Capítulo 1: Llama de vela
—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz ¡Te deseamos todos, cumpleaños feliz!
Sharon soltó todo el aire que estaba conteniendo y sopló las velas de la tarta entre gritos y vítores. Cuando la llama de las velas llegó a su fin, todos aplaudieron a Sharon, todavía sonrojada por la reciente canción. El momento fue inmortalizado por la cámara fotográfica de Lara, que captó las sonrisas de los compañeros de Sharon y de su padre.
—No digas qué has deseado, si lo haces, no se cumplirá —advirtió Josh a su hija.
—Todos los años dices lo mismo, papá...
—Da igual. Feliz duodécimo cumpleaños, Sharon.
—Gracias, supongo.
No pudieron conversar más, pues Lizzy, la mejor amiga de Sharon, la agarró del brazo y la arrastró al salón, al grito de: «¡Regalos, regalos, regalos! ¡Queda lo mejor, Sharon!» En el salón ya estaban reunidos todos sus compañeros, sentados en el sofá, el sillón, y la gran mayoría en el suelo. En el centro, encima de una mesa de madera, se encontraban los regalos de Sharon, de distintos tamaños, formas y colores.
Josh y Lara llegaron a la habitación con la cámara de vídeo, y se unieron al canto de los chicos que coreaban: «¡Que los abra! ¡Que los abra! ¡Que los abra!» Sharon se sonrojó una vez más y cogió el paquete más pequeño. Era de Josh, el cual siempre la hacía los regalos más insólitos. El papel de regalo fue rasgado y acabó en el suelo, dejando a la vista una caja de cartón decorada con terciopelo rojo.
El regalo fue perfecto para Sharon. Josh la regaló un precioso collar con una estrella hecha de zafiro. El cordel estaba decorado con perlas y piedras brillantes, y se ajustaba perfectamente a su cuello. Sharon se lo puso y sonrió a su padre, el cual no pudo resistir soltar una lágrima. Sharon reconocía perfectamente ese collar. Su padre la había dicho una y otra vez lo guapa que se veía su madre con él. Ojalá hubiera estado allí, disfrutando de la compañía de su hija.
El resto de la tarde fue como la seda, lleno de regalos, juegos variados, bols llenos de patatas fritas y carcajadas constantes. Sin duda, fue uno de los mejores días en la vida de Sharon, la cual disfrutó del acontecimiento con evidente entusiasmo. La noche comenzaba a hacer su aparición y sus compañeros empezaron a marcharse a sus casas. Sharon les dio las gracias por acudir a su fiesta hasta que el último invitado se fue, momento en el cual cerró la puerta del hall.
—¿Queréis que os ayude a recoger? —preguntó Sharon a Lara, ocupada limpiando el desastre de la cocina.
—Es tu cumpleaños, no tienes por qué hacerlo —respondió sonriendo.
—Quiero ayudaros, de verdad. Es lo menos que puedo hacer en agradecimiento por una fiesta tan fantástica.
Lara revolvió el pelo de Sharon y agradeció su gesto, cuando la muchacha acudió al salón para recoger los papeles de regalo esparcidos por el suelo. La casa se encontraba muy silenciosa tras todo el barullo de la fiesta, dejando una insoportable sensación de nostalgia. Sharon tuvo el presentimiento de que aunque el día fue perfecto, ocurriría algo que no lo sería del todo.
Habían pasado ya cuatro años desde que visitaron Silver Creek. Ninguno de ellos, jamás, pudo olvidarse de nada de lo que pasó allí. Les costó mucho adaptarse a su vida anterior, sobre todo a Lara, que tuvo un gran lío de papeleo para registrarse en el censo del pueblo. Nadie creía su fantasiosa historia, pero otros cientos de personas corroboraron su extraño e increíble relato.
Cuando liberaron Silver Creek del inmenso poder de Scarlett, un numeroso grupo de gente acudió a los alrededores para comenzar una nueva vida. Algunos considerados desaparecidos se reunieron de nuevo con sus familias. Otros quisieron registrarse en el censo alegando que eran antiguos habitantes de Silver Creek, pero la ciudad estaba registrada como abandonada desde hace unas pocas decenas de años.
El acontecimiento aumentó progresivamente su popularidad, hasta el punto de que todos los habitantes del país llegaron a hablar de esas personas que afirmaban haber estado atrapadas durante años en una ciudad dominada por una adolescente todopoderosa. Hubo muchísimas entrevistas y programas televisivos comentando el caso, pero como todo lo demás, fue perdiendo importancia hasta que nadie se acordó de ello.
Una vez aclarado el papeleo de toda esa gente, el gobierno no tuvo más remedio que dejar de gastar el dinero en investigar un caso tan insólito pero poco relevante para la población. Josh consiguió un puesto de trabajo para Lara como secretaria en la empresa donde trabajaba como contable. Lara aportó parte de su sueldo para ayudar a la economía de la casa, pues afirmó que sería muy duro para ella vivir sola tras tantísimo tiempo acompañada por seres queridos.
Josh cedió una de las habitaciones del hogar a Lara, la cual agradeció profundamente el detalle y hoy en día, sigue viviendo allí, colaborando en las tareas del hogar. Sharon pensó en cuánto había cambiado su vida por un viaje de tan pocos días a una ciudad desconocida, pero prefirió jamás haberlo realizado. Los terrores nocturnos desaparecieron desde entonces, pero constantemente recordaba lo que vivió allí.
Aun así, tenía la vida de cualquier chica normal de su edad. Siguió desarrollándose como artista y manteniendo sus buenas notas en los estudios, algo que alivió a Josh profundamente. Todos los cabos estaban atados, y ya no quedaba nada por aclarar de su experiencia en Silver Creek. Simplemente, Sharon olvidó por completo que alguna vez había oído hablar del Amo. Estaba a punto de acabar su tarea, cuando escuchó cómo alguien la llamaba:
—Sharon...
La muchacha se paró en seco y miró alrededor, esperando ver a Josh o a Lara. Sin embargo, ninguno de los dos se encontraba con ella en el salón. Esa llamada se había oído como un leve susurro en la lejanía, pero sabía perfectamente que su nombre había sido pronunciado «Habrá sido mi imaginación» pensó, restándole importancia al asunto.
Al acabar de recoger los papeles de regalo, los tiró a la papelera de la cocina y subió a su habitación dispuesta a descansar. Había sido un día maravilloso, pero agotador, por lo que directamente se vistió con su pijama y cerró los ojos, esperando con ansias tener un sueño largo y placentero para disfrutar del próximo día. Nadie hubiera dicho que esa noche su vida volvería a cambiar completamente... para siempre.
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Fue la leve brisa lo que interrumpió su sueño. Sharon abrió sus ojos y parpadeó. Estaba tumbada sobre una carretera deteriorada de granito, algo que provocó un pequeño dolor en la espalda de la chica. Sharon se incorporó y observó su alrededor. Eran los mismos edificios en llamas de siempre, la misma brisa, el mismo abandono... Pero por alguna razón el sonido no era igual.
Dicen que no existe el silencio absoluto, pero Sharon juraría estar experimentándolo en aquella mortuoria ciudad. Hacía muchísimo tiempo que no tenía pesadillas, y ahora que tenía una, precisamente era sobre Silver Creek. El infinito silencio de la ciudad era insoportable, pues estaba más muerta de lo normal. Sharon sentía que ella era lo único con vida en ese lugar.
Tras dar unos breves pasos sin rumbo, vio como un pequeño trozo de papel era mecido por el viento hasta caer justo en sus manos. Sharon contempló el papel arrugado que le había llegado de la nada. Tuvo intención de leer qué estaba escrito en él, pero algo captó aún más su atención. Levantó la vista y vio algo insólito.
Una estela de luz brillante como el sol se extendía hacia abajo en un barranco de la lejanía. Como si de una estrella se tratase, la estela desapareció segundos después, dejando de nuevo espacio al silencio. Sharon no entendía por qué estaba teniendo un sueño tan extraño después de tanto tiempo sin soñar ¿Tendría algún significado?
Sharon decidió leer qué ponía en el papel arrugado, pero sin que ella se diera cuenta, había desaparecido de sus manos. El viento arrebató a la muchacha lo que ella le robó, dejándola confusa y desorientada. No comprendía la relación entre ella, el papel, la estela y Silver Creek, pero esperó que no fuese nada importante en un futuro. Jamás regresaría a esa ciudad... o al menos eso es lo que ella pensaba.
Sharon cerró los ojos con fuerza y comenzó a contar hasta tres. Normalmente, cuando hacía eso en un sueño, se despertaba, pero esta vez no ocurrió así. Al ver que su truco ya no funcionaba, intentó dar una vuelta por la ciudad, cuando se percató de que no estaba sola. Antes de darse la vuelta, unas manos grises y putrefactas cubrieron sus ojos.
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Sharon despertó empapada en sudor y con el pijama adherido a su piel. El tacto de esas asquerosas manos se sintió demasiado real. Tras respirar profundamente y calmar su agitado corazón, notó que su garganta demandaba agua a gritos. Sin hacer ruido, bajó de su cama y salió de su habitación caminando de puntillas. Tomaría un vaso de agua y regresaría a dormir.
Al llegar abajo, llenó un vaso con agua fresca de la nevera y echó un largo trago. Mientras, observaba el diseño de la cocina, hasta que algo la asustó hasta el punto de casi escupir el agua. Sharon tosió insistentemente e intentó callarse para no despertar a Josh o a Lara. Vio una sombra perfectamente definida cruzar por el umbral de la puerta de la cocina. Era claramente una mujer.
—¿Lara? —preguntó Sharon, sin obtener ni una sola respuesta.
La niña se dirigió temerosa al pasillo, pero la oscuridad absoluta no la permitió ver nada. Inquieta, dejó el vaso en el fregadero y subió corriendo por las escaleras hasta llegar a su dormitorio. Sana y salva, cerró la puerta silenciosamente y regresó a su cama «Menudos sustos me estás dando hoy, estúpido cerebro» pensó Sharon a la vez que se arropaba. Ya estaba a punto de dormirse, cuando un susurro hizo que casi se cayera de la cama.
—Sharon...
Era la misma voz que escuchó en el salón. Sharon encendió la lámpara de su mesilla de noche completamente aterrada, pero no había nadie en la habitación. Esta vez, estaba segura de que no había sido su imaginación. Sharon se agachó y sacó un bate de béisbol que guardaba bajo su cama. Asustada, sudada y nerviosa, abrió las puertas de su armario con el bate firmemente agarrado. Nada ocurrió.
Tras registrar toda su habitación, Sharon se sintió como una cría de seis años y guardó el bate bajo la cama otra vez. Apagó la luz de la lámpara y volvió a arroparse, frustrada por el tiempo de sueño que había perdido. Por alguna razón, la imagen de ella en Silver Creek no se eliminaba de su cabeza. Al fin, Sharon parecía caer rendida ante el sueño, pero antes de que la venciera, unas manos viejas, pálidas y gélidas cubrieron su boca. Reconocería esa sonrisa en cualquier parte.
—Hola, Sharon.
Scarlett se encontraba allí.
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