PRÓLOGO
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—¿Te irás? —dijo Magnus, un amigo suyo. El brujo alzó su copa de vino y la bebió con expresión sombría. Muy pocas veces había visto a su amigo tan serio.
Seema lo miró con la expresión en blanco.
—A veces me pregunto porque decidí acostarme con un niño de Raziel —Se lamentó con un suspiro, apretó los dientes mientras trataba de no romper la copa en sus manos—. Supongo que a veces cometemos errores. Fue un desliz. Uno desafortunado.
—Tu desliz puede haberte condenado, beliee.
—Puede ser —aseguró, sus dedos rasgaron el aire y motas doradas como polvo salieron de la punta de sus dedos. Era una imagen hipnótica—. Ahora debo pagar el precio, viejo amigo. Y espero que puedas perdonarme.
Magnus la miró con las cejas alzadas.
—¿Perdonarte por tu actual heterosexualidad?
Seema sonrió con picardía, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos.
—Extrañaré tus palabras acusatorias, Magnus.
—Y yo tu descaro y cinismo —Se paró del sillón escarlata e hizo aparecer una pizza con un chasquido de dedos—. ¿Una por los viejos tiempos?
Los últimos meses solo había una cosa de la que se hablaba entre los subterráneos: un grupo llamado el Círculo, una sociedad de jóvenes Cazadores de Sombras que creían que personas como ella no merecían caminar en el mundo y ahora estaban cazando a los suyos casi con demencia. Todos ellos eran liderados por una sola persona; Valentine Morgenstern. Un hombre manipulador y sin escrúpulos que más de una vez le había causado dolor de cabeza.
Era un hombre al que no le gustaba recibir un no por respuesta.
Seema se preguntó como es que se podía tener tanta hipocresía en un mismo cuerpo. Había conocido al individuo no hace más de algunos años, y en ese entonces solo era un niño que aún no era corrompido por su dolor y egoísmo. Valentine había caído rendido ante sus pies, y desde entonces (aunque juraba odiar a su especie), había hecho de todo para llevarla consigo. Ella tenía un creciente presentimiento de que él no había acabado de intentar manipularla.
«No me dejará ir tan fácil».
Lo sabía por la simple razón de que era una bruja, una mujer curtida por la edad y demasiado lista para su propio bien.
Era de noche. Se celebraba una fiesta llena de subterráneos y mundanos en el club de moda de la ciudad. Habían vampiros, hombres lobo, brujos y hadas por doquier. Los mundanos se paseaban como si aquéllos no existieran, como si los cuentos de hadas fueran mentira y nadie pudiera hacerles daño.
Seema se hallaba allí. Era conocida en casi cualquier lugar, no por su rostro o físico, si no por su renombrada magia. Su nombre parecía retumbar en el mundo de las sombras. Era una bruja poderosa. Una de temer.
Esa noche, mientras todos bailaban y brincoteaban con los pechos desnudos y el sudor escurriendo por sus frentes como el néctar de los dioses, ella pudo verlo entre todas esas personas. Era difícil no verlo. Su cabello era blanco como la espuma, de ojos negros como el ónix y la piel tan blanca como la leche. Él también la vió. No tenía planeado más que cumplir algunos asuntos del Círculo, o así era hasta que su mirada captó a una mujer de ojos dorados y cabello rojizo como la sangre.
«Hermosa», pensó Valentine.
Después de eso, solo recordaba estar en una habitación, enroscada entre las piernas del hombre y escuchando su propia respiración agitada.
«Ni siquiera recordaba esa noche», pensó Seema.
Pero aquello era algo que nadie debía saber.
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Atte.
Nix Snow.
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