O25 | EL NIÑO EN LA JAULA DE ORO

AVISO: CONTENIDO DELICADO

Levantó la mirada hacia ella, su rostro retorcido por el dolor. No era solo por la pelea ni los insultos. Había algo más profundo, algo corrosivo que se acumuló a lo largo del tiempo, algo que ni él mismo comprendía. Giavanna lo observó, paralizada, atónita al ver la intensidad del sufrimiento que reflejaba en sus ojos, un sufrimiento que jamás pensó que provenía de él.

—¿J-Jungkook...?

Aun intentando recobrar el control sobre su cuerpo, no respondió. Sus respiraciones eran descontroladas, sus ojos nublados de dolor. Apretó su pecho como si intentara aliviar el sufrimiento que lo recorría, pero no encontraba alivio. El aire parecía haberse ido de su cuerpo, como si una sombra lo estuviera consumiendo por dentro. No podía respirar, no podía pensar con claridad. Todo lo que sentía era presión, un dolor tan profundo.

—No puedo... —logró decir con dificultad, su voz rasposa, temblorosa, como si cada palabra le costara un esfuerzo titánico. Su pecho subía y bajaba con rapidez, los latidos de su corazón sonando fuertes en sus oídos—. Mi corazón... siento que va a estallar —pausó, respirando con dificultad, como si el aire se le escapara—. No puedo... respirar bien.

Con su instinto de protección a veces tan confuso, se acercó al instante, colocándose a su lado y sosteniéndolo por los hombros, guiándolo hacia la cama, detrás de él.

—¿Qué te sucede? —Su mano temblaba al tratar de sostenerlo. El pánico se apoderaba de ella, porque veía que algo más estaba pasando. Su cuerpo se aferraba a la angustia, sin poder hacer nada—. Jungkook, respira...

—Me duele...

No era solo el dolor en su pecho, era como si todo su ser estuviera perdiendo la fuerza. Cada respiración le costaba más, y el sudor frío cubría su frente. Giavanna, alarmada, miró a su alrededor como si buscara ayuda.

—Voy a llamar a una ambulancia...

Casi sentía la presión en su propio pecho por el miedo de lo que podría estar pasando, pero Jungkook, con esfuerzo, levantó una mano, negando con la cabeza, su voz rasposa y llena de furia contenida.

—¡No...! —dijo, su tono autoritario, pero tembloroso—. No lo hagas. No... quiero que nadie sepa nada. No quiero que me vean así...

Lo miró, desconcertada, dudando si debía llamar, pero algo la detuvo. Percibía que esto no era solo un dolor físico; había algo más profundo y oscuro reflejado en sus ojos. Su rostro pálido y desencajado mostraba una vulnerabilidad que rara vez veía. Con la mano al pecho, intentaba contener el dolor, su respiración cada vez más errática. Aunque sorprendida, Giavanna no apartó la mirada de él, olvidando por un momento todo lo sucedido antes, centrada únicamente en su lucha silenciosa.

—Jungkook, respira despacio... —murmuró, su tono cálido, intentando que sus palabras lo alcanzaran.

Se colocó de rodillas frente a él, sus ojos al nivel de los suyos, observando cada movimiento, cada gesto. Lo miraba con una mezcla de preocupación y desconcierto, mientras Jungkook apenas podía levantar la vista. Sus respiraciones eran agitadas, cortas, como si cada inhalación lo estuviera desgarrando. Giavanna observó la forma en que su pecho se levantaba y caía, tratando de hacerlo más lento, guiándolo con la suavidad de su voz.

—Inhala por la nariz... —ordenó, ayudándole a quitarse la chaqueta, en un gesto que intentaba transmitir calma, algo que le ayudara a encontrar un poco de alivio en medio de la tormenta interna que atravesaba—. Eso es, exhala lentamente... No te apresures.

Jungkook intentó seguir sus instrucciones, pero el dolor seguía aplastándolo, como si una fuerza invisible estuviera oprimiendo su pecho. No sabía si el miedo o el sufrimiento le impedían pensar con claridad, pero cuando la miró, vio algo en su rostro que le hizo sentir un dolor más profundo. ¿Era lástima? ¿Preocupación? No quería ver eso en sus ojos, no quería que la vulnerabilidad que sentía fuera algo que ella percibiera, pero tampoco quería que lo abandonara.

—Giavanna —susurró, su voz temblorosa, casi quebrada—. No... No me dejes solo...

El temor en sus palabras era claro, una mezcla de desesperación y años de abuso que comenzaban a pasar factura en su cuerpo agotado. Giavanna, decidida a no dejarlo solo, se levantó. Salió de la habitación en busca de agua, sus pasos rápidos pero suaves, como si el sonido pudiera calmarlo. Mientras tanto, Jungkook permaneció inmóvil, sintiendo cada latido y respiro, el sudor en su frente y el ardor en su pecho. Cuando ella regresó, sus ojos se encontraron. Con una mano temblorosa, él extendió la mano, y ella le ayudó a llevarse el vaso a sus labios para que dé pequeños sorbos, aunque ni el agua parecía suficiente para calmar el fuego interno que lo consumía.

—Gracias...

El agua ayudó, pero no bastaba. Su cuerpo estaba demasiado debilitado, y a pesar de la calma que intentaba buscar, el dolor seguía acechando. Lo observó de cerca, su preocupación creciendo al ver que aún no lograba relajarse. Otra vez se arrodilló frente a él, colocándose a su altura, viendo cómo se masajeaba el pecho, como si intentara calmar un dolor invisible.

—¿Te duele mucho?

Jungkook asintió lentamente, jadeando, con una expresión de agotamiento total. Aunque no quería mostrar debilidad, el sufrimiento lo superaba. Giavanna, sin decir palabra, levantó su mano suavemente y le ayudó a abrirse la camisa. Sus dedos rozaron su piel, aliviando la tensión, y él cerró los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio. Cuando ella comenzó a masajear su pecho con suavidad, tocando las zonas de mayor dolor, su cuerpo se relajó un poco, aunque los latidos de su corazón seguían acelerados, resistiéndose a la calma. Él dejó escapar un leve gemido de alivio, sus labios entreabiertos, buscando más de esa cercanía, más de esa paz que solo ella parecía ser capaz de darle.

—Quédate... —pidió, su voz quebrada, casi una súplica—. Por favor, quédate...

Sin dudar, se quedó allí, su mano en su pecho, sintiendo la vibración de su cuerpo bajo sus dedos. El contacto, aunque pequeño, parecía ser la única ancla que tenía en ese momento. No quería moverse, no quería que estuviera solo.

—Estoy aquí —Sus palabras salieron como una promesa tácita. No sabía qué hacer, no sabía cómo ayudarlo, pero sí sabía que no lo dejaría solo en ningún momento de fragilidad—. No te voy a dejar.

Jungkook cerró los ojos, agradecido, su respiración comenzando a regularse, aunque con dificultad. El calor de su cuerpo, el sonido suave de su respiración, todo se mezclaba en un silencio tenso, pero reconfortante. A pesar de lo roto que se sentía, de lo vulnerable que estaba, algo en su interior le decía que podía relajarse. Podía ceder.

Y eso era todo lo que necesitaba.

















(...)
















La tina estaba llena de agua caliente, humeante, que emanaba vapor y envolvía el ambiente con una suavidad reconfortante. Jungkook, sumergido en el agua, intentaba relajarse, pero la tensión en su pecho no desaparecía. Sus ojos miraban hacia el agua, intentando encontrar algo de paz, pero cada vez que su mente lo alcanzaba, el recuerdo de lo sucedido lo invadía. Estaba inquieto, incómodo, y lo único que quería era la cercanía de Giavanna.

Necesitaba sentirla cerca, tenerla a su lado para sentirse algo completo.

Ella se inclinó hacia adelante, sumergiendo las manos en el agua caliente. Sus dedos trazaban pequeños círculos en la superficie, mientras sus ojos no dejaban de recorrer el rostro de Jungkook. Sin decir una palabra, mojó sus manos y las deslizó con suavidad por su cuello. Sus dedos, meticulosos y delicados, parecían arrancar un peso invisible de su piel, haciendo que él cerrara los ojos y se dejara envolver por la sensación. Su respiración se calmó, como si ese toque lo aliviara de algo que ni él entendía. Había algo profundamente maternal en cómo ella lo tocaba, algo que lo hacía sentirse vulnerable, como si en ese momento fuera un niño buscando consuelo. Cada movimiento de sus manos lo hundía más en esa sensación de dependencia, un deseo de cuidado que nunca se atrevió a pedir. Por un breve instante, todo a su alrededor perdió su caos y se estabilizó bajo ese toque, como si ella supiera cómo sostenerlo sin romperlo.

El roce de sus dedos por su pecho hizo que Jungkook levantara ligeramente la cabeza, dejando que su cuello se estirara. La calma que sentía lo reconfortaba, pero al mismo tiempo lo hacía vulnerable, como si pudiera rendirse por completo, entregándose a ella. Giavanna no dijo nada, continuó con su masaje, percibiendo una tensión en su cuerpo que no comprendía, pero que sentía instintivamente. Mientras sus manos recorrían su torso, vio cómo sus ojos se entrecerraban, intentando escapar de lo que lo atormentaba. Su rostro mostraba vulnerabilidad, pero en sus ojos había algo más: agradecimiento, como si el simple toque le diera algo de paz. Cuando sus manos llegaron a su abdomen, notó cómo su cuerpo se relajaba, los músculos aflojándose bajo su toque. Jungkook soltó un suspiro largo, como si dejara ir una carga guardada en silencio. Se permitió un breve respiro, sabiendo que sería solo temporal. El toque de Giavanna, tan suave, tan constante, parecía haber tocado una parte de él que rara vez dejaba salir a la luz.

Con una mirada que no podía esconder su vulnerabilidad, extendió el brazo hacia ella, tomándola con suavidad de la muñeca. Su toque era firme, pero lleno de necesidad, como si temiera que, al soltarla, ella se alejaría. Lo miró, sus ojos vacilando entre la calma y el dolor que sentía. Sabía que algo en él cambió, esa vulnerabilidad la hacía dudar de la decisión que tomó horas antes al abofetearlo, creyendo que apartarlo de esa manera significaría su ruptura. Pero no podía dejar de actuar así, su rabia debía salir en algún momento.

Sin apartar la mirada de sus ojos, permitió que él la guiara, y su mano volvió a descansar sobre su pecho. Sin decir nada, comenzó a masajearlo otra vez, como si su contacto fuera la única forma de devolver algo de paz a ambos. Jungkook cerró los ojos, dejando que la calma que su toque le proporcionaba invadiera su mente. Aunque su corazón seguía acelerado, el ritmo ya no era tan frenético. La calidez del agua y la proximidad de ella parecían darle un consuelo que no esperaba, como si encontrar un refugio en su cercanía fuera lo único que le quedara.

—Te pido perdón... Cuando me golpeaste, no debí haber reaccionado así —su voz titubeó—. No podía controlar lo que sentía en ese momento. Actué... de forma agresiva, y no debería haberlo hecho.

—Lo sé. Yo no debí haberte golpeado... Fue impulsivo —continuó masajeando, sin apresurarse, y suspiró. Sentía una mezcla de culpa y comprensión, pero algo en su pecho se aligeró al escuchar su disculpa—. Yo también tengo mis inseguridades, Jungkook. No sabía cómo reaccionar a lo que me dijiste, a cómo me hacías sentir tan pequeña.

—No debí haberte hecho sentir así, cariño —la miró, sus ojos llenos de sinceridad. La proximidad, el roce de su piel, lo calmó de alguna forma, pero las palabras que ella decía lo tocaban más de lo que pensaba—. Sé que soy difícil, y cuando lo noté... Cuando vi que estaba perdiéndote, reaccioné mal —Giavanna dejó escapar un respiro profundo, mientras sus manos continuaban su movimiento lento, sin prisas—. Te dije cosas que no eran ciertas, cosas que no quería.

—Es solo que...actuar no es fácil para mí. Ya sabes que soy insegura, que no confío por completo en lo que hago —vaciló, sin saber si era el momento adecuado para hablar de eso—. Y cuando tú me dijiste esas cosas, me hizo dudar más de mí misma —la miró con más intensidad, escuchando sus palabras con atención. Algo dentro de él se quebró al escuchar su vulnerabilidad—. Me hizo sentir que estaba fallando.

—Úsame, por favor. Usa lo que soy... Si eso te ayuda a conseguir lo que necesitas, si eso te da todo lo que sueñas... Hazlo. No me importa —su voz tembló, cada palabra llena de desesperación y necesidad—. Siempre he sido usado, desde que tengo memoria, así que… siento que necesito que tú me uses también —suspiró ahogado, su cuerpo temblando ligeramente por la vulnerabilidad expuesta, sin saber si lo que decía iba a acercarlos o alejarlos aún más—. Siento que esa es la única forma en la que puedo ser útil. Aprovecha lo que ofrezco y úsame, cariño.

—No voy a hacer eso, Jungkook. Nunca —Su tono se volvió más firme, casi cortante—. No soy esa clase de persona. Jamás voy a usar lo que eres para conseguir lo que quiero. Y si vuelves a decir una vez más algo como eso... —su voz se endureció aún más—... Te aseguro que me molestaré. Yo no necesito usar a nadie para lograr mis metas, y mucho menos a ti.

No esperó ese rechazo tan firme, pero la mirada decidida de Giavanna le caló hondo, y algo en él se quebró, como si todo su mundo hubiera sido sacudido, por lo que bajó la mirada, evitando encontrarse con la de ella por un instante.

—Está bien, pero escucha... No quiero que dudes de ti misma por algo que yo diga.

El silencio llenaba la habitación, roto solo por el suave movimiento del agua. Sus respiraciones marcaban un ritmo pausado, compartiendo una calma frágil. Jungkook, con la mirada fija en ella, alzó la mano húmeda y la llevó a su mentón. Sus dedos rozaron su piel con una delicadeza casi reverente, como si temiera quebrar la conexión entre ellos. Giavanna tembló ante el toque, un estremecimiento que hablaba de las heridas que ambos intentaban, lentamente, sanar. Y él, sintiendo su reacción, la inclinó hacia su cuerpo, sin apresurarse, moviéndose con una lentitud que parecía cargada de deseo no expresado. Sus ojos se fijaron en los de ella, una petición no verbal flotando entre los dos.

—Bésame —sus labios se abrieron para susurrar, casi en un ronroneo bajo.

Era una súplica y una orden a la vez. Giavanna, incapaz de resistir la tensión que los envolvía, se inclinó más hacia él. Sus labios se rozaron al principio con suavidad, un toque indeciso, exploratorio. Pero pronto, el beso se volvió más profundo, cargado de deseo. Sus manos le recorrieron la espalda, humedeciendo la camiseta cómoda que llevaba, atrayéndola más cerca, mientras sus lenguas se encontraban en un ritmo que aumentaba la intensidad. Un ronroneo bajo escapó de Jungkook, como si su cuerpo reclamara lo que estuvo conteniendo.

La tensión sexual se intensificaba, un fuego creciendo con cada instante. Sus respiraciones se mezclaban, y Giavanna sentía un calor abrumador apoderarse de su cuerpo mientras el beso se volvía más urgente. Pero, de repente, un pensamiento nítido atravesó la niebla de deseo. Con esfuerzo, separó sus labios de los de Jungkook, recuperando aire y claridad en medio de la conexión que parecía consumirlos. Él, sin embargo, la miró con una mezcla de frustración y deseo, su aliento pesado.

—Entra —Su voz salió grave, el tono demandante, pero su cuerpo aún temblando por el deseo insatisfecho.

Sintió un movimiento interno, una conciencia clara de que lo que pedía no era lo que él necesitaba. Su demanda era física, pero eso no calmaría la tormenta entre ellos. Lo que en realidad necesitaba era calma. Con un suspiro, se apartó lento, evitando su mirada, y se reincorporó.

—No. No es lo que necesitas ni el momento adecuado, Jungkook —Sus palabras fueron claras, aunque su cuerpo aún temblaba por la cercanía—. Voy a buscarte ropa. Quédate aquí, tranquilo.

Sin esperar una respuesta, salió del baño, dejándolo con la mirada fija en el agua, su mente llena de una mezcla de emociones y sensaciones que no sabía cómo procesar.

Giavanna abrió con esfuerzo el cajón del armario. El mueble, de madera oscura y lujosa, tenía detalles meticulosamente trabajados en el dorado de sus bordes, lo que le daba una apariencia majestuosa. Al intentar abrirlo, el cajón cedió con un crujido al ser forzado, y ella tomó sin dudar uno de los tantos bóxers. Sin embargo, algo más en el fondo del cajón llamó su atención. Encontró una bolsa de tamaño considerable, transparente, medio oculta entre las prendas.

Al tomarla, vio varias pastillas grandes de color rojo brillante, con una forma irregular. No era estúpida; su experiencia previa y lo que vio en otras ocasiones le permitió identificar que el tamaño y el color llamativo no eran normales. Sabía que con esas características podía tener un efecto rápido y potente en el cuerpo, generalmente para mantener a alguien despierto o fuera de control. Su estómago se retorció al pensar en lo que podría implicar. El hecho de que estuvieran allí, en ese cajón tan oculto y en un espacio tan personal, la dejó atónita.

Al instante, escuchó unos pasos provenientes del baño, y al voltear la vista, vio a Jungkook salir de allí. Su cabello, mojado y rebelde, caía desordenado sobre su frente y la bata negra que llevaba puesta colgaba con suavidad de sus hombros, dejándole el pecho descubierto, aún húmedo. El contraste entre la bata elegante y su pecho desnudo lo hacía parecer imponente y, a la vez, vulnerable. Su mirada se centró en Giavanna, y al ver que ella estaba agachada frente al cajón, su rostro se endureció.

—¿Qué haces? —preguntó, con una voz grave y cautelosa.

Aún con la bolsa en la mano, se levantó de forma lenta y temblorosa, todavía dándole la espalda. Su cuerpo tensado, se notaba que algo en su interior se removía, y la bolsa entre sus dedos se apretó de forma involuntaria, haciendo que el crujir del plástico llenara el aire. No respondió de inmediato, pero al volverse hacia él, levantó la bolsa, mostrándosela con firmeza.

—¿Qué demonios es esto, Jungkook? —interrogó, su tono de voz era más fuerte, cargado de desconcierto y furia.

Su mirada fija y desafiante no dejaba espacio para evasivas, por lo que se tensó al verla, su mirada dirigida hacia la bolsa en su mano, su mandíbula apretándose al reconocer el contenido. Su ceño se frunció, tratando de encontrar las palabras correctas. Pero el silencio que ofreció fue demasiado para ella.

—¡Responde, carajo! —gritó, su voz quebrándose, sacudiendo la bolsa, aunque sentía ganas de lanzársela en el rostro, pero se contuvo. Apenas—. ¿Vas a quedarte ahí mirándome como un imbécil?

—No son lo que crees...

—¡Mentira! —Lo interrumpió con un gesto de la mano, dando un paso hacia atrás cuando él avanzó—. ¡Mientes en mi cara como si fuera estúpida! ¡Claro que las usas! Ahora todo tiene sentido. Todo. Tu maldito humor, tus malditos cambios. Tu energía que me supera... —Su voz se rompió por un instante, pero rápidamente volvió con más fuerza—. ¡Creí en ti, Jungkook! Creí que podías cambiar. Fui una estúpida. ¡Una maldita estúpida!

—No las necesito, Giavanna —inhaló profundo, sintiendo la quemazón en su pecho intensificarse—. No las estoy usando, ni siquiera...

—¡No me digas que no sé de qué hablo! —replicó, dando un paso adelante, encarándolo con lágrimas de ira acumulándose en sus ojos—. ¿Sabes qué destruyó mi vida, que me quitó a mi padre? ¡Las drogas de mierda!

Levantó la bolsa con una furia incontenible antes de romperla en un solo movimiento. Las pastillas cayeron al suelo como una lluvia cruel. Jungkook, histérico, quiso abalanzarse hacia las pastillas, pero Giavanna lo empujó con ambas manos, haciéndolo retroceder.

—¡¿Qué carajo haces?! —rugió, sus ojos oscuros llenos de una desesperación que no pudo ocultar. Su respiración era errática, su pecho subiendo y bajando como si estuviera al borde del colapso, la bata apenas cubriendo su pecho mientras sus puños se cerraban con fuerza—. ¡Ni siquiera sabes lo que son!

—¡¿Qué carajo hago yo?! —cuestionó burlona, casi histérica—. ¡La pregunta es qué demonios haces tú! ¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Tan... Tan cobarde?

Esa palabra fue una puñalada. Jungkook se detuvo en seco, su mirada endureciéndose, su rostro transformándose en una máscara de furia contenida.

—¿Egoísta? ¿Cobarde? No tienes idea de lo que he pasado, de lo que es cargar con todo esto...

—¡Ahórrate el drama! ¡No soy tu maldita terapeuta! —interrumpió, señalándolo con un dedo que temblaba por la intensidad de su rabia—. No voy a consolarte mientras te destruyes. ¡No después de lo que he vivido!

—¡¿Y qué demonios has vivido, Giavanna?! —estalló, su tono agresivo—. ¡Ni siquiera me hablas de tu vida! Pero claro, yo me tengo que derrumbar frente a ti para que logres entenderme.

—¿Quieres saber qué viví? —Su voz se quebró, pero la intensidad no disminuyó ni un poco—. Perdí a mi padre por las drogas. Lo vi destruirse frente a mis ojos —explicó, su rostro una mezcla de furia y dolor—. ¡¿Eso quieres escuchar?! ¡¿Quieres saber lo que es ser una niña y no entender por qué tu padre se vuelve tan violento y ni siquiera parece reconocer a su familia?! ¡¿Por qué prefirió esa mierda a su familia?!

Parpadeó, su furia apagándose momentáneamente al ver la crudeza de su confesión. Pero antes de que pudiera decir algo, ella lo cortó.

—¡Por eso no confío en ti! ¡Porque no puedo pasar por esto otra vez! —gritó, con una intensidad que parecía desbordarla—. No voy a ver cómo haces lo mismo. No voy a dejar que me arrastres contigo.

—¡Yo no soy él! ¡No estoy roto! ¡No necesito esta mierda!

—¡No me mientas, Jungkook! Porque si no la necesitas, entonces, ¿por qué está aquí?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Jungkook, con los hombros caídos y la respiración agitada, cerró los ojos con fuerza, como si tratara de encontrar una respuesta que no existía. Giavanna, con el rostro empapado en lágrimas, lo miró como si estuviera viendo una tragedia desarrollarse frente a ella.

—¡¿Y crees que yo quise esto?! —Su tono se alzó de nuevo, con una mezcla de ira y dolor—. ¿Crees que elegí esto? Me metieron en esto...

—No quiero escucharte, Jungkook —lo miró fijamente, sus ojos llenos de incredulidad y rabia, pero también de algo más: una profunda tristeza que parecía desbordarla—. Lo único que importa es que sigues aferrándote a esto y destruyendo todo a tu alrededor.

Jungkook cerró los ojos con fuerza, intentando calmar la tormenta que rugía dentro de él, pero su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho, cada palabra de Giavanna cortándolo como un cuchillo.

—Yo no estoy roto, Giavanna.

—Te estás destruyendo. Y si no haces algo, terminarás arrastrándome contigo.

La habitación quedó en un silencio abrumador, ambos mirándose como si estuvieran en lados opuestos de un abismo imposible de cruzar. Jungkook apretó los dientes, los nudillos blancos por las manos empuñadas con fuerza. La desesperación y la ira hervían en sus venas, pero más que eso, el miedo de perderla se aferraba a su pecho como un peso insoportable.

—No tienes derecho a decir eso. No tienes derecho a darme la espalda como todos los demás.

—¿Derecho? —Su risa fue amarga, llena de ironía—. ¿Y qué derecho tienes tú a jugar con mi confianza, Jungkook? A traer esta mierda a mi vida —señaló las pastillas en el suelo—. ¡Eres igual que todos los demás!

Avanzó hacia ella, el pecho subiendo y bajando con cada respiración pesada. Su bata negra ondeó ligeramente con el movimiento, y en sus ojos oscuros se reflejaba una mezcla de rabia y vulnerabilidad que lo hacían ver peligroso y perdido al mismo tiempo.

—¡No soy igual a nadie! —rugió, su voz resonando por la habitación. Sus manos temblaban mientras señalaba las pastillas—. ¡Esas cosas no me controlan! No como controlaron a tu padre, no como tú crees que me controlan a mí.

—¡No te atrevas a compararte con mi padre! ¡Él era débil, pero al menos tenía la decencia de admitirlo! —gritó, su voz desgarrada, temblando mientras retrocedía—. ¡Tú ni siquiera puedes hacer eso! Sigues con tus malditas excusas, justificándote, como si eso arreglara algo.

Dio un paso más hacia ella, pero Giavanna levantó una mano, temblando, como si quisiera mantenerlo lejos.

—No te acerques a mí ni mucho menos te atrevas a tocarme.

—¿Y qué pasa si lo hago? —replicó acercándose lo suficiente como para que la tensión entre ambos fuera insoportable. Su voz bajó, pero el tono seguía siendo peligroso, cargado de una desesperación que él no sabía cómo manejar—. ¿Qué pasa si no te dejo ir? ¿Y si no dejo que esto nos destruya?

Giavanna presionó los labios, las lágrimas cayendo sin control, y su respiración era errática. Pero su mirada era dura, llena de dolor y determinación.

—Entonces me destruirás tú —susurró, su voz apenas audible, pero cada palabra fue como una daga directa al pecho de Jungkook—. Y no pienso dejar que eso pase.

—¡No digas eso! —gritó desesperado, su voz quebrándose. Agarró su propia cabeza, como si el dolor fuera demasiado, como si las palabras de Giavanna estuvieran arrancándole algo vital—. ¡No me digas que te estoy perdiendo porque no voy a soportarlo! ¡No puedo perderte, Giavanna!

—Ya me estás perdiendo. Cada vez que eliges esto, cada vez que mientes, cada vez que me haces dudar de ti, cada vez que te alejas... ya me estás perdiendo.

Avanzó de nuevo, desesperado, y tomó su rostro entre sus manos con una suavidad que contrastaba con la brutalidad de todo lo que acababan de decirse. Sus dedos temblaban al tocarla, como si tuviera miedo de que ella desapareciera.

—No me dejes —susurró, su voz rota, sus ojos buscando los de ella, rogándole—. No puedo con todo lo que cargo. Pero te juro... Te juro que esto no me controla —Giavanna cerró los ojos, las lágrimas rodando por sus mejillas. Quiso creerle, pero su corazón estaba hecho pedazos—. Esto no. No me controla, cariño.

—No es suficiente, Jungkook —abrió los ojos y lo miró, su voz temblorosa pero firme—. Lo que dices... no es suficiente para salvarnos.

La habitación volvió a llenarse de un silencio desgarrador. Las palabras flotaban en el aire como un eco, dejándolo paralizado, incapaz de encontrar algo más que decir. Ella dio un paso atrás, liberándose de su agarre, y él sintió cómo la distancia entre ellos se volvía un abismo insalvable.

—Si de verdad quieres salvarnos, primero tienes que salvarte a ti mismo —fue lo último que dijo antes de salir a paso apresurado de la habitación, dejando a Jungkook de pie, con el corazón roto y la mirada fija en la puerta por donde desapareció.

La puerta se cerró de golpe, y el sonido resonó en la habitación como un disparo. No se movió; su respiración era un caos, el pecho subiendo y bajando con una intensidad que no podía controlar. El vacío que dejó era tanto que casi podía tocarlo. Entonces, algo dentro de él se rompió.

—¡Giavanna! —gritó, con una fuerza que hizo temblar su voz.

Corrió hacia la puerta, abriéndola de golpe, pero ella ya no estaba. El pasillo estaba vacío, frío, y por un momento le pareció que el mundo entero desapareció con ella.

—¡Giavanna!

Su garganta ardía, pero el dolor en su pecho era aún peor. Se tambaleó hacia adelante, apoyándose contra el marco de la puerta, con las manos temblando. La rabia, la desesperación y la culpa lo consumían como un incendio incontrolable.

—¡No me dejes! —suplicó, dejando que su voz se alzara con un tono desgarrador que nunca antes usó. La máscara de orgullo y dureza que siempre llevaba estaba hecha pedazos, dejando al descubierto a un hombre roto, incapaz de soportar el peso de sus propios errores otra vez—. ¡No puedes dejarme, maldita sea! ¡No puedo hacerlo sin ti!

Llevó una de las manos a su cabello, jalándolo con fuerza mientras sentía que el aire se le escapaba. Su cuerpo débil cayó de rodillas, golpeando el suelo con fuerza, y el dolor en su pecho se convirtió en una presión insoportable, como si su corazón fuera a estallar o tal vez detenerse por completo. Cerró los ojos con fuerza, sus dedos presionando su pecho con tanta violencia que pensó que podría desgarrarse a sí mismo. Pero no importaba.

—Giavanna... —susurró su nombre entrecortado, como si al pronunciarlo pudiera traerla de vuelta. Pero el eco de su voz era lo único que le respondía.

Las lágrimas corrían por su rostro mientras clavaba las uñas en el suelo, buscando algo que lo anclara. El dolor en su pecho, familiar y devastador, regresaba con fuerza, un recordatorio de los años que pasó destruyéndose con las sustancias que ahora lo consumían. Pero el verdadero tormento era más profundo: una herida abierta por la ausencia de Giavanna.

Llevó la mano al rostro, cubriéndose los ojos como si quisiera desaparecer. Se inclinó hasta que su frente tocó el suelo frío, su cuerpo temblando con cada sollozo, despojado de la fuerza que solía proyectar. La idea de perderla definitivamente era un dolor que lo desmoronaba. Su respiración, errática, lo llevó a acurrucarse, como si su cuerpo intentara proteger lo poco que quedaba de su corazón. Pero no había escape, solo él y el caos que creó, con el nombre de Giavanna resonando en su mente como un eco desesperado.
















(...)



















Sloane estaba sentada en el sofá del departamento de Giavanna, abrazada a una almohada con una mezcla de frustración y preocupación. A pesar de la distancia que se creó entre ellas en los últimos meses, no pudo evitar dejarse llevar por la sensación de que su amiga se estaba desmoronando al recibir una llamada de su parte, llorando, no pudo negarse a ir. Sabía que la situación era grave.

—¿Qué esperabas? —Su voz estaba cargada de reproche mientras apretaba la almohada—. ¿Qué pensaste que iba a pasar con él? ¿Que de repente Jungkook iba a cambiar?

Giavanna, sentada frente a ella, no pudo evitar bajar la mirada. Tenía razón, y aunque la culpa la carcomía, no quería escuchar lo que sabía que vendría. Sabía que su mejor amiga la veía como una estúpida, alguien que cayó en la trampa de un hombre que no merecía ni su tiempo ni su cariño. La relación que ambas solían criticar, burlarse y hasta rechazar, ahora se convirtió en su realidad.

—Sloane, por favor... —pidió tratando de contener las lágrimas, pero la tristeza le ahogaba las palabras—, no me sermonees ahora.

—¿Es que acaso no recuerdas cuando nos reíamos de todos esos idiotas de Hollywood, y tú más que nadie decías que jamás te mezclarías con ese mundo podrido? ¡Y mírate ahora! —Sloane, que hasta ese momento estuvo respirando con calma, no pudo evitar estallar—. ¡Estás en lo más profundo de esa mierda, Giavanna! Con Jungkook, de todos los tipos, ¡¿en serio?!

—Yo solo...

—No me vengas con excusas otra vez. Lo peor de todo es que me enteré de todo por los paparazzis, como si fueras alguna de esas estúpidas que buscan fama, y aun así, te enojaste conmigo cuando te llamé —la interrumpió, su tono agudo—. No tenías el valor de decírmelo. ¿Sabes cuánto me dolió eso? Que ni siquiera confiaste en mí para contarme, para decirme lo que estaba pasando. ¿Te das cuenta de lo que hiciste?

Las palabras fueron como cuchillos en la piel de Giavanna. Sentía que tenía razón, que lo hizo todo mal, pero también pensaba que no había forma de explicarse. No quería perderla, no quería que la viera como una persona tan débil.

—¿Cómo esperabas que te lo dijera? ¿Con qué derecho me reclamas así? —cuestionó con la voz quebrada, su rostro empapado en lágrimas—. Si ni siquiera me has dado la oportunidad de explicarme... ¿Cómo iba a contarte algo así, sabiendo que solo me ibas a juzgar?

La miró, sin saber qué decir. La verdad es que la rubia no sabía cómo manejar la situación. La situación la estaba agotando, pero más que nada, sentía el dolor de ver a su amiga tan perdida, tan hundida en algo que ella misma nunca habría permitido.

—No es eso, Giavanna... Es que yo no quiero verte destrozada. Sé lo que Jungkook es, y tú también lo sabes —Dejó caer los hombros con una mezcla de cansancio y tristeza—. Lo sabías antes, ¿por qué te empeñas en seguir con él? —frunció el ceño—. No va a cambiar. Se va a seguir metiendo en problemas. Las drogas, los escándalos... Todo eso ya es parte de su vida desde hace años. Y tú te vas a quedar atrapada en esa misma rueda.

—¡Lo sé! Lo sé y me siento estúpida por haberlo creído —musitó con voz quebrada—. Pero ¿qué querías que hiciera? A veces, las cosas no son tan fáciles de controlar, Sloane.

Giavanna, con el rostro empapado en lágrimas, no podía contener más el torrente de emociones que llevaba guardado. Durante días estuvo luchando contra sí misma, contra la realidad de lo que Jungkook estuvo haciendo, y su dolor al dejarlo completamente vulnerable.

—No sabes lo que es estar en este lugar... No sabes cómo me hace sentir cuando está ahí para mí, cuando me cuida, cuando me escucha, incluso cuando todo parece derrumbarse —expresó con dificultad mientras las lágrimas brotaban—. ¿Sabes cuántas veces me ha hecho sentir que al menos a él le importo? ¿Cuántas veces ha estado allí, buscando comprenderme, cuando me siento más perdida que nunca?

Sloane, que estuvo a punto de hablar, se quedó en silencio por un momento, sin saber qué decir. Las palabras le llegaron hondo, pero también le dolieron. La imagen de su mejor amiga atrapada entre la montaña rusa emocional de un hombre como Jungkook, un hombre tan problemático, la sacudió.

—No se trata de eso. No puedes seguir metiéndote en esa oscuridad —Su voz salió más suave ahora, trataba de calmarla, pero la frustración seguía ardiendo en sus palabras—. No es lo que tú te mereces, no después de todo lo que has pasado. ¿Por qué te sigues quedando? ¿Por qué sigues esperando que alguien tan roto como él cambie?

—No quiero que me lo digas, Sloane, porque ya lo sé. Pero no puedes entender lo que es estar en ese vacío y que alguien te ofrezca un refugio, aunque sea de la manera más imperfecta —Suspiró, cubriéndose el rostro con las manos antes de dejar escapar un sollozo—. Jungkook... Después de todos los años que llevo sintiéndome sola, invisible, me ha dado algo que nunca pensé que encontraría en alguien —levantó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas—. Y sí, sé lo que hace, sé lo que es capaz de hacer, pero ¿qué pasa cuando no tienes a nadie más? ¿Qué pasa cuando todo lo demás está tan roto que incluso lo que parece lo peor es lo único que tienes?

—No quiero verte más rota. Eso es lo que me mata —susurró, caminando hacia ella para sentarse a su lado, colocando una mano en su hombro, como un gesto de consuelo—. Pero, no puedo evitar preguntarme si esto es lo que realmente necesitas. ¿Es esto lo que te hace sentir bien, estar con alguien que no es capaz de buscar ayuda y cambiar?

Miró a su amiga, las palabras le calaban hondo, pero también le hacían despertar una parte de ella que aún no enfrentó. Sabía que, en el fondo, la relación con Jungkook la estaba desgastando, pero no podía dejar de aferrarse a los momentos en los que él le daba lo que siempre buscó: comprensión, un refugio, un pedazo de lo que en su mente idealizó.

—No lo sé... No sé si puedo seguir, pero tampoco sé cómo dejarlo ir —murmuró, su voz quebrada por el dolor—. Todo me recuerda a mi padre, la droga, el caos... Todo se repite y me asusta, pero con él, siento que...—sollozó cubriéndose el rostro—. Lo amo.

—Tal vez... tal vez necesitas ayuda. Tienes que sanar de esto, tienes que entender lo que realmente necesitas para ti misma, porque seguir arrastrándote con él no te va a dar lo que quieres.

Bajó un poco la mano para poder verla. No quería admitirlo, pero el dolor era demasiado fuerte como para ignorarlo.

—Te lo sugiero porque me importas, porque si de verdad quieres salir de este ciclo, necesitas ver las cosas desde otro lugar —asintió con suavidad—. No te vas a salvar por quedarte ahí esperando que él cambie. No se trata de él, Giavanna, se trata de ti.

Se quedó callada, mirándola por unos segundos. Las palabras de su amiga, aunque difíciles de aceptar, empezaban a calar. Tal vez no podía seguir viviendo así, atrapada en un amor tan destructivo, que muchas veces sacaba lo peor de ella.

—Está bien. —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa triste. —Lo intentaré. Por mí, no por él.














(...)

















Jungkook llegó a la empresa, sintiendo la fría atmósfera que contrastaba con el aire fresco de la mañana. El lugar desprendía una elegancia vacía, como una jaula dorada donde el poder se movía sin emoción. Recordó la conversación con Giavanna —semanas atrás, cuando estaban bien— sobre su contrato próximo a expirar con un manager que ya no la satisfacía. Ella le confesó su desconfianza, temiendo no encontrar a alguien mejor. Por eso decidió ayudarla, sabiendo lo que era sentirse atrapado en un sistema que solo la veía como una pieza más. Ahora, con determinación, quería encontrarle un manager que la apoyara de verdad, sin los juegos de poder que él mismo sufrió en su carrera.

Víctor era un hombre influyente en Hollywood, un productor y ejecutivo que operaba discretamente entre bastidores. Su poder alcanzaba los contratos, las decisiones de casting y las carreras de los actores. Junto a Hartley, el manager de Jungkook, tejió una red de contactos y favores secretos que les garantizaba lealtad mutua. Los actores bajo su tutela ascendían con rapidez, pero siempre había un precio que pagar.

Cruzó el umbral de la oficina con pasos firmes, pero su mente estaba lejos de la frialdad de esos pasillos perfectamente iluminados. La atmósfera del lugar, tan elegante y distante, le parecía ahora más una prisión dorada. Las paredes eran testigos de la corrupción que había permeado cada rincón de la industria, cada decisión, cada mirada furtiva entre poderosos. Y ahí estaba él, en medio de todo: Víctor. El hombre que, en su adolescencia, le mostró los oscuros recovecos del éxito. Un hombre que, aunque carismático, estaba tan marcado por sus propios pactos con la oscuridad que sus ojos parecían vacíos, desinteresados por algo más allá del dinero y la influencia.

El productor se recostó en su silla con una leve sonrisa, reconociendo al actor, ahora una estrella tan consolidada. Pero no había amabilidad en su mirada, solo la mirada evaluativa de alguien acostumbrado a calcular hasta el más mínimo movimiento.

—Jungkook —saludó, sin mucha emoción, casi como si ya supiera lo que iba a pedirle.

No se sentó, al contrario, caminó hacia el escritorio, sus ojos fijos en los papeles desordenados.

—Necesito que le consigas un buen manager a Giavanna Cohen —dijo sin rodeos, dejando claro el propósito de su visita—. Alguien con visión, no como los de siempre. Quiero que la apoyen por su talento, no por lo que pueda ofrecer fuera de cámara.

Víctor alzó una ceja, como si las palabras fueran solo un eco lejano. Le dedicó una mirada fulminante, como si dudara de la seriedad de su petición. En su mundo, los favores se pagaban con favores, y los contratos no se hacían sin que alguien sacrificara algo en el camino.

—¿Giavanna Cohen? —repitió, dejando escapar una risa fría—. ¿Y qué la hace tan especial, Jungkook? No me digas que el talento. Ya sabes que eso no importa aquí.

Se acercó un paso más, apretando los puños a los costados de su chaqueta, pero manteniendo su mirada fija en Víctor. No estaba dispuesto a retroceder, no esta vez.

—Sabes que tiene talento. Yo la apoyo, y sé que no es un favor pequeño —respondió, su tono bajo pero firme—. No quiero que la metan en las mismas jugadas sucias que tú me hiciste hacer cuando todo esto comenzó, cuando me enseñaste lo que significa realmente "lograr" el éxito.

El silencio que siguió fue tenso. Víctor no olvidaba lo que le enseñó cuando entró en su adolescencia, mostrándose hambriento de fama: las noches largas con la gente equivocada, los favores que siempre venían con un precio. La humillación que tuvo que soportar para llegar a donde estaba. Ese pasado tan sucio, tan doloroso, se deslizaba por debajo de las palabras de Jungkook como un espectro, acechando los recuerdos compartidos entre los dos.

—¿Qué estás sugiriendo?

—No quiero que la metas en lo que tú y yo sabemos que hay que hacer para conseguir lo que queremos en esta industria. No la quiero ver arrastrándose por el barro, haciéndole favores a gente que solo quiere usarla —dio un paso adelante, ahora mucho más cerca de él, sus ojos oscilando entre el rencor y la determinación—. Quiero que suba de verdad, que tenga una carrera sólida, que no dependa de lo que me enseñaste.

Sonrió de nuevo, pero esta vez con una curiosidad cruel, como si estuviera probando los límites del actor.

—Eres un buen hombre —lo rodeó, acercándose a él, colocando una mano sobre su hombro, aplicando una presión que hizo que el cuerpo de Jungkook se tensara—. Te he visto desde el principio, cuando no tenías nada, y ahora... Bueno, ahora tienes todo gracias a mí. ¿Realmente crees que puedes darle a alguien lo que te costó tanto conseguir?

El recuerdo de aquellos días en que Víctor y Hartley lo manipulaban, lo empujaban a hacer lo que fuera necesario para conseguir papeles, y él aceptaba para complacer a su padre, aún lo atormentaba. No importaba cuántos premios tuviera en su estantería, el precio siempre fue demasiado alto.

—Sí. Si tengo que devolver el favor, lo haré —respondió, su voz grave, casi como una promesa—. No voy a dejar que pase por lo que yo pasé. Lo haré por ella, no como lo hiciste tú conmigo.

Víctor, por primera vez, pareció relajarse un poco. Dio un paso atrás, observándolo con satisfacción. Sabía que, en el fondo, Jungkook rompió con él de alguna manera, pero también comprendía que, en el juego en el que ambos estaban atrapados.

—Bien, bien. Lo haré —asintió, y su tono se suavizó ligeramente—. Pero recuerda que este mundo no es tan simple.

Jungkook no respondió. Sabía lo que decía, pero algo dentro de él se rebelaba. No iba a permitir que Giavanna cayera en lo mismo, no mientras él pudiera evitarlo.

Víctor volvió a pasar una mano por su hombro de manera casi afectuosa, haciéndole sentir un estremecimiento. Esa sensación era el recordatorio de todo lo que hizo, todo lo que tuvo que soportar para llegar hasta allí. Pero esta vez, estaba dispuesto a proteger a alguien más.

El celular de Jungkook sonó en el bolsillo de su chaqueta, cortando la tensión en el aire. Víctor, que estuvo rozándole la espalda con una cercanía incómoda, apartó su mano al escuchar el sonido. El ambiente, aunque cargado de amenaza, se disolvió por un instante. Jungkook sacó el celular, y, al ver el nombre de Hartley en la pantalla, su rostro se endureció, un suspiro pesado escapó de sus labios.

—Vaya, parece que este último tiempo Hartley no está nada contento contigo —Su tono tenía un matiz irónico, pero no dejaba de ser algo sincero al haber visto la pantalla de su celular. Sabía cómo Hartley podía ponerlo todo en juego si las cosas no se hacían como él esperaba—. Si no quieres que te haga la vida aún más difícil, será mejor que vayas a su oficina.

Asintió y dejó la oficina sin más, el sonido de sus pasos resonando en los pasillos vacíos como un preludio de lo que le esperaba en la oficina de Hartley. No podía permitirse el lujo de seguir atrasándose; lo que pasaba con Giavanna aún quedaba en un rincón de su mente, pero tenía que centrarse en lo que venía.

Entró a la oficina con la cabeza baja, su paso lento, casi arrastrando los pies. Llevaba días recibiendo llamadas, y eso lo perturbaba de una manera que no sabía cómo explicarse. El aire dentro de la oficina era denso, cargado de una tensión que casi podía tocarse. Hartley lo esperaba de pie junto al escritorio, una pila de papeles en la mano y una expresión furiosa en su rostro. Su rostro, normalmente tan calculador y sereno, estaba marcado por rabia.

—¡¿Qué demonios te pasa, Jungkook?! —gritó, dejando los papeles sobre la mesa, los ojos ardiendo con furia—. ¡Estás rechazando papeles que son el éxito asegurado! ¡¿Te crees que puedes seguir escapando de todo esto?!

Levantó la mirada, sintiendo cómo el golpe de las palabras le llegaba directo al pecho. No quería estar allí. No quería seguir en ese mundo que tanto le quitó, pero sabía que Hartley no lo dejaría escapar tan fácil.

—No tengo energía para seguir con esto, Hartley. Ya gané un maldito Oscar. Mi padre y tú me prometieron que si lo lograba, podría parar, ¿lo recuerdas? —su voz tembló de frustración mientras apretaba los puños, notando que no mostraba ninguna señal de compresión. Al contrario, su expresión se endureció más—. Ya no quiero seguir. Estoy agotado.

—¡No puedes parar ahora solo porque ganaste un puto Oscar! —se acercó con la furia ardiendo en su voz—. Tienes todo por delante, y vas a dejarlo escapar porque estás cansado.

Intentó retroceder, pero Hartley no se lo permitió. Con un movimiento rápido, señaló tres guiones sobre el escritorio frente a él. Jungkook miró los papeles, con el corazón acelerado, sabiendo que lo que le esperaba era lo peor.

—El primero, "The Broken Mirror". Un thriller psicológico. Si lo aceptas, vas a interpretar a un hombre con disociación de la personalidad. Vivirás múltiples transformaciones rápidas, cada una más intensa que la anterior — Hartley comenzó a leer con voz imponente, cada palabra un golpe—. Necesitarás adaptarte, controlar cada aspecto de tu ser. Tienes que hacer que el público crea que estás a punto de perderte por completo, que eres una bomba de tiempo —su tono se hizo más sombrío—. Pero lo más complicado será esto: no solo actuarás, sino que vivirás esa oscuridad, sumergiéndote en ella durante cada día del rodaje.

Jungkook sintió cómo el aire se le hacía denso. La idea de perderse en un papel tan perturbador, tan oscuro, le hacía retorcerse por dentro.

—El segundo, "The Psychopath's Mask". Se trata de un asesino en serie. Un hombre que mata sin remordimientos, pero cuya fachada encantadora lo hace invisible —sin inmutarse, continuó—: Necesitarás una transformación total. Estudiarás al psicópata, cómo manipula, cómo oculta su monstruosidad —lo miró fijamente, sus ojos fríos y calculadores—. El rodaje será brutal, porque lo que debes hacer es hacer que el público simpatice contigo, que no puedan distinguir entre el actor y el monstruo. Eso lo hace más interesante, ¿no crees?

Tragó saliva, la presión de esos guiones sobre él lo estaba asfixiando. Esas tramas, esas vidas tan complejas y destructivas, lo harían perderse por completo. No podía, no quería.

—Y la tercera opción... "The Price of Pain". Serás un hombre con una enfermedad terminal, luchando contra un cuerpo que se deshace poco a poco —Hartley no dejaba de hablar, sin dar tregua—. Este papel no solo desafía el cuerpo, sino que exige que el dolor se vuelva tan real que el público lo sienta, que no pueda olvidarse de tu personaje.

—¡No puedo hacer esto, Hartley! ¡Es demasiado! ¡No puedo cargar con papeles como estos ahora! —exclamó, la voz temblorosa, pero llena de desesperación—. No soy un maldito robot para hacer de todo y no destruirme por dentro. ¡No voy a elegir! Ya conseguí lo que quería. ¿Qué más hay que probar?

—¡No puedes parar ahora! ¡Eso es lo que te dicen tus excusas! ¡El mundo sigue atento a ti! —avanzó hacia él con rapidez, la ira rebotando en su tono—. ¡Tienes el talento, la oportunidad, la vida de ensueño! ¡¿Y la vas a desperdiciar?! ¡¿Te crees que eso es todo?! ¡¿Que llegar al Oscar es suficiente?!

Lo miró con la rabia acumulada dentro de él, pero el miedo y el dolor lo frenaron. No podía pensar en otra cosa más que en su padre.

—No... No lo es. Yo sé que no es suficiente, pero mi padre...—Su voz se quebró—. Gané el Oscar, Hartley, ¡y él ni siquiera me llamó! ¡No me reconoció! Ni una maldita llamada. Y ahora, vienes a decirme que tengo que seguir... ¡¿Qué demonios quieren de mí?!

Hartley lo observó en silencio, pero algo en su rostro cambió, una chispa de comprensión, o tal vez de frustración, brilló por un segundo. No era la primera vez que lo veía destrozado, pero hoy parecía diferente, más roto que nunca.

—Tu padre me llamó, Jungkook. Te está observando. Quiere verte trabajar mejor —dijo con una calma tensa, como si estuviera controlando las palabras—. Quiere que seas lo que él siempre soñó que fueras. Eso es lo que tienes que entender.

Jungkook sintió como si algo se quebrara dentro de él. ¿Su padre? ¿Aquel hombre de quien no sabía nada hacía casi dos años? ¿El mismo que lo rechazó tantas veces en su vida, lo observaba desde las sombras solo para exigirle más? Apretó los puños, su respiración se agitó con fuerza. Las emociones chocaban dentro de él, como si un volcán estuviera a punto de estallar.

—No necesito que me siga mirando. No necesito que mi padre me diga qué hacer porque ya me arruinó. ¡Me arruinó toda la vida! —su voz salió rasposa, cargada de dolor—. ¿Por qué nunca me llamó cuando gané el Oscar, luego de toda la mierda que me prometió? ¿Por qué ahora, cuando estoy al límite, me exige más? ¡No soy su maldito perro!

—¡No se trata de eso! ¡Se trata de ser el mejor! ¡Se trata de lo que puedes lograr! —exclamó, su tono se endureció aún más—. Estás aquí para demostrarle al mundo lo que eres capaz de hacer. Y cuando tu padre te vea triunfante, cuando vea que no has caído, entonces lo hará. ¡Estará orgulloso de ti!

Cerró los ojos, incapaz de seguir escuchando. Todo en su cuerpo le gritaba que se detuviera, que ya no podía más. Las promesas vacías, los recuerdos rotos, las mentiras de su padre, todo lo que vivió lo estaban llevando a su límite. Ya no podía más.

—¡No lo entiendo, Hartley! ¡¿Por qué no cumplió con su palabra?! —gritó, su voz rota por la desesperación—. ¡Todo lo que ha hecho es presionarme más, más, más, hasta que me destruyó por dentro!

—No estás aquí para que te entiendan. Estás aquí para ser el mejor —aclaró con frialdad, su mirada ya sin piedad—. Y si no puedes manejarlo, entonces... tal vez nunca fuiste el actor que pensaste que eras. Tal vez nunca fuiste capaz de llevar el peso del mundo sobre tus hombros.

—Lo que me pides... es más de lo que yo puedo soportar en este momento —lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero sin que cayera ni una sola. Su alma estaba vacía, rota por dentro. Y lo peor, lo más doloroso, era que ya no sabía quién era—. Ya no soy el mismo. Ya no soy ese que quería complacer a su padre, convirtiéndose en un gran actor.

Hartley lo observó por un momento largo, con una mirada fría y calculadora. La tensión alcanzó un punto crítico, y por un breve segundo, Jungkook se sintió como un animal acorralado, atrapado por el hombre que, sin quererlo o queriéndolo, fue su único sostén durante toda su vida. Pero ahora, ese mismo hombre, la misma figura de autoridad que estuvo allí desde su niñez, lo estaba empujando al abismo.

—¡Eres un maldito inútil! —Un golpe violento sobre el escritorio hizo que el sonido reverberara por toda la oficina, como un grito de guerra—. ¿Qué demonios te pasa, Jungkook? ¡¿No te das cuenta de lo que estás haciendo?! ¡¿Por qué carajos sigues haciéndome esto después de todo lo que hice por ti?!

Intentó hablar, pero su voz se quebró antes de poder pronunciar algo coherente. El dolor lo ahogaba, el miedo a perderlo todo, a ser despojado de su última esperanza, lo mantenía en silencio. Hartley dio un paso hacia él, sus ojos con una furia que nunca vio antes. No era solo ira, era algo mucho más oscuro y destructivo.

—Si no vas a darme lo que quiero, si no vas a dejar de arruinar todo... Te voy a hacer internar de una puta vez hasta que estés bien, Jungkook —la sonrisa se torció en una mueca cruel, y el tono de su voz se volvió venenoso, cortante—. Y cuando salgas de ahí, estarás listo para ser el hombre que siempre he querido que fueras. El hombre que podrías ser, si tan solo dejaras de ser tan patético.

El latido de Jungkook en su pecho se aceleró. La amenaza no era nueva, pero el peso de esas palabras lo golpeó con la misma intensidad que una bofetada. Sabía lo que Hartley quería decir, y lo peor de todo era que tenía el poder de hacerlo. Lo vio en los ojos de Hartley demasiadas veces: esa mirada de control absoluto. Aunque ya no era el niño de antes, aunque ya no vivía bajo su techo, Hartley seguía siendo la sombra que lo perseguía.

La sombra que sabía lo que realmente sucedía en su mente.

—¡¿Q-qué me estás diciendo?! —Apenas pudo balbucear, el pánico comenzando a apoderarse de él. Sabía que Hartley tenía algo más que un simple poder sobre él, algo mucho más profundo. Lo cuidó, lo moldeó, y en un momento tan frágil como ese, el hombre que fue su único apoyo ahora era la amenaza que podía destruirlo por completo.

—Tú sabes que no estoy jugando. Todavía te quedan dos años de contrato —Se acercó, sus pasos resonando de manera ominosa sobre el suelo—. ¿Te has mirado en un espejo últimamente? Sabes perfectamente cómo estás, que estás al borde, al borde de perderlo todo, porque te sigues hundiendo en esa oscuridad —Su voz, en contraste con el paso lento, se mantuvo firme, fría, implacable—. Si sigues empeorando, te internaré sin pensarlo dos veces y solo saldrás cuando vuelvas a estar bien. Pero no tengo paciencia para seguir esperando que te cures por ti mismo.

Incapaz de contener su agitación, apretó los puños. El sentimiento de desesperación lo invadió por completo. Tenía razón, lo sabía. Estaba perdido, roto por dentro. Ya no podía sostener la fachada, ya no podía fingir que todo estaba bien. Lo intentó, pero sus demonios lo perseguían de manera más feroz que nunca. La sensación de estar fuera de control, de no ser dueño de sí mismo, le resultaba insoportable. Y lo peor era que Hartley lo estuvo observando todo el tiempo, no solo como un hombre que lo controlaba, sino también como quien le arrancaba la última pizca de humanidad.

—No puedo... —susurró, su voz temblando con la desesperación. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque ninguna cayó, solo el vacío y el miedo, como si su alma estuviera deshecha—. No sé cómo salir de esto. No sé cómo arreglarlo...

—Eso es precisamente lo que me temes, ¿verdad? Que no sabes cómo salir de este caos. Y ni siquiera te das cuenta de lo mucho que te estoy dando —lo miró con una intensidad fría, como un verdugo que ya hizo su veredicto—. Si me obedeces, te salvaré de todo esto, pero primero tienes que dejar de ser un maldito niño. Necesitas dejar de llorar. Si no puedes salvarte por ti mismo, te salvaré yo. Y no te gustará lo que eso signifique.

Cerró los ojos, sintiendo cómo el caos lo arrastraba sin piedad. Quería huir, pero no había escape. Las palabras de Hartley lo aplastaban, destruyendo cualquier intento de resistencia. La rabia que sentía no bastaba para liberarlo; todo lo que logró parecía irreal. El suelo se desmoronaba bajo él, y la presión, el miedo y la soledad lo consumieron, hasta que se desplomó en la silla, con llanto que lo desbordó. Las lágrimas caían sin control, mientras el vacío en su pecho se expandía, como una herida profunda. La ausencia de sus padres lo atormentaba. Su padre, siempre ausente, y su madre, que lo dejó cuando más la necesitaba, quedando solo, con un corazón roto y manos temblorosas. Y ahora, Giavanna, quien alguna vez fue su refugio, también lo dejó al descubrir su oscuridad. Pero lo que más lo desgarraba era el tener que volver a estar cerca de Víctor, solo para revivir el asco y la impotencia que sentía desde su adolescencia.

—¡No puedo más! —gritó, el llanto ahogando su voz, como si las palabras quisieran escapar y no pudieran.

Hartley lo observó con una calma aterradora, sin moverse de su lugar. Sabía lo que veía, cómo estaba en su punto más vulnerable. Se acercó lento, su rostro suavizándose, como si comprendiera el dolor de su protegido. Con un gesto lento, le acarició la espalda, como si estuviera manejando a un niño pequeño, una criatura rota que necesitaba ser consolada otra vez, aunque sabía que todo eso era parte de un juego más grande.

—Vamos. Recuerda, hijo, yo soy lo único que te queda. Soy el único que siempre ha estado aquí para ti, a pesar de todo —dijo, su voz suave, cargada de una dulzura extraña, pero venenosa—. No tienes que cargar con esto solo. Yo te entendí cuando nadie más lo hizo. Tú mismo dijiste que soy como tu padre, ¿lo recuerdas?

Las palabras calaron hondo, como si fueran un ancla que atrapaba a Jungkook en su red. Sus lágrimas no cesaban, pero la voz de Hartley lo envolvía, un consuelo oscuro y distorsionado, un refugio que sabía lo que su alma rota ansiaba. Los brazos lo rodearon, lo sostuvieron, y algo dentro de él se quebró aún más. No solo lloraba por lo que perdió, sino por lo que necesitaba desesperadamente: ese amor, esa guía, esa figura paterna que nunca tuvo. Lo necesitaba, incluso si sabía que esa necesidad era lo que lo arrastraba aún más al abismo.

—Yo siempre estaré aquí, para apoyarte, para guiarte. Todo lo que eres, todo lo que serás, está en mis manos —Jungkook no podía evitarlo al escucharlo. Las palabras lo envolvieron como una manta, sofocante y reconfortante al mismo tiempo—. Y ahora... solo necesito que elijas. Hazlo por mí, hijo. Escoge el papel que más te convenga.

Aquel abrazo, aquel consuelo de alguien que él quería creer que era el padre que siempre necesitó, lo hizo sentirse al menos un poco menos solo. Un poco menos perdido. Se aferró a él, abrazándolo con desesperación, como si de él dependiera todo lo que quedaba de su alma.

—Hazlo por mí, Hartley —murmuró entre sollozos, las palabras saliendo de su garganta como si fueran las últimas que le quedaban. Y en ese momento, sintió que tenía algo a lo que aferrarse, aunque fuera la mentira de un consuelo distorsionado—. Elige el que creas que será mejor para mí.

—Eso es. Me haces sentir tan orgulloso —lo acarició con suavidad, con una sonrisa sutil que era casi una victoria—. Ahora, deja que te guíe. Eres mi muchacho, así que, juntos, vamos a hacer que todo esto funcione, ¿sí?

Entre lágrimas, se permitió por un momento creer que, quizás, Hartley tenía razón. Que tal vez no estaba tan solo, que no todo estaba perdido. Aunque en el fondo sabía que todo lo que dijo era una manipulación, una mentira, no pudo evitar aferrarse a ella. Después de todo, ¿qué más le quedaba?
















(...)


















Dos semanas pasaron desde que Giavanna descubrió las pastillas, una barrera imposible de cruzar. No sabía qué le dolía más: el descubrimiento de su adicción o su reacción al intentar confrontarlo. Algo se rompió entre ellos, y no importaba cuántos mensajes Jungkook enviara o cuántas veces ella mirase su celular sin responder.

JUNGKOOK

Giavanna, lo siento.
No quería que me vieras así.
Me siento estúpido, completamente fuera de mí. Todo esto me ha desbordado.
No sé cómo explicarte todo. No quiero que me veas como algo que no soy.

Leyó el mensaje una y otra vez, indecisa. No confiaba en él, pero en su interior algo deseaba escuchar sus palabras. Los días pasaron y los mensajes aumentaron, intentos desesperados de llegar a ella, de hacerla entender su arrepentimiento y su miedo a perderla. Pero Giavanna apenas respondía.

JUNGKOOK

No soy lo que piensas.
Estoy intentando controlarlo, te lo juro, pero me siento vacío cuando no estoy contigo.

El celular sonó otra vez. Giavanna estaba sentada en la cama, abrazando sus piernas, la luz de la pantalla iluminando su rostro cansado. El nombre de Jungkook brillaba repetidamente en la pantalla.

JUNGKOOK

Cariño, por favor, solo dime que estás bien. No me hagas esto, por favor.

Era tan desesperado, tan crudo, que sintió una punzada en su pecho, pero la ira se mezclaba con la tristeza. ¿Por qué hacía esto? ¿Por qué no podía dejarla en paz?
Sus dedos rozaron la pantalla, pero no respondió. Sabía lo que sentía al escuchar su voz: la necesidad, el sufrimiento, la desesperación. Pero también sabía que no podía ser su salvación.

Ese día, después de tres llamadas perdidas, la culpa la ahogaba más, pero recordó cómo en una sesión con el psicólogo, finalmente soltó lo que la atormentaba.

«No sé si debo seguir con él o soltarlo, pero siento que si lo dejo, perderé una parte de mí»

«A veces, el amor no basta para sanar a alguien, y tampoco debería ser una carga para quien lo da» Esas palabras la marcaron «¿Te amas lo suficiente para poner límites? Porque cuidar de ti no es egoísmo; es necesidad»

Sabía que no podía salvarlo. Cuando el celular sonó una cuarta vez, lo miró y dejó que el sonido se extinguiera, hasta que solo quedó el silencio. No podía más. Sentía una mezcla de impotencia, miedo y dolor. ¿De verdad estaba arrepentido? ¿Podría confiar en él otra vez?

La llamada volvió a sonar. Miró la pantalla por un breve segundo, pero no contestó. Dejó que su buzón de voz se llenara con su susurro cansado.

«Giavanna, por favor, no me ignores. Solo quiero saber que estás bien. Háblame, por favor»

La voz se desvaneció, pero la sensación permaneció, aplastante. Cerró los ojos, respiró profundo, intentando no pensar en lo que acababa de escuchar. Quería sentirse feliz. Había avanzado, consiguió un nuevo manager que creía en su talento, y las puertas de nuevos proyectos se abrían para ella. Pero en el fondo, estaba rota. Y Jungkook estaba allí, siempre presente, aun sin quererlo.

Estaba vulnerable, atrapada en recuerdos de su infancia. Los gritos de su padre, la tensión en casa, el miedo que la paralizaba. Se refugiaba debajo de la cama o detrás de su hermana Savannah, mientras sus propios ojos reflejaban el mismo terror. Las explosiones de ira de su padre la aterraban, igual que la imprevisibilidad de Jungkook. La similitud entre ambos la destrozaba. Sabía que no quería una relación como esa, pero no sabía cómo ponerle fin sin desmoronarse por completo. El amor, la confusión y la dependencia emocional la mantenían atrapada.

Era una medianoche cargada de angustia. Los recuerdos de su infancia y la opresiva atmósfera de su departamento la consumían, dejándola con el pecho oprimido. De repente, unos suaves toques en la puerta interrumpieron su caos interno. Inquieta, se levantó, sin saber quién podría ser y a esa hora.

Al abrir la puerta, vio a Jungkook de pie en la penumbra del pasillo. Estaba vestido de negro, con una gorra que cubría su rostro, pero sus ojos apagados y la expresión tensa revelaban un agotamiento profundo. Su rostro demacrado reflejaba una vulnerabilidad que no podía ocultar. Y su presencia desbordó el caos emocional que estuvo evitando. Era como un reflejo de los demonios que vio en su padre, esa desesperación y autodestrucción que la aterraba.

El miedo a caer en el mismo ciclo familiar, a que Jungkook la dejara como su padre lo hizo, la invadió por completo. No lo pensó más. La imagen de él luchando contra sí mismo, como su padre lo hizo, la desbordó por completo.

—¡No! —gritó, empujándolo con una fuerza inesperada, al notar su intención de abrazarla, como si alejarlo fuera la única forma de salvarse—. No me hagas esto...

El dolor acumulado dentro de ella estalló con furia, y en su voz y cuerpo se notaban la rabia, la angustia, la desesperación de no querer ser la víctima de lo inevitable. La puerta crujió al cerrarse, y la empujó con más fuerza, bloqueándolo, negándose a enfrentar su temor. Jungkook, sintiendo el peso de su rechazo, no sabía cómo acercarse sin empeorar las cosas. La angustia lo envolvía, pero no podía dejarla ir sin antes intentar explicarse. Durante el forcejeo, con un suspiro quebrado, empujó con más fuerza la puerta, haciendo que ella se apartara, soltando un chillido de sorpresa. El impacto hizo que el corazón de Jungkook se detuviera por un momento, y un remordimiento inmediato se apoderó de él.

—¡Eres un maldito animal!

—Lo siento —musitó, su voz rota, arrepentido—. No quise...

—¡Lárgate de aquí! ¡No te quiero cerca!

—No voy a irme. Te lo prometí —su voz, aunque firme, estaba teñida de una tristeza profunda—. No te dejaré sola.

Intentó empujarlo de nuevo, pero no tenía la fuerza para vencerlo. Con un rápido movimiento, Jungkook la alcanzó, tomando sus brazos con firmeza, pero sin malicia. El forcejeo cesó en el instante en que, al sentirse atrapada por su abrazo, Giavanna comenzó a llorar, sus lágrimas cayendo como una tormenta que parecía no detenerse.

—Giavanna, no soy tu padre. No quiero ser la causa de tu dolor —susurró, su rostro cerca del suyo, con la desesperación reflejada en cada palabra—. Yo... No quiero ser eso para ti —sus ojos, normalmente tan decididos, ahora brillaban con una vulnerabilidad aterradora. Sabía lo que ella sentía. Él también lo sentía—. Solo quiero hacerte feliz, mi amor. No sé cómo hacerlo, no sé si merezco siquiera la oportunidad, pero no quiero seguir lastimándote —su voz se quebró, la frustración y el dolor transformando sus palabras en un suspiro entrecortado—. No puedo soportar verte sufrir por mi culpa. Te lo juro, haría cualquier cosa por verte sonreír, por ser lo que necesitas.

Entre sollozos, intentó apartarse, pero la fuerza de su abrazo la mantuvo cerca. Sus manos se aferraron a él, aunque no sabía si lo hacía por miedo o por la necesidad de aferrarse a algo que, de alguna forma, la hacía sentir viva. Los dos estaban atrapados en esa tormenta de emociones, dos almas heridas que no sabían cómo calmar la tormenta entre ellos.

—No confío en ti —confesó, su voz quebrada—. Me haces recordar lo que viví con mi padre, cómo me falló. No quiero volver a pasar por eso.

Con el rostro al borde de la desesperación, la apretó más contra él, sintiendo cómo el dolor de ella se infiltraba en su propia piel. Y, por un instante, se olvidó del mundo que los rodeaba. Solo existían ellos dos, abrazados en medio de una tormenta emocional que no sabía cómo detener.

—Yo puedo cambiar —aseguró, con una sinceridad que no dejaba lugar a dudas—. Cumpliré mi promesa de estar aquí. Solo... déjame demostrarte que puedo hacerte feliz.

Entre sollozos, se aferró a su pecho, como si buscara consuelo, aunque no entendiera por completo qué buscaba. Era el tipo de promesa que no sabía si creía, pero algo en la forma en que Jungkook la sostenía, algo en sus palabras, le decía que no estaba mintiendo. Y en ese momento, las lágrimas de Giavanna fueron las de una niña rota, pero también las de una mujer que estaba dispuesta a intentar creer, aunque fuera por un segundo, que las cosas podían cambiar.

Permaneció quieta, sintiendo cómo las lágrimas continuaban deslizándose por su rostro mientras la situación parecía envolverse en un manto de dolor compartido. El llanto de Jungkook se calmó un poco, pero la tensión en el aire seguía, casi insoportable. Fue él quien dio un paso hacia adelante, de manera suave, cerrando la puerta con el pie, como si intentara comprender cómo podían seguir adelante después de todo lo que pasó.
Con lentitud, la trasladó al sofá, su cuerpo aún tenso pero buscando el refugio que le ofrecía. Jungkook, por otro lado, no dudó ni un segundo antes de arrodillarse frente a ella, su mirada llena de desesperación y arrepentimiento, como si cada palabra que pronunciara pudiera deshacer lo que ya estaba roto.

—Giavanna... por favor, déjame explicarme todo —su voz temblaba, la vulnerabilidad que intentaba esconder estaba completamente al descubierto. En sus ojos brillaba una mezcla de angustia y arrepentimiento.

No podía hablar, las palabras se atoraban en su garganta. Le dedicó una leve inclinación de cabeza, un gesto pequeño pero significativo, que mostró su disposición a escuchar. Al ver su reacción, Jungkook dejó escapar un suspiro pesado, como si, aunque fuera por un momento, el peso sobre su pecho se aliviara. Sabía que aún quedaba mucho por aclarar, pero ese simple gesto le dio un rayo de esperanza, algo por lo que aferrarse mientras comenzaba a contar su historia, la verdad detrás de las sombras que lo perseguían.

















(...)


















Desde muy pequeño, Jungkook mostró una inclinación innata hacia el mundo del espectáculo. A los 4 años, debutó en comerciales, donde su encanto natural y carisma captaron al instante la atención. Para él, aparecer en publicidades era un juego, pero su madre disfrutaba profundamente verlo frente a las cámaras, siempre alentándolo con orgullo. Ese apoyo maternal se convirtió en un pilar importante en su vida. A los 6 años, su interés se trasladó al teatro escolar, donde comenzó a participar en obras que despertaron en él una pasión más profunda por las artes escénicas. Interpretar personajes y transmitir emociones frente a un público le daba una sensación de propósito que pocas cosas podían igualar. Su madre, quien siempre ocupaba las primeras filas, se emocionaba viéndolo actuar, lo que fortalecía su deseo de seguir en el escenario.

Sin embargo, la tragedia golpeó su vida a temprana edad. La muerte de su madre, víctima de cáncer de mama, marcó un antes y un después en su mundo. Jungkook se encontró enfrentando no solo el vacío de su pérdida, sino también la falta de apoyo emocional de un padre ausente, depresivo y alcohólico. En ese caos, el teatro dejó de ser un simple pasatiempo para convertirse en su refugio, el único lugar donde sentía que podía ser visto y comprendido. Su profesor de teatro, una figura que desempeñó un rol crucial en su formación, le dijo una vez: "Tienes un talento especial para transmitir emociones. No dejes que nadie apague eso". Estas palabras se grabaron en su mente, dándole un propósito cuando más lo necesitaba.

Con el tiempo, su participación en comerciales comenzó a aumentar. Su padre, necesitado de dinero, explotó esta faceta de Jungkook, inscribiéndolo en múltiples campañas publicitarias. Aunque al principio lo veía como una carga, estas experiencias frente a las cámaras desarrollaron en él una habilidad única para conectar con el público. A los 11 años, la directora de una película, quien vio su trabajo en comerciales, quedó impresionada por su talento natural al observarlo en una audición. Fascinada por su capacidad para transmitir emociones, le ofreció un papel secundario en el proyecto. Aunque no le otorgaba el protagonismo, este papel le permitió demostrar una notable profundidad emocional. La directora lo describió como "una joya en bruto". Fue este papel el que llamó la atención de Mason Hartley, el aclamado manager británico conocido por descubrir a jóvenes promesas.

Por eso, al reconocer su potencial, lo ayudó a unirse a un proyecto de mayor envergadura, marcando el inicio de su carrera profesional. Sin embargo, en ese entonces, Jungkook no veía la actuación como su pasión. La muerte de su madre y la relación distante con su padre, marcada por el trauma en el lago, hicieron que la carrera cinematográfica se sintiera más como una obligación que como un sueño. La tristeza lo llevó a perder el interés en lo que alguna vez fue su escape emocional. Fue su padre quien lo convenció de seguir adelante: "Tu madre estaría orgullosa si pudieras sacarnos adelante", le repetía, mezclando manipulación y expectativas. "Tienes un talento, no lo desperdicies." Pero algo dentro de Jungkook sabía que su padre no lo hacía por amor, sino por necesidad. La ausencia emocional lo marcaba profundo. Aunque estaba físicamente presente, nunca le brindó el apoyo emocional que necesitaba, dejándolo solo en su sufrimiento, un dolor que ni él ni nadie más podía comprender o aliviar.

Con solo 13 años, recibió la oportunidad que cambiaría su vida gracias a Hartley, ya que un reconocido director lo eligió para protagonizar "The Shadows of Silence". La película, centrada en un niño huérfano llamado Jinsoo, se convirtió en el trampolín que lo catapultó al estrellato. Jinsoo era un niño coreano de 10 años que, después de perder a sus padres, se enfrentaba a la soledad y la discriminación en un orfanato donde su raza y su acento son motivo de burla. A través de la pintura, Jinsoo canaliza su dolor y su esperanza, y es ahí donde se entabla una relación transformadora con Elizabeth, su profesora de arte. Al final, es adoptado por ella, y la película culmina con un mensaje de redención, aceptación y amor.

Jungkook, aún un joven, se conectó con su personaje, pero pronto la presión del rol lo empezó a afectar. Las largas jornadas de rodaje y la soledad emocional lo agotaron. La carga de ser el protagonista lo desbordaba, y las altas expectativas sobre él como niño estrella lo dejaban sin fuerzas. La discriminación en el set no tardó en llegar: otros niños, celosos de su rol, comenzaron a burlarse de su origen coreano y la pérdida de su madre. A pesar de intentar ignorarlos, las humillaciones constantes lo fueron desbordando. No se atrevió a pedir ayuda, sintiendo que debía soportarlo todo por el bien de la película, pero cuando la situación se volvió insostenible, la presión emocional lo sobrepasó.

No comprendía lo que le ocurría. Los días se deslizaban como una niebla que nublaba su mente, sumiéndolo en un vacío del cual no podía escapar. Su cuerpo, antes lleno de energía, ahora era un peso muerto que arrastraba sin rumbo. A pesar de estar rodeado de personas en el set, la soledad lo devoraba, como si una barrera invisible lo separase de todo. Las burlas de sus compañeros, que al principio solo lo incomodaban, ahora se volvían cuchillos que lo atravesaban una y otra vez. No podía concentrarse, y la idea de enfrentar la cámara se volvía casi imposible. Las risas que antes ignoraba ahora se repetían en su mente como ecos torturantes. Se repetía que debía ser fuerte, que era solo una fase, pero esas palabras ya no lo calmaban. Pero con los días, su dolor aumentaba mientras sus emociones oscilaban sin control, entre una tristeza aplastante y una energía frenética que lo llevaba a sobrepasar sus límites a tan corta edad. La confusión y el miedo lo envolvían, y ya no sabía si lo que sentía era normal o si algo dentro de él comenzaba a quebrarse. Estaba aterrado.

Esa tarde, después de un largo día de rodaje, el malestar que llevaba acumulando durante semanas explotó. Las burlas, las miradas, la sensación de no poder escapar de sí mismo lo abrumaban. Fue en ese instante, cuando se alejó del set y se refugió en el camerino, que sintió el peso en el pecho volverse insoportable. Lloró. Lloró como si su alma se deshiciera en pedazos. Un llanto sin control, sin consuelo. No quería estar allí, no quería seguir con la actuación, no quería hacer nada. Solo comenzaba a desear que todo terminara.

En ese momento, su padre, Jinwoo, apareció. Entró y cerró la puerta tras de sí, mirando a su hijo, el cual lo vio a través de sus lágrimas, pero no pudo evitar la oleada de rabia y dolor que lo invadió. No podía callarse más.

—N-no quiero seguir... No sé qué me pasa —dijo entre sollozos, su voz rota. Se acercó a él de rodillas, derrapando en su propio llanto, como el pequeño que no sabía cómo procesar todo lo que sentía. No se detuvo, las palabras salían sin control—. No tengo energía. Me siento... triste... Solo quiero dormir y no despertar... ¿Por qué me siento así, papá? ¿Por qué...?

La pregunta quedó flotando en el aire, como una súplica desesperada. Su padre lo miraba, sus ojos fijos, pero algo en su postura era diferente. No era el interés genuino que Jungkook necesitaba. Era el desconcierto, la falta de comprensión.

—Tienes que seguir, Jungkook. No puedes marcharte a casa —su voz salió dura y fría, como siempre—. Tienes talento, tienes un don. No desperdicies esto, no desperdicies lo que tu madre habría querido para ti.

Lo miró, sintiendo el dolor arder más dentro de su pecho. No podía soportarlo. Las palabras vacías, no había espacio para su dolor. Estaba solo, atrapado en un cuerpo que no entendía, en una mente que no podía procesar lo que sentía.

—¡Papá...! —su voz sonó quebrada, como si estuviera luchando por controlar el nudo en su garganta—. Solo quiero descansar... ¡Por favor! —Se quedó en silencio, los ojos llenos de lágrimas que caían sin poder detenerlas. Su cuerpo temblaba ligeramente, tratando de soportar el peso de lo que sentía—. No quiero seguir... ¿Por qué no lo entiendes? —Se inclinó, como si el mundo sobre él fuera demasiado pesado, sus manos apretando su camiseta, buscando algo que lo anclara—. Me siento raro ... Tan solo... ¡Y tú siempre me dices que haga más! —La angustia en su voz se intensificó—. Solo... ¿Puedes abrazarme?

El silencio se volvió aún más denso con la incomodidad que flotaba entre ellos. Jungkook seguía allí, de rodillas, con las lágrimas cayendo sin freno, sus sollozos tan profundos que sentía como si todo su cuerpo se estuviera desmoronando. Sus palabras de desesperación habían salido como gritos ahogados, pero su padre, como siempre, no mostraba más que desconcierto y desdén.

—Tienes que ser fuerte —exigió, haciendo mueca de desagrado, como si estuviera mirando a alguien débil. Se inclinó hacia él, observándolo de arriba abajo con una expresión fría—. Limpia esa nariz. ¿Cómo esperas que te tomen en serio si sigues lloriqueando así?

Jungkook, entre hipidos, pasó el dorso de su mano por su nariz, sin fuerzas para buscar un pañuelo o hacer algo que lo calmara. La frustración y el dolor lo estaban aplastando, pero aun así no podía dejar de mostrar lo que sentía.

—¡No hagas eso! —rugió, para luego acercarse al mueble donde descansaban los pañuelos y el maquillaje—. ¿De verdad tienes que hacer todo tan difícil? —tomó un paquete de pañuelos de papel con brusquedad, para luego arrojarlo hacia él sin piedad, lo que hizo que su hijo sintiera una punzada de humilllación—. Ahí, suénate. No te voy a estar limpiando el desastre que haces.

Jungkook miró los pañuelos en el suelo. Por un momento, estuvo tentado a levantarlos y devolver el gesto, pero algo lo detuvo. Sintió la ira burbujear por dentro, pero también una sensación de vacío, como si la frustración no pudiera ser canalizada. En un rápido movimiento, se sonó la nariz, dejando que la humillación se deslizara hacia el fondo de su mente, mientras algo más profundo se asentaba en su pecho. Algo que ni él podía identificar, pero que lo hacía sentir cada vez más distante del niño que alguna vez fue.

—¡Ya basta de hacerte el niño! —continuó, cansado de la situación—. Tienes que seguir adelante. ¿Sabes cuántos estarían dispuestos a estar en tu lugar? A aprovechar tu talento.

Se limpió las lágrimas con fuerza, apretando los puños contra su rostro, como si pudiera borrar la humillación que lo quemaba por dentro. El movimiento fue violento, dejando un rastro de dolor en su piel, pero la rabia seguía allí, como un fuego inextinguible que ni siquiera ese gesto podía apagar. Su padre sacó del bolsillo de su pantalón la caja metálica lentamente, abriéndola con el sonido metálico que pareció arrastrar aún más la tensión. Dudó al ver la pastilla, su mirada fija en ella, como si se estuviera planteando si de verdad iba a dar ese paso. Jungkook lo observaba, el dolor y la frustración mezclados en su interior, sintiendo que el vacío solo crecía más.

—Esto te va a hacer sentir mejor —su tono era seco, vacío de cualquier tipo de afecto, como si el acto de entregar la pastilla fuera una simple solución para lo que él veía como una debilidad infantil—. Yo siempre tomo una de estas cuando estoy cansado o de mal humor. Te lo aseguro, te ayudará a seguir adelante.

Con la mirada ausente y los pensamientos nublados por el dolor, la rabia y la desesperación, no dijo nada. Sus ojos vacíos miraban la pastilla, esperando que fuera la solución a su sufrimiento, que al menos por un momento pudiera escapar de esa sensación de vacío y agotamiento. Jinwoo, sin decir palabra, la dejó en la palma de su hijo, que no cuestionó nada al no comprender lo que estaba haciendo. Solo deseaba que algo lo hiciera sentir mejor, aunque fuera por un rato.

—No sé cómo seguir, papá. Estoy cansado de todo —susurró, todavía temblando, mientras el llanto se transformaba en una especie de sollozo suave, como si le estuvieran arrancando la vida poco a poco—. Cansado de que me molesten, cansado de tener que actuar... No quiero más. No quiero...

Su padre se inclinó aún más sobre él, ignorando la angustia en su voz. En lugar de ofrecer consuelo, le dio la misma respuesta que siempre le dio.

—Eres talentoso, por eso la gente te adora, te busca. Tienes todo lo que se necesita para llegar más lejos, así que no puedes quedarte aquí llorando por una mierda como esa —Jungkook tragó saliva, las palabras de su padre dándole un golpe de realidad—. La vida sigue, no le importa lo que te pasa, porque lo que importa es que sigas trabajando, que aproveches las oportunidades, para que tú y yo tengamos la vida que siempre quisimos. Y tú, como un idiota, prefieres quedarte en el suelo, llorando.

—Estoy cansado, papá. Pero sé que no hay descanso.

—¿No te gustaría tener todo el poder el día de mañana? Ser famoso, tener la fama, el dinero, el control...Destruir la carrera de esos malditos niños estúpidos que te molestan —lo miró con una pequeña sonrisa—. Imagina la sensación de ser el que manda. Todo eso puede ser tuyo. Solo tienes que aprovecharlo.

Frunció el ceño, la confusión reinando en su rostro. Jamás pensó en venganza. Su mente no podía conectar con ese tipo de deseo. Sin embargo, la presión de su padre lo mantenía en un estado de inseguridad constante.

—El día que seas una verdadera estrella, hijo, nadie podrá pisotearte. Tendrás el poder para ser el que pisotee a quien se vuelva una puta molestia para ti —sonrió con desdén, un brillo malicioso en sus ojos—. Porque en este mundo... O eres el que aplasta o eres al que aplastan. Ya es hora de que aprendas eso.

Lo miró, el dolor y la duda borrando su expresión, pero no se atrevió a contradecirlo. Solo quería hacerlo sentir orgulloso, aunque su alma se retorciera ante la idea.

—¿Cómo puedo hacerte sentir orgulloso de mí?

Necesitaba una respuesta, una forma de cumplir con esa exigencia, aunque su corazón gritara lo contrario.

—La única manera de que me hagas sentir orgulloso es convirtiéndote en una estrella de Hollywood. Eso es lo que quiero ver, que subas a un escenario por ganar algo tan importante como un Oscar, y así también verás que por todo lo que has pasado, valió la pena —se inclinó hacia él—. No quiero verte más aquí, arrastrándote por el suelo. Quiero verte arriba, pisando fuerte. Esa es la única forma en que serás algo en este mundo.

—¿Y cuándo podré dejar la actuación?

—Cuando ganes ese maldito Oscar, podrás dejar lo que sea. Pero antes de todo eso, quiero que tomes esto —señaló la pastilla que seguía en su palma, por lo que Jungkook la miró, sin entender del todo—. Cada vez que te sientas mal, toma una. Yo me encargaré de que tengas siempre, así nada te frenará —Su padre, con un tono autoritario, lo empujó a aceptarlo—. No quiero verte otra vez en este estado, inútil y perdido. La vida no te va a esperar.

Miró de nuevo la pastilla en su mano, el deseo de escapar de su malestar inundándolo, sin comprender por completo las implicaciones de lo que estaba a punto de hacer. Su padre le entregó una botella de agua que estaba en el mueble, sin mirar siquiera si tomaba. En su mente, su hijo era solo una molestia que necesitaba ser arreglada si quería conseguir dinero, no un pequeño que estaba roto y pedía ayuda.

Cuando su padre salió del camerino, se quedó solo. Su mirada cayó sobre la pastilla roja. En un impulso, desesperado por encontrar una salida, obedeció. Y así, fue el inicio de una relación peligrosa con las drogas, una adicción que crecería con el tiempo, aunque él no comprendería las consecuencias hasta muchos años después. Ni siquiera supo que esa tarde marcaría el último día en que vería a su padre con regularidad. Después de ese día, su vida quedó en manos de Hartley, quien lo elevaría a la fama con tan solo 13 años, a cambio de dejar atrás todo lo que fue antes para convertirse en una estrella escandalosa de Hollywood.

















(...)



















Giavanna estaba sentada en el sofá, su cuerpo tenso, observándolo de rodillas frente a ella. Sus manos temblaban al envolverlo en un abrazo, sintiendo cómo su cuerpo se sacudía con cada sollozo que escapaba de él. Las lágrimas de Jungkook caían sin cesar, empapando su pecho mientras se aferraba a ella con una desesperación que le desgarraba el alma.

—Lo siento tanto... En ese momento no sabía...—murmuró, su voz rota por el llanto—. Todo lo que he hecho... No quiero que me dejes.

Lo abrazó más fuerte, sus propios sollozos comenzando a escapar, aunque intentaba controlarse. Verlo así, tan vulnerable, tan roto, la atravesaba de una manera profunda. Sintió una punzada en el pecho, recordando lo que vivió con su propio padre: la violencia, las drogas, la manipulación. El miedo de lo que podía pasar si lo dejaba seguir así. Lo miró, sus dedos acariciando su rostro empapado en lágrimas mientras él alzaba la cabeza, sus ojos llenos de súplica.

—No quiero que me dejes. Te prometo que voy a cambiar —insistió, con la voz quebrada—. No soy como él, no voy a dejarte, Giavanna.

Cerró los ojos, una mezcla de desesperación y amor en su corazón. ¿Cómo podría dejarlo? A pesar de todo lo que temía, a pesar de cómo se sentía cuando él desaparecía por días, cuando se volvía agresivo, cuando dependía de ella para sentirse entero, no podía soportar verlo tan perdido. Algo dentro de ella también dependía de él, de su presencia, de la forma en que lo sentía tan cerca, a pesar de todo.

—Jungkook... —sollozó, limpiándose las lágrimas que caían sin control—. Tú... me dejas constantemente —La frustración y el dolor en su voz eran inconfundibles—. Me dejas una y otra vez, te desapareces, te vuelves otra persona. No sé si puedo seguir soportando tu inestabilidad.

—A veces... la depresión me gana —bajó la cabeza, los sollozos aumentando en intensidad, mientras sus palabras salían entrecortadas—. Pero no... No te dejaría para siempre. Te lo juro.

Se quedó en silencio por un momento, las palabras atragantándose en su garganta. Sus manos seguían acariciando su rostro, limpiando las lágrimas que ya parecían interminables. El dolor en su pecho la ahogaba, la incertidumbre de si debía seguir adelante o dejarlo ir.

—No sé qué hacer... —sollozó, con el corazón hecho pedazos por la desesperación que sentía. Y él levantó la cabeza, su rostro roto de dolor y desesperación, la miró con ojos llenos de súplicas.

—Por favor, ámame. No me dejes... Solo ámame, Giavanna —imploró casi sin aliento, su súplica resonando en cada rincón del alma de ella, que se cubrió la cara con las manos, mientras las lágrimas seguían cayendo. ¿Qué hacer? ¿Cómo podía seguir adelante con él sin perderse? Pero, por mucho que quisiera huir, la verdad era que su corazón latía junto al suyo, y su amor por Jungkook la hacía dudar.

¡Hola!

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Se esperaban  lo que vivió Jungkook? ¿Qué creen que pase con la relación de Jungkook y Giavanna?

Espero que les haya gustado el nuevo capítulo, si es así no se olviden de votar y comentar

¡Nos leemos pronto!

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