Capítulo 2: Memorias del Pasado

La alarma del despertador arrastró a Josh fuera de sus dulces sueños y le despertó sobresaltado. Molesto por la sorpresa, lo apagó y se incorporó en la cama, frotándose los ojos. "Normalmente me despiertan los ruidos que hace mi abuelo en el piso de abajo. Se habrá quedado dormido", pensó, sin darle más importancia al asunto.

Tras vestirse adecuadamente, Josh se lavó la cara con agua fresca y bajó a la cocina dispuesto a preparar el desayuno. Normalmente de eso se encargaba su abuelo, pero si todavía no se había despertado sería porque estaba realmente cansado y no quería molestarle. Además, ya era mayorcito para prepararse él sólo la comida.

La casa estaba muy silenciosa sin su abuelo yendo de aquí para allá. Al acabar de preparar dos vasos de zumo de naranja, dos muffins caseros de chocolate y dos tortitas con sirope del mismo sabor, colocó los alimentos sobre una bandeja de plata y la llevó a la mesa del comedor. Luego, llamó a su abuelo para que desayunara con él.

—¡Despierta, abu, ya he preparado el desayuno! ¡Puedes bajar!

Josh se sentó en su respectiva silla y comenzó a degustar el desayuno en completo silencio. Aprovechó esos momentos para reflexionar sobre su vida, pero la tardanza de su abuelo le empezó a preocupar. Al acabar de desayunar, su familiar tampoco había bajado a acompañarle. "Pues sí que tiene el sueño profundo éste hombre". Levantándose de la silla, subió las escaleras y abrió la puerta del dormitorio.

—¡Abuelo, despierta! —Los gritos de Josh no provocaron ni un sólo movimiento por su parte—. ¿Abuelo? ¿Estás bien?

Josh se acercó a su cama sin poder creerse lo que estaba viendo. Agachado frente a la desordenada cama de su abuelo, no podía parar de llorar al ver el acontecimiento sucedido. Sus lágrimas salían despedidas, sin control, reflejando el dolor que en ese momento sentía en su interior. Una y otra vez secaba sus ojos para dejar hueco a las lágrimas que también necesitaban escapar. Sus ojos se enrojecían cada vez más, pero apenas podía sentirlo.

Todavía no estaba preparado para eso, era demasiado pronto. Simplemente negaba lo que había ocurrido, pero sabía que eso era real y no había nada que hacer para cambiarlo. En el fondo de su corazón, él seguiría viviendo, defendiéndolo, cuidándolo y amándolo hasta reunirse con él para siempre. Al pensar en ello, no pudo evitar soltar un grito de desesperación.

—¿Qué debo hacer? —preguntó en voz alta, como si su abuelo pudiera darle una respuesta. Pero ya no podía. Había fallecido con tan sólo 58 años, siendo aún muy joven para haber muerto. Tenía toda la vida por delante, una vida prometedora que la muerte le había arrebatado sin piedad. Al fin y al cabo, ese era su trabajo.

Josh empezó a recordar con nostalgia todo el tiempo que había pasado junto a él. Las imágenes se agolparon en su mente como una película de cine mudo. Le había criado como a su propio hijo, era lo único que tenía y ahora, con 16 años, ya no estaba con él. No tenía a nadie, estaba sólo en el mundo. Tendría que luchar solo contra un planeta que no se dejaba dominar fácilmente.

Reconoció que su abuelo nunca había estado bien de salud, ni física ni mental. Su abuelo tenía diversas y variadas quemaduras en la piel que nunca se acabaron de curar y nunca le contó cómo se las había provocado. Siempre que le preguntaba sobre el tema, cambiaba la conversación o se hacía el tonto, diciendo que no tenía quemaduras. Una vez le respondió que fue por culpa del sol, pero Josh no era tan ingenuo.

Constantemente intentaba ayudarle, conseguir que expresara lo que por tanto tiempo llevaba reprimiendo, pero su abuelo era un hombre muy reservado y ni siquiera se lo contó a su propio nieto. ¿Acaso no confiaba en él? A veces le miraba a los ojos, intentando que se ablandara y le respondiera, pero en ellos sólo veía una mirada que le decía: Ojalá pudiera responder a esa pregunta.

Él era un hombre de campo que, para mantenerlos, vendía a los lugareños frutas y hortalizas variadas que cultivaba él mismo en su huerto, ubicado en la parte trasera de la casa. Las frutas ecológicas, totalmente naturales y sin conservantes, eran apetecibles para varios habitantes del pueblo. Ese trabajo era lo único que les daba de comer, ya que Josh no podía trabajar siendo menor de edad.

Su abuelo siempre se preocupó por sus estudios, ya que una buena educación podría sacarlos a los dos de esa miseria si Josh obtenía un buen puesto de trabajo. Además, para él, una buena educación era primordial para que las personas aprendieran a respetarse y a trabajar duro, ya sea individualmente o codo con codo. Josh sabía el esfuerzo que hacía su abuelo para pagarle los estudios, por lo que siempre tenía un gran control sobre ellos.

Sin embargo, siempre que veía a su nieto aburrido y sin nada pendiente por hacer, le preguntaba si quería ayudarle con el huerto. Naturalmente, Josh siempre respondía que sí con una amplia sonrisa, ya que le encantaba trabajar en el huerto con su abuelo y aprender más sobre la agricultura. Gracias a eso pudo ponerse en forma, algo que en el fondo siempre le agradeció.

Constantemente se preguntaba a sí mismo si la mala condición física de su abuelo le llevó a tener todas esas paranoias. Él se negaba a recurrir a un especialista licenciado y además, no podían permitírselo debido a sus escasos ingresos económicos. Quizás hubiera sido la única forma de salvarle de tan prematura muerte, pero ya no se podía cambiar el pasado. Debía afrontar con dolor el presente.

A veces, por las noches, sobre todo en las de luna llena o en las más oscuras, su abuelo se ponía a llorar en su habitación o en cualquier parte de la casa. Josh nunca averiguó el motivo por el cual lo hacía. Simplemente iba a su habitación o a dónde quiera que estuviera y le abrazaba hasta que se calmaba. En el fondo le dolía mucho verle así, pero eso no era lo único.

Otros días se encerraba en su habitación casi todo el día sin motivo aparente. Se quedaba sólo y en silencio durante horas, reflexionando sobre Dios sabe qué. Ni siquiera podía hablar con él cuando lo hacía, ya que nunca le contestaba y no sabía que se llevaba entre manos porque siempre cerraba las persianas de la habitación. Tampoco pudo averiguar el por qué de esa situación.

Otras veces, se ponía a gritar y a correr por toda la casa como alma que lleva el diablo; sus gritos eran fuertes y desgarradores, imposibles de pasar desapercibidos. Cuando Josh era pequeño le hacía mucha gracia, pero conforme crecía mental y físicamente, más se preocupaba por él y por su salud. Aquellas paranoias no eran normales, sobre todo en alguien tan joven.

Recordó que un día, cuando tenía 14 años, se atrevió a preguntarle con timidez por qué hacía eso. Desde ese momento intentó que le respondiera a sus incógnitas una y otra vez, pero él no revelaba ninguno de sus secretos. A veces miraba al suelo, acobardado, y se quedaba callado, otras veces simplemente le ignoraba. Pero un día le contestó: En Silver Creek yace la respuesta.

Y entonces se acordó de la leyenda. Jamás entendió por qué le daba tanta importancia a esa historia, si sólo era un cuento inventado. Siempre le decía que era sólo una leyenda; y cuando lo hacía, su abuelo chillaba que era real y no paraba de repetirlo hasta que Josh lo admitía. Pero nunca se lo creyó. Ni siquiera pensaba que existiera un lugar llamado Silver Creek.

Josh se quedó unos minutos en silencio, intentando calmar su agitado corazón e intentando frenar sus memorias que lo atormentaban desde el momento en el que entró en la habitación. Por fin había parado de llorar y simplemente se preguntaba qué debía hacer ahora, pero no se le ocurría nada. Ni siquiera tenía a quién recurrir. De repente, levantó un poco la cabeza y la vio.

Encima del armario, casi oculta tras unos cartones y hojas de papel antiguas, se hallaba una pequeña cajita de madera. Nunca antes la había visto, e inmediatamente después de verla sintió una gran curiosidad por ese extraño objeto. Josh se incorporó, bajó la cajita de la parte superior del armario y la puso sobre la cama. La caja medía 5cm de alto por 5cm de ancho, adornada con líneas decorativas doradas y pequeñas incrustaciones de diamantes falsos.

Con un simple movimiento, levantó la tapa de la pequeña caja y miró detenidamente su interior. Esperaba encontrarse en ella algo con al menos un poco de valor o incluso dinero o joyas, ya que la caja estaba escondida y no lo estaría de no ser por esa razón. El problema es que no tardó mucho en otear su interior, pues apenas había nada interesante en ella.

Lo único que despertaba cierto interés en el chaval era una mísera foto. Josh la observó con detenimiento, pero no había absolutamente nada escrito en ella y tenía aspecto de tener unos pocos años, aunque se veía antigua. Seguramente debido al lugar donde había sido guardada. Era raro que hubiera escondido algo tan inusual y con tan poco valor.

La foto mostraba a una niña pequeña de unos 10 años, balanceándose en un columpio. Su mirada era inocente e irradiaba felicidad. Sus cabellos oscuros rodeaban las cadenas del columpio y su piel blanca era iluminada por la luz del sol. Sujetaba un caballito de peluche marrón mientras se balanceaba con una amplia sonrisa. Al fondo se visualizaban unas cuantas montañas y cordilleras.

Josh se preguntaba qué significaba esa foto y qué hacía guardada en una cajita que no había visto nunca. Pero era demasiado tarde para preguntarle eso a su abuelo. De todas formas, él nunca le contó nada relacionado con una niña semejante, ni siquiera le habló mucho de sus supuestamente difuntos padres. Siempre fue un hombre lleno de misterios sin resolver.

Cerró la cajita con cuidado para no dañarla, la volvió a dejar dónde estaba y salió de la habitación, sin dejar de pensar en aquella chiquilla. No sabía por qué, pero tenía la vaga sensación de que esa niña le resultaba familiar. Al cerrar la puerta de la habitación del fallecido, sintió como si una brisa le diera un leve abrazo a su débil cuerpo.

—Adiós, abuelo —pronunció Josh poniendo un punto final a su vida—. No te olvidaré, te lo prometo. Siempre vivirás en mis recuerdos. Aunque no pueda verte, ni oírte, ni hablarte, estaré ahí para darte la mano, para seguir tu camino y juntos seremos imparables. Estaremos juntos para siempre...

Finalmente, Josh se derrumbó y de nuevo comenzó a llorar.

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