Prólogo (Parte 2/2): El final de mí

«Es un fuego. Estos sueños que ocurrieron, esta salvación que deseo... siguen derrumbándome.
Porque necesitamos reconocer errores una y otra vez. Así que déjales saber en qué creemos.
No puedo ver una razón por la que pueda fallar»
                                                                                                                    —It's A Fire (Amy Lee)

Nada podía acabar con aquella pesadilla. La luna llena iluminaba entera la gran plaza de Silver Creek, junto con los centenares de antorchas que se agitaban al viento. Los gritos enfurecidos de la muchedumbre ahogaban cualquier gesto de humanidad. Las lágrimas no extinguirían el fuego, pero Scarlett había perdido ya el control. Sus pies en vuelo sentían como el calor se aproximaba.

Algunas personas comenzaron a arrojar botellas de licor, piedras u otros objetos contra la niña. Scarlett estaba atada a un mástil de madera en el centro de la plaza. Todos querían ver su cadáver. La joven chillaba pidiendo clemencia, pero solo respondían con insultos y reproches. En esa noche, la empatía era algo imaginario, y la cordura algo inexistente. Las plantas de los pies de Scarlett empezaron a notar el fuego en ellas.

Abrió los ojos y solo vio rostros llenos de ira, dónde el odio era el emperador. Ni siquiera el viento quería parar esa locura. Scarlett perdió la sensibilidad en sus piernas chamuscadas. El dolor era insoportable e indescriptible, como si estuviera viviendo en el mismísimo infierno. El color negro cubrió su piel, y las lágrimas su rostro. Ya nada se podía hacer por salvar a la muchacha.

Cuando su torso comenzó a quemarse, Scarlett perdió la voz de tanto gritar. Su mente ya no estaba en este mundo, sino que divagaba por otros con un futuro mejor para ella. Su visión era borrosa, y las voces enfurecidas de la gente se escuchaban como un eco lejano. Scarlett cerró los ojos y se dejó llevar por la mano de la muerte. El calor se convirtió en un frío intenso, y con un suspiro ahogado, abandonó el mundo que le dio la vida.

«Dicen que cuando mueres, ves tu vida pasar ante tus ojos, pero yo solo vi la oscuridad que por siempre habitó mi corazón»

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El frío del mármol recorrió su cuerpo como una descarga eléctrica. Los ojos de Scarlett se abrieron de inmediato. Ella pensó que encontraría la entrada al cielo, o un fondo eternamente negro, pero no. La muchacha se levantó del suelo y comprobó que se encontraba en medio de una habitación cuadrada, completamente blanca, hecha de mármol... y sin salida.

Solo tuvo que parpadear para que la figura de un hombre anciano se apareciera ante ella. Su larga barba era del mismo color que la habitación ¿Sería esa persona San Pedro? Scarlett no era muy católica, pero después de la vida que había vivido ya no sabía en qué creer. Antes de que pudiera pronunciar palabra, el hombre se acercó a ella y comenzó a hablar:

—No tengo nombre, pero me llaman el Amo. No soy ningún personaje que aparezca en alguna religión, ni un mago, brujo, o cualquier cosa que se te venga a la cabeza. Solo soy yo —Scarlett le miró confusa ¿Qué hacía él allí? ¿Qué quería? ¿Dónde se encontraba? ¿Estaba muerta realmente? Todas esas preguntas y más se amontonaban en su cabeza, pero optó por preguntarle la que consideraba más importante.

—¿Quién eres y qué quieres de mí?

—Soy el Amo, ya te lo he dicho. Lo que quiero de ti es que seas feliz —la respuesta fue inesperada para la niña, cuyas palabras no resolvieron ninguna de sus dudas.

—¿Podrías especificar un poco más?

—Claro, déjame que me explique. No estás viva, pero tampoco estás muerta. Eso es algo que te explicaré más tarde, primero quiero comentarte por qué estoy aquí, contigo. Hace muchos años que he estado buscando a alguien, con un pasado tan trágico que tenga la fuerza suficiente como para aceptar mi pacto.

—¿En qué consiste el pacto? —preguntó Scarlett sin pensárselo dos veces. La curiosidad podía con ella ¿Sería aquella la oportunidad de ser feliz que había esperado por tanto tiempo?

—Scarlett, tú tienes... tenías un don: Dar vida. Yo puedo devolvértelo, pero no exactamente como tú lo recuerdas. Scarlett, si pudieras cumplir un deseo, ¿cuál sería? —Scarlett necesitó poco tiempo para responder. Lo tenía muy claro desde hace mucho tiempo.

—Torturar a todos y cada uno de los habitantes de Silver Creek, excepto a mis tres amigos —el Amo no se sorprendió en absoluto de esa respuesta. Sabía perfectamente con quién estaba tratando.

—Yo puedo cumplirlo. Puedo darte el poder que necesitas para convertir Silver Creek en un caos. Puedo darte el poder de dar vida de nuevo, pero a criaturas diabólicas y sobrenaturales. Puedo hacer que la gente sufra todo lo que tú has sufrido. Dime Scarlett, ¿te interesa mi oferta?

—Claro que me interesa, pero... ¿Qué recibes tú a cambio? —la vida ha hecho de Scarlett una niña desconfiada, y en todos los pactos hay algún truco oculto que de ser descubierto, nadie aceptaría. Las experiencias de la vida dieron su sabiduría a Scarlett.

—Necesito saber qué es capaz de hacer una niña como tú con tanto poder. De hecho, si tuvieras algo que decirme, podrías contactar conmigo, pero te dolería.

—¿Me dolería? ¿A qué te refieres?

—Puedo hacer que tengas dieciocho años durante todo el tiempo que pases en Silver Creek. Nunca envejecerás ni morirás, mientras vivas en la ciudad. Pero podrás sentir dolor. Si quieres hablar conmigo, tendrás que hacer lo que nunca te atreviste en tu corta vida —Scarlett sabía a qué se refería, pero quería asegurarse de ello.

—Tendría que... cortarme, ¿verdad?

—Exacto. El dolor que sentirás te traerá de nuevo conmigo. Resumiendo, tendrás juventud eterna en Silver Creek, la ciudad será un caos lleno de criaturas sobrenaturales que asesinarán a todo el que se cruce en su camino, tus amigos serán tus leales súbditos... Serás la reina de una dystopia. Y solo tienes que firmar aquí.

El Amo tendió una hoja de papel anaranjado a Scarlett. La niña la recogió y leyó lo que había escrito: «Yo, Scarlett, me comprometo a aceptar el pacto que el Amo me ofrece, a cambio de proporcionarle con mis actos la información que tanto necesita» Scarlett cogió el bolígrafo plateado del Amo, pero antes de firmar, se le ocurrió una última petición.

—Firmaré, pero con una condición. Solo yo podré matar a mi padre. Las criaturas no le atacarán, y no podrá morir de vejez. Quiero que sufra una condena eterna por el infinito daño que me ha hecho. Quiero que sufra la peor de sus pesadillas.

El Amo asintió, aceptando su condición, y Scarlett firmó el papel. Poco a poco, la figura del Amo se fue difuminando hasta desaparecer. Scarlett sintió energía recorriendo cada célula de su cuerpo, el poder ocupando todo su ser. Scarlett cerró los ojos, hasta que sintió una leve brisa acariciando su anatomía. Abrió los ojos. Se encontraba en Silver Creek, situada frente al mástil dónde la quemaron. Su cuerpo estaba completamente calcinado, pero seguía viva.

Sonrió. Sus dientes blancos contrastaban con su cuerpo lleno de quemaduras. Scarlett comenzó a reírse como una auténtica psicópata. Sus carcajadas se escucharon en toda la ciudad, a la vez que el fuego empezaba a engullir todos los edificios. Con un simple chasquido de dedos, aparecieron tres fieros perros del Inframundo, tal y como se los había imaginado en sus peores pesadillas.

Scarlett siguió creando todo tipo de criaturas feroces, horribles y tétricas. Inventó verdaderas leyendas de la locura, pensó en lo más asqueroso que se le pudiera ocurrir para dar vida a nuevos monstruos. Poco a poco la ciudad se fue llenando de criaturas. Los gritos de agonía de la gente se escucharon cada vez más alto. Las calles se empezaron a teñir de un color escarlata.

Una de las personas que intentaban huir tropezó antes los pies de Scarlett. Miró a la niña completamente quemada, con las llamas recorriendo su cuerpo, y gritó ante tal espantosa visión. Scarlett agarró su cuello con las manos y arrancó su cabeza sin piedad. La sangre salió por litros, los cuales bebió con una sonrisa en su rostro. El cuerpo acabó tirado en el asfalto, hasta que otras dos personas ya transformadas devoraron hasta el último de sus huesos.

El sufrimiento era notable hasta en los más jóvenes. Scarlett por fin sintió verdadera felicidad, al saber que el terror era hasta insoportable. Las personas se convertían en furiosos carnívoros que se devoraban mutuamente. Otros se transformaban en criaturas inhumanas de la mente de Scarlett. El caos era total. Pero había algo que Scarlett no pudo parar. Hubo un fallo que lamentaría el resto de su vida.

Sus ojos inyectados en sangre se fijaron en su psicólogo, el cual escapaba del horror absoluto con un bebé entre sus brazos. Era demasiado tarde para que la niña pudiera hacer algo. Antes de huir, se giró y vio el cuerpo chamuscado de Scarlett. Sus miradas se cruzaron, una de odio, y otra de compasión. Isaac susurró "lo siento" antes de adentrarse entre las sombras del bosque.

Scarlett apretó sus puños y gritó. Las ventanas de los edificios explotaron, y los millones de cristales cayeron como la lluvia al suelo, clavándose salvajemente en la piel de miles de personas. El fuego aumentó su intensidad y fueron otros cientos los que obtuvieron el mismo cuerpo que Scarlett. La niña, completamente enfurecida, arrancó su piel con sus propias manos.

Poco a poco, Scarlett comenzó a desarrollarse y su piel se regeneró. Su nueva apariencia de adolescente la complació gratamente. Un poco más calmada, llamó a sus tres leales súbditos y les dejó a cargo de capturar gente y transformarla en lo más horrible que pudieran imaginar. Ya no había esperanza, ni humanidad, ni empatía. Solo había odio, rencor, ira y venganza corriendo por las venas de Scarlett.

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Una leve sonrisa se plantó en el rostro de la anciana, a la vez que otra lágrima brotó, producto del único recuerdo en el que alguna vez, fue feliz. Recordó ese día como el mejor de su vida. Scarlett hizo justicia entre los pecadores, pudo gozar del sufrimiento de los que alguna vez la torturaron. Nunca sintió tanta felicidad como en el momento en el que destruyó una ciudad para siempre.

—¿En qué piensas? ¿No deberías estar ya intentando cumplir tu misión? —las impertinentes preguntas del Amo frenaron los bellos recuerdos de Scarlett, la cual retiró su lágrima con el dedo. Ella miró a su anciano rostro, sonriendo. Quién diría que en el fondo los dos tienen muchas semejanzas, tanto en lo bueno como en lo malo.

Sus rostros demacrados por el paso del tiempo siempre fueron el fruto de una vida llena de trabajo duro. Ellos fueron alguna vez niños inocentes, y ahora, su inocencia ha dejado paso a la locura... y a la justicia. Scarlett arrugó el papel con su misión en su puño, y lo lanzó lejos, siendo llevado por el viento hasta las profundidades de Silver Creek. No necesitaba un recordatorio de algo tan importante como el sentido de su vida.

—¿No crees, que de no ser por Josh, yo hubiera podido alcanzar mi sueño y lograr una vida de adolescente normal y trabajadora? Pero en el fondo, ¿quién es el malo aquí? ¿Isaac por salvar a Josh? ¿Josh por matarme y criar a Sharon? ¿Sharon por ser la que desbarató mis planes incluso antes de nacer? ¿Yo por matar a tantísimas personas? —Scarlett inspiró hondo y observó los profundos ojos del Amo—. ¿O tú por haber planeado toda esta locura desde el principio?

—Sé a dónde quieres llegar. No se puede comenzar una cadena sin el primer eslabón, ¿cierto? ¿En serio crees que de no ser por mí, tanto tu vida como las de Josh, Sharon, Lara y todos esos luchadores hubieran ido a mejor? De no ser por mí, tal vez ni tú ni cualquiera de ellos hubiera llegado a nacer —la respuesta cambió un poco la visión de Scarlett, pero ella tenía argumentos sólidos con los que contraatacar.

—Nadie en el universo puede asegurar lo que acababas de decir. Solo sé que el único que mintió a todos desde el principio, incluyéndome, fuiste tú. Si luchamos contra la injusticia, el Amo es el primero que debería cumplir condena ¿O debería decir, Abraham? —el Amo se rio dejando escapar una sonora carcajada. El sonido hizo eco en Silver Creek, ya deshabitada... pero no por mucho tiempo.

—Tú también mentiste a Josh y a Sharon desde el principio, para al final acabar desvelándoles toda la "verdad" ¿Eso no te hace a ti también candidata a una condena? –Scarlett se levantó furiosa, dejando que el viento ondeara su viejo vestido.

—¡Yo al menos dije alguna vez la verdad!

—¡Cálmate, Scarlett! Yo también lo haré, la diferencia es que yo esperaré al momento adecuado.

—Pues no vas a tener que esperar mucho.

Scarlett paseó hasta el borde del barranco. Observó Silver Creek, la ciudad que alguna fue su imperio, ahora sumida en la oscuridad y la soledad... como ella. Scarlett cerró sus ojos y extendió sus brazos, formando una cruz. El gélido viento recorrió cada poro de su piel, mientras pensaba con fuerza en esa voz infantil, en esos cabellos oscuros, en esos ojos tan penetrantes como los de su madre...

—Scarlett, ¿qué vas a hacer?

—Una locura —respondió tajantemente—. Comenzar mi misión, dar sentido a mi vida, y obtener la libertad que por siempre merecí.

Dicho esto, Scarlett se dejó caer por el barranco. Su piel hizo contacto firme con el aire y el sonido. Mientras caía, concentraba todo su potencial en una sola imagen, en la imagen con la que comenzó todo. Su silueta comenzó a disiparse lentamente, y antes de llegar al suelo, una estela de luz fue lo único que quedó de ella. El Amo escuchó el nombre de Sharon haciendo eco por toda la ciudad de Silver Creek, y sonrió.

La dystopia acababa de empezar.

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