Prólogo (Parte 1/2): El inicio de mí
«Puedes robar mi corona, pero nunca entrarás en mi cabeza.
Puedes derrumbarme, pero mi imperio resurgirá de nuevo»
—My Empire (Emmelie de Forest)
La suave brisa agitaba sus cabellos plateados, a la vez que una pequeña lágrima cristalina recorría sus mejillas. Ante ella, su pasado se presentaba como un lejano espejismo. Todo lo que una vez fue parte de su ser, todavía permanece ahí sin ni siquiera poder tocarlo. No era libre, nunca lo fue y nunca lo podrá ser. Se sentía engañada por una mentira, una traición injusta.
Y mientras permanecía de rodillas, con la hierba rozando su pálida piel, la sombra se cernió sobre ella presentando al inicio de aquella locura. La vieja mano se posó en los plateados cabellos de Scarlett, acariciándolos. Ella secó sus lágrimas sin expresión en su rostro. Al ponerse en pie, contempló una vez más su difuminado legado antes de dirigirle unas palabras a su perdición.
—Sucio bastardo. Tú lo tenías absolutamente todo planeado, ¿verdad? —Scarlett escupió aquellas palabras con furia, mirando a los ojos que una vez la inspiraron pavor.
—No te pongas así —susurró—. Sabías en lo que te estabas metiendo.
—¿En serio? ¿Prometí alguna vez ser tu esclava por el resto de la eternidad? ¿Desvelaste a mi persona alguna vez tu identidad? No eres más que un embustero...
Los labios blanquecinos de Scarlett se cerraron, esperando una respuesta que jamás recibieron. El silencio consumió el ambiente, pues sobraban más palabras. No tenía ni idea de cuál era su siguiente tarea, de dónde se encontraba ese mapa que la guiaría por las sombras a la paz eterna. El Amo se sentó a su lado, contemplando junto a ella su mayor pesadilla: Silver Creek.
—Nunca tuve la culpa de que no pudieras dominar tu poder —el Amo interrumpió el abrumador silencio.
—Nunca tuve la culpa suficiente como para merecer un castigo tan cruel ¿De veras creías que seguiría igual después de toda la mierda por la que me has hecho pasar? —Scarlett volvió a dirigir su mirada llena de odio hacia él. El Amo se puso en pie y le tendió un pequeño papel doblado por la mitad.
—Esta es tu última misión. No te la he impuesto yo, sino un ser tan poderoso que escapa a mi conocimiento. Te juro que jamás he visto qué hay escrito en él, pues no se me está permitido. Si quieres obtener tu libertad, tendrás que seguir los pasos al pie de la letra.
Sus ojos cargados de ira se calmaron, observando el trozo de papel como un ticket a la salvación. Sus manos débiles y huesudas lo cogieron y lo desplegaron, leyendo lo que en él había escrito. Sus cejas se enarcaron reflejando la sorpresa, y al doblar de nuevo el papel, volvió a interrogar al Amo con incertidumbre.
—¿Puedo estar segura de que nunca lo has leído? —pronunció Scarlett con voz ronca. La costó verse tan débil, tan frágil...
—Si lo hubiera hecho yo ya no estaría aquí —sentenció. Scarlett asintió y un mechón de su pelo cayó en su rostro, nublando su vista. Ella no era así ¿Cuándo se desvaneció su juventud? ¿Cuándo envejeció tantos años sin saberlo? Su espesa melena oscura como la noche se había tornado a una corta y plateada. Sus perfectas facciones ahora estaban llenas de arrugas. Su voz era cansada, su garganta estaba dolida, al igual que su corazón.
Scarlett ignoró la presencia del Amo y se puso en pie. Caminó unos breves pasos hasta el borde de la colina. Desde allí podía ver perfectamente su creación, destruida. Silver Creek ya no era más que un recuerdo en su memoria. Contempló las inextinguibles llamas, los edificios abandonados, las carreteras destrozadas... y sonrió. Simplemente cerró sus ojos y recordó su cruel pasado.
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Scarlett (cinco años de edad)
Las pequeñas manos de la muchacha se ensuciaban de tierra, pero su risa demostraba que se encontraba bien. El jardín de su casa era su más preciado refugio. Allí conocía los secretos de la naturaleza, disfrutaba aprendiendo sobre el gran mundo que había a su alrededor. El alboroto de la niña fue pausado al ver un grupo de hormigas trabajadoras. La fila continuaba mucho más allá del campo de visión de la chiquilla.
Scarlett aplaudió sin motivo alguno con una amplia sonrisa, tambaleándose torpemente en el suelo deforme. La niña, que todavía no había desarrollado correctamente sus capacidades humanas, tropezó y cayó, rompiendo la perfecta línea de hormigas. Scarlett contempló los cuerpecillos muertos de los insectos, y su sonrisa se apagó.
Ella nunca había matado a un ser vivo. A punto de llorar, acarició con su dedo índice el frágil cuerpo de la hormiga. Ante su sorpresa, sus patitas se flexionaron y comenzaron a caminar, y junto a ella, la seguían todas sus compañeras caídas. Scarlett rio ante el suceso, sin saber que había devuelto a un bichito a la vida. La chiquilla se puso en pie y empezó a correr por el jardín, dejando tras ella una estela de flores creciendo bajo sus pies.
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Scarlett (siete años de edad)
—Y aquí acaba la lección de hoy, podéis recoger —la profesora permitió a sus alumnos irse de clase y disfrutar del fin de semana, despidiéndose de ellos con una amplia sonrisa. Todos ellos reían, gritaban, corrían eufóricos para salir del colegio cuanto antes. Todos ellos, menos uno: Scarlett. La profesora se extrañó mucho al verla todavía sentada en su pupitre.
—¿Te ocurre algo, cariño? —preguntó preocupada, a la vez que se acercaba a su mesa. Scarlett la miró con tristeza, pero suavizó su expresión.
—Hay algo... que me quita el sueño. Es... no sé, ¿un poder? —Scarlett intentó explicar la situación, pero no encontraba las palabras adecuadas para ello—. Bah, olvídelo, no importa.
—No, no, no. Si hay algo que te preocupa, puedes contármelo y te ayudaré. Te lo prometo —Scarlett sintió la mano de su profe estrechando la suya, transmitiendo la confianza que tanto necesitaba. Ante aquel acto de empatía, Scarlett desistió.
—Se lo mostraré —la profesora observó a su alumna sacar de su pupitre un recorte de una paloma. Scarlett puso la paloma de cartón granate en la palma de su mano, y cubrió la silueta con la otra. Cerró los ojos y respiró, hasta que sintió cómo se movía. Ante la mirada sorprendida de su profesora, la paloma de cartón comenzó a batir sus alas y a volar por toda la clase. La paloma granate se posó en el brazo de Scarlett y cantó.
—¡¿Pero qué es esto?! —exclamó su profesora—. ¡No tiene gracia!
—Tengo la capacidad de dar vida.
—¡Mientes! ¡Solo Dios puede hacer eso! —su profesora golpeó con fuerza el pupitre y Scarlett se asustó—. Nunca, ¡jamás vuelvas a hacer eso! ¿Entendido? —preguntó la profesora con su rostro enrojecido, lleno de ira. Parecía que iba a estallar.
—Pero si yo solo...
—¡Cállate, bruja! Ignoraré esto si me prometes que nunca se lo enseñarás a nadie. O sino, me veré obligada a hablar con tus padres. Satánica...
Scarlett se levantó de sopetón con lágrimas en sus ojos. No podía aguantar más aquella situación. Creyó que podía confiar en ella. Cogió su mochila y salió corriendo por la puerta del aula, mientras su profesora seguía observándola llena de odio... y miedo. Desde aquel entonces, decidió no volver a jugar a ser Dios. Al fin y al cabo, los profesores están ahí para enseñar a sus alumnos. O eso pensaba ella...
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Scarlett (ocho años de edad)
Scarlett observaba a sus compañeros del colegio, sentada en un banco de piedra. Su bocadillo era por ahora su única compañía. Sus ojos se posaban uno a uno, contemplando las risas de felicidad de los niños. Unos hacían deporte, otros saltaban a la comba... pero ella no. Siempre se sintió demasiado mayor para hacer esas niñerías. Al acabar su bocata, tiró el papel de plata a la papelera y sus ojos se posaron en un grupo.
Las Pinky Dancers eran las bailarinas de ballet del colegio. Su popularidad era alta, casi tanto como su talento. A Scarlett le asombraban los gráciles movimientos de sus compañeras, sus perfectos y meticulosos pasos de baile. Siempre soñó con ser tan talentosa como ellas, y qué hay mejor que aprender de las maestras. La chica se puso en pie y caminó nerviosa hasta ella. Ni siquiera se dieron cuenta de su presencia.
—Hola —pronunció Scarlett en un débil susurro. Ninguna giró su cabeza para verla—. Me llamo Scarlett. Soy una gran admiradora de vuestro trabajo.
—¿En serio? —preguntó la líder. Parecía haber captado su atención—. ¿No eres muy pequeña para que te guste el ballet?
—Tengo vuestra misma edad —tras esa respuesta, las chicas comenzaron a reírse escandalosamente, señalándola con un dedo acusador.
—¡¿Tú?! ¿Con ese cuerpo escombro que tienes? ¿Eres bulímica?
—¡Oye! —gritó Scarlett sorprendida por el comentario—. ¡No he venido aquí a que me insulten!
—¿Ah, no? Yo no diría eso, ¿verdad cuerpo escombro?
Las bailarinas empezaron a corear el cruel insulto frente a Scarlett, mientras a la niña se le escapó una lágrima. Quería ser fuerte, pero no entendía qué es lo que había hecho para ser objeto de burla de esas chicas. Gritó que parasen, a lo cual respondieron elevando su tono de voz. Se burlaron de sus pocas lágrimas, de su apariencia, de su cuerpo... Scarlett no resistió más y corrió al baño a desahogarse.
La única vez que había intentado tener amigas y salió así de mal «Esas chicas son unas estúpidas, ellas sí que son unas bulímicas» pensó mientras secaba sus lágrimas con la manga de su jersey, escuchó cómo la puerta del baño se abría ante ella. Las Pinky Dancers entraron riéndose, hasta toparse con Scarlett. Nuevamente, volvieron a burlarse de ella.
—¡Dejadme en paz, zorras! —chilló dolida.
—¡No te alteres! Hemos venido a arreglar tu cuerpo escombro.
Scarlett intentó salir de allí, pero la tenían rodeada. Dos de las chicas la agarraron con fuerza de los brazos, y luego la líder comenzó a golpearla. Scarlett lloró, pero las chicas simplemente rieron ante el suceso. Su cara se quedó llena de moretones, y al acabar con ella, la empujaron al suelo tras propinarle una patada en el estómago. Las Pinky Dancers se alejaron carcajeándose, y Scarlett no pudo parar de llorar. Se había ganado unas enemigas.
Al salir del baño, todos sus compañeros ya habían acudido a sus respectivas aulas. Scarlett se tambaleó con un fuerte dolor en su pecho por todo el patio. Ya no secó sus lágrimas, pues nadie se percataría de ellas. Justo al alcanzar la puerta de entrada al colegio, una mano se posó en su hombro. Scarlett se giró asustada y vio a tres compañeros de su clase, dos chicos y una chica.
—Eso que te han hecho ha estado muy mal —dijo la chica—. Soy Verónica. Ellos son Alex y Chad.
Los chicos saludaron a Scarlett y ella les devolvió el saludo. Limpió sus lágrimas con su jersey, mientras los cuatro discutían acerca de lo que acababa de ocurrir. Scarlett siempre había sido una chica solitaria, pero hasta ahora nunca había sufrido bullying. Sin embargo, por una vez en su vida, se sintió realmente apoyada por sus nuevos amigos. Gracias a ellos pudo acudir al resto de las clases.
Todo fue normal durante las distintas lecciones del día, hasta unos minutos antes del timbre de salida. La profesora paró de dar explicaciones y se puso en pie. Al principio de la clase anunció que tenía un anuncio importante, y todos averiguaron que aquel era el momento para saber de qué hablaba. La profesora frunció el ceño y puso una expresión seria que alertó a todos sus estudiantes.
—Quiero que las Pinky Dancers se pongan en pie, por favor —anunció. Las bailarinas se incorporaron, con miradas aterrorizadas entre ellas. Aun así, la más sorprendida fue Scarlett ¿Habrían visto cómo la pegaron en el baño de mujeres? No aguantaría tal humillación frente a todos sus compañeros de clase. La profesora respiró hondo y continuó:
—Estáis expulsadas —dos palabras bastaron para asombrar a todos y cada uno de los estudiantes. Las chicas, aludidas, empezaron a mirarse las unas a las otras sin saber qué hacer—. Uno de los padres de un alumno de la clase os vio fumando, bebiendo y consumiendo drogas varias. No hemos ganado una reputación tan digna en este centro por permitir ese tipo de conducta.
La líder de las Pinky Dancers cogió su mochila y salió corriendo de la clase, malhumorada. La vergüenza se apoderó muy rápido del grupo de bailarinas. Poco a poco, el resto de las chicas también comenzaron a irse, y con ellas, el resto de los alumnos. Verónica sonrió a Scarlett. Ahora no tendría que preocuparse de sufrir bullying. Ahora ya no estaba sola.
• • •
Los estudiantes del centro salieron gritando de emoción por la puerta principal del colegio. Más calmadas, Scarlett y Verónica se reunieron con Alex y Chad a la salida. Los nuevos amigos de Scarlett se ofrecieron a acompañarla a casa, propuesta que ella aceptó encantada. Durante el camino, como era de esperar, se pusieron a comentar el terrible suceso de las Pinky Dancers.
Al llegar a su hogar, Scarlett se despidió con la mano de sus amigos y caminó hasta la entrada de su casa. Pensamientos positivos rondaban ahora por su cabeza. Pensamientos que hubiera mantenido si hubiera ignorado aquel extraño ruido. Tenía muchas ganas de abrazar a su perro y contarle qué había pasado en el colegio, cuando la chica escuchó el sonido de una pala clavándose en la tierra en el jardín de atrás.
«Qué extraño ¿Quién estará ahora cavando en el jardín de atrás?» Scarlett lanzó su mochila y su chaqueta en el hall, dirigiéndose al jardín, dispuesta a descubrir qué estaba ocurriendo. Ni siquiera la fuerte luz del sol pudo hacer que cerrara sus ojos. Unas lágrimas escaparon a su control, pero su seriedad se mantuvo intacta. Su padre no supo dónde meterse.
—Scarlett, cariño... No podíamos mantenerlo y yo...
—Cállate —la chica frenó los vocablos de su padre. Su expresión derivó al enfado, a la rabia. Scarlett subió llorando a su habitación y pegó puñetazos al colchón de su cama, intentando inútilmente calmar su ira. Desde el jardín podían oírse sus lamentos. Su padre, harto de gastar dinero en un animal, acabó de cavar el agujero y lanzó el cadáver del perro a él. La tierra cubrió por completo lo que alguna vez fue el mejor amigo de Scarlett.
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—Tenías que hacerlo justo hoy, ¿verdad? —exclamó la madre de Scarlett, frustrada.
—¿Cómo iba yo a saber que llegaría tan pronto del colegio? —Charles intentó excusarse, pero en el fondo sabía que lo que había hecho estuvo mal. Simplemente no dedicó suficiente tiempo a buscar otra solución.
—Vas a tener que hablar con tu hija. Si no, no irá —solo bastaron esas palabras para que Charles pusiera rumbo a su habitación. Dio tres toques con el puño a la puerta, pero Scarlett no contestó. Entró despacio y en silencio, pero en el dormitorio no había nadie. Aun así, pudo ver a su hija reflejada en el cristal de la ventana.
Scarlett se encontraba en el jardín de atrás. Su padre observó como desenterraba el cuerpo del animal con sus propias manos. Sus palmas sostuvieron el cuerpo inmóvil del perro, mientras cerraba los ojos. Intentó de algún modo hacer con él lo mismo que con la paloma o las hormigas, pero nada ocurrió. Vencida, dejó caer el cuerpo y comenzó a llorar. Sentía como aquel día, dejó de ser una niña para sufrir como una mujer.
• • •
La sala de espera no tenía nada diferente al resto. Las pálidas luces fosforescentes, las paredes blancas, los rostros tristes, toses, lloros... Todo era normal en el hospital. Scarlett esperaba sentada junto con sus padres el anuncio de la enfermera. La chica recordó con amargura cómo su padre la convenció para acompañarles:
«Tu tía está muy enferma. Deben operarla de urgencia esta tarde, y ella quiere ver a su sobrina. La operación es muy cara, por eso tu madre y yo tuvimos que apoyarla económicamente. No teníamos dinero suficiente para mantenerlo. No espero que me perdones, pero tu tía no tiene nada que ver con mi decisión. Hazlo por ella. Puede que sea la última vez que puedas ver su rostro»
Scarlett respiró hondo y evitó la mirada de sus padres. Solamente quería perderse en un mundo, ese sitio llamado imaginación en el que no tenía que sufrir más de lo que sufría ahora. La voz de una enfermera la sacó de su sueño, pues ella era la primera de la familia que su tía quería ver. Scarlett abandonó su asiento y entró en la habitación. Tras cerrar la puerta, pudo ver a su familiar.
Su tía se encontraba tumbada en la típica camilla del hospital, arropada de cintura para abajo. Su rostro era deprimente, arrugado y sin vida, pero su sonrisa era lo único que necesitaba para sentirse viva. La visión del frágil cuerpo de su tía paralizó a Scarlett. Ella tendió su mano con dificultad, la cual fue recogida por la de la joven.
—Scarlett, cariño ¿Qué puedo decirte que ya no sepas? —la niña miró a los ojos a su tía. Estaban rojos, evidencia de que había estado llorando—. Tengo miedo —Scarlett apretó la mano de su tía, intentando transmitirle la fuerza que a ella le faltaba. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para retener sus lágrimas al ver así a su tía, tan débil...
—Cariño... No sé si saldré de esta. Por eso estáis aquí. No es mucho lo que tengo que decirte, pero lo poco que te diré me saldrá directamente del corazón. Te quiero —Scarlett no pudo aguantar sus lágrimas durante más tiempo.
—Y yo a ti —pronunció con la voz quebrada.
—Siempre fuiste como la hija que nunca pude tener. Estoy muy orgullosa de ti. Nunca dejes de ser como eres, no pierdas la fuerza que te mantiene en pie en esta cruel vida. Resiste y el mundo caerá a tus pies.
Su tía tampoco pudo aguantar más sus lágrimas. Cualquiera podría decir que su dolor se unió, para hacerse más fuerte. Estuvieron unos minutos en silencio, hasta que Scarlett tuvo que abandonar la habitación. Se despidió de ella con la mano, esperando que no fuera su último adiós. Scarlett avanzó hasta su madre y la informó de que quería verla a ella. Acto seguido se sentó al lado de su padre.
—¿Dónde está el tito?
—Ha bajado a la cafetería... ¿Quieres ir con él?
Scarlett asintió y se levantó de su asiento. La presencia de la muerte se palpaba en cada paso que daba hasta la cafetería. Al llegar allí, pudo ver a su tío, riendo y charlando con dos enfermeras. Ella era muy pequeña e inocente para saber que estaban flirteando con él. Simplemente se quedó allí, quieta, hasta que regresó frustrada junto a su padre.
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Scarlett (doce años de edad)
—Scarlett, ayúdame a poner la mesa, por favor —la llamada de su madre hizo que abandonara el comedor. Sintió la mirada de su tío y su padre en ella al salir por la puerta. Al llegar allí, su madre todavía estaba preparando la exquisita presentación de los platos. Al parecer, iba a ser una cena bastante importante.
—Mamá... Papá ha bebido —su madre ignoró sus palabras y acabó de elaborar los preparativos.
—Lo sé —respondió, tendiéndola dos platos. Scarlett los recogió y acompañó a su madre al comedor. Tras poner la mesa, tomaron asiento y empezaron a comer. Los presentes hablaron amenamente de diversos temas de interés, excepto Scarlett, que tenía su propia visión del mundo «Nunca dejes de ser como eres, no pierdas la fuerza que te mantiene en pie en esta cruel vida»
—Un momento, por favor —interrumpió su tío dando unos golpes con la cuchara a su copa de cristal—. Clara y yo tenemos que daros una buena noticia —su tío y su acompañante se pusieron en pie, sonriendo—. ¡Nos vamos a casar!
Scarlett vio cómo sus padres se emocionaron y aplaudieron, felicitando su próxima boda. Vio cómo su tío y esa buscona se ponían colorados, al ser el centro de atención en una cena tan reducida. Scarlett ni siquiera se inmutó, solo permaneció sentada en la silla con la misma expresión seria y ausente en su rostro.
—Scarlett, ¿no te alegras por nosotros? —cuestionó su tío «Resiste y el mundo caerá a tus pies» Scarlett recordó las palabras de su tía y dirigió su mirada hacia Clara.
—¿Debería alegrarme porque la tía haya muerto para que una buscona se aproveche de toda tu fortuna?
—¡Scarlett! —gritó Charles, enfurecido por el comentario de su hija. Clara y su tío se quedaron sin habla, mientras que su madre tapó su cara con sus manos, visiblemente avergonzada.
—Debería daros vergüenza —sentenció la niña.
Charles, medio borracho y furioso, plantó un fuerte tortazo en la mejilla de su hija. Scarlett cayó al suelo ante tal impacto. Scarlett lo veía todo borroso. Vio cómo su padre intentó volver a golpearla, cómo su madre frenó tal acto, cómo su tío y su prometida miraban impactados la escena. Scarlett lloró y aprovechó el disturbio para huir corriendo a su habitación.
Cerró la puerta con tranco y se sentó en el suelo con la espalda pegada a ella. Scarlett flexionó sus rodillas ocultando su rostro y lloró una vez más, durante tantos minutos que ni siquiera pudo recordar qué era el tiempo. Cuando exteriorizó todo su dolor por completo, agarró el teléfono de su mesilla y llamó a su psicólogo.
—Hola. Sí, soy Scarlett. Llamo para decirte que mañana no podré acudir a la cita que teníamos programada, lo siento. Tengo que estudiar y hacer deberes, estoy muy ocupada. Vale, ya nos veremos. Adiós —tras acabar de hablar con el único hombre que intentaba animar su triste vida, se lanzó al colchón de su cama y volvió a desahogarse.
• • •
A la mañana siguiente, Scarlett se despertó en su cama con una mala postura. Al parecer, se había quedado dormida, pero eso no era lo más preocupante. Scarlett se incorporó en la cama procurando no hacer ruido. Agudizó su oído y comprobó que, efectivamente, alguien estaba gritando desesperadamente por auxilio. Scarlett cogió su caballito de peluche y salió de su habitación, cerrando la puerta con cautela.
En el fondo sabía lo que estaba ocurriendo. Lo había vivido tantos días, noches, semanas, meses, años... Su madre era fuerte, o eso creía. Quería pensar que no se dejaba pisotear, pero esa idea fue perdiendo credibilidad con los años. Scarlett se acercó a la escalera y dudó unos instantes entre si debía bajar o no.
—¿Papá? —el silencio fue sepulcral. Scarlett bajó temerosa los peldaños, con un paso lento pero firme. Al llegar al final, unas manos cogieron su joven rostro. Ahí fue cuando acabó su inocencia, y dio paso a la locura.
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El Amo veía cómo las lágrimas de Scarlett le manchaban el rostro, pero todavía no podía abandonarla. No aún. El Amo se acercó hasta ella y apoyó la mano en su espalda, intentando calmar su roto corazón. Scarlett, avergonzada, se retiró el mechón de cabello plateado de su cara y secó sus lágrimas, lista para dictar sentencia.
—Ojalá nunca te hubiera conocido. Ojalá jamás hubiera aceptado tu oferta. Ojalá no hubiera sido tan ingenua. Ojalá... —el Amo puso su dedo índice entre sus labios, haciéndola callar. No necesitaba sus lamentos, tan solo su desaparición. Al fin y al cabo, ese era su trabajo.
—El pasado, pasado está. No hay nada que puedas hacer por arreglarlo, pero tu futuro te espera. Y tienes la libertad... —el Amo señaló el papel entre las manos de la anciana—... en ese ticket.
Scarlett apretó el papel en su puño. Nunca pensó que debería parar lo que alguna vez ella comenzó. Ahora sí que la vida estaba en sus manos.
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