Capítulo 4: Terrores Nocturnos

El tic tac del reloj se hacía monótono en la habitación, comenzando a impacientar a Josh. Intentaba centrarse en la programación que estaban retransmitiendo en la tele, pero ese molesto sonido se le clavaba en el cerebro como punzantes dagas ardientes. En un intento desesperado por romper el hielo, pretendió comenzar una conversación amena con su hija.

—¿Qué estás haciendo, Sharon? —Josh y Sharon estaban sentados en la sala de estar de su casa, uno en un sillón y la otra en la moqueta. Josh estaba tomando un refresco viendo los informativos locales en la televisión; nada interesante. Mientras, Sharon estaba arrodillada en el suelo como los japoneses, dibujando algo en un papel sobre la mesa.

Habían pasado 8 años desde la prematura muerte de Sarah... y el nacimiento de Sharon. El bebé había sido la salvación de Josh, cuyo aprecio por la vida pendía de un hilo. Él ahora tenía una situación económica estable, algo de lo que sentirse verdaderamente orgulloso. Consiguió acabar con éxito la carrera, aunque fue realmente duro para él.

En la universidad, todo el mundo se enteró del fallecimiento de Sarah y se compadecían de Josh. Tampoco le gustó mucho que le recordaran constantemente su desgracia, pero al menos algunos profesores llegaron a aprobarle su asignatura por eso. Sabían lo duro que era estudiar tanto temario y centrarse, cuando recientemente había perdido a un ser querido.

En cuanto acabó la carrera, decidió no estudiar más. No podía centrarse después de la tragedia y su trabajo de agricultor no le daba el dinero suficiente para continuar con ella. Buscó un trabajo en el pueblo y consiguió un puesto de contable en una pequeña empresa de la localidad donde se crió. Su sueldo no era muy elevado, pero le servía para mantenerse a él y a Sharon, con eso le era suficiente.

Debido a temas económicos, continuó viviendo en la cabaña de campo de su abuelo. Hizo unas pequeñas reformas de mantenimiento en la casa y compró muebles y decoraciones nuevas, algo más adecuado a los nuevos tiempos. Pero, obviamente, mantuvo la habitación donde vivió su abuelo cerrada con llave. No quería recordar su trágico pasado y no quería que influenciara a Sharon.

— ¿No es bastante obvio? —Sharon interrumpió sus variados pensamientos—. Estoy dibujando papá, ya sabes que me encanta —le contestó.

— ¿Y has acabado los deberes?

—Sabes de sobra que sí papá, es demasiado fácil para mí.

—Pues disfruta estos momentos, cuando vayas al instituto ya no tendrás tanto tiempo libre...

—¡No me agobies, papá, hay que vivir el día a día! —le gritó, obviamente molesta. Josh le sonrió y tomó otro sorbo de su refresco de cola light. Sinceramente, estaba muy orgulloso de Sharon y de su maravilloso intelecto. Sus profesores le recordaban siempre que su hija era una alumna maravillosa. Cada vez que la veía le recordaba a su madre, tan guapa, inteligente y perfeccionista como lo era ella.

Tenía unas notas estupendas, era bastante inteligente para su edad y estaba bien educada. Al principio pensó que era superdotada, pero al final sólo resultó ser muy trabajadora y madura. Eso no le disgustaba, pues ahora mantenía con ella una relación menos infantil. Josh nunca pensó en poder soportar ser padre él sólo, pero Sharon puso bastante de su parte para hacérselo más llevadero.

Además, dibujaba genial, algo que a nadie le pasaba desapercibido. Debido a la confianza que Sharon había depositado en su padre, no le tenía tanto respeto como las niñas de su edad. Josh era muy liberal, prefiriendo que Sharon se enfrentara a la vida real y aprendiera de sus propios errores. Para él, imponer la educación a los niños por la fuerza y a base de castigos era algo anticuado e ineficaz.

Sharon conocía el pasado de la vida de su padre y todo lo que tuvo que hacer para seguir adelante. Él nunca se lo había ocultado, no quería tener secretos con ella, pero para él fue imposible exponerle la escéptica leyenda de su abuelo. Lo consideró un dato innecesario que como mucho daría mala imagen a su abuelo. Aun así, Sharon le quería muchísimo y se lo demostraba cada día.

Los informativos acabaron más temprano de lo habitual y Josh apagó la tele, al mismo tiempo que terminaba su lata de refresco light y se incorporaba en el sofá. Repentinamente, le invadió la curiosidad y miró de reojo al elaborado dibujo de su hija. Era bastante siniestro, aunque no le incomodaba en absoluto. Ya estaba acostumbrado al arte de su primogénita.

En él aparecía una señora de mediana edad, vestida completamente de negro, gritando. Al fondo se podían divisar varios edificios abandonados y una intensa tormenta. La chica vestía un largo vestido y un sombrero que se movían por el viento del mal temporal. Los edificios ardían con llamas de gran intensidad. A Josh no le pareció raro, pues Sharon siempre hacía ese tipo de dibujos.

—¿Por qué siempre haces dibujos tan... perturbadores? —preguntó Josh el curioso.

—No sé, me inspira. Está en mi cabeza, yo simplemente lo dibujo. Es decir, el dolor, el sufrimiento, son sentimientos tan fuertes y expresivos. Me gusta que mis obras tengan carácter y personalidad.

—No deberías decir eso del dolor y el sufrimiento a tu edad —replicó su padre.

—Tú me enseñaste a decir la verdad. Y no puedes negar que el sufrimiento es muy poderoso.

Su hija tenía razón. La compañía de Sarah duró por 3 años, pero el dolor de su muerte todavía lo lleva muy dentro en su corazón. Le acarició la melena a su hija y se fue andando a su habitación. La dejó allí tranquila dibujando mientras él acababa el trabajo pendiente por hacer. Sharon debía aprender a ser autosuficiente.


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Eran las tres de la mañana cuando Josh y Sharon llevaban 5 horas durmiendo. Josh se quedó plácidamente dormido enseguida, cansado debido al numeroso trabajo. Su mente estaba despejada, ya que no tenía más obligaciones laborales y llegaba el fin de semana. En cambio, Sharon no se durmió tan pronto. Se acostó en la cama con su pony de peluche sin dejar de pensar en lo mismo de todas las noches.

Normalmente se lo contaba a su padre, quien la intentaba calmar, pero sabía que esta semana estaba muy cansado y con mucho estrés, y no quería despertarlo por sus niñerías. Además, tampoco quería preocuparle demasiado por algo que pronto acabaría, pues Josh, aunque es un buen padre, podía llegar a ser muy sobreprotector con ella. En fin, él sólo tenía a Sharon.

Estas últimas semanas había tenido casi todos los días un montón de pesadillas, un número fuera de lo normal. Cuando se despertaba después de una de ellas, intentaba calmarse y volver a dormir, pensando en música o en algo que la ayudara a olvidar, pero a veces eran verdaderamente horribles y tenía que dormir con Josh, en su cama, recibiendo su cariño incondicional y protección paternal.

Normalmente, sus pesadillas trataban de que se perdía en el bosque que rodeaba la cabaña o en el pueblo en el que vivía y unos seres extraños la perseguían sin motivo alguno. Ella intentaba escapar con todas sus fuerzas, corriendo desesperadamente, escondiéndose y, a veces, atacándoles; pero nunca encontraba una salida y siempre acababan atrapándola.

Las cosas que veía durante su huida eran las que podían horrorizarla lo suficiente como para no poder dormir en toda la noche. Cadáveres manchados de sangre colgando de los árboles desnudos, niños y niñas llorando desconsoladamente, monstruos deformados y anormales que actuaban de forma siniestra o vísceras irreconocibles en el suelo. Pero esa noche, ante su sorpresa, su pesadilla fue distinta al resto.

Soñó con una ciudad enorme, edificios enteros abandonados y ardiendo con intensidad. Sus fachadas estaban descoloridas y semiderruidas. Estaba sola, como de costumbre, pero decidió que no podía quedarse allí quieta esperando a que se acabara el sueño o algo aun peor de lo que se esperaba ocurriera.

Emprendió una caminata por las calles y carreteras de la ciudad hasta que llegó a la entrada de un parque céntrico. Al fondo había un colegio con un enorme patio de juegos y, un poco más al lado, una iglesia de estilo gótico con varios siglos de antigüedad. Tuvo la sensación de que algo malo iba a pasar, pero siempre sucedía algo así. Empezó a correr por el parque, sin mirar atrás, esperando no encontrar nada aterrador allí.


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Un potente grito sobresaltó a Josh en plena noche y le hizo levantarse rápidamente de la cama. El chillido provenía claramente de la habitación de Sharon. Corrió hacia allí, abrió la puerta y se encontró a su hija llorando en la cama, con la cabeza entre sus piernas. La estrechó entre sus brazos y empezó a consolarla, como hacía desde días atrás.

Para él, eso sí que era una auténtica pesadilla, pero nunca una de ellas había afectado tanto a su hijita. Era muy consciente de que recientemente su hija estaba teniendo una cantidad exagerada de pesadillas, pero pensaba que quizás era una fase. Esa situación le preocupaba cada vez más. Josh esperó paciente a que Sharon se tranquilizase y, tras secar sus lágrimas con la manga de su pijama, la preguntó monótono:

—¿Otra vez esa pesadilla sobre el bosque?

—No

—¿Entonces?

Sharon le miró con los ojos llorosos, sacando su cabeza de entre las piernas. Su expresión era realmente entristecedora y se la veía muy preocupada; eso hizo que Josh se preocupase también. Sharon empezó a temblar levemente y a regular su ritmo respiratorio. Al bajar la cabeza, dirigió unas palabras a Josh:

—Papá... —Hizo una breve pausa antes de continuar—. ¿Quién es Scarlett?

A Josh le dio un vuelco el corazón.

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