fueron interrumpidas sin aviso. Sintió como un enorme pie prácticamente le quebraba la espalda, lanzándolo al suelo. Se afirmó con sus manos para no caer de bruces, quedando de rodillas frente a Eliza. Sus ojos lloriqueaban por el dolor y la vergüenza.
— De rodillas, maricón —ordenó el idiota. Gerard quería morir.
*
El camino de vuelta a casa era aún más tedioso luego de días de mierda como el que había tenido, ignorando el hecho de que se repetían cada vez que tenía que ir a la escuela. Aunque esos escenarios extremos se daban sólo unas dos veces por semana, si no habrían enloquecido hace mucho.
Sus pulmones rogaban ser aniquilados por un cigarrillo, pero estaba limpio y su cuarto también, además no tendría dinero hasta dentro de dos semanas, cuando su madre le diera la mediocre mesada. Estaba jodido.
Su mente volaba lejos, entre el tomo de Iron Man que había dejado a medias y la canción de los Smashing que aún seguía resonando en su cabeza. Solamente ansiaba llegar a casa, a su habitación, ponerse los enormes audífonos, meter un juego a la consola y olvidarse de su vida de mierda. Pero aún le quedaban un par de cuadras para eso.
—... y entonces el demonio apareció, le dijo que podía hacer lo que quisiera por él, pero que tenía que pagar un precio. Lo que sea ¿Puedes creerlo? —exclamó una chica de aspecto gótico a su amiga, unos metros delante de él. Parecían llevar un buen rato enfrascadas en aquella conversación, pero Gerard no había escuchado hasta ahora, cuando escuchó la mención de un demonio.
— No creo que sea seguro Mary, no me fio en los demonios —replicó su amiga, su rojo cabello y negras ropas decían lo contrario. La muchacha le respondió algo acerca de felicidad infinita, dinero que ni en tres vidas completas podría terminar de gastar y al amor de su vida. Pero la muchacha seguía pensándolo.
Aunque logró captar la atención de Gerard.
Con las palabras de las muchachas góticas dando vueltas en su cabeza corrió a casa, subió las escaleras sin saludar a nadie y se encerró en su habitación. Su computador de escritorio seguía encendido, por lo que movió el mouse y de inmediato la pantalla cobró vida. Googleó las palabras y, para su sorpresa, una enorme lista se desplegó ante él.
El primer enlace lo llevaba a una página llamada "ghostfacers.com", entró en ella y para su sorpresa, estaba lo que buscaba, con cada maldito detalle ante él. Parecía una broma de mal gusto, pero no había, y corroboró, nadie esperando a saltar desde la puerta diciendo que era un tonto por haber caído en algo así.
— Un cruce de caminos... ¿Dónde...? Ah, sí —asintió para sí mismo, mordisqueando sus uñas, sus ojos seguían viajando ante la información de la pantalla—, cavar un agujero... una caja con una foto ¿Para qué un demonio querría mi foto? Tierra de cementerio, y... ¿Un hueso de un gato negro? ¿Cómo demonios...?
Cortó la frase cuando la idea pasó por su cabeza, el mes pasado la vecina había enterrado a su gato en el patio trasero, era negro. Ahí no salían más especificaciones así que estaba bien. Podía conseguir todas las cosas, y estaría en el cruce de caminos a media noche.
*
Desenterrar a un gato en estado de descomposición había sido más difícil de lo que había creído en primer momento. Y saltar la reja del cementerio cuando eran casi las once de la noche fue una travesía aún más grande dado su patético estado físico. Pero aun así estaba ahí, con una foto que había robado de la sala y las demás cosas dentro de una cajita de metal.
Gracias al cielo el lugar estaba desierto, así que se puso de rodillas exactamente en el medio de aquel cruce y procedió a cavar con sus propias manos. Cuando tuvo suficiente profundidad, dejó caer la caja y lanzó la tierra sobre ella, deseando de todo corazón que funcionara.
Pero nada pasó, se incorporó, miró por sobre su hombro y al frente, sus ojos viajaron a la tierra luego, quizá no había sido lo suficiente profundo o quizá tenía que haber matado al gato para obtener el hueso.
— Lo hiciste bien —una voz masculina resonó a sus espaldas, sonaba divertido al confirmar los temores del muchacho.
Gerard tembló en su lugar, una holeada de información estaba corriendo por su cabeza, enviándole sensaciones nerviosas a lo largo de toda la columna, haciéndole estremecer. El sujeto a sus espaldas era un demonio, iba a hacer un pacto con un demonio. Estaba ahí, en aquel maldito lugar, haciendo esa maldita cosa un día antes del maldito Halloween.
Aquello iba a salir muy mal.
Una ráfaga de viento le golpeó la espalda y cuando alzó la mirada, el demonio estaba frente a él. Más no lucía como uno. Era un muchacho que fácilmente podía medir unos cuantos centímetros menos que él, traía su cabello completamente negro, corto y un mechón cayendo por su frente, tenía esta nariz demasiado redonda, y una argolla en ella, como también en sus labios. Ni siquiera vestía un traje, como él había imaginado, al contrario, traía una camiseta de algún tono del malva, con unas palabras que él no conocía, escritas encima, al parecer con un bolígrafo, unos jeans que le quedaban demasiado sueltos y calzado deportivo.
Realmente no parecía un demonio, el único rasgo que lo identificaba como tal y hacía a Gerard querer cagarse encima y salir corriendo luego, eran esas orbes completamente rojas, incluso la pupila, era todo rojo.
— Tú eres... —comenzó Gerard, pero el demonio le interrumpió con un gesto de la mano.
— Soy el demonio de la encrucijada, el responsable de los pactos de personas patéticas que detestan sus vidas y son demasiado cobardes como para cambiarlas por sí mismos. Pero tú puedes llamarme Frank —dijo en un tono que parecía sonar amable, aunque sus palabras no lo eran en lo absoluto.
Gerard se mordió los labios, revoloteó los ojos una vez más, pero... Frank, seguía frente a él.
— Tengo una agenda muy apurada, no querrás hacer perder tiempo a un demonio —apremió el de ojos rojos, Gerard tembló. Realmente había olvidado su razón para estar ahí, pero cuando tocó su mejilla aun adolorida lo recordó, tenía el orgullo destrozado.
— Los quiero muertos a todos —dijo sombríamente, Frank soltó una carcajada.
— ¿Y cómo pretendes que yo haga eso? ¿Una bomba? ¿Hacer estallar la escuela? —negó un par de veces, chasqueando la lengua— esto lo tienes que hacer tú mismo, yo puedo darte una mano, las armas y los cojones.
— Tienes que hacerlo tú, es el trato —murmuró Gerard, recordando lo que había leído.
— Que un par de idiotas en internet no te engañen. Yo te estoy dando mis reglas, están en el contrato —informó el demonio, parecía más interesado en el caso—, podría hacerlo yo mismo ahora mientras duermen. Pero me metería en problemas allá —dijo apuntando al suelo bajo sus pies— y allá —ahora apuntaba hacia el cielo, estirando sus labios— créeme, a ningún demonio le gustaría tener problemas en ninguno de los dos lados. Y realmente mi amigo, tú no lo vales.
Gerard se estrujó los dedos, mirando en todas las direcciones. Se pasó el mismo mechón de cabello detrás de la oreja un par de veces antes de tomar una decisión. Sabía que él mismo no podría hacerlo... era demasiado cobarde, estúpido y no sabía usar armas. Además era lento, no había forma. Pero con un demonio respaldándolo, las cosas cambiaban a su favor.
— ¿Cómo me ayudarás? —preguntó enarcando una ceja, el demonio río.
— Como te dije, te daré los materiales necesarios para llevar a cabo tu más profundo deseo, pero el precio es bastante alto —dijo dedicándole una sonrisa de lado.
— ¿Cuánto?
— No, no, no, dinero no. ¿Qué haré allá abajo con el sucio dinero de los humanos? —exclamó como si en la vida hubiese escuchado algo más estúpido—, se trata de qué. Y eso es algo que sabrás después de haber cobrado tu 'venganza'.
— ¿Cómo podré hacerlo? —preguntó una vez más, el demonio rodó los ojos.
— En el baile quizá, será una linda decoración ¿No crees? —dijo soltando una risita que le erizó los pelos al muchacho.
— Bien, estoy dentro —respondió Gerard, suspirando.
Frank relamió sus labios y asintió un par de veces, pensaba que sería realmente divertido ver eso, en especial en Halloween. Se acercó peligrosamente a él, sus dedos delinearon el redondo rostro del muchacho, podía ver su reflejo en los verdes ojos del mismo, sentir su cálida respiración. Gerard entreabrió sus labios para respirar y los ojos de Frank se fijaron en estos, cambiando de un rojo a un negro, volvió a mirarlo y su sonrisa se expandió.
— Ahora sólo falta sellar el trato —dijo Frank y antes de que Gerard pudiera preguntar cómo mierda lo harían, se apoderó de sus labios y para su grata sorpresa, el muchacho no se negó al beso que el demonio le ofrecía, sino que giró su rostro para profundizarlo aún más, su respiración acelerada fluyendo por las comisuras de sus labios entreabiertos. Frank cortó el beso cuando tuvo suficiente y antes de que Gerard pudiera hacer algo más, desapareció, dejándolo completamente solo en aquel cruce de caminos.
*
Cuando abrió sus ojos nuevamente estaba en su cama y no tenía idea de cómo mierda había llegado a ella. Se sentía pesado, cansado y si no fuera porque aún estaba vestido, creería que todo lo pasado había sido sólo un sueño. Se sentía exactamente igual.
No había ningún mojo en su interior aguardando para salir a matar a inocentes, ni siquiera se sentía poseído —lo que habría sido de ayuda—, aunque se preguntaba si es que realmente se daría cuenta si, de hecho, era poseído.
El reloj de su mesita marcaba las cuatro de la tarde ¿Había dormido tanto? Y al ver la pantalla de su celular corroboró la fecha. Aquel era el gran día, el baile de Halloween lo esperaba a las diez en el salón de la escuela.
Escuchaba las voces de sus padres en el primer piso, las canciones de Radiohead en el cuarto de su hermano junto al suyo, los ladridos del perro en el patio de atrás e incluso el rumor de los autos al pasar por la calle frente a su casa. Se sentía tranquilo... estaba bien, realmente estaba bien. Lo haría y entonces, podría seguir con su vida, o morir ahí mismo.
Estaba decidido.
Eran las nueve y media cuando Gerard salió de su habitación, llevaba puesto su traje de domingos, tanto el traje como la camisa eran negros, contrastando a la perfección con la corbata de un rojo sangre. También llevaba calzado deportivo, posiblemente tendría que correr.
Bajó las escaleras sin decir nada, su corazón latía tan fuertemente que retumbaba en toda su cabeza, traía la visión nublada, sudaba frío. Al llegar abajo vio por el rabillo del ojo aquel carmín que tan intensamente había visto en los ojos del demonio, por instantes creyó verlo ahí mismo, pero luego ya no estaba más y a cambio de eso, los nervios habían desaparecido.
Sin saber bien porqué atravesó la sala hasta la puerta que daba al garaje, dónde su padrastro guardaba las herramientas, la motosierra estaba ahí, una sonrisa se dibujó en su rostro cuando la alzó del suelo.
Ya tenía el arma.
Salió de casa sin darle explicaciones a su madre cuando esta le vio arrastrar la enorme máquina amarilla, simplemente retomando el camino a la escuela, escondido en alguna parte de su mente, recitando una melodía que había escuchado unas semanas atrás y se le había quedado grabada. La noche era oscura, fría y los niños con disfraz que encontró en el camino, pedían tocar su 'juguete'.
Se tardó unos diez minutos en llegar con paso lento a la escuela, cuando lo logró, se guío a sí mismo al salón. El lugar estaba decorado con los colores recurrentes en las festividades de Halloween, el negro, el violeta y el naranja reinaban en el lugar. Bajo todos los globos y demás mierda, un DJ mezclando discos, a su izquierda, la mesa con los refrescos y el ponche con demasiado alcohol, en la pista, unos treinta adolescentes, todos de último año, como él.
— Pero miren quien apareció —canturreó Scott a lo lejos, con una chica junto a él. Ambos iban con disfraces de alguna mierda en pareja.
Gerard escuchó más voces, insultos, más estupideces sin sentido. Pero su primera presa no era ninguno de ellos. La encontró luego de un rato, estaba con un chico, vestía como siempre y traía maquillaje negro en torno a los ojos y en sus labios, se giró al verle y alzó una ceja, mirando luego a la motosierra.
— Qué lindo disfraz de Halloween ¿Qué eres, un pedazo de mierda? —escupió la chica, tomando su vaso de ponche y lanzándoselo en la cara.
Eso fue suficiente para él, o para cualquiera. Cuando cerró los ojos para esquivar el ponche vio el rojo de los ojos de Frank, sonrío nuevamente mientras sentía a sus manos accionar la enorme herramienta en sus manos y de inmediato, el rumor de los dientes en movimiento se expandió por el salón.
De pronto todos estaban en silencio, mirándolos. Gerard disfrutó esto mientras alzaba la motosierra frente a la chica que parecía estar en estado de shock, dirigiéndola a su apretado corsé en el pecho, un corte en el costado la lanzó al suelo en un charco de sangre, su pareja estaba ahí mismo y no pudo hacer nada, Gerard dio un paso adelante, la motosierra en sus manos, la sonrisa en su rostro.
— 'cause we all wanna party when the funeral ends... —comenzó a canturrear, su voz extinguiéndose bajo el rumor de la motosierra, la bajó una vez más, ahora en dirección al cuello de la aterrada adolescente y cortó. La cabeza se desprendió al instante y los gritos no se hicieron esperar a sus espaldas— ba ba ba, ba ba ba...
Se giró sobre sus talones, los chicos habían comenzado a correr pero algo o alguien había cerrado las puertas, encerrándolos ahí con el maniaco. Gerard pensó en Frank y la sonrisa se expandió mientras su segunda víctima se desangraba bajo sus pies.
— and we all get together when we bury our friends... —finalmente llegó a Scott. Pudo apreciar como el idiota se resbalaba con su ponche u orina quizá, y caía de espaldas al suelo mientras se acercaba a él, blandiendo la motosierra con su nueva fuerza, sobre su cabeza. Alzó una ceja al llegar a él, disfrutaría esto. Lo primero que hizo fue enterrar la motosierra en su abdomen, ejerciendo fuerza, viéndolo retorcerse en esa mezcla de tripas, mierda y vísceras que se formó en donde estaba su abdomen antes hasta finalmente partirlo en dos. Sus ojos miraban ausentes, la mueca de su rostro mostraba un dolor infinito. Y Gerard no estaba conforme.
Siguió apuñalándolo con la motosierra hasta que no quedó mucho de él por reconocer y cuando quedó conforme, pasó a los demás.
— its been 8 bitter years since i've been seeing your face... —se sentía bien haciendo esto, era casi algo reconfortante ser bañado por sangre de otras personas, era tan cálido. Una a una fueron cayendo las porristas con perfecto bronceado y tetas falsas, uno a uno los deportistas que le hacían la vida imposible, uno a uno los cerebritos que lo trataban como a un pedazo de mierda desde que habían comenzado la escuela.
— and your're walking away and i will die in this place... —los gritos de fondo eran un coro magnífico, los chicos seguían cayendo inconscientes, muertos o retorciéndose sobre sí mismos. Gerard pisó varias manos con celulares en su camino, cortándoles la comunicación con el exterior, cada vez quedaban menos peones a los que lanzar al tablero.
En cierto modo era frustrante ver como cedían de inmediato ante su fuerza, sin oponer resistencia, ahora se limitaban a mirarlo con sus ojos profundamente abiertos, rogando clemencia cuando la motosierra era descargada sobre ellos.
— i was killing before killing was cool... —susurraba para sí, cuando el último cayó.
Miró su obra en la pista de baile, en algún momento le había dado al dj por la espalda, ahora el hombre estaba muerto sobre su stereo, la mesa del ponche había sido volteada por un par de chicas que intentando esconderse debajo, habían terminado bañadas en ponche y en su propia sangre segundos después.
El lugar estaba atestado de cuerpos, ahora tenía la certeza, de adolescentes muertos.
Todos habían caído bajo sus manos, todos habían pagado.
Y no sabía explicar la euforia que sentía dentro.
— You're so cool, you're so cool SO COOOOOOOOOL —su voz retumbó en el lugar. Bajo el silencio que vino pronto escuchó el rumor de una ambulancia a lo lejos, alguien debió haber pedido ayuda.
— Lindo desastre, no me gustaría ser quien limpie esto por la mañana —la voz del demonio apareció nuevamente. Gerard entornó los ojos, Frank estaba al otro extremo del salón y caminaba hacia él por sobre los cuerpos de los adolescentes— ella era linda, espero verla allá abajo —comentó alzando la mirada hacia Gerard, sus ojos rojos parecían aún más profundos.
— ¿Cuál es mi precio? —preguntó Gerard, estaba tranquilo con su destino.
Frank sonrío, aceleró sus pasos y pronto estuvo frente a él, alzó su mano, recorriendo la mejilla ensangrentada de Gerard, llevándose los dedos a la boca luego y cerrando los ojos ante el sabor de dicha sangre.
— Tu alma —contestó quedamente, Gerard tragó saliva— te llevaré ahora conmigo, ese es el precio por esta preciosa masacre.
— Me parece justo—respondió Gerard con soberbia.
Sus ojos estaban fijos en los labios del demonio, éste lo notó y sonrío, guiando su propio rostro al del más alto, enlazó sus manos tras su cuello mientras sus labios se buscaban, y Gerard no notó como, sumido en el beso, el suelo comenzó a quemarse bajo sus pies, un espiral apareció de pronto, su lengua explorando por primera vez una boca ajena, el suelo tragándoselo en dirección a un caluroso destino.
Aun no cortaba el beso cuando terminó de ser arrastrado al infierno, arriba, los policías tiraban las puertas, luchando por entrar al centro de la masacre. Más de treinta adolescentes de último año muertos y el causante de dicha masacre, estaba en un rincón junto a una motosierra bañada en sangre, su cuerpo despedazado por lo que parecía ser, las mandíbulas de unos feroces perros infernales.
FIN
NOTAS: O aclaración, mejor dicho. El tema del pacto, los detalles y todo eso, tienen origen en Supernatural. También la forma en que estaba el cuerpo de Gerard, cuando haces pactos son los perros infernales los encargados de arrastrarte abajo, sólo que acá Frank quiso tomarse esa atribución (?)
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