e l f


A veces, eso que tanto amamos es lo que nos termina matando.







e l f: kakarlake.

trollino

Cerré la puerta de golpe, apenas un segundo antes de que las ratas empezaran a chocar contra la construcción.

Los chillidos de las ratas opacaban el sufrimiento de Raptor, algo que, sin darme cuenta, agradecí. No habría soportado escucharlo sin poder hacer nada.

Raptor estuvo a punto de conseguirlo. Lo habría logrado, de no haber sido sido por ese espectro.

Me senté en el suelo polvoroso. Mierda, nada está saliendo bien.

Yo... Yo sólo quería el bien para todos nosotros. Nunca estuvo en mis planes lastimar a nadie.

Pero ahora ya no sirve de nada.

Con un último golpe, la ola de ratas desapareció por completo; sus cuerpos dejaron de chocar y sus chillidos se volvieron nulos.

Alcé mi mirada un poco. No había luz, sólo entraba uno que otro rayo a través de las ventanas. Tampoco había indicios de que alguna vez hubo ratas arrañando la calle.

—Oh, diablos —masculló Timba a solo unos metros de mí. Su rostro no alcanzaba a expresar todo su dolor. Se inclinó en su lugar hasta quedar sentado en el suelo.

Lo imité. Mi boca estaba seca, tenía una horrible sensación amarga.

—¿Por qué crees que esto esté pasando? —cuestionó de nuevo, con voz vacía. Sus ojos seguían observando hacia afuera.

Sólo negué.

—Quizá... quizá se trate de una venganza —respondí. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Lo único que sé es que quiero que esto sea una pesadilla.

En medio de mis sollozos, un olor bastante molesto llegó a mi nariz. Era humo.

—Hay que irnos de aquí —comandó Timba que parecía haber sentido el olor también. Asentí y me puse de pie, tambaleante.

Cuando abrimos la puerta, el silencio de la calle se estrelló en mi rostro. Todo se sentía tan... irreal. 

El sol seguía en el cielo, casi burlándose de nosotros.

No quise voltear al suelo, no quería saber si estaría el cuerpo —o lo que quedaba— de Raptor.

Empezamos a caminar sin bajar la guardia. El ambiente parecía haber cambiado.

Pero, ¿a dónde iríamos?

Caminábamos en un profundo silencio. Cada uno sumido en sus miserias.

Miles de recuerdos pasaban por mi mente. Mierda, si tan sólo hubiera hecho caso desde las primeras advertencias, no estaríamos en esta situación, y todos seguiríamos vivos.

Todo es mi culpa.

Timba empezó a andar más rápido, estábamos llegando a la camioneta. Vi que se inclinaba hacia el interior para sacar las mochilas.

—Busca las cosas que más necesitamos —me pasó una de ellas mientras él tomaba una y empezaba a vacíar su contenido con brusquedad.

Sus movimientos eran alterados.

—¿Timba? —lo llamé, pero él no se volteó, siguió tocando todas las cosas como si tuviera un TIC nervioso—. Timba, tranquilo.

De un momento a otro se detuvo y se recargó en la camioneta con la respiración agitada. Sus manos no paraban de temblar.

—N-No... No podremos escapar —murmuró sin dejar de titiritar.

Ay no. Timba solía tener ataques de pánico muy a menudo, dejó de tenerlos hace varios años. Y, cuando eso sucedía, el que se encargaba de tranquilizarlo era... Rius.

¿Qué se supone que haga yo?

Un golpe sordo llamó mi atención. Venía de la cafetería, la misma en la que trabajaba la señora extraña.

Ahí estaba ella, cerrando la puerta principal del local.

Ella podía ayudarnos.

—Espérame aquí —pedí a Timba antes de salir corriendo en dirección a la cafetería.

Mientras me acercaba, pude escuchar que estaba taradeando “Wing Of Changes”.

—Hey, excuse me!

Se dio la vuelta y su rostro reflejó el mismo odio de aquel día.

—I told you. We warned you to leave —musitó con voz firme. Parpadee confundido—. Now, you'll have her ticket.

Y se deshizo ante mis ojos, dejando un rastro del mismo polvo negro con el que aparecieron las ratas.

Antes de que pudiera reflexionar sobre lo que había pasado, una fuerte ráfaga de viento sopló.

Mis piernas me llevaron de regreso a la camioneta, junto a Timba. Creo que él no vio nada.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté, tratando de olvidar lo que acababa de suceder.

—Si, un poco —alzó la voz, el viento empezaba a rugir más fuerte y cubría mis oídos.

—Será mejor que entremos —señalé el interior del vehículo.

Timba asintió y entró de un salto. Una vez que mi cuerpo también estuvo dentro, cerré la puerta con fuerza, queriendo ignorar todo lo que pasaba afuera.

El aromatizante de lavanda ayudó a que me tranquilizara un poco. Sólo un poco. El viento seguía rugiendo, podía ver a través del parabrisas como arrastraba las copas de los árboles, casi queriéndolos desnudar.

Yacíamos sentados en el suelo de la camioneta, con la ventanas cerradas, sin atraernos a voltear hacia afuera. 

Después de otra ráfaga, el viento pareció calmarse. Ya no soplaba con tanta intensidad.

—¿Crees que se detuvo? —Timba soltó mi misma duda. Pero ninguno supo responderla.

Estuve a punto de asomarme por la ventana, pero una silueta inhumana se interpuso por el exterior, visualizando hacia nosotros. Después se asomó otra, y otra y otra.

Una multitud de siluetas rodeó la camioneta por fuera, todas enamando un aura oscura.

Apoyaron sus manos en los cristales, por más que intentara no alcanzaba a reconocer ningún rostro. Nos quedamos sumidos en un horrible silencio.

No debieron entrar —gritó una voz de niña. Sonaba opacada, como si realmente no estuviera aquí.

Tenían tanta vida por delante —una segunda voz se le unió.

La avaricia nos corrompe —una tercera voz, ahora acompañada de sollozos.

Ahora es muy tarde —empezaron a golpear la camioneta con una fuerza extraordinaria.

Nuestros corazones están consumidos.

—Abran su miseria.

—Ella nos quebró.

—Fue nuestra culpa.

—Así lo quisimos.

—Pero ustedes pudieron librarse del pago.

Todas las voces hablaban al mismo tiempo, ni siquiera alcanzaba a entender lo que decían porque mis oídos querían explotar por tanto ruido.

Eran como murmuros, murmuros que querían ser escuchados.

Seguían golpeando la camioneta, nos agitaban con fuerza en el pavimento.

Queríamos ayudarlos, pero siguen abrazando al egoísmo.

Y seguían murmurando.

Debieron escucharnos.

Y seguían golpeando.

—La noria ha llegado.

—Y el pago es su alma.

Con esa última advertencia, desaparecieron los golpes y murmuros.

Todo quedó en silencio, otra vez.

Sólo se escuchaban nuestras respiraciones asustadas.

Sentí un retortijón en el estómago.

—¿Será conveniente salir? —pregunté a Timba, quien seguía paralizado. Me observó con sus ojos moribundos.

—No lo sé, pero ya no quiero estar aquí.

Se incorporó y abrió la puerta de su lado para salir.

El cielo ya estaba oscuro. Completamente oscuro.

No había ninguna estrella.

—Vamos —dictó de nuevo, algo titubeante.

Tomó su mochila y metió comida, agua, ropa, algunas cobijas y demás cosas que iríamos a necesitar. Caminaríamos bastante hasta llegar a alguna residencia donde podamos descansar.

Me estiré para tomar mi mochila, pero una arcada me tomó desprevenido. Me ardía el estómago.

—¿Estás bien? —Timba se asustó al verme.

—No...

Un segundo y algo explotó en mi interior.

Cerré los ojos y vomité.

—¡Mierda! —exclamó Timba horrorizado.

Cuando abrí los ojos para buscar que fue aquello que lo asustó tanto, también quise gritar.

Había una sustancia viscosa negra. Y, nadando en ella, unas arañitas.

Oh, carajo.

Sentí otro retortijón. Ésta vez más fuerte.

No pude darme cuenta, sólo sentí cuando miles de patitas se escurrieron en mi estómago.

Las sentí subiendo por mis intestinos. Trataban de escapar.

Escuché a Timba gritar mi nombre, pero mis oídos no podían escuchar más que el sonido de las arañas que intentaban salir.

No podía moverme, todo mi cuerpo se cubría de dolor.

De pronto, mi boca se abrió y todas las arañas fueron libres. Salían por mis oídos, por mi nariz, y las sentía caminando en mi estómago.

Me retorcí de dolor.

Timba quería ayudarme, pero no podía hacer nada.

Ninguno podía hacer nada.

Sólo sentía como mi interior se destruía.

Y me atacaba.

Una sombra se asomó detrás de mí, colocó su mano en mi hombre y sentí que más arañas escarbaban entre mis pulmones.

Finalmente, los animales terminaron ganando la batalla.

Me arrebataron la vida.

—Venga Trolli, vamos a jugar.

Sonreí.

timba

Cerré la puerta cuando el único movimiento en la camioneta fue el de las arañas. Trollino ya no estaba vivo.

Corrí.

Corrí mientras las lágrimas empezaban a resbalar por mi rostro. 

Porque eso es en lo único en que soy bueno: huir.

Eso he hecho toda mi vida.

Nunca ayudé a nadie. Empeoré las cosas al crear el grupo, al crear a Los CoMPaS.

Me escabullo entre la oscuridad de la noche, tratando de ignorar el ardor en mi rostro, en mis piernas, en mi cuerpo. Murmullos perforan mis oídos, recordándome que no puedo escapar.

Mis brazos empiezan a doler pero ningún dolor supera al que hay en mi pecho, en mi corazón. Es el dolor de saber que has perdido, saber que nada valió la pena porque al final de todo te encuentras encerrado en un asqueroso callejón tratando de llegar a una salida que no existe.

Volteo hacia todos lados, sintiéndome vacío. Siento la necesidad de regresar al pasado, de advertirme a mí mismo de todos los errores que pude haber evitado.

Pero no puedo hacerlo, y eso sólo hace odiarme más.

Arrastré a todos a algo que debió acabar sólo conmigo.

Y yo observé, sin poder hacer nada.

Una ráfaga de viento frío sopló de la nada, levantando una enorme nube de polvo oscuro consigo y llevándose los murmullos tormentosos. La lluvia empezó a caer con furia sobre mí, como queriendo ahogarme.

Yo también quisiera que me ahogara.

Un relámpago resplandeciente ilumina el patio un segundo, pero ese segundo es suficiente para darme cuenta de que no soy el único aquí: a unos metros de distancia, dibujada en una neblina negra, está la causante de todo este desastre.

La causante que creí imaginaria por tanto tiempo ahora está frente a mí, restregándome todo el dolor en mi cara.

Aunque a estas alturas comienzo a dudar sobre quien es el verdadero culpable.

Vestía un vestido de la época medieval tan largo que arrastraba por el suelo, su cabello le llegaba hasta arriba de los hombros, además, llevaba un velo que le cubría gran parte del rostro y cabello.

Los polvos negros y dorados bailaban a su alrededor.

Todo era en tonalidades oscuras, tal como una persona sacada de una fotografía a blanco y negro.

Mi piel se erizó.

Me regala una sonrisa cínica. Se divierte, lo sé, se divierte con mi dolor.

Porque ambos sabemos que el único responsable de esto soy yo.

Pero eso no me hace sentir mejor. Ni de cerca.

Bienvenido —masculla, sin dejar de sonreír. Su voz me cae como un balde de agua fría: es tosca y distorsionada—, bienvenido seas a tu último castigo.

Alzo mi rostro, dejando que las heladas gotas de lluvia caigan en mí. Debería estar asustado, y furioso, pero sé que no servirá de nada cualquier cosa que trate de hacer. Nada traerá a mis amigos de vuelta, nada me despertará de esta pesadilla eterna.

—Da igual —respondo, mirándola atentamente. Su sonrisa sigue allí, y estoy seguro de que seguirá por lo que me quede de tiempo—. Ya nada me importa. Sólo... haz lo que quieras hacer conmigo.

Otro relámpago ilumina el lugar, y puedo ver como su sonrisa se ensancha.

Créeme, querido; esto si te va a importar.

En un chasquido estoy de vuelta en el patio donde todo comenzó.

Y, de nuevo, siento el temor recorriendo cada poro de mi piel.











[***]

heeeey :D

antes de que me vengan a regañar y decir que debería estar descansando, les diré que si, debería estar haciéndolo, pero ayer por la noche sentí un cosquilleo que me impulsó a terminar este capítulo.

y no, no lo hice por obligación, sino porque me nació hacerlo. y la verdad es que estoy muy contenta con el resultado. explicarles el hiatus me hizo bien, me liberé de un gran peso.

estoy orgullosa de este capítulo, quizá es algo corto, pero considero que con el contenido es más que suficiente.

ahora ya saben quién es el personaje que narra en el prefacio, ¿lo adivinaste? :)

y también saben quién fue el que creó el grupo de los CoMPaS. pero ¿cómo? *fake shoked*.

como siempre, espero que la hayas pasado genial con el capítulo <3

falta uno para terminaaar~.

se vienen más sorpresitas que estoy emocionada porque vean.

bonito finde, los quieruuu <3.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top