01/02/18
Hola, mundo:
Me dirijo a ti para sacarme aunque sea por un rato esta angustia tan pesada. Me escuecen los ojos y no paro de llorar, y no te voy a negar que lo odio. Odio tener estas arrugas en la frente, o sentir que no he llorado lo suficiente. Odio asomarme después en el espejo y ver mis ojeras y el gris que ha inundado a mis ojos sin piedad.
No lo sé, pero hoy, querido mundo, no me siento persona, ni animal, ni planta, ni bacteria, ni aire, ni mar, ni tierra, ni hielo... No me siento nada.
Y es irónico porque la nada ya es algo, ¿no?
Ha pasado un mes desde que empezó el nuevo año y aún no me acostumbro a la gente nueva que empieza a rondar por mi cabeza. Tampoco a la gente que está empezando a desaparecer... O que ya ha desaparecido, y, aun así, actúa como si no.
No me acostumbro a mi nueva vida o a la que no es tan nueva.
He empezado a volar de nuevo sin arnés, y temo volver a caer sin tomar en serio la gravedad hasta que no palpen el suelo mis huesos de cristal.
Y no, no es por lo que piensas.
No tengo miedo a la realidad, sino a no tener tiempo a enfrentarla a tiempo y tener que vivir con el pasado y el presente a la vez.
¿Por qué, mundo? Creo que los segundos me están afectando. Siento la brisa del viento en tercera persona. Me veo a mí mirando a mi hermana con una sonrisa, y después a mis amigos con una lágrima. Y cierro los ojos al escuchar una melodía diferente cada vez que pienso en todo: en cómo se mueven los coches, las personas o los pájaros; en la prisa incomprendida y en la belleza idealizada; en el amor no correspondido y en los rollos que no quieren reconocer lo "serio"...
Y es que ahora mismo no vale la pena. No vale la pena luchar por el chico de tus sueños cuando horas antes no ha dudado en mirarte como si fueras insignificante; tampoco vale coger el móvil y darle me gusta a una foto de un desconocido solo por mero aburrimiento. Pensar que tus antiguas amigas volverán a abrir aquel armario tan oscuro, o que tus nuevos amigos puedan ser como tú esperas que sean.
—Tampoco puedes estar para todos —Me dijo una vez mi otro yo en un momento de histeria.
Y es verdad. He intentado callar para no hacer daño, para no ser la despiadada sin corazón en esta historia. Pero es imposible. He nacido para enfrentarme al mal, aunque duela.
¿Por qué, mundo?
Todos tendríamos que tener ventajas. Aquellos niños que pasan hambre cada día o todos los animales que son abandonados merecen una oportunidad.
Y me gustaría que entraras en razón, el dinero no alegra un alma que ya está destinada a estar rota de por vida. Tú puedes llegar muy lejos sin recurrir al dolor de otros, sin ser como aquellas personas despiadadas, que solo piensan en el bien propio. Ellos son los que están vacíos, no tú.
Y sufro.
Y muero sin dejar de respirar.
Nadie escucha mi llanto, y pienso que nunca lo harán porque ya dan por hecho que no hay nada que hacer.
Pero no es verdad. Aún queda mucho por hacer... Por desgracia.
Me gustaría que me miraras por un instante y no pensaras en nada, que me cogieras la mano y me dijeras bajito que todo estará bien cuando baje las escaleras de mi casa.
Me encantaría que el orgullo desapareciese por un segundo y pudiéramos pedir perdón al unísono.
Solo deseo encontrar paz para todos, no para mí. Necesito compartir mi felicidad con todos aquellos que hoy no se hayan sentido como yo; quiero entregar un trozo de mi alma para iluminar aquel cuadro solitario, alejado de los demás.
Y sí, mundo. Te escribo esto porque quiero que entiendas que, aunque hoy no me sienta persona, no significa que mañana no vaya a volver a la normalidad. Porque un bajón repentino no me ha hecho olvidar quién soy, aunque muchas veces me lo cuestione, y para qué estoy aquí.
Y sí, es inevitable estar bajo una misma estrella cuando se trata de vivir.
Con cariño, Bee del presente
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