Save Me
-Podre salir de aquí, en cuanto menos te lo esperes-
La cabeza me da vueltas. Esa voz no me deja, no desaparece de mi, no se va, no me deja tranquilo. No puedo hacer nada normal, y durante varios años no fui un niño normal. Fui un loco, alguien metido entre cuatro paredes, sin poder actuar por mi cuenta, teniendo mis brazos atados a mi cuerpo por unas esposas.
"No soy peligroso"
Da igual que solución pusiera, mi vida estaba dispuesta a ser una ruina para siempre. En aquel lugar, no era yo, si no ese ser que está en mi cabeza, que domina mi cuerpo y se adueña de cada uno de mis movimientos y sueños. Encerrándome en un pequeño espejo que no consigo romper, ya que mis manos están atadas con unas cadenas, que aparte, impiden el movimiento.
"No puedo controlarlo"
La habitación me ciega la vista. No hay más que blanco y más blanco y la puerta que tengo enfrente apenas se abre. Esta cerrada con tantos candados que ya he perdido la cuenta. En la puerta hay dos rajas que se abren a la hora de comer, dejándome una bandeja con algo de comida. Pero no la toco, no tengo ganas de comer.
-Vamos, Freddy, tienes que comer- oigo una voz tras la puerta, pero no tengo claro quién es, ya que desde que me metieron aquí, no he conocido a nadie. Tan sólo un par de ratas que se colaban en la habitación, para después desaparecer.
Yo no hago movimientos, tan solo me quedo en una esquina de la habitación mirando al suelo. Apenas duermo, ya no como, no tengo a nadie con quien hablar, y mi madre no viene ni a saludar. Algunos dias, la oigo tras esa puerta de metal hablar, pero ni siquiera puedo pronunciar una palabra por más que lo intente.
-Vamos, cariño, habla con tu madre- la oía con tristeza en la voz. Supongo que será duro verme así.
-Vamos, Freddy, habla con tu adorada madre- Oí a esa voz en mi cabeza.
-¡Callate! ¡Callate de una vez! ¡Dejame en paz!- Gritaba, intentando golpearme la cabeza, pero estas esposas me lo impiden. Ya se por que me las pusieron. Es verdad que desde ese día, tengo el pelo más sano. Comencé a levantarme de esa esquina y corrí por la sala, golpeando la paredes, pero las paredes están acolchadas, no puedo herirme, no puedo hacerlo callar.
-¡Desaparece!
-Nunca...- me respondió.
De pronto, mi cuerpo quedó inmóvil y acabé callendo al suelo de rodillas. Sin que yo quisiera, las lágrimas comenzaron a brotar.
"Yo no soy el malo, es él"
En ese instante, oí como las puertas de aquella habitación se abrían, pero en ningún momento mire quien era, me daba exactamente igual. De aquí nunca saldría. Las locuras que he hecho nunca han sido por mi culpa, han sido por ese parásito que nunca me deja vivir, que nunca me deja ser feliz. Unos pasos comencé a oir que venían hacia mi, y entonces note como unos brazos rodeaban mi cuerpo inmovil por la espalda.
Giré mi cabeza despacio para ver a mi madre. Ella me deja de abrazar y me mira a la cara. Con una mirada sonriente, me seca las lágrimas que caían sin ningún consentimiento mio y me vuelve a abrazar. Si tuviera mis manos sueltas lo correspondería, pero eso era muy peligroso. Estas manos que estaban atadas habían hecho demasiadas locuras, y para mi sorpresa, mi parásito interior no había salido.
-Hijo, no puedo verte así. Necesito que volvamos a empezar de nuevo... pero los médicos están tratando de hacer algo, por eso no puedo llevarte conmigo.
No hablo. Lo que dice son tan solo palabras, palabras y más palabras. Ya no puedo creer a nadie. Me han hinchado a pastillas desde que era muy pequeño. Muchas de ellas me han llevado al hospital.
- Señora, debe de salir de aquí. Debe de recibir su tratamiento.- escuchamos a una señora desde la puerta.
Mi madre me miró preocupada y después a esa señora. Seguidamente tomo aire y me volvió a mirar. Con su mano acarició mi mejilla, y sin decir nada, salió de aquella sala, cerrandose la puerta tras de ella.
Pasaron dos años, y mi forma física no era buena, al igual que mi salud. Mi rostro era pálido y mis ojeras cada vez se hacían más grandes. Yo me mantenía en aquella habitación sólo. No sentía la temperatura, no sentía ningún sentimiento. Ya no era el mismo de antes. Sin contar ya mi cabello, que era demasiado largo.
La puerta de aquel lugar se abrió y un hombre de bata blanca apareció. El señor se acercó a mí y se puso de cuclillas para poder mirarme a la cara.
-Freddy, has estado muchos años en observación. Poco a poco controlas a Fredd más y eso es bueno y...
-¿Fredd? ¿Quien es Fredd?- dije sin apenas pronunciar palabra.
-Fredd es esa personita que tienes en tu cabeza. Le hemos puesto así ya que...
-Es fantástico. Lo único que quiero es que desaparezca, y ustedes le ponen un nombre.- volví a interrumpirle, y entonces su rostro cambio a seriedad. Sabía que yo no me tomaba esto como un juego. He estado muchos años aquí metido tras lo sucedido, por lo que no me voy a tomar esto como si estuviera jugando al cluedo.
-Esta bien, Freddy- dijo, metiendo una mano en el bolsillo y sacando otra pastilla- Esto ayudará a controlar mejor a Fredd, y pronto podrás irte a tu casa.
- ¿Volver... a casa?- dije, viendo como aquel señor se dirigía hacia la puerta. Antes de salir asintió con la cabeza.
Los días pasaron y Fredd apenas aparecía. Por lo que un día, abrieron la puerta y sin que yo me diera cuenta, sentí como mis manos eran libres, ya podía moverlas, podía sentir su libertad. Mire quien me quito aquellos utensilios del demonio y vi a una especie de enfermera.
Con ayuda de mis manos, me puse de pie, y con ayuda de esa enfermera camine hacia esa puerta. ¿Era libre?
Fue muy gratificante cuando mi pie cruzó esa puerta. Por el camino me encontré a mi madre y con su ayuda conseguí salir de allí, viendo por primera vez en años, la luz del sol.
Mi vida continuo normal gracias a esas pastillas, aunque a veces Fredd podía conmigo, pero no era nada comparado con lo ocurrido anteriormente. Mis ojeras han desaparecido, mi pelo ya no es excesivamente largo y ya puedo hablar con más claridad.
-¡Freddy! ¡Vamos! ¡Vas a llegar tarde!- oí gritar a mi madre desde la cocina.
-¡Ya voy!- grité.
-Freddy, sabes que arruinaras el dia- oí a Fredd.
-¡Callate!- le dije, tomandome las pastillas y bajando las escaleras. Mi madre me estaba preparando la merienda.
-Cariño, ¿Tienes problemas en el colegio?- dijo dándome la comida. Por supuesto, se me olvidó comentar que ya empecé a ir al colegio.
-No, mamá, estoy perfectamente. He hecho amigos y soy súper feliz. Además, vamos a participar en el festival de primavera.
Mi madre sonrió y después, prosiguió a darme un abrazo. Después, marche hacia este.
Las clases pasaron con normalidad, y como siempre, después de que terminen las clases, comenzamos a ensayar. Había conocido a varias personas. A Bonnie, un chico un tanto extraño, a Foxy, con el cual, tuve un pequeño percance el primer día, a Chica, una chavala algo bipolar y a Golden, un chico con mucho talento. Pero por supuesto, la suerte no dura para siempre.
Comenzamos a ensayar la canción, como siempre, cuando de pronto, perdí el control del bajo. No sentia mis dedos, mi vista comenzó a nublarse y no pude ver lo que ocurrió después.
"No, por favor, otra vez no"
Comencé a luchar por que Fredd volviera, pero en ningún momento volvió, seguía ahí fuera. Entonces, sentí un golpe.
-Foxy, ¿Por que has hecho eso?- oí a Chica. Había vuelto a la normalidad. Tenía una pequeña gota carmesí cayendo por mi frente, pero eso era lo último que me importaba.
Salí corriendo de la sala de ensayo sin apenas poder andar. Mi vista se está nublando, no consigo que vuelva Fredd a ese espejo y lo peor que el es más fuerte y me está arrastrando hacia el. Entonces volví a perder la conciencia.
-¡Por fin! Vuelvo a ser libre- oí
"Salvenme"
~Fin...~
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