Frank
Historia basada en el creepypasta que dejé en multimedia.
Muchas veces las peores cosas no ocurren en la ficción, claro que no... muchas veces lo peor, lo más escabroso y terrible pasa en la vida real. A la vuelta de la esquina podrían estar masacrando a alguien ahora mismo, lo cual es una mierda, pero no es que podamos hacer mucho al respecto. O eso queremos pensar.
Muy bien, vamos a lo importante aquí, esta historia.
Para comenzar mentalicémonos en Gerard Way, un muchacho de diecisiete años que está sentado en el asiento del copiloto en el automóvil de su madre, escuchando una sarta de mentiras de parte de la mujer que, según él, lo único que busca es deshacerse de su patética existencia en ese horrible asilo para enfermos mentales...
Gerard Way no estaba loco, no quería estar ahí, no necesitaba estar ahí. Pero según su madre y su terapeuta era lo mejor para él antes de que atentara una vez más contra su vida, porque posiblemente la vez siguiente tendría éxito y conseguiría lo que lleva buscando desde que tiene catorce años: suicidarse.
Con una mueca en sus labios giró la cabeza hacia la ventana, moviendo sus pies a un ritmo inexistente y los brazos enfundados en capas de tela, cruzados sobre su regazo. Hablando de una forma más externa, el chico tenía suerte de estar siendo llevado a ese lugar por su madre, en cualquier otro caso habría sido enviado en una ambulancia, sedado para "su propio bien" o en su defecto, en el asiento trasero de una camioneta siendo abrazado por una camisa de fuerza. Que era como la mayoría llegaba al lugar... pero él iba tranquilamente en el asiento del copiloto, en el automóvil de su madre.
El incómodo silencio que reinaba entre ambos lo ponía muchísimo más nervioso y molesto con respecto a su destino próximo, pero de todos modos se empeñaba en no romperlo. Si ella quería decir algo entonces tendría que soportar su cara de "Vete al carajo".
Y el maldito viaje por la carretera parecía no querer acabar jamás.
— Gerard, cariño... —suspiró su madre, rompiendo por fin la invisible barrera que se había dibujado entre ambos, aunque sus ojos no se desviaron del camino— tú sabes que te amo.
El aludido mordió la cara interior de su mejilla mientras luchaba por mantener el silencio. La ira que se había estado acumulando en él, hirviendo en lo profundo de su estómago, parecía ir subiendo lentamente por su esófago en forma de bilis.
— Todos te queremos, Gerard... —ella continuó— Mikey, la abuela, papá... yo... y es por eso que te estoy llevando a ese lugar, es por tu propio bien, amor.
Gerard giró la cabeza hacia ella, tragó fuertemente para hacer bajar la bilis que amenazaba por salir de su boca en forma de vómito y suspiró, perforándola con sus ojos color verde esmeralda.
— Tú no sabes lo que es bueno para mí, Donna —le espetó—. Soy casi mayor de edad y estaba malditamente bien hasta que tú metiste tu maldita nariz en mis malditos asuntos y lo arruinaste todo.
— No maldigas en mi automóvil, jovencito —dijo ella, girando la cabeza hacia su hijo— y yo no arruiné nada. Soy tu madre, Gerard, yo solo quiero lo mejor para ti, sólo quiero que estés bien y tú no estabas bien. Te cortabas Gerard, consumiste metanfetamina tres veces y te has intentado suicidar Dios sabe cuántas veces...
La voz de la mujer se fue quebrando a medida que hablaba y tuvo que quitar una mano del volante para llevarla a su maquillada mejilla y así enjuagar una solitaria lágrima que iba bajando desde sus ojos ocultos por las gafas oscuras.
— Si tu hermanito menor no te hubiese encontrado tú estarás... —sorbió sonoramente por la nariz— Gerard, sólo sé que no quiero perderte y haré lo que sea con tal de que sigas conmigo.
— Gran trabajo, mamá. El plan para que yo siga contigo consiste en enviarme a siete kilómetros de casa —dijo en un irónico tono de simpatía—, esto es una mierda.
Gerard giró su cabeza hacia la ventana y suspiró profundamente. Realmente quería seguir mostrándose molesto, qué demonios, tenía derecho a estar molesto. Pero su madre estaba llorando y realmente odiaba ver a la gente llorar. Respiró profundamente y estaba comenzando a tranquilizarse, intentando olvidar que su madre lo estaba conduciendo a lo que sería su cárcel por los próximos tres meses hasta que un enorme edificio, más parecido a tres edificios enormes, uno junto al otro construidos posiblemente a inicios de siglo o a términos del siglo pasado, aparecieron ante sus ojos y la realidad regresó a él en forma de una cubeta de agua fría.
Su madre condujo hasta los estacionamientos para invitados y abandonó el auto, no tuvo que esperar mucho hasta que Gerard, pateando la puerta para cerrarla, bajara y comenzara a caminar rumbo a la puerta principal.
El lugar parecía bastante desierto a simple vista, por lo menos hasta ese entonces. Gerard se sorprendió al no ver a enfermos mentales por ahí, golpeándose la cabeza contra la pared y molestando a los trabajadores del lugar como pensaba que sería el lugar. No se veía una mierda, pero tampoco lucía perfecto. Era demasiado antiguo y no pudo evitar preguntarse cuantos pacientes habrían muerto ahí. Seguramente era jodidamente tétrico por las noches.
Al cruzar la puerta principal fueron recibidos por una mujer desaliñada, traía gafas gruesas, el pelo negro recogido en un moño y lápiz labial color rojo oscuro. Gerard pudo notar que se había pintado uno de sus dientes y se obligó a contenerse para no hacer algún comentario mordaz al respecto. Un par de hombres vestidos de blanco se acercaron a ellos y luego de intercambiar unas palabras con su madre fueron al estacionamiento, posiblemente a buscar y revisar las cosas que él había llevado al lugar.
Gerard suspiró pesadamente, deseando encontrar ahí sus lápices y libretas cuando abriera su bolso. Seguramente sin eso perdería la cabeza.
— Cris lo llevará a su habitación —la mujer dijo, llamando con un gesto de la mano a uno de los hombres de blanco, quienes ya habían entrado nuevamente al edificio. Uno de ellos cargando el bolso y la mochila de Gerard— la señora Way y yo haremos los documentos de ingreso mientras tanto.
Gerard suspiró y miró al hombre realmente alto que pasó a su lado, rumbo a unas puertas con seguro, miró a su madre de reojo y aún en contra de su instinto, que decía que posiblemente no la vería en algún tiempo y que sería mejor despedirse de ella antes de arrepentirse, lo siguió. Dejando detrás a la triste mirada de su madre que era absorbida por esa recepcionista.
No quería sentirse intimidado, pero tampoco quería parecer un idiota, así que luego de mirar por instantes a su madre, decidió comenzar a caminar por el nuevo pasillo, detrás de los hombres. Contó una infinidad de puertas, tres salones y un par de comedores antes de llegar a otro pasillo, en donde sólo había cuatro puertas.
En todo el camino no había visto a nadie ahí, era como si todos los pacientes estuviesen amarrados a sus camas o algo, porque el lugar parecía desierto. Y por instantes creyó que él sería el único paciente en ése lugar abandonado. Pero al llegar a la que, según ellos sería su habitación, descubrió que había dos camas y dos mesitas de noche ahí. Sobre una cama había un pijama y sobre la otra una colcha desordenada. La habitación tenía paredes color beige, estaban completamente desnudas a excepción de una foto bastante roída junto a la cabecera de la cama, en la foto se podía ver algunas siluetas, pero desde su lugar era imposible descifrarlo con exactitud.
Entró vacilante, mirando como el hombre dejaba el bolso y la mochila a los pies de su cama antes de girarse a él, dedicándole una ensayada sonrisa.
— Tu compañero de cuarto es nuevo en esto de compartir habitación. Pero creyeron que sería bueno para él y para ti estar juntos así que... aquí estamos. Él estará aquí en breve, ahora mismo está en terapia y seguirá en eso durante, por lo menos, una media hora más —dijo sonriéndole una vez más— su nombre es Frank, y él es "especial —agregó, haciendo comillas con los dedos.
— ¿Usa un babero? Porque de ser así yo me voy ahora mismo de aquí —dijo Gerard, mirándole con el entrecejo fruncido.
— No, no... nada de eso. Cuando llegue lo verás, pero tranquilo. Es tan normal como tú o como yo —murmuró revoloteando una mano en el aire.
Gerard quiso preguntarle cómo es que, si era tan normal como él decía, estaba encerrado ahí. Pero decidió no hacerlo, después de todo él también era normal y ahora estaba encerrado en ese horrible lugar. Suspiró pesadamente cuando el hombre pasó de él y salió de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.
Y ahí, completamente solo en un lugar desconocido, por primera vez sintió miedo realmente.
Un poco atontado se acercó a su bolso y lo puso sobre su cama vacía, abrió el cierre y para su sorpresa, su estuche de lápices y su cuaderno seguían ahí. Tomó el cuaderno de dibujo entre sus manos y empezó a pasar las hojas, entre los muchos dibujos encontró un narciso siendo desnudado por la brisa, también un perro de felpa sobre una almohada y el boceto de dos niños jugando baloncesto.
Se sorprendió a sí mismo observando sus dibujos demasiado felices, demasiado coloridos y frunció el entrecejo cuando las lágrimas comenzaron a caer sobre las hojas en blanco. ¿Qué es lo que hacía un muchacho tan feliz y artístico en un asilo para enfermos mentales? O en su defecto... ¿En qué momento se había convertido en alguien digno para ser encerrado ahí?
Llevó dos dedos a limpiar sus lágrimas y estaba en eso cuando la puerta se abrió, haciéndole saltar en su lugar. Cerró el cuadernillo y se giró sólo para ver entrar a un muchacho bajito, delgado y enfermizo. Tenía el pelo negro y desordenado sobre la cabeza, unos ojos avellana que lucían perdidos y la piel increíblemente pálida. Vestía un pijama color blanco y zapatillas de dormir del mismo color. Al verlo sólo se le quedó mirando unos instantes antes de pasar a su cama, como si él realmente no estuviera ahí.
— Uh... tú debes ser Frank —dijo Gerard, girándose sobre sí mismo para encararlo.
El muchacho simplemente asintió.
Gerard hizo una mueca cuando no recibió mayor respuesta de su compañero de habitación, pero de todos modos volvió a hablarle. Realmente necesitaba algo de compañía humana en ese lugar, y aquel muchacho parecía agradable... aunque un poco raro.
— Mi nombre es Gerard —dijo finalmente, tomando asiento sobre su cama para mirarle a la cara. El chico se dejó caer sobre la propia, mirando fijamente a la nada— acabo de llegar al hospital, se ve que eres bastante ordenado porque si no me dicen yo no me enteraba de que tenía compañero de habitación.
Notó como Frank lo miraba por el rabillo del ojo y por alguna razón se sintió intranquilo al conectar la mirada por él, pero atribuyó eso a los nervios que estaba sintiendo al verse encerrado ahí y negó un par de veces para sí mismo.
— ¿Qué se siente estar aquí? ¿Te gusta? —dijo casualmente, intentando hacerlo hablar. Pero el chico volvió a mirar a aquel punto fijo, sin decir ni hacer nada más.
Gerard bufó por lo bajo. Realmente el muchacho parecía no estar prestándole atención en lo absoluto, pero cuando dejó de hablar el chico nuevamente posó su mirada en su rostro, como si esperara que siguiera hablando. Así que claramente lo estaba escuchando.
— Mamá dice que me quedaré aquí unos dos o tres meses... según cómo evolucione y como me porte. Esto es una mierda, ¿No crees? —murmuró una vez más y para su sorpresa, el chico volvió a asentir.
Gerard abrió sus ojos algo sorprendido, claramente el muchacho no era normal. Quizás una clase de impedido mental con algún nivel de retraso mental que le impedía comunicarse normalmente. Pero podía asentir ante sus preguntas o ante las cosas que decía, quizás no era tan difícil comunicarse con él.
— ¿Sabes? Las personas me ponen nervioso... no sé cómo demonios lo haré para lidiar con esas terapias grupales en donde te ponen en círculos con todos los demás ahí y te piden que hables de tus sentimientos y esa mierda —suspiró, negando un par de veces— ¿Tú vienes de una terapia individual?
El muchacho asintió.
Gerard sonrío levemente ante esto y regresó a su tarea de ordenar sus ropas, consciente de que los ojos de su nuevo compañero de habitación estaban fijos en su espalda. Tragó saliva en silencio pero decidió no decir nada más, Frank no parecía ser un chico malo... sólo era diferente.
No sabía cómo demonios pero una semana había pasado y él claramente seguía en aquel lugar. Con el pasar de los días comenzó a notar que efectivamente había más personas ahí, muchas personas que parecían ser una un poco más extraña que la anterior y eso le hacía sentir horriblemente incómodo y enfermo. Se imaginaba a sí mismo en el estado en que esas personas estaban y no podía evitar estremecerse.
En esa semana se dedicó de igual modo a aprender más de su compañero de habitación. No había tenido que hacer preguntas para descubrir que Frank efectivamente no hablaba, ni con él ni con nadie. La única interacción que éste muchacho parecía tener con el mundo externo era el movimiento de su cabeza, siempre afirmativo. Y aunque era tedioso intentar charlar con él, servía mucho hacerlo... Frank era un excelente oyente y jamás lo juzgaba. Bueno, porque jamás decía nada.
Era cerca del mediodía cuando su primera cita con el psiquiatra que le habían asignado tuvo lugar. Había sido guiado a una de las alas del lugar para aquello, ahí donde todo olía mucho mejor y no había pacientes rondado por los pasillos. Gerard casi deseó ser transferido ahí, pero sabía que esas habitaciones estaban convertidas en oficinas, por lo tanto cualquier petición sería denegada.
Una puerta llamó su atención y bien se puso en frente, ésta se abrió, como por arte de magia. Titubeante se adentró sólo para encontrarse con una mujer de unos cuarenta años, lucía amable, pero demasiado profesional, lo cual le ponía la piel de gallina. Cuidando no dar ningún paso en falso tomó asiento y cruzó ambas manos sobre su regazo.
— Paciente 23545...
Bien, números. Eso hacía todavía más grande el espacio entre la psiquiatra y él. Maravilloso.
— Entonces dime... Gerard —murmuró luego de un largo rato de preguntas personales para, según ella, rellenar campos en falso pero Gerard sabía que era una clase de prueba para ver si su cerebro seguía funcionando correctamente. O quizás estaba paranoico— ¿Por qué estás aquí?
— Intenté suicidarme —comenzó Gerard, pero la mujer tenía la vista fija en sus papeles y más encima lo trataba como a un maldito número, ¿entonces por qué él tenía que tomarse las cosas en serio? — En el trabajo —agregó luego de un rato, la mujer alzó la mirada hacia él.
— ¿Dónde trabajas? —dijo acomodando sus lentes, obviamente todos los datos de Gerard estaban ahí, pero le gustaba el juego de roles, pervertida. Gerard mordió sus labios y luego sonrió de medio lado, ella habló de nuevo— ¿Cómo lo hiciste?
— Trabajo en un McDonald después de la escuela —murmuró encogiéndose levemente de hombros—. Intenté meter la cabeza en la freidora pero... ¡Sorpresa! No quedé ni siquiera un poquito crujiente.
La mujer lanzó una seca carcajada y luego de un rato la conversación volvió a tornarse seria, incómoda. Pasó quizás una hora para que Gerard pudiese salir de ahí, sintiéndose extrañamente desnudo, sombrío.
Cuando salió de su cita la semana siguiente el sentimiento era bastante similar e incluso luego de la tercera semana seguía sintiéndose así. Era como si todo lo que progresaba fuera era extraído ahí, como si cada intento por cubrir sus heridas fuese borrado cuando esa psiquiatra estaba ante él.
Pero no todo era tan malo.
La relación para con su compañero de habitación había avanzado increíblemente, si bien Frank seguía sin hablar, el poder hacer contacto visual con él y saber que era escuchado era más que suficiente. Frank había demostrado ser un muy buen oyente, pasaba horas escuchando como Gerard se quejaba de su madre, su padre y su hermano. Todos los días Gerard tenía nuevas críticas para con su familia y Frank parecía no aburrirse de escucharlo.
Aunque tampoco podía hacer mucho para callarlo.
Gerard había descubierto que a Frank no le gustaba comer en la cafetería con los demás y que le llevaban las bandejas a la habitación, pronto pidió que consigo hicieran lo mismo y los enfermeros, contentos de tener a quien "cuidara" de Frank, no se opusieron en lo absoluto.
A Gerard le intrigaba en sobremanera qué pasaba en la cabeza de su nuevo amigo, por qué estaba ahí, cuanto tiempo llevaba ahí, cuando pensaban dejarlo ir... por qué demonios no hablaba. Pero nadie respondió a sus preguntas, a ninguna de ellas. Aunque pronto las preguntas dejaban de formularse y daban paso a las críticas eternas de Gerard.
Sólo entonces había descubierto que realmente le gustaba hablar y que odiaba a su familia. Odiaba a su madre y su maldita imagen de familia perfecta, odiaba a su padre quien jamás había tenido tiempo para él, odiaba a Mikey... el maldito niño perfecto. Los odiaba a todos... y se lo hizo saber a su nuevo amigo.
Pasaron quizás dos meses para cuando Gerard fue dado de alta. Su última cita con la doctora había culminado y se sentía increíblemente bien, la mejoría era notoria y todos lo sabían. Él mismo estaba contento con saber que pronto podría abandonar ese lugar, pero al llegar a su habitación, al ver a su amigo, las ganas de irse se esfumaban casi al instante... si él se iba Frank volvería a quedar solo, si él se iba nadie más hablaría con Frank...
— Me voy de aquí... —murmuró cuando tomó asiento sobre su cama, Frank alzó levemente la cabeza, pero no hizo contacto visual con él. A decir verdad eran pocas las veces que lograba ver sus ojos— ¿Me vas a extrañar? —preguntó, pero Frank no hizo nada— yo si te voy a extrañar mucho...
Dejó ir un suspiro y cerró sus ojos por instantes o quizá fue más tiempo. Para cuando los abrió la luz del sol era más anaranjada, pero Frank seguía en la misma posición sobre su cama.
— ¿Te gustaría salir de aquí? —preguntó luego de un rato.
Frank asintió mansamente con la cabeza.
— Voy a sacarte de aquí —decidió y luego de dedicarle una sonrisa abandonó la habitación.
Realmente no tenía idea de qué decir para conseguir la libertad de su amigo, pero sabía que Frank no estaba loco como los demás pacientes, si bien no era completamente normal... no era alguien que debía estar en un lugar así, no era sano para él. La situación de Frank era algo bastante similar al autismo, pero en sesiones anteriores había preguntado y eso no era lo que Frank tenía, ¿entonces qué era?
Intentó hablar con su doctora y lo logró, le habló de su amigo, le habló de todo lo que habían avanzado y de lo que había percibido por parte de Frank. Le habló de lo que pasaba con él, de cómo actuaba, de todo... y con sorpresa recibió la noticia: Frank podría salir también.
La doctora había entendido su punto y prometió hablar con las personas encargadas de Frank y cuando lograra eso, Frank sería libre... no podía sentirse más feliz. Era como lograr una meta increíblemente difícil, una meta que no sabía que tenía. Era importante para él, casi como sacar a un inocente de la cárcel.
A la mañana siguiente ambos fueron despertados temprano, los tíos de Frank estaban ahí para retirarlo. Gerard le ayudó a guardar sus cosas. No era mucho lo que tenía ahí, pero al cambiar ese traje blanco por ropas reales, Gerard pudo notar un real atractivo en su amigo. Se acercó a él y posó sus manos sobre las contrarias, tenía ahí un papel que previamente había escrito.
— Aquí está mi número de teléfono, mi correo electrónico y mi dirección —murmuró intentando mirar en los ojos de su amigo—. Yo sé que casi todo el tiempo estás en tu propio mundo pero... realmente me agradas y... me gustaría que, quizás... algún día... podamos vernos allá afuera, ¿Qué dices?
Frank asintió levemente con la cabeza, haciéndole sonreír.
Gerard le dio un apretado abrazo y luego de unos momentos lo dejó partir. Lo último que vio de su amigo fue un extraño brillo en sus ojos, hizo un gesto con su mano, pasando por alto aquello y se giró a su propia cama, esa misma tarde su madre iría a por él.
Regresar a casa no fue para nada fácil, en cuanto el auto arrancó las peleas con su madre comenzaron y en cuanto llegó a su hogar se encerró en su habitación. Esta, gracias al cielo, parecía no haber sufrido cambio alguno. Era como si nadie se hubiese metido ahí en los casi tres meses que él estuvo ausente, lo cual era genial.
Se recostó sobre su cama y cerró los ojos, dejándose llevar por el aroma de su propia cama, de su propio hogar y de lo suave que el colchón se sentía. Su sueño era raro, lleno de algodones de azúcar y demás cosas demasiado lindas, para cuando abrió los ojos ya era de noche y toda la casa estaba sumida en la oscuridad y el silencio total.
Abandonó la cama con paso torpe, cuidando no tropezar camino al baño. Encendió la luz y se adentró en el pequeño cuarto para orinar, luego de lavar sus manos regresó al pasillo, pero todo parecía estar demasiado silencioso, demasiado tranquilo... demasiado extraño.
Encendió la luz del pasillo y con el corazón palpitando violentamente en el pecho comenzó a bajar las escaleras, la habitación de sus padres estaba en el piso inferior y fácilmente podría acostarse entre ellos si es que algo andaba mal.
Y lo andaba.
Cuando llegó abajo volvió a encender la luz, pero esta vez no fue un pasillo vacío lo que vio. Lo primero que llamó su atención fue el destello de los lentes de su hermano menor, estaban sobre la alfombra de la sala y justo al lado, en una pose increíblemente incómoda para tratarse sólo de un profundo sueño, estaba Mikey.
Sus ojos estaban abiertos y una línea de sangre bajaba de sus labios a su barbilla. Su pecho y abdomen estaban destrozados, como si unas garras de acero hubiesen roto todo en la zona. Su hermanito estaba muerto.
Tenía los ojos bañados en lágrimas cuando, completamente asustado giró hacia la habitación de sus padres, empujó la puerta y la escuchó rechinar cuando esta tocó la pared. Entonces encendió la luz.
Su madre estaba tendida en la cama y parecía estar durmiendo, de no ser por el cuchillo que sobresalía por su pecho dejando una estela carmín sobre el camisón color amarillo. Había más puñaladas en el pecho, un ramillete de cortes que le daban un aspecto increíblemente lúgubre a su pálido cuerpo sin vida.
Y justo al lado estaba su padre.
Contuvo una oleada de arcadas al ver su cabeza... parecía ser sólo una masa gelatinosa sobre su cuello, pero Gerard sabía quién era, el cráneo estaba prácticamente destruido junto con la masa interior y el rostro. Algún objeto contundente había sido arrojado a su rostro una y otra y otra vez, dejado eso como residuo. La fuerza había sido tal que tanto la cama como la pared estaban salpicadas en sangre.
Sólo entonces cayó en cuenta con la certeza de que su familia había muerto. Sus padres, su hermano... todos estaban muertos. Se giró sobre sí mismo cuando una respiración se sumó a la propia, sus ojos buscaron en la oscuridad y ahí, en el umbral de la puerta pudo ver a una figura familiar... era Frank, por supuesto.
Completamente aterrado lo vio avanzar sin prisa hacia él, tragó saliva cuando éste alzó el brazo y le entregó un papel doblado en cuatro partes iguales. Lo recibió con su mano temblando y antes de poder decir nada más, Frank abandonó el lugar.
Esa noche Gerard no durmió y tampoco se movió de ahí, estuvo parado en ése lugar hasta que sus pies se durmieron y entonces se sentó a los pies de la cama. Con los primeros rayos de sol la habitación comenzó a cobrar vida, pero sus padres y su hermano jamás lo harían. Frank los había matado... ¿Pero por qué?
Suspiró cuando sus ojos se encontraron con el papel y muy en contra de lo que quería lo desdobló para leer... la letra era bastante fea pero el texto simple. Bajo los datos que él mismo había anotado había algo más escrito, de puño y letra de Frank. El mensaje decía así:
"Me deshice de todas las personas que te molestaban ¿estás contento... amigo?"
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top