epílogo: Why'd you whisper in the dark, just to leave me in the night?
I would stay forever if you say “Don't go”, but you won't.
Daigo y Ryuji estaban sentados mientras esperaban a que viniera el tren.
No habían dicho nada en todo el camino y ahora se encontraban incómodamente en silencio mientras cada hombre guardaba sus manos en sus respectivo abrigos: Daigo a veces dirigía la mirada al rubio y abría sus labios como si fuera a decir algo, pero antes de que fuera posible bajaba la mirada y cada palabra retenida en su lengua era devuelta a la garganta como si tragara ácido, y Ryuji muchas veces movía su mano de manera que parecía que planeaba alcanzar la de Daigo, pero todas las veces acababa en él regresando su brazo para meterla de nuevo en el bolsillo de su abrigo al darse cuenta de algo que no sabía si ignorar y muchas veces la indecisión en sí era una respuesta.
Habían hablado y ahora tenían que despedirse, y aunque se suponía que debía de estar bien porque era lo que habían acordado, una especie de humareda tóxica envolvía sus pulmones porque aún así no todo parecía estar tan bien y tampoco sabían si todo lo que querían decirse había conseguido encontrar su camino fuera de su garganta.
Daigo empezaba a desesperarse porque cada vez tenía más presente que una vez llegara aquél tren, su corazón en su pecho no volvería a sentir todo lo que sintió mientras estaba con Ryuji y esto era una premonición tan exacta como terrible. Faltaban diez minutos para que todo esto sucediera y Daigo de repente se llevó las manos hacia su pelo mientras ahogaba la cabeza hacia adelante y mirando al suelo.
Ryuji le miró al instante y comprendió lo que sentía mientras la cicatriz de su labio se inclinaba levemente hacia abajo.
—Daigo —le llamó. Pero sonó más como una llamada que un gesto destinado a ser cariñoso.
Daigo zarandeó lentamente su pelo con las manos mientras giraba la cabeza a la izquierda y a la derecha como si viera la escena a su alrededor, a lo que tras esto levantó el rostro con mucha pesadez, dirigiéndose a Ryuji pero sin posar sus pupilas en sus ojos.
—¿Estás bien? —preguntó Ryuji, y Daigo casi quiso reírse del dolor que sentía.
Ryuji arqueó las cejas mientras echó un vistazo a la mirada de Daigo, mucho más oscurecida de lo que nunca jamás había visto: sus ojos se encontraban perdidos en frases sin terminar y su cabeza pretendía mirar hacia un futuro insospechado en el que siempre acababa perdiéndose cada vez que trataba de buscarlo.
—Daigo, ¿me escuchas? —cuestionó nuevamente Ryuji, ahora sacando su mano derecha del bolsillo y llevándola a la izquierda de Daigo que no se acordaba cuándo sacó del suyo, y el contacto hizo que todo su cuerpo cayera en una temperatura bajo cero.
La mirada de Daigo pareció encontrar las pupilas de Ryuji, o al menos eso es lo que le pareció al rubio por un segundo hasta que pareció alejarla.
—No —dijo Daigo, pero Ryuji todavía no estaba seguro de si el hombre siquiera sabía dónde se encontraba ahora mismo.
Goda examinó el cuerpo de Daigo; su postura semi encorvada y perezosa más su cabello negro cuyos reflejos siempre brillaban debajo del sol, despeinado porque Daigo no se había mirado en el espejo ni una sola vez desde que se durmió en su pecho el día anterior. Parecía estar perdido. Y tampoco es que fuera raro en Daigo, pero esta vez se sentía diferente, quizá porque Ryuji lo estaba también.
Los párpados de Ryuji se relajaron mientras contemplaba las vías y abría de nuevo sus labios.
—Lo siento mucho.
El lenguaje corporal de Daigo cambió al instante, y cuando sus pupilas se encontraron con las de Ryuji emanaron un fuego peculiar a la vez que su mano se despidió de la del otro hombre como si se resbalara de ella.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que lo-
—No, no —dijo Daigo, duro y directo e inclinando su cuerpo hacia el de Ryuji, casi levantándose del asiento por impulsividad—. No te voy a dejar que lo digas.
Goda observó a Daigo con clara confusión en su rostro.
—¿Cómo?
—Sé cómo te sientes, pero no es tu culpa.
Ryuji realmente no supo qué contestar a eso, y Daigo prosiguió mientras relajaba un poco su postura.
—Mira, yo… Comprendo que lo nuestro tiene que terminar —suspiró—. Pero…
—¿Pero? —le dijo Ryuji, queriendo hostigar a que soltara todo lo que tenía dentro, incluso si fuera lo último que le dijera en su vida. Sobre todo si ese era el caso.
—Pero me siento mal, porque ahora que hemos podido hablar bien las cosas y averiguar qué es lo que sentíamos el uno por el otro es cuando tenemos que abandonarnos. Casi me hace pensar que lo que había entre nosotros realmente sólo funcionaba por lo inestable que es, si eso tiene algún sentido —dijo mientras entonaba una carcajada triste—. Tener que despedirme de ti, después de decirte que te amo… Es agridulce.
Ryuji lo comprendía a la perfección. Y era interesante darse cuenta de la anotación de Daigo: que su relación sólo funcionaba por todos los defectos que teníayyyh. Era algo que, si bien pudo rondar su cabeza durante mucho, no se había dado cuenta de lo cierto que era hasta que lo escuchó expresado de Daigo.
—Creo que se lo que quieres decir —siguió Ryuji, ahora con sus dos cuerpos girados de manera que apuntaban hacia el otro—. Quieres que la relación hubiera podido existir con todo lo que nos hemos dicho esta mañana, pero si hubiéramos estado dispuestos a decir lo que sentíamos desde el principio no habríamos estado juntos nunca.
Daigo asintió con lentitud y en sus oscuros ojos se volvió a colorear la melancolía.
De repente, se escuchó en la estación el anuncio de que al tren le faltaban pocos minutos para llegar a las vías y avisaban a los viajeros para que se preparasen. Los dos hombres levantaron la mirada y acto seguido Daigo abandonó el asiento poniéndose de pie, a lo que le siguió Ryuji, efecto que no estuvo en su previsión.
—Por eso te he dicho que lo siento —insistió Goda.
—Ryuji…
Daigo volvió a mirar al suelo y la superficie que le recordaba a esta mañana se reflejaba con un tipo de nostalgia entre su cuerpo. Sus zapatos se alineaban con los de Ryuji y volvió a levantar la cabeza con sorpresa al contemplar que se acercaban más a los suyos hasta que un golpe leve se pronunció sobre su torso.
Sus manos cayeron fuera del abrigo y sus ojos se abrieron mientras que los brazos de Ryuji envolvían su cuerpo y sus párpados se cerraron con calidez. No fue hasta que la indiscutible colonia frutal de Goda se camufló entre su nariz que se dio cuenta de que Ryuji le estaba abrazando y una vez llegó a esta conclusión, Daigo apretó sus puños con fiereza para agarrarlos al abrigo del rubio mientras que sus manos le temblaron así como sus ojos también se humedecieron, tratando de retener sin éxito cualquier lágrima que cayera fruto del esfuerzo.
—En cuanto te vayas… —pronunció Ryuji, acercando su rostro lo más que pudo a las orejas de Daigo— tendremos que fingir que todo esto no ha ocurrido. Si alguna vez nos volvemos a encontrar, habrá que hacer como que nos hemos olvidado de absolutamente todo lo que ha ocurrido entre nosotros que los demás no pueden saber.
Daigo asintió con la cabeza pero ni siquiera sabe si aquello pudo solapar la forma en la que sus lágrimas caían por su rostro y chocando con la ropa de Ryuji mientras que sus labios temblaban. Lo mismo le ocurrían a las manos de Ryuji que lo abrazaban y se escondían por detrás del abrigo blanco de Daigo como si su persona fuera lo único a lo que pudiera aferrarse.
Pero todo lo que Goda le había dicho era tanto un pensamiento tranquilizador como uno que le asustaba. Lo peor era que sería capaz de quedarse a su lado si Ryuji se lo pedía; no abandonar nunca Sotenbori y cumplir su sueño de despertarse todas las mañanas en la cama de Goda mientras el otro acaricia su pelo negro y lo despeinaba más de lo que ya suele estarlo, a lo que luego Daigo no querría peinarlo sólo porque le recordaría que Ryuji lo había modulado con cariño y deshacerse de aquello sería como un crimen.
Pero Ryuji probablemente ya sabía todo esto: que el amor que Daigo sentía por él sería capaz de provocar aquello pero que también le haría más mal que bien y ya no podía permitirse seguir haciéndole ese daño.
Quizá los defectos construyeron su relación, pero aún así fueron las mañanas cálidas, las conversaciones largas y plagadas de empatía así como los besos por debajo de las sábanas que deseaban que quedaran impresos en su piel para siempre fueron la adicción que los mantuvo juntos.
Por eso, a pesar de la forma en la que el corazón de Ryuji se encogía mientras la respiración de Daigo se volvía irregular bajo su camisa y su cuerpo parecía imitar a un terremoto, era consciente de que aquella forma de amar era tan inestable que acabaría con los dos.
Después, Daigo pudo levantar la cabeza y murmurar sobre el cuello del rubio mientras que saboreaba el abrazo como la última vez en la que se sentiría amado por Ryuji Goda.
—Te amo.
Acto seguido, mientras que Daigo se escapó del abrazo y Goda se dio cuenta demasiado tarde de que lo había perdido, el pelinegro caminó hacia las vías y justo se dio cuenta de que el tren había venido unos minutos antes de lo estimado, por lo que la figura del hombre no tardó en desaparecer entre la multitud.
Ryuji quiso pensar en muchas cosas, pero las ignoró todas mientras fingía una actitud impasible tras salir de la estación, a pesar de que ignorar lo mucho que su corazón estaba sufriendo le hacía sentirse más miserable que nunca.
F I N
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