Disenchanted
Otra solitaria píldora. El fuerte sabor del whisky escocía en mi lengua. Forcé el veneno hacia abajo. Dos píldoras más. La impaciencia es mi mejor amiga. Pegué la botella de vidrio contra mis labios, corriendo a través de mi garganta una vez más. Dos más. Tragué seco. Tres píldoras en esta ocasión. Un fuerte trago de líquido caliente. Un sabor tras otro.
Nunca pude resistir esa sensación, la sensación de cada precioso sorbo, intoxicándome. Incluso ahora, cuando todo lo que tenía se esfuma; se pierde.
Me acuesto en la cama del hotel, mi brazo cuelga adormecido y deja caer lentamente la botella vacía. Mi cabeza golpea contra la blanda almohada y se hunde.
La felicidad, la ebria felicidad.
Un haz de luz atraviesa las persianas medio abiertas, es suave y se disipa en las oscuras sombras de la habitación. Nunca pensé que iba a morir en un día soleado.
Gerard reflexiona soñoliento, se siente ¿Feliz?
Nunca pensé que iba a morir...
Sonríe.
Y es ese ruido de nuevo. Ahí esta el ruido sordo de los puños golpeando contra la puerta cerrada, la perilla de cobre girando desesperada, el sonido de alguien sacudiendo la puerta en su marco. Gerard siente el fantasma de una sonrisa curvándose en su rostro, siente el calor colándose en su suite. Y se siente feliz y cálido; sensaciones que había pasado años sin sentir.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se había dejado ir, bañándose en los rayos de oro, sonriendo, en lugar de esconderse en la oscuridad y la sombra?
Había estado demasiado perdido.
Golpean de nuevo.
La sonrisa de Gerard crece aun más, casi convirtiéndose en una terrible mueca presa de una carcajada. No hay razón para que lo sigan intentando, cuando lo hagan. Ya será demasiado tarde; él aun sonríe. El sonido de un teléfono traquetea en la habitación. Destruyendo la paz; cortando y royendo la tranquilidad. Tiene que detenerlo. Sigue el cable con su mano, por la pared a sus espaldas, agarra el cable de la corriente y encierra su puño en torno a este, jalando con fuerza; con toda la energía que le queda.
Cierra los ojos fuertemente, se siente volando alto; vertiginoso. Cálido y seguro. Cálido. Morir, es simplemente como caer en un sueño.
El ruido es cada vez más fuerte. Las voces crecen desesperadas. Los golpes son cada vez más violentos. Pronto ya no quedara nada. Se promete y se siente casi emocionado por esto.
Una nauseabunda explosión. Los invasores llegan. Bang. Eso no fue más que un puño.
Los brazos de Gerard cuelgan adormecidos a sus lados y disfruta de esa sensación de hormigueo fluyendo a través de su torso y extremidades. Un golpe mezclado con el sonido de las astillas. Es demasiado tarde, lo siento. Piensa. Pero él no lo siente. Él quería esto.
Alguien quiebra la madera y el eco de los golpes aumenta.
¿Cómo es que tan repentinamente, Gerard se dio cuenta de que estaba totalmente cansado de la vida? Sabía que había perdido la esperanza de que algo lo dejara ir lejos. Se había ido. Se había abandonado a si mismo. Y lo único que quedaba era la ausencia de la esperanza, la idea de que durante todos estos años había vivido una mentira. Se había dicho a si mismo, todos los días, que las cosas mejorarían más nunca lo hicieron.
Esa misma mañana, haciendo una mueca, que alguna vez fue una sonrisa, llego a la conclusión de que no podía seguir diciéndose lo mismo por el resto de su vida. No estaba bien. Ni siquiera anhelaba la felicidad de antes, sólo quería que el terrible dolor parara. Y esta, era la única manera de lograrlo.
La depresión se deslizó en él tan lentamente durante tantos años que fue totalmente desapercibida. Todos los días consumía un milímetro de su ser, hasta que no le quedo nada más por conquistar, dejando su huella tortuosa en todas partes. Y decidió quedarse a pasar el resto de su traqueteo en una cáscara vacía. Su amor por él había sido inesperado. Un día se despertó con la extraña idea de que había tomado su corazón, que había abordado su alma.
Los ruidos se desvanecían; como si hubieran escapado de la realidad o estuvieran reproduciéndose en el televisor de alguna habitación contigua. Los sonidos no eran reales. La realidad se está muriendo de a poco. Todo se está desvaneciendo. El caos es un mundo cada vez más distante. Los parpados se cierran de a poco y el mundo se vuelve negro.
Rosas húmedas, cálidas llueven sobre su delirio, las manos ajenas se posicionan sobre su torso, lo hunden. Unos labios se pegan a los propios, intentando dibujar una respiración poco profunda. Otra lágrima cálida cae sobre su mejilla y él sabe quien es esa persona que está llorando.
Sus ojos se abren nuevamente. Ven el mundo. Se llena de esta última indignación triturada. Su rostro, él tiene tanto miedo. Se ve tan asustado y quebrado.
"Frank... lo siento..." Gerard susurra.
Pero es automático. Una mentira. La respuesta a los sentimientos que se supone, tiene. Pero el no lo siente. No se arrepiente.
Levanta los ojos borrosos y ve a su amigo afligido, adolorido, con su cara desgarrada por las lágrimas y temblando. Ve los bordes oscuros de sus ojos, arrastrándose hacia el centro, los ojos de Frank se ven más profundos y oscuros que el ébano.
Yo pensé que vería la vida desvaneciéndose poco a poco, no a la muerte acercándose acechante. Reflexiona. La nada se hace cada vez más evidente en esta terrible existencia.
Gerard cierra los ojos una vez más y se pone a la espera del gran salto para dejar este mundo. Otra piel saluda a su cuello. Es cálida y seca. Huele a comodidad y a pasado. Huele a él. Gritos y llantos se presionan contra el cuello de Gerard y se siente bien. Se siente agradable y relajante, no como debería sentirse.
Las palabras son vibraciones que no tienen sentido. Los sonidos se han vuelto obsoletos de todos modos, las sensaciones se fusionan en una sola. Los labios se mueven a través del cuello adormecido, se siente suave, hipnótico.
Dios sabe como Gerard lo amaba. Lo amaba con todo su corazón y cada respiración. Respiración que ahora sólo deseaba cesar. Con su último aliento llegaría el fin de este amor tortuoso. Ese amor de heridas, de provocaciones, cada vez más roto, doliendo en cada aspecto. Cada vez que lo veía sonreír era una cuchillada más en su carne, un corte más profundo y no se detendría hasta hacerle sangrar.
Ese sentimiento pronto se habrá ido. Y todo será maravilloso. No. No, no lo hará. No habrá nada, nada que sentir, nada que recordar. Él sabe que perderá todas esas sensaciones. Eso es lo que busca. Gerard siente el movimiento en la habitación, se convierten de sonidos bajos a voces casi imperceptibles. Hay gente aquí, él quiere estar solo. Ellos zumban a su alrededor de su falta de definición visual detrás de Frank, destruyendo su paz. Él quiere morir sólo. Él quiere disfrutar de cada segundo de aislamiento antes de desaparecer.
Otra respiración se abre paso lentamente y Gerard se pregunta por qué sus pulmones no se detienen aún. Siguen trabajando. Desgraciadamente aun no paran. El sueño se arrastra a zancadas sobre sus miembros, tomando una marcha pulgada a pulgada, ansiosa. Un beso inesperado cae sobre su cuello cansado. Y se siente como si esto fuese sólo misericordia, la misericordia hacia un moribundo. Otro, este es más caliente, más húmedo. Otro, los labios suben lentamente sobre la piel adormecida, la vida va desapareciendo lentamente. Suben por su cuello, por la mandíbula, a la espera de alcanzar los labios secos.
Las manos siguen aferradas a sus hombros, sin parar de temblar. Aflojó su apretón inestable, arrastrando torpemente el cuerpo por debajo del suyo. Los labios todavía estaban apretados, una lengua cálida se burlo dentro de la boca fría; recorriendo los pómulos por dentro, sintiendo la alegría de la fingida reciprocidad. Una mano temblorosa apretó la mejilla de Gerard, extendiendo sus dedos desesperados, suavemente a través de su fría piel. Su opuesta alcanzó el cabello enredado y empapado de sudor. La incredulidad llena cada rincón de una mente dispuesta a dejar este mundo, dejando sensaciones como estas atrás. Gerard había renunciado por completo a la intimidad, a la alegría, al amor.
Se sentía sin peso alguno.
Un largo beso cada vez más perdido, cada vez más difícil de sentir. La nada se hizo dueña de su cabeza y el cuerpo dolía. Su respiración se hacía más pesada, sintiendo peso aplastante sobre su pecho, impidiéndole expandir sus pulmones. Lo intenta, más no puede levantar sus manos lánguidas para tocar a su amante, lo intenta de nuevo y las siente caer encima de su cuello.
Frank aleja lentamente sus labios de los de Gerard. Pasa sus dedos tiernamente sobre las líneas de expresión del contrario y busca desesperadamente alguna respuesta en sus ojos.
"No me dejes" le suplica.
Las lágrimas afectan aun más su imagen. El dolor se siente cortante sobre su rostro. Cada emoción basada en la desesperación está pintada en el rostro de su amante.
"Lo siento, Frank..." susurra Gerard.
Y ahora está arrepentido, ahora realmente lo siente.
Una lágrima se escapa y corre por su mejilla cada vez más fría. Y duele. Ser arrancando de la vida duele como mil golpes demoledores. Su pecho se tensa y este dolor es real. Duele respirar. Con cada respiración desesperada Gerard se aferra más a la vida, a la esperanza de pasar un segundo más junto a ese hombre que ama.
Sus parpados se vuelven pesados. Se cansan rápidamente. Él sabe que ha caído, ya lejos del mundo. Se siente pesado. Su mente grita aferrándose a la vida, pero se encoge de hombros cruelmente, su dominio se debilita y se deja caer. Gerard quiere decir mucho, pero sus labios apenas se estremecen y tiemblan torpemente. Lágrimas siguen cayendo a través de sus ojos adoloridos. Está cayendo en una pesadilla y siente tanto miedo. Quiere volver sobre sus actos. Detener el tiempo y lanzar la botella, empujar las pastillas por el desagüe.
Pero el tiempo no se puede deshacer. Está perdido y se está desvaneciendo. Sus ojos se cierran y la más negra escena hace aparición. Los últimos sonidos que oye son los gritos ahogados de Frank implorando que se quede, maldiciendo su nombre por dejarlo. El quiere responder, pero esta capacidad le fue arrebatada. El tiempo es tan raro, tan precioso y está huyendo.
El final de su vida se llena con un solo pensamiento. Con la emoción de recorrer suavemente la cálida mejilla de Frank con el dorso de sus dedos. Se imagina como podría sentirse, como se habría sentido si hubiese sido lo suficientemente valiente como para quedarse y hacerlo.
Se había despojado de esa sensación y el remordimiento era insoportable. Moriría sin sentir otra vez esa suave piel contra sus dedos temblorosos. Nunca volvería a experimentar la alegría de un momento pasajero, cuando sus cuerpos apretados rompieran el aliento andrajoso, presos de la excitación, jadeando al unísono mientras se daban un abrazo enredado. Nunca sería capaz de volver a atrapas sus labios ferozmente entre los propios y saborear el precioso amor de la boca esperada.
No quiero dejarte. Su mente gritó. La oscuridad crecía cada vez más. Yo no quiero dejarte, he cometido un error terrible. No quiero hacerlo. Sus labios presionaron violetamente en una desesperada suplica final. Él simplemente ya no sentía. Los paramédicos comenzaron a trabajar sobre su cuerpo. Él no quiere saber nada más, ya no duele nada más. Él no siente más. Porque se ha ido. Dejando detrás un rastro de tristeza en su estela.
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