Durante todo el viaje, la pequeña Casse estuvo contemplando el paisaje mientras la música que circulaba por sus cascos la transportaba a semanas atrás.

Recordó sus días de clase, los cuales no fueron nada entretenidos.

Y ella, en aquellos momentos, no deseaba más que vivir aventuras que pudiera recordar por el resto de su corta existencia. Quería narrar historias a sus hijos y que estos estuvieran entusiasmados por tener una madre tan maravillosa como ella, diferente, y que no tuviera miedo a nada.

Ni siquiera al agua.

La canción favorita de Casse acababa de finalizar justo cuando su padre aparcó en uno de los huecos que quedaban libres en el parking. La joven se quitó los auriculares y al instante deseó no haberlo hecho. El silencio era asfixiante, tanto que a Casse le empezó a sudar la piel por el calor que había empezado a templar sus poros descontroladamente.

Observó a sus padres, que miraban al frente sin mostrar ni una sola emoción en el rostro. Y, por supuesto, a Casse le cansó esa actitud tan enfermiza. Por eso, abrió la puerta del auto, dispuesta a levantarse e irse sin ellos.

-Vosotros fuisteis los que queríais venir. Ahora ateneros a las consecuencias... -Casse solo recibió unos cuantos parpadeos engañosos por parte de sus progenitores, provocando la exasperación total de la muchacha.

Casse rodó los ojos con hipocresía al mismo tiempo que una aguda risa le salía de los labios. No se creía que sus padres, después de haberla obligado literalmente a venir, se hubieran petrificado de esa manera por solo ver el agua desde el interior del coche.

-Vale, pues quedaros aquí; yo me iré a tomar el sol un rato -. Y nada más decir esas palabras, se arrepintió mil veces de no haber cogido el libro cuando su madre no miraba.

Casse salió veloz del auto y comenzó a andar hacia las escaleras de madera que conducían a la playa, abandonando a sus padres en un momento medianamente ridículo.

CONTINUARÁ...