DRAFT
Érase una vez un mundo libre.
En él habitaban pequeñas personas que sonreían por todo, hasta por el más tonto comentario. Jamás estaban tristes ni eran capaces de sentir dolor. Eran felices, y por ello, no tenían preocupación alguna.
Bueno, no la tenían hasta aquella mañana a la orillas del mar.
La familia de Casse había decidido disfrutar de aquel soleado día con un viaje a la playa. Sin embargo, la joven de dieciocho años recién cumplidos no estaba de acuerdo con aquella decisión. Pensaba que estaban cometiendo un gran error.
—Prefiero quedarme en casa... —Dijo Casse mientras cogía de un estante el libro que había estado leyendo durante meses una y otra vez. Ya se sabía los diálogos al pie de la letra, pero eso no le importaba en lo absoluto.
—Lo siento, hija, pero hoy te vienes con nosotros —Dijo con voz autoritaria y sin mirarla, su madre, que comenzó a ordenar todas las toallas que tenían pensado llevarse en una maleta —Además, tú misma nos dijiste que necesitábamos más momentos en familia.
—Sé lo que dije... —Casse suspiró, rendida, y se acercó a su madre para ayudarla —Pero no me refería a esto, a poner en riesgo mi vida solo por pasar tiempo con papá y tú.
—Qué exagerada eres, cariño —Pero, en el fondo, la madre de la joven sabía a qué se refería, ya que el mar era un lugar prohibido para toda la humanidad —Pero tú no tienes por qué preocuparte, eres inmune al agua.
—No estoy preocupada por mí, sino por vosotros —Su madre la miró con ternura y ella rodó los ojos —Estoy hablando en serio.
Casse, aunque intentara mantener la calma, no podía ocultar su temor. Sí, ella era diferente al resto de la gente de su condado. Ella podía tocar el agua sin deshacerse, porque a diferencia de todas las personas que ella conocía, Casse tenía piel en vez de arena.
—Estará todo bien, te lo prometo —Su madre intentó relajar la tensión que se respiraba con una sonrisa, pero su hija no fue capaz de creer en sus palabras. Estas estaban llenas de inseguridad.
Pero, antes de que pudiera decir algo al respecto, su padre entró a la sala de estar, lugar donde ambas mujeres se encontraban, con una gran sonrisa en la cara. Llevaba puesto un bañador rojo que le llegaba hasta las rodillas y, por otra parte, una camiseta, la cual la tenía en su hombro derecho, dejando ver su cuerpo bien cuidado a pesar de su edad.
—Ya metí la comida y las hamacas en el maletero. ¿Estáis listas?
—Lo estamos —Dijo la madre, mirando con ilusión a su marido. Casse, por otro lado, miró el libro que tenía entre sus dedos y se replanteó severamente el hecho de llevárselo o no a la playa. Quería leer, pero también quería estar atenta de sus padres por si se acercaban al mar.
Y justo entonces, como si su madre le hubiera leído los pensamientos, se giró hacia su hija, le tendió la maleta y con un gesto rápido de muñeca, le arrebató la novela al mismo tiempo que la decía:
—No te hará falta.
CONTINUARÁ...
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