A reason to believe

— Lo hice de nuevo —una lúgubre voz se adentra en el templo santo.

 El hombre de largo cabello negro que cae lacio sobre sus hombros y frente dice sin más, sus ojos de un verde profundo penetran la piel del receptor y sus labios se curvan en una pequeña sonrisa cuando la confesión sale por fin de ellos. Se acerca de espaldas al capellán que se encuentra ahora entre los muchos asientos de la capilla y un ligero resoplido de decepción sale de su boca cuando nota que no es el padre de siempre si no que uno mucho más joven y porque no decirlo, apuesto.

 — Creo que la puerta cerrada indica perfectamente el estado actual de la capilla —musita entre dientes el joven capellán.

 — Por favor padre, tuve que entrar por la puerta trasera, eso denota mi prisa ¿No cree? —dice él acercándose aún más al hombre de sotana negro ónix — Sólo unos minutos y me voy ¿Está bien?

 Un fuerte suspiro se escapa de los labios del joven capellán, si bien el horario no es el indicado ni tampoco es seguro hablar con alguien que se toma el atrevimiento de entrar al templo del señor como un ladrón, sabe muy bien que a ninguna alma hay que negarle la palabra del señor ni la salvación eterna.

 — ¿Dónde está el padre Timothy? —pregunta mirando por sobre el hombro contrario, buscando con la mirada.

 — Tuvo que viajar a Nueva York por un asunto de la iglesia —dice con absoluta calma— Yo estoy a cargo por ahora —sonríe.

 — Disculpe mi intromisión, pero...  ¿Cuántos años tiene? —la pregunta escapa casi sin querer, la sonrisa jovial del de ojos pardos parece dar cabida a más interrogantes de su parte.

 — Creí que estaba aquí para  acerca de usted y sus pecados por confesar —responde con el mismo tono de voz.

 — ¿Cómo te llamas? —pregunta una vez más, Gerard Way jamás se da por vencido ante una negativa.  

 — ¿Pasamos?

 Sin notarlo se vio guiado al pequeño cubículo donde las más siniestras y a veces estúpidas confesiones salían a la luz.

 — Puedes comenzar a hablar ¿Qué fue lo que hiciste... "De nuevo"? —interroga Frank pegando su mejilla derecha a la pequeña rejilla negra.

 Un resoplido se escucha a través de esta y sus labios se curvan en una pequeña sonrisa al recibir de lleno su olor a tabaco y alcohol.

 — Maté a un hombre —confiesa dejando caer la cabeza.

 Si bien en el momento de perpetrar un asesinato su mente esta vacía y se dedica a sentir el sabor y la calidez de la sangre, luego el sentimiento se va y queda un vacío en el hueco donde se supone está su corazón. Vacío que nada es capaz de llenar, porque mató y sin dudas va a matar de nuevo, porque quiere hacerlo y no puede darle la espalda a sus deseos.

 — La iglesia no está para juzgarte, tampoco las cárceles terrenales con sus tortuosas condenas que sólo sirven para corromper el alma —suspira el joven capellán— Pero si quieres que Dios te perdone, tienes que prometer que no volverás a hacerlo jamás. Que nunca volverás a cobrar una vida con tus manos.

 Frank escucha como una penetrante y tenebrosa carcajada escapa de los labios del hombre, ahora siente miedo. Aunque sabe que no tiene que teme, no en una iglesia.

 — Ese es el problema padre, no puedo prometer que no volveré a hacerlo porque sé que volverá a pasar —ríe nervioso, golpeándose las cabezas con ambas manos— No soy un poeta como usted, tampoco seré salvo. Soy un criminal, padre.

 Y sin decir alguna otra palabra, sale del cubículo del anonimato, atraviesa la pequeña capilla a zancadas, abre la puerta, cerrándola con un estrepitoso portazo a sus espaldas y se pierde bajo la lluvia de invierno.

 El corazón de Frank sigue acelerado, pero su mente no sabe si es debido al asesino que acaba de violar los terrenos vírgenes de la iglesia o es porque el aroma de ese hombre, su voz o su mirada que se han tatuado en lo más profundo de su blanca alma. Parte de él dice que debe ir a denunciarlo, que es culpable de quizá múltiples asesinatos, que posiblemente ya cobrado un sinnúmero de vidas, pero no puede. Simplemente no puede hacerlo, porque él le contó todas esas cosas bajo secreto de confesión.

 — Me gusta... el aroma de la playa —dice Gerard con una sonrisa en sus labios, la sonrisa que se ha acostumbrado a mostrarle al joven hombre de la sotana negra.

 — A mi también, es un aroma a tranquilidad y libertad. Huele a vida —sonríe él, apegando aún más su espalda cubierto por una simple camiseta contra el torso contrario, revestido por una chaqueta de cuero.

 Y aunque han pasado sólo unos días desde aquel primer encuentro en la capilla esa lluviosa tarde, se sonríen con sinceridad y hablan con tranquilidad. Porque esa otra alma proporciona tal sentimiento de tranquilidad al alma propia que nada más importa. El joven capellán cayó bajo los encantos del asesino sólo en las cuatro cuantas visitas siguientes, en la primera le dijo su nombre, Frank Iero. En la segunda le dijo su edad, 21 años. En la tercera le dijo que su corazón jamás se había enamorado, porque le pertenecía al Dios que veneraba. Y en la cuarta había accedido a ir a dar un paseo a la playa, como amigos solamente.

 — A Dios no le gusta que jueguen a ser él —suspiró Frank, aun con la vista pegada al atardecer, como si le hablara al viento— Tarde o temprano tendrás que confesar, Gerard. 

 — No puedo cambiar Frank —murmuró a su oído— Esto es lo que soy...

 El muchacho se soltó del agarre y volteó a mirarlo a los ojos, quedando frente a frente con sus rodillas juntas entre las piernas del asesino de ojos verdes.

 — Me gustas —dijo acariciando su mejilla.

 Esperando que eso fuese a cambiar algo.

 — Entonces ámame o déjame... —sonrío acariciándole la mejilla de igual manera— No hay una tercera opción.

 Rompiendo el agarre se puso de pie, sin romper el hilo de su mirada, sus ojos seguían bañándose en ese mar de colores.

 — Si escoges la primera opción, sigue adelante —suspiró volteándose, recubriendo sus manos dentro de los bolsillos de la chaqueta.

 — Gerard —musitó bajando la mirada, sintiendo como sus mejillas se coloreaban.

 — Soy... como me hizo el doctor —sonríe encogiéndose de hombros para empezar a caminar hacia la civilización a pocas cuadras de la playa.

Las semanas  habían pasado, Frank había escogido la primera opción y Gerard seguía alimentando a su asesino interior. No había dudado en ir a confesarse a la capilla luego de cada asesinato, intentando de esta manera disolver su culpa, y siempre se había ido sin escuchar los comentarios del joven capellán acerca de sus pecados.

Una noche también habían cedido a los deseos de la carne, dejándose llevar completamente y terminando ambos vestidos sólo por una capa de sudor sobre la cama del asesino.

 La puerta sonó tres veces y sin preocuparse en echar un vistazo antes de abrir la puerta, giró la manilla. La silueta del joven aun con su sotana puesta se iluminó con la luz interior, haciendo un trasfondo con el oscuro pasillo y aunque su rostro no quedaba a la vista, supo que estaba molesto.

 — ¿Qué sucede? —preguntó tranquilamente, haciéndose a un lado para dejarle entrar.

 El menor no dijo nada, entró a zancadas al sucio departamento y cerró la puerta a sus espaldas. Una de sus manos estaba ocupada por una compacta arma de fuego. Gerard en lugar de alarmarse sonrío y se dejó empujar hacia la pared. Las manos del capellán temblaban, pero podía ver la determinación en sus ojos. Alguien moriría esa noche y Dios quería, sería un asesino ante las manos de uno de los hijos de Dios.

 — ¿Vas a disparar? —su voz rompió el silencio.

 Frank inspiraba fuertemente, sus fosas nasales se movían a cada respiro, traía los labios contraídos en un gesto de absoluta molestia y su ceño estaba fruncido. Jamás lo había visto ceder a sus sentimientos y era obvio que había estado reprimiendo toda esa ira por mucho tiempo.

 — Dispara entonces —sonrío tranquilamente, su nuez se pegó a su piel cuando tragó saliva— Justo aquí —agregó tomando el pequeño revolver por el cañón y posándolo sobre la parte izquierda de su pecho— En mi corazón.

 Su mirada queda detenida en el aire una vez más, los ojos del menor lo miran suplicantes. Por dentro está temblando de miedo pero no quiere dejar que sus sentimientos salgan a la luz, porque siempre le han enseñado a guardarlos. Porque no es bueno dejarse llevar por los instintos, ni sentir tanta ira. Sus labios tiemblan y baja la cabeza para dejar que los ríos de lágrimas terminen su curso antes de volver a mirarlo a los ojos.

 — ¿No puedes hacerlo? —una risa se escapa de sus labios. Sabía que el joven hombre no podría ser capaz de disparar un arma.

 Él niega con la cabeza, secándose las lágrimas con la mano que sostiene el arma. Una de las manos de Gerard llega a la cara del menor, levantándola para que lo mire a los ojos, sonríe encantado ante los ríos de sentimientos que atraviesan su pequeño y frágil cuerpo.

 — ¿No puedes cobrar una vida a cambio de cientos de vidas? —acaricia su mejilla con una mano y con la otra detiene en el aire el arma del menor, pronto lo acerca a su cuerpo y besa sus labios, sintiendo el tibio y salado sabor de las lágrimas a su paso.

 Entre beso y beso las ropas comienzan a sobrar, entre caricias el menor se deja acariciar para terminar bañado en sudor nuevamente, entre palabras al oído su cuerpo tiembla con cada embestida que le propicia aquel asesino, otro beso y ambos caen rendidos sobre las sábanas.

 — Nunca he conocido el amor —murmura Frank, pegando su vista al techo.

 — El amor... tiene el mismo tono que una rosa roja sobre un ataúd —dice Gerard acariciándole el sedoso cabello negro— El mismo tono que tiene una  vida  al desangrarse en el suelo...

 Frank suspira sintiendo como sus músculos se contraen, recordando a qué iba a ese departamento donde más de una vez se había dejado llevar ante los deseos de su piel. Él iba a matar, se había conseguido esa arma con personas indeseables, tenía sólo una bala y quería que fuese usada en la cabeza o corazón de Gerard. Y aunque había estado a punto de disparar el gatillo, simplemente no había podido hacerlo.

 — Hace un rato... —comenzó Gerard con su voz ronca— ¿Venías con la intención de disparar ese revolver?

 — Sí —confiesa él apretando los labios— Iba a dispararte.

 — Aunque me mates, aunque me entierres, aunque me quemes y finjas jamás haberte topado alguna vez conmigo —tomó una pausa para captar la mirada del menor— Aunque hagas todas esas cosas, jamás harás que me aleje...

 — Quiero creer en eso —Frank suspiró una vez más— Sólo dame una razón para creerte.

 La capilla parecía estar particularmente sombría aquél día. El joven capellán daba vueltas de un lado a otro por el pasillo alfombrado entre los asientos vacíos, sus pasos habían un eco en el lugar dándole un aspecto aun más lúgubre a sus ropas negras y el cristo de mirada suplicante colgado en la cruz. 

 Su pecho subía y bajaba con rapidez, había tomado una decisión y lo tenía todo preparado, cada detalle listo, solo esperaba que Gerard contestara su llamado y fuera a visitarlo a la capilla.

 Los minutos pasaron y la puerta principal se abrió de golpe, dejando entrever al asesino que portaba la típica chaqueta de cuero negra junto a sus ropas del mismo color, la melena azabache estaba pegada a su cabello por la humedad de la lluvia y cuando alzó el rostro para mirarlo a los ojos, notó que se veía aun más pálido.

 — Siempre es un placer verte —comenzó a hablar Gerard, quitándose la chaqueta y dejándola caer pesada sobre uno de los asientos traseros— Pero me pregunto ¿A qué se debe una llamada en un día tan lluvioso como hoy?

 Atravesó el pasillo a zancadas y pronto estuvo frente a Frank, quien sólo sonrío y se acercó a besarle los labios.

 — Eso es nuevo —río Gerard acariciándose los labios.

 Los relamió con prisa mientras su mirada seguía a Frank por el pasillo, había llegado hacia la parte trasera de la capilla y justo en una mesita bajo la cruz con el Cristo se encontraba una bandeja previamente preparada. Dos copas de vino y una botella, junto con un pequeño frasco que antes había sido vaciado en el interior de la copa derecha.

 — Quería tomar una copa contigo —comenzó Frank, dejando la bandeja sobre una de las sillas de la primera fila— No hay inconveniente ¿Cierto?

 Gerard se encogió de hombros y simplemente sonrío, luego recibió la copa, admirando con una sonrisa en los labios la mirada curiosa de su interlocutor. Era obvio que el muchacho tenía una carta bajo la manga, pero la verdad es que no le interesaba conocerla. Aunque esto fuese su perdición.

 Los labios de Frank atraparon con prisa el cristal de la copa, pero antes de tomar el primer sorbo, se vio interrumpido por un gesto que Gerard hizo con su mano, por instantes su corazón se detuvo, pero en cuando él comenzó a hablar se calmó. O eso creyó.

 — Me gustaría proponer un brindis por nosotros —dijo Gerard mostrándole todos los dientes en una sonrisa— Quiero que esta copa sea una prueba de confianza y amor —continuó y Frank sintió como su estómago caía sobre sus pies— Así que dame todo tu veneno, tus pastillas, tu corazón desesperanzado porque quiero curarlo —sonrío acercándose para acariciarle la mejilla, las mejillas de Frank estaban coloreadas por una mezcla de culpa y el aire del romance— Nunca podrás acabar conmigo, pero si eso es lo que quieres —alzó la copa sobre su cabeza—. Dispara a voluntad —y sin decir más derramó todo el contenido de la copa dentro de su boca.

 Luego de tragar el líquido rojizo se giró hacia Frank con una sonrisa triunfal, este aun tenía la copa llena en sus manos y lo miraba con la curiosidad emanando por cada uno de sus poros. Ambos se adentraron en uno de esos trances sin palabras hasta que un gemido de dolor por parte de Gerard le hizo caer de rodillas apretándose el estómago con ambas manos.

 — ¿Qué sucede? —el grito salió de los labios de Frank casi como una súplica, ignorando por unos momentos su perverso plan de acabar con la vida del asesino mediante una dosis letal de veneno para ratas.

 — ¿Qué me diste, Frank? —gruñó Gerard cerrando los ojos con fuerza, de pronto un sudor frío había empezado a bajar por su frente, confundiéndose con el agua que minutos atrás había mojado sus cabellos.

 El aludido suspiró fuertemente y se puso de pie, no podía ceder al pánico, al menos no ahora que estaba tan cerca de lograr su cometido. El vendedor le había dicho que en animales el veneno actuaba en cosa de segundos o un par de minutos, si es que por casualidad un humano llegaba a ingerirlo, tardaría unos 5 minutos y en todos los casos era terriblemente letal.

 Aun ignorando los gemidos de dolor por parte del asesino, se dirigió a la mesita donde antes había estado la bandeja y tomó una pesada biblia entre sus manos, para luego regresar al lugar donde Gerard ahora se mecía sobre sus rodillas, vomitando un líquido amarillento por sus labios entreabiertos.

 — ¿Moriré? —preguntó Gerard con la voz ronca por el dolor físico.

 Frank se limitó a asentir, abrazando con fuerzas la biblia contra su delgado torso. La interrogante se dibujó de inmediato en los rasgos del asesino, Frank cerró los ojos fuertemente y comenzó a hablar.

 — Tú dijiste algo que me quedó dando vueltas y vueltas en la cabeza hace unos días —sonrío rodeándolo a paso calmado— "¿No puedes cobrar una vida a cambio de cientos de vidas?" — Citó las mismas palabras que el asesino le había dicho al darse cuenta que no podía disparar un gatillo.

 Gerard alzó la vista y le sonrío, con una de sus manos limpió la marca que el vómito había dejado en sus labios y mentón.

 — ¿Qué harás con esa Biblia? 

 La pregunta salió casi por inercia de sus labios, simplemente intentaba entretenerse para ignorar el dolor que le quemaba desde las entrañas.

 — Pedir por tu alma, claro —sonrío Frank.

 Una sonrisa irónica se formó en los labios del asesino y luego una risa estridente se escapó de sus labios, similar a la que había escuchado esa primera vez en la cabina de confesiones.

— Predica lo que quieras Frank —susurró luego de vomitar otra carga de ese líquido amarilloso— Pero ¿Quién va a salvarme?

 — Yo te estoy salvando Gerard —sonrío abriendo la biblia— ¿Acaso creíste que pediría por tu alma con plegarias?

 Los ojos de Gerard viajaron rápidamente a las manos del capellán, sostenía la biblia abierta entre ellas y dentro de la misma un revolver de grueso calibre contrastaba con las blancas y delgadas hojas del libro santo. Subió los ojos una vez más, sonriéndole a Frank casi con orgullo.

 El revolver se pegó a su frente y se mordió los labios, pero sus ojos seguían sobre los de Frank, sintió como el frío metal recorría sus mejillas y luego se detenía sobre su boca entrecerrada.

 — Bésame —dijo Gerard dejando salir un suspiro.

 — Esto es lo más cercano que tendrás a un beso mío, Gerard —respondió recorriendo sus mejillas con el arma— Y esto lo más cercano que tendrás a una caricia —agregó para luego regresar a su boca entreabierta.

 Gerard se mordió los labios una vez más, intentando reprimir el dolor que hacía temblar su cuerpo, uno de sus dedos viajó a sus labios y notó que el sabor metálico que antes había sentido no era más que el de su propia sangre.

 — Aunque me mates seguiré contigo, Frank... Te estoy dando mi vida —sonrío— ¿Esto es acaso razón suficiente para creerme, Frank? 

 El menor no dijo nada, sus labios se abrieron levemente cuando le quitó el seguro y brindándole un último "te amo" en silencio, disparó el gatillo. La grotesca escena le hizo apretar los labios con fuerza hasta sangrar, sus ojos miraban entreabiertos la tranquilidad que mostraban los ojos verdes casi fuera de sus cuencas, el rostro de asesino estaba completamente irreconocible y el agujero detrás de su cabeza no daba lugar a dudas, estaba totalmente muerto. Su cuerpo se tambaleó un par de veces antes de caer hacia delante,  su cabeza cayó sobre los pies de Frank quien no alcanzó a dar el necesario paso hacia atrás, con un movimiento rápido se desembarazo de ello y comenzó a caminar por el pasillo recitando una oración entre sus labios.

 —... Oh Dios misericordioso, tened compasión de él... —suspiró tomando un poco de agua bendita para luego regresar junto al cuerpo de Gerard— Amén —roció una fracción de su cabeza con el agua santa y se volteó.

 Antes de volver a caminar hacia la salida, se volteó una última vez y en un susurró dijo:

 — La vida es eterna, el amor es inmortal; La muerte no es más que el horizonte y el horizonte no es más que el límite de nuestra visión.* Recuerda esto, Gerard —sonrío suspirando.

 Sus manos se apropiaron de la chaqueta de cuero y guardó en uno de sus bolsillos el revolver con el cual le había disparado, inspiró fuertemente cuando las frías gotas de lluvia golpearon su cabeza y comenzó a caminar calle abajo, sin rumbo ni un camino.

 "Dame una razón para guiarte."

  Escuchó un tenue murmullo a sus espaldas, respondiendo a las interrogantes de su cabeza.

 — Mi sola existencia es esa razón, porque ya tengo lo que necesitaba —dijo completamente seguro— Ya tengo una razón para creer.

* Extracto de 'oración a nuestros seres queridos' del Padre Bede Jarret.

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