Prefacio

Los ruidos de los autos en la autopista, los grandes avisos de tránsito y las diferentes rutas indican que se están adentrando a la ciudad.

—Liliana, aún estamos a tiempo. ¿Quieres visitar a Margareth?—Pregunta Richard, un hombre de unos treinta y seis años.

—No, no quiero verla—escupe y saca la mano por la ventanilla del auto.

Richard gira levemente la cabeza para mirarla de reojo, pero dura un breve instante, y vuelve a enfocar su atención en la carretera.

Gira el volante, y se detiene al lado de la autopista.

—¿Eh?—dice Liliana, confundida. Adentra su mano y frunce las cejas; mientras decide preguntar—: ¿que sucede?

Richard, pasa sus dedos entre su cabellera negra y luego la mano por su rostro.

—Ella quiere verte, deberías considerarlo—sugiere, en un tono de voz apenas audible.

Liliana se acomoda más en el asiento delantero, y se cruza de brazos mirando a la nada.

Tarda en responder.

—No creo que le importe si voy o no, a ella​... yo nunca le importe.—Su voz se quiebra—. ¿Richard?, por favor no vuelvas a hablar de ella, ¿si?. No quiero tener que ver algo con esa mujer. Te lo suplico.

Él pone las manos encima del volante y se endereza.

—Es tú madre, Liliana...

—¡Ella no es mi madre!—interrumpe de golpe, y da un pequeño salto sentada y centra su vista en el mayor.

—Liliana, Margareth siempre será tú...

—¡Una madre no haría lo que ella hizo! Me pides que la perdone, cuando ni siquiera soy capaz de perdonarme yo misma—Sus palabras son como miles de dagas que apuntan a un lugar, y atinan con certeza.

—Lili... No fue su culpa, deberías comprenderlo.

—Me es difícil comprender a un monstruo—vocifera, y gira su cabeza hacia la ventanilla.

Las lágrimas empiezan a bajar de sus ojos, trata de ser fuerte, pero las emociones siempre le hacen una mala jugada.

—No entiendo, ¿Por que aún me duele?—cuestiona en voz alta, mientras seca torpemente sus lágrimas con las muñecas.

—Tal vez, por que aún la amas—Liliana da un pequeño brinco y gira el rostro asustada, no esperaba que alguien le contestara.

Lleva su mano hacia el pecho, e inhala y exhala para que su corazón dejará de estar acelerado. Ya más calmada, suspira.

—No lo se, a veces quisiera sentir odio hacia ella. Pero, hay algo que me lo impide, siempre que trato de hacerlo, es imposible—Su tono de voz es sobrio. Pero, si nos percatamos en cada palabra hay un gran dolor.

—Margareth te ama Liliana. Solo se equivocó.—Richard gira en dirección hacia spring Hill—. No toda tu niñez fue una pesadilla, hubieron momentos en los que tú y Margareth convivían, supongo que por eso no la puedes odiar;—Él suspira—Aún sigues amando a Margareth, a través de tus recuerdos. Amas a tu madre, Liliana.

No contesta, simplemente su mente divaga entre pensamientos.

En el resto del viaje, no volvieron a entablar conversación.

Bienvenidos a Sauce Blanco.

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