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DESPUÉS DE CASI DOS HORAS en las que la pequeña hada había estado sentada sobre el frío pasto del cementerio, donde había vuelto a abrir su corazón después de tanto tiempo; salió de aquel triste lugar con rumbo hacia su casa nuevamente.

Últimamente los seis de julio, los chicos iban a llevarle flores a la tumba de su amigo, y quizá a hacer un pequeño recorderis de lo que habían pasado junto a él. Y en las tardes acostumbraban a reunirse en el castillo. Lo cierto es que, Jane no iba. Por mucho que todos la convenciera, ella siempre decía que no, y lo decía con firmeza y seguridad.

Al llegar al frente de su hogar, encontró a Mal junto con Lonnie.

—Hola, chicas.— saludó la pelinegra al retirarse uno de los airpods. 

—Jane.— saludaron en unísono las dos chicas, sonaban como que hubieran pasado por un trágico momento, en teoría como si las hubieran asustadas.

—¿Dónde estabas?— pregunta Lonnie, Jane le da un beso en la mejilla como forma de saludo—, Estamos aquí desde hace rato.

—Define 'rato'.— la pelinegra se cruzó de brazos, odia las visitas inesperadas—, Salí un poco, necesitaba despejarme.

Mal arqueó una ceja.

—Fuiste.— la gobernante de Auradon se refirió al cementerio—, ¿Cierto?

Jane alzó ambas cejas repetidas veces, sin decir una palabra pasó en medio de sus amigas, con cuidado sacó sus llaves del bolsillo y con una de ellas abrió la puerta principal de la casa.

—Pasen, está haciendo algo de frío.

Mal y Lonnie intercambiaron miradas. Accediendo pues a la invitación de su amiga, las tres chicas ahora se encontraban compartiendo un vaso de jugo de naranja y comiendo galletas de avena con chips de chocolate. No habían iniciado alguna conversación sobre aquel tema.

La hija del Hada Madrina vagaba por sus pensamientos mientras movía de manera circulas su vaso de jugo, su vista estaba en el poco líquido que le quedaba por tomar. Sus amigas se habían dado cuenta, aunque preferían que la pelinegra hablara sin ser presionada.

Tienes la misma culpa que tengo

—¿Creen que tengo la culpa por lo que pasó hace dos años?— soltó finalmente. Había tomado, quizá, desprevenidas a la hija de Maléfica y a la hija de Mulán, porque una de ellas se habría atorado con un poco de su galleta.

—¿Por qué dices eso?— cuestiona Mal, dejó su vaso sobre la mesita de centro y cruzó sus brazos sobre su pecho. 

Jane simplemente se encogió de hombros ante la pregunta que había hecho la esposa de Benjamin Beast. Ese era el interrogante que tenía cada día al levantarse, y cada noche al reposar su cabeza sobre su almohada.

—Jane, qué dijimos de esa pregu-

—Simplemente porque lo hice enojar... Todo fue por la carta que había llegado para que fuera a estudiar a otro lado que no fuera la universidad estatal.— interrumpió—, ¿Y qué ocurrió esa noche? Que tanto él, como mi bebé murieron.

—Espera, ¿dijiste...?

La pelinegra tomó lo que le faltaba de jugo y miró a sus dos amigas. Su mirada era bastante neutral.

—Sí, estaba embarazada.

Si no tuviéramos un límite para dejar caer nuestra mandíbula, probablemente la de Lonnie habría llegado al suelo; Mal tenía el ceño fruncido y sus labios formaban un mohín.

Y como lo era de notarse, este era uno de tantos secretos que Jane guardaba desde el día del accidente. Se sintió bien haberlo dicho y no tener que amarrar la lengua para no decirlo.

—Según el informe que me dieron tenía unas siete semanas.— explicó. Siente como las primeras lágrimas caen, recordar eso siempre le iba a doler—, Sí, soy consciente que probablemente me iba a meter en problemas porque tenía veinte años, aún no terminaba la universidad, y no me había casado.

Las chicas guardaron silencio, dejaron que Jane les explicara.

Aunque te cueste admitir, que sientes como siento

—Siento que si él estuviera aquí, le dolería recordar esto...— con su pulgar limpió una de sus mejillas—, Hay mujeres que superan las pérdidas muy fácil, pero yo... Yo no he podido, ¿pueden creerlo?

—Preciosa, mira.— Mal se sentó al lado de ella y la tomó de las manos—, Sabemos que eso que ocurrió nos afectó a todos, pero más a ti. Y ahora que nos cuentas esto... Entendemos más el por qué te has sentido así durante todos estos meses.

—Sí, nena. Como mamá, te puedo decir que una pérdida de esas es bastante dolorosa.— prosiguió la asiática.

Jane no dijo nada ante las palabras de apoyo de sus amigas. Suspiró y dejó que las lágrimas siguieran descendiendo por sus delicadas mejillas; al fin y al cabo, el llorar todo el tiempo se había vuelto algo totalmente normal para ella; ya no le molestaba para nada.

—Hoy pude ir al cementerio.

—Fuiste muy fuerte al hacerlo, Jane.— asegura la pelimorada, la susodicha le dedica una mirada.

—Por eso no estabas aquí, ¿cierto?— Jane asintió ante la pregunta de la novia de Jay—, ¿Qué sentiste cuando viste, ya sabes...?

Mal puso una cara que decía claramente "¿En serio?".

—Sentí muchas cosas... Y vi que cumplieron lo que les dije.— dice—. Creo que Carlos está feliz porque siempre lo recordaremos con esa frase.

Y así. Jane charló un buen tiempo con las personas que habían ido a visitarla; ahí mismo se enteró que habían quedado en reunirse con Audrey en la tarde, pero, la pelinegra otra vez se negó en asistir; no le gustaba sentir las miradas de todo el mundo encima de ella, se había convertido en una completa antisocial, todo lo contrario que era antes de que Carlos falleciera.

Después de que Mal y Lonnie partieran, ella se dirigió hacia una mesa pequeña en donde estaba la foto de él, junto con una media de bebé color rojo. Tomó el encendedor para poder prender la vela blanca que estaba al lado del retrato. Con lágrimas en los ojos sonrió y dijo con toda la seguridad:

—Yo sé que ambos están en el cielo, y se están acompañando el uno al otro. Los amo con cada partícula de mí ser. Aunque no estén físicamente conmigo, yo los siento con cada golpe del viento sobre mis mejillas, con cada gota de rocío, con cada amanecer, con cada atardecer... Sé que un día nos reencontraremos, pero ese día está todavía muy lejos.

Limpió sus lágrimas y posteriormente se levantó del suelo.

Las horas pasaron. Y con ello, los recuerdos iban y venían cual rayo de luz.

La noche llegó, era hora de ir a descansar.

Jane hizo su ritual nocturno: cepilló su cabello, lavó su rostro, cepilló sus dientes, se colocó una crema, se puso su pijama. Y comenzó a prepararse para volver a soñar -como cada noche sucedía-, con el día que cambió su vida para siempre.

La almohada no suele mentir


—A dormir...— pronunciaron sus labios al apagar las lamparitas que habían en las mesas de noche que ella tenía a sus costados. Luego de hacer eso, recostó su cabeza sobre la almohada, y cerró los ojos, sumergiéndose así en un profundo sueño.

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