Capítulo 5. Llamando la atención.⛧
«Aquellos que pueden hacerte creer absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades».
François-Marie Arouet, Voltaire
(1694-1778).
Después de dudar durante un par de segundos, Satanás se levantó del asiento y gritó:
—¡Abran paso, déjenme atenderlo! ¡Apártense, yo sé primeros auxilios!
Todos contuvieron los gritos de pánico, y, esperanzados, enfocaron la vista en él mientras se apartaban con rapidez. Satanás se sintió como el pérfido Moisés al cruzar las aguas del mar Rojo, pues los asistentes comprendían a la perfección que Elvis solo se salvaría si ocurría un milagro. De no ser por su intención de impresionar a Brooke el camarero incompetente moriría tirado sobre la fría cerámica del local. E impregnado del aroma a café molido con grano arábigo para que se hiciese una idea de cuál sería su tortura en el Inframundo.
El demonio se agachó, le abrió uno de los ojos a su víctima y se hizo el concentrado al diagnosticar:
—Esto pinta muy mal, está en parada cardiorrespiratoria.
Y comenzó a efectuarle reanimación cardíaca, ciento veinte compresiones de pecho sin interrupción. La camisa de Elvis —de textura áspera y con adornos en hilos de colores en la gama de los azules— se enganchaba en la correa trenzada del reloj de cuero de Satanás, como si intentase retenerlo para que no lo trajera de regreso a la vida. Le efectuó este procedimiento durante un cuarto de hora, mientras los demás contenían el aliento. Gotas de sudor le caían por la frente, un teatro autoprovocado para que se notara el esfuerzo. Con disimulo, el Diablo abrió un milímetro el puño de la mano izquierda. Y se escuchó un suspiro colectivo porque el camarero respiraba por sí mismo.
Significaba una verdadera lástima posponer el pasaje de Elvis directo hacia las profundidades del Infierno si se tenía presente la magnitud de la ofensa hacia su rey. Pero admitió, reacio, que en estos instantes primaba la tentación de Brooke. Y, por el modo en el que la chica lo observaba y por cómo le brillaban las pupilas, percibía que ahora mismo lo consideraba un héroe a la altura de los protagonistas de Wattpad. ¡Los despreciables humanos eran tan crédulos y tan ignorantes!
De improviso, los asistentes fueron testigos de cómo el empleado recuperaba la conciencia y musitaba:
—Azu...fre... olor a azu...fre...
Nadie entendía a qué se refería... Nadie salvo los dos demonios, pues ambos sabían que las puertas del Inframundo se habían abierto durante unos minutos para recibirlo y de ahí el penetrante hedor que la multitud no advertía. Ahora se cerraban porque el infortunado recuperaba con gran esfuerzo la salud. Y Satanás —una araña gigantesca, en realidad— hacía gala de su desmesurado cinismo al ayudar en todo momento a la mosca que había atrapado. Poco a poco abrió la mano hasta dejar la palma extendida y liberó el corazón del infeliz.
—¿Qué ha pa...sado? —preguntó Elvis, confuso.
Brooke de inmediato se sentó al lado de él sobre el suelo, le cogió un brazo al Diablo para sostenerse y le informó:
—Has tenido un accidente, Elvis, la ambulancia viene hacia aquí. Debes ir a un hospital para que te examinen.
—¿Un acci...dente? —tartamudeó, no recordaba nada en absoluto.
Y se interrumpió en este punto, pues llegaron un par de paramédicos. Lo auscultaron y le colocaron una vía en vena, al tiempo que les preguntaban en relación con los pormenores de la situación.
—¡Enhorabuena, Stan, lo has hecho genial! —lo halagó el técnico de emergencias sanitarias; era un hombre regordete, bonachón y portador de un aura tan luminosa que al Diablo le producía arcadas—. ¡Has sido tú el que le ha salvado la vida! Si no fuese por ti llevaríamos un cadáver en la ambulancia.
El efecto que consiguió fue el contrario, Satanás se mortificó. Es más, le dio la impresión de que le removían una herida purulenta con un puñal herrumbroso. No solo porque advertía que quien lo lisonjeaba después de la muerte flotaría hacia arriba con el enemigo eterno, sino también porque significaba una mancha en su inmaculado Expediente del Mal. ¡¿Cómo podía perdonar a un sujeto que le había servido un café tan horrendo?! Lo hacía verse magnánimo, inútil y débil, casi un abyecto ángel.
Pero volvió a repetirse —a modo de mantra— que el fin justificaba los medios. Si para conseguir el objetivo de seducir a Brooke Payton debía salvar una miserable y condenada vida tendría que pagar este precio por mucho que le pesase. Se consoló con el argumento de que se trataba de una pausa momentánea, la simple postergación del final inevitable. Y en cuanto tuviera vía libre iría por el alma de Elvis. Nadie le preparaba un café tan asqueroso y vivía para contarlo.
—No se me ocurre cómo pagarte todo lo que hoy has hecho por mí, Stan. —Brooke lo observaba agradecida.
—Pues a mí sí que se me ocurre una forma —repuso él y le guiñó, pícaro, el ojo derecho—. Ven conmigo al baile de bienvenida.
—¡Acepto! —pronunció la joven enseguida y le dio un beso sobre la mejilla—. ¿Te parece bien que te espere a las ocho y media en la puerta de esa residencia? —Se la señaló por la ventana.
—¡Me parece perfecto, ahí también vivo yo! —Movió de arriba abajo la cabeza—. Hazme un favor y lleva a tu amiga, a Sheldon le gusta.
—Muy bien, le diré a Mary que venga también. —Se carcajeó con risa cristalina—. A ella también le interesa Sheldon.
La noche de la fiesta a Satanás lo inundó la sensación de que caía muy bajo al fijar una cita con una simple humana. Y que, encima, ni siquiera lo atraía. Se miraba en el espejo mientras elegía un pantalón de jean y una camisa granate y consideraba que significaba un desperdicio arreglarse tanto. Él, el Rey del Infierno, siempre se acostaba con brujas o con demonios de extrema belleza y que le inflamaban los sentidos. Consideraba que relacionarse con mortales tan insignificantes era rebajarse. Por eso cuando quería tentarlos y que abrazasen la senda del mal enviaba a las más bellas súcubos, a los más atractivos íncubos y a otros seres malignos de explosivo magnetismo. Y ellos les robaban los espíritus a cambio de unas pocas horas de lujuria.
La molestia aumentó cuando arribó junto a un silencioso Quasimodo a la puerta de la residencia y Brooke no lo esperaba a la hora acordada. Ya le parecía degradante salir con esa patética y tediosa humana, pero ¿que encima lo ningunease? Soltó un bufido. ¿Cómo le demostraba tanta falta de respeto?
Cierto era que la chica desconocía que se enfrentaba al Diablo y al efluvio corrupto que emanaba de él y que lo convertía en irresistible fuente de deseos sexuales. Se apaciguó al rememorar que desde que lo habían abandonado las brujas y el resto del personal femenino del Infierno había perdido el atractivo mágico. Y se recordó, esperanzado, que veía indicios de que retornaba.
Cuando vio que Brooke caminaba en dirección a él enfundada en una minifalda roja y con un strapless negro que le sentaba a la perfección, olvidó los pensamientos previos. Y no era para menos, pues la vestimenta le permitía acariciar con la vista los hombros al descubierto y apreciar las voluptuosas curvas mientras imaginaba qué se ocultaba debajo de la escasa tela. Era una indumentaria que pedía guerra. Y, aunque a Satanás la joven no le gustara, lo hizo sentirse halagado y levantar la autoestima.
La responsable de que observara a Brooke con un ligero interés era su inaguantable hambre sexual. Desde hacía semanas —justo desde que Astarot lo había descartado— no tenía encuentros eróticos. Le echó un vistazo a Mary también, antes de que la joven le diera la mano para luego ceñirse del brazo de su sirviente y plantarle un beso en la mejilla. Quasimodo tenía órdenes de distraerla.
—¡Estás hermosa, Brooke! —Le puso la mano sobre el hombro para guiarla hasta la academia.
Exageraba, por supuesto, aunque sí era cierto que los ojos grises le brillaban a la luz de la luna. Y que la melena negra desprendía destellos similares a los del Fuego del Infierno. Constató que la piel al rozarla era tersa y cálida como las cadenas que utilizaban los demonios con las almas en pena, una comprobación que le pareció positiva. Tal vez olfatear su perfume a jazmín, cuando se hallaran en la cama, le hiciese olvidar que la mujer era tan poca cosa. ¿Y si omitía los preliminares y la trasladaba con un simple parpadeo a su lecho de la mansión londinense? O a donde ella quisiera. A París, a Nueva York, a Shanghái.
—Gracias. —Brooke le sonrió—. Tú no estás nada mal.
«¿Nada mal?», refunfuñó para sí mismo, molesto. «¡Vaya forma de intentar bajarme la moral! ¿Quién se cree que es esta fulana?» En un tenso silencio traspasaron el umbral del centro de estudios y luego entraron en la enorme sala. Las parejas bailaban con los cuerpos separados canciones pop muy movidas. Lo peor era que danzaban debajo de horrorosos adornos con conejillos en tonos rosas y celestes iguales a los del cartel publicitario. Bolas retro de discoteca decoraban el techo y provocaban que la luz fuese tenue y que le confiriese un cierto misterio a la atmósfera. Satanás movió el meñique y la música cambió a lenta.
Sujetó a Brooke de la mano y la invitó:
—¡Vayamos a la pista!
Tiró de la humana sin darle tiempo a responder. Una vez allí la ciñó de la cintura —casi por el comienzo de las caderas— y la pegó contra él igual que si fuese un sello en el sobre. Era demonio de pocas palabras, prefería la acción a las bobadas románticas. Y apoyó la cabeza de la joven contra el pecho. Con el ruido que había allí no percibiría que el corazón no le latía.
Notó reacia a Brooke. Y esta certeza lo chocó todavía más. Pensó en la tarea que se había asignado y en la dulzura de la piel de la chica más que en su reticencia. Se recordó que debía ir paso a paso sin intentar quemar etapas, aunque se sintiera más caliente que el mismísimo Tártaro debido al celibato involuntario. Por dominar al otro género había terminado de este modo —solo y en compañía de Quasimodo—, bailando con una mortal que rechazaba sus avances. Y que se sorprendía de que al ceñirla entre los brazos tuviese una erección más dura que una piedra.
Lo que más rabia le daba a Satanás era que a su sirviente le iba mucho mejor que a él porque su pareja tomaba la iniciativa y lo besaba. Quasimodo, tímido, la dejaba hacer. ¡¿Qué cojones pasaba esa noche?! ¡El mundo se hallaba del revés! ¿Por qué Da Mo no había ido detrás de Mary para ponérselo más fácil y más satisfactorio? La amiga de Brooke sí que lo atraía.
Habían transcurrido tres cuartos de hora desde el arribo, y, pese a las empalagosas baladas, no conseguía salir de la friendzone. Tal como se desarrollaban los acontecimientos bien podría abrazar un palo de escoba y obtendría el mismo resultado, el fracaso total. Cuando intentaba pegar el cuerpo al de Brooke ella se alejaba con un brinco. Escapaba de su miembro erecto como si fuese una cobra a punto de morderla e inocularle el veneno. Si bajaba la cabeza para ponerla contra la de la chica se notaba tensa y su efluvio no le hacía mella. Advirtió, eso sí, que otras humanas le dedicaban la atención mientras danzaban sobre la pista de baile abrazadas a las parejas. Y esto le sirvió como premio de consolación.
Molesto por la indiferencia de su acompañante, se separó de ella y le informó:
—Iré a buscar bebidas para los cuatro. ¿Te quedas con Mary y con Sheldon?
—¡Claro! —Y el inconfundible tono de alivio le dio ganas de fulminarla con una bola de energía.
Satanás caminó hacia el baño. Necesitaba hacer algo pronto. No soportaba esta inmovilidad, esta estupidez sin sentido. Se detuvo un momento y dio algunos pasos sensuales de baile. La intención era enrollarse en el servicio con la primera joven que lo atrajese y a la que atrajera, para desmelenarse y regresar más tranquilo y entregado a la misión. Como eran varias las que le iban detrás meditó que un trío o un cuarteto no le vendría mal para desahogarse. ¡Allá Brooke, ella se lo perdía! Todavía no se hallaba en el máximo esplendor, pero pronto lo estaría.
Sin embargo, se paró en seco al ver a Archer apoyado en la barra mientras conversaba con dos alumnos del último año. Esbozó una sonrisa irónica y decidió empujarlo un poco en la dirección correcta. Puso todos sus sentidos en él, para llegar hasta los deseos más íntimos de este hombre que mediaba la treintena.
Corroboró lo que ya intuía. Que, aunque el profesor tenía mujer e hijos, el motivo de que le gustara rodearse de veinteañeros era que los admiraba desde lejos, como los dulces que un diabético jamás se atrevería a probar. Lo hechizaban los intelectos, las musculaturas, las miradas sin tapujos, el olor a hombre. Y los anhelaba con cada parte de su piel. Era una avispa que revoloteaba alrededor de la flor de lavanda y que no se atrevía a libar el néctar por miedo a que la cazaran. Archer de momento contenía los impulsos, pese a que estos estudiantes le hacían cientos de insinuaciones. Pero Satanás se hallaba dispuesto a ayudarlo.
Efectuó un gesto con ambas manos y provocó que los tres necesitaran ir al baño. Cuando avanzaban hacia allí y hablaban de temas relacionados con la interpretación, el Diablo hizo que Archer se pisara el cordón de uno de los zapatos que había desatado mediante el uso de la magia. Y el catedrático trastabilló.
—Seguid vosotros, ya voy. —Y les hizo a los chicos un ademán de que prosiguieran.
Para el demonio el resto de la multitud dejó de existir y se concentró en este individuo en concreto. Elevó la palma hacia arriba y todos los asistentes se quedaron congelados en los sitios, del mismo modo que si alguien hubiese puesto pause en la imagen del televisor. Satanás esbozó una sonrisa irónica mientras se convertía en humo espeso de color gris, con penetrante olor a azufre, y entraba por la nariz dentro del cuerpo de Archer. Y se acomodó allí. Primero estiró los brazos y las piernas. Luego giró la cabeza hasta que esta emitió un suave crujido.
Una vez posicionado volvió a mover la mano y la sala recuperó la actividad, como si nada extraordinario hubiese ocurrido. Apreció que las muchachas que lo seguían lo buscaban desconcertadas. Y se rio al notar la decepción de todas.
De repente, sintió que el profesor luchaba por recuperar el control, asustado al ignorar qué ocurría. Así que le ordenó con la mente: «¡Descansa! Pronto despertarás y no recordarás que te poseí. Solo pretendo ayudarte».
De inmediato Archer dejó de oponerse. Confiado, se encaminó hacia el tocador. Allí estaban los dos universitarios, se lavaban las manos.
Uno de ellos le preguntó:
—Profesor, ¿qué le parecería si Adam y yo nos postulamos para el papel de...
Pero Satanás no le permitió terminar. Se lanzó sobre el chico que había hablado, lo abrazó y lo besó de forma apasionada. Y luego profundizó el contacto con la lengua. El profesor era guapo y por eso los alumnos también estaban colados por él. Adam lo observaba, pasmado, hasta que lo sujetó del brazo y también lo atrajo hacia sí.
—Un momento. —El Diablo lo soltó y trancó la puerta.
Mientras, uno de los jóvenes le quitaba el cinturón y le desprendía los botones del pantalón. Y el otro se lo bajó. Decidió que era hora de retirarse y de contemplar su obra. Ya había hecho lo principal, romper las reglas del decoro, machacar las barreras que limitaban el sexo.
Desde una esquina del baño —todavía convertido en humo— se divirtió al ver el asombro del profesor cuando recuperó el control. Y luego cómo, en ejercicio de su libre albedrío, acariciaba las cabezas de los muchachos que se arrodillaban ante él. ¿Por qué se habrían contenido durante tanto tiempo? Satanás no lo comprendía. Todos eran mayores de edad y la relación entre profesores y alumnos universitarios se desarrollaba en pie de igualdad.
El Diablo salió al pasillo. Allí se materializó en un santiamén y se rio a carcajadas. ¡Qué feliz se sentía! ¡Volvía a ser el Rey del Infierno! Al contemplar los tres cuerpos enredados mientras se proporcionaban placer se le ocurrió una idea. Le había dado a Quasimodo su palabra de que no utilizaría los poderes demoníacos contra Brooke, pero sí se metería en el cuerpo y en la mente de Mary. Y, de paso, le daría una lección a su sirviente por opacarlo.
https://youtu.be/2uhW4VfpJx4
https://youtu.be/jkNS7X_mE98
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