EXTRA; I'm standin' on the sidewalk alone. I wait for you to drive by
Este es un capítulo adicional a la trama de la fanfic, situado antes de que Daigo acabe en la cárcel.
Era un martes por la noche y el reloj de la casa de Ryuji marcaba una hora poco más avanzada de las once. No había hecho demasiado aquél día, lo cierto es que la mayoría del tiempo estuvo en su casa hasta que por la tarde fue con su clan al Grand, pero se volvieron más pronto que de costumbre cuando uno de sus hombres empezó a no saber comportarse con las mujeres del establecimiento y tuvo que llamarle la atención y patearle fuera del sitio. Acabó bastante enfadado, por lo que se volvió pronto a casa, se dispuso a ver en la televisión lo primero de comedia barata que le salió al hacer zapping y pidió comida a domicilio. Ahora se dirigía a tirar la basura mientras salía por la puerta.
Lo cierto es que estaba bastante cansado, así que se imaginaba yéndose a dormir después de esto. Sin embargo, al volver de tirar la basura, se encontró con una figura en la calle que reconocería incluso a trescientos kilómetros alejada de él. Rápidamente se acercó y sus pupilas se abrieron al contemplar al otro hombre delante suya, pero no tanto como brillaron los ojos de este.
—¿Daigo? —pronunció Ryuji, visiblemente confuso. No tenía ni idea de que había venido a Sotenbori.
Llevaban unos años viéndose de incógnito, pero últimamente aumentaron las visitas por parte de Daigo. Cruzaron miradas durante su infancia y adolescencia y conocían al otro pero nunca hablaron entre sí. No fue hasta que Ryuji se lo encontró en un bar de Sotenbori que esto cambió; a pesar de la tensión que se respiraba entre ellos, el rubio pudo sacar unas cuantas risas de Daigo por algunas bromas puntuales sobre algo de lo que ya ni se acuerda y que seguramente estuvo motivado por el alcohol. Aún así da por seguro de que Daigo se reiría de nuevo si le contara la broma.
Empezaron así y se dieron cuenta de que compartían bastantes cosas, y después de unas cuantas noches el pelinegro acabó despertándose en el pecho desnudo de Ryuji mientras le cubrían las sábanas de su cama. Goda no tiene ni idea de cómo ocurrió todo aquello pero dejaba que existiera porque le parecía agradable la compañía del otro hombre, por más que cuando no estaba tenía que fingir que le odiaba.
—Oh, ahí estás —dijo Daigo al verle, como si no fuera importante mencionar que llevaba buscándole toda la noche o algo por el estilo. A veces a Ryuji le costaba mucho entenderle.
Sin tener oportunidad de preguntarle por explicaciones, Daigo siguió su camino hasta la puerta de la casa de Ryuji, esperando a que abriera casi que con impaciencia.
—Venga, que tengo frío.
Le insistió Daigo. Ryuji no sabía si sonreír o confundirse por la situación, pero de momento metió las llaves en el cerrojo y las giró para que el otro hombre pudiera pasar.
Abandonando su abrigo cerca de un perchero que tenía Goda y en el que solía estar únicamente el suyo, observó cómo se quedaba con una camiseta negra y pantalones ceñidos.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Ryuji, finalmente— No es que me disguste, pero era lo último que esperaba este día.
Daigo se giró a mirarle y los ojos de Goda examinaron su rostro. Antes no lo había podido observar por la limitada luz de la calle, pero bajo la blanca de su casa se veía a la perfección cómo el rostro de Daigo se notaba visiblemente enrojecido y con los ojos hinchados; como si hubiera estado llorando pocas horas antes de ir a verle y se trata de un llanto tan longevo e intenso que aún seguía deformando los rasgos de su cara. Parecía que había estado dolido por algo y eso le llevó a agarrar un tren a Sotenbori para inexplicablemente ir a ver a Ryuji, o al menos eso era lo único que el rubio podía sacar de toda esta situación.
—Eso no importa —se apresuró a contestar Daigo. Ryuji quiso decirle que eso no era así, pero no sabía hasta qué punto la confusa relación que llevaban les permitía mostrar ese tipo de señales de afecto.
Y siendo Ryuji sincero, Daigo a veces era algo inestable. Entre sus cambios de humor y la manera en que digería comentarios inocentes hacia él, había muchas veces que no sabía cómo debía de actuar para que no se enfadara por un comentario que Ryuji no pensó que le afectaría tanto o si iba a sacar todas sus palabras de contexto para convertir algo cariñoso y atento sobre él en un ataque indiscriminado.
Y Ryuji no le permitiría esto a cualquier persona y si alguien le dijera que en el futuro estaría tratando exactamente con eso habría hecho todo lo posible para que no fuera así porque ese tipo de personas le sacaban de quicio, y sin embargo con Daigo era totalmente diferente, pues le cuidaba hasta con gusto incluso cuando muchas veces acababa dolido por algo que él mismo se había hecho.
Asimismo, era por la inestabilidad de las emociones de Daigo que a Ryuji no le sorprendió cuando, al moverse ligeramente de la puerta tras cerrarla, el pelinegro literalmente se abalanzó sobre él: como si antes no se hubiera encontrado buscando evasivas para evitar que la conversación entre ellos dos derivara sobre cómo se sentía y el porqué sus ojos se encontraban tan llorosos. Primero llevó uno de sus brazos alrededor del cuello de Ryuji y los ojos del rubio se abrieron solo para cerrarse de inmediato en cuanto Daigo inició un beso tan apresuradamente apasionado que por cómo estaba haciendo sentir a Ryuji se preguntaba si era posible que su cerebro a veces olvidara a conciencia el salvaje tacto de los labios de Daigo con los suyos solo para sentir nuevamente lo hermosos que eran y cómo abrazaban su boca de forma tan desenfrenada, que lo único que sabía es que si los volvía a tocar no quería acostumbrarse a ellos, sino hacer que cada beso se sintiera completamente distinto y similar a la vez.
No tardaron mucho tiempo en empezar a jadear encima del otro, sus bocas conociéndose de nuevo entre sí como si fuera el fin del mundo y Daigo llevara toda la noche soñando despierto con hacer esto (aunque dada a su actitud, esa era una muy buena posibilidad junto con la de que fuera un pensamiento que le vino de forma impulsiva y de repente). La diferencia de altura entre ellos dos incluso hacía que Daigo tuviera que apoyarse levemente de puntillas sobre sus pies a pesar de que Ryuji tuviera su cabeza inclinada hacia abajo y se agachara un poco para poder llegar al pelinegro.
No fue hasta que Ryuji de un momento a otro empezó a sentir el rostro de Daigo más frío y el centrarse en sus labios no le desconcentró que contempló cómo algo húmedo empezaba a pegarse a sus mejillas; bajando el ritmo del beso a la vez (a lo que Daigo empezó a aumentarlo y esto lo hacía ver mucho más desorganizado y hasta desesperado) se dio cuenta de que Daigo estaba llorando, y que de hecho había empezado a llorar muchísimo mientras que su boca se entonaba en una mueca triste de la que no debía ni de ser consciente que estaba haciendo. Goda así empezó a sentir que no podía continuar con esto y trató de alejar a Daigo de él, colocando sus manos en el pecho del hombre y tratando de empujarle fuera suya incluso con fuerza al ver que la reacción del pelinegro a esto fue aferrarse más al beso y empezar a besarle con más intensidad mientras los labios de Ryuji apenas ya ni se movían; no fue hasta que Ryuji tuvo que recurrir a empujarle de verdad que se separaron, acabando Daigo tumbado en el sofá cercano suya de forma estrepitosa.
—¿Qué estás haciendo? —le gritó a Ryuji. Las lágrimas bajaban con desesperación de su rostro y cuello y rápidamente trató de limpiarlas con sus manos, como si Ryuji no se hubiera dado cuenta de ellas ya y fueran tantas que eso fuera a detenerlas.
—¿Y tú? No me digas que has estado bebiendo.
Las palabras de Ryuji fueron expresadas con dureza, pero aquello no quitaba que le doliera ver así a Daigo y que ya empezaba a preocuparse bastante por él. Siempre lo hacía, en realidad, pero decidía no mostrarlo porque solo hacía que Daigo se cerrase más, dándose cuenta de las veces en las que se veía afectado por algo y tratando de ocultar las pistas que le decían esto a Ryuji en cuanto le preguntaba por aquello.
Además, Daigo últimamente había tenido malas rachas con la bebida y Ryuji lo sabe porque estuvo presente en la mayoría de ellas. Fue totalmente inesperado porque ocurrió de un día a otro y antes Daigo no había bebido casi nada (hacía cinco años desde que los dos alcanzaron la edad legal para beber y lo habían probado, pero habían tenido pocas borracheras realmente serias). El caso es que tenía muy poco control y la última vez acabó vomitando en el baño de Ryuji a las seis de la mañana. Por esto no le gustaría nada escuchar que ha vuelto a la bebida después de que le repitió que debía de controlar más estas situaciones.
—No es eso —le dijo Daigo, a pesar de que su llanto apenas le estaba permitiendo hablar y su labio había empezado a temblar.
Ryuji le miró desconsolado y se movió hacia el sofá, donde se sentó al lado de donde Daigo estaba reposando la cabeza y le ayudó a colocarse bien mientras el pelinegro no rechistaba de milagro y seguramente fuera porque, quitando que por las lágrimas se le complicaba hablar y encima intentar que su voz no saliera débil de su tráquea, secretamente estaba adorando el tacto suave y atento de Ryuji sobre él.
—Perdóname, no quería empujarte antes —se disculpó Ryuji mientras plantaba un dulce beso en la frente de Daigo, a lo que sorprendentemente el hombre no se quejó, solo se quedó quieto recibiéndolo mientras el cambio entre un beso áspero a otro delicado hacía que salieran incluso más lágrimas de sus ojos.
Tras decir aquello, Ryuji envolvió sus brazos dulcemente sobre los de Daigo y se reunió en un abrazo con el otro hombre, deseando hacerle sentir acompañado mientras lloraba desconsoladamente y lo único que Daigo pudo hacer es apoyar la cabeza en su hombro mientras se agarraba a la ropa de Ryuji como si no quisiera que el rubio se escapara nunca de su agarre. Todo estaba resultando en un acto tan significativo, marcando diferencias simbólicas al comparar el primer beso que se dieron al entrar Daigo en la casa de Ryuji hasta que se tumbó en el sofá y Daigo empezó a recibir un suave abrazo que no se esperó.
Pero su relación era así, complicada y confusa pero se sostenía por las adversidades que les rodeaban.
Y hacía unos tres años que empezaron con esto que hay entre ellos: ignorando sus posiciones que les unen a la yakuza pero a la vez unidos justamente por ello. No es una relación perfecta, pues a veces las emociones de Daigo se desbordan sobre el vaso que Ryuji sujeta y es inevitable que salpique algo en el mantel blanco sobre el que se apoyan; pero si algo han encontrado es una comprensión mutua, desinteresada y profunda que les hace sentir acompañados en las noches donde llegan a la conclusión de la de cosas que tienen en común. Aunque al final, es esto lo que también les lleva a uno de los factores que acabará desequilibrando su relación, y es el verse obligados a mantenerla en secreto. Es esto lo que les hace que poner un nombre a lo que hay entre ellos sea sumamente complicado y lo ignoren para no tener que lidiar con el dolor de que nunca podrán estar juntos de verdad.
Pero por el momento, se conformarán con esto. Daigo vendrá a Sotenbori a las tantas de la noche para buscar a Ryuji incluso si no se acuerda de dónde está su casa porque ha tenido un ataque en la madrugada por acordarse de que su padre falleció y que esto ha llevado a que haya otras cosas en su vida y sobre su futuro de las que no está seguro y que a veces incluso se les echan encima, como es ahora. Pero tiene a Ryuji, que aunque de los dos es el que más tiene presente su posición en la Yakuza le acogerá entre sus brazos y escuchará todo lo que le tiene que decir, sin nunca juzgarle y otorgándole comprensión sobre sus problemas porque adora estar con el pelinegro y el comfort que ha encontrado al sujetarle en sus brazos no la ha encontrado ni lo encontrará nunca con nadie.
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